jueves, 19 de mayo de 2011

DISPARATES / 19


NO SON CUENTOS

Los jóvenes acampados en la Puerta del Sol madrileña, y desde ayer también en la Plaça de Catalunya de Barcelona y en otras ciudades españolas, no habían nacido cuando se fijaron los límites de este sistema político al que sus autores dieron el nombre de «democracia», y que recibió de inmediato su homologación internacional. Había prisa, una vez muerto el dictador, por conseguir tal homologación, que auguraba buenos negocios para la oligarquía autóctona y para las transnacionales europeas, deseosas de que España elevara su índice de consumo y se incorporara al mercado que incesantemente demanda mejores teléfonos, mejores coches, mejores electrodomésticos, todo lo cual, casualmente, podía ser financiado por la banca española y suministrado por la industria alemana o francesa. Los artífices de todo esto, un Suárez, un González, figuran hoy en los libros de historia como héroes y padres de la patria, esforzados y visionarios estadistas que hicieron posible, gracias a la proverbial madurez del pueblo español, la reconciliación y el progreso.

Vamos por partes. En primer lugar, no hubo madurez, sino miedo, y un miedo justificado, pues aunque hoy cueste creerlo hubo un aliado de Hitler que vivió y gobernó con mano de hierro hasta el último cuarto del siglo XX, y tal cosa sucedió en España. En segundo lugar, la tan traída y llevada transición no fue sino un apaño concebido para salir del paso por unos líderes, los mentados Suárez y González, que a su manera también tenían miedo, y un miedo no menos justificado, si se consideran la trayectoria del ejército español y el hecho de que había una descolonización pendiente (en el Sahara), con una seria amenaza de guerra y una situación que recordaba mucho a la que poco antes había dado lugar a una revolución en la vecina Portugal. Además, el régimen que en ese momento estaba dando tumbos y que aparentaba una inquebrantable unidad se encontraba en la realidad profundamente dividido, y corroído internamente por la gran variedad de facciones que habían medrado a la sombra del dictador, y que sólo tenían en común a éste. Por último, la famosa reconciliación nunca existió, siendo sustituida por el perdón universal de todos los crímenes de la dictadura y por la prohibición de investigarlos.

Pero los artífices de la transición ya habían escrito su cuento de hadas, y se aficionaron a él. Se tomaron algunas medidas que se juzgaban imprescindibles (una Ley de Partidos, una Ley Electoral, incluso una Constitución), lo mínimo para que la democracia made in Spain, propia de un país que todo el mundo consideraba «muy peculiar», fuera aceptable internacionalmente. Puesto que tenían el poder para ello, también podían haber hecho leyes equivalentes a las de otros países europeos que sirvieran para impulsar a los débiles sindicatos, otorgándoles influencia en la gestión de las empresas; o creado un nuevo sistema tributario que fuera más justo y que permitiera una mejor distribución de la riqueza, por ejemplo por medio de unos servicios sociales que merecieran tal nombre; o promovido un desarrollo tecnológico y una actividad industrial que posibilitaran un trabajo de mayor calidad y a la vez una disminución de la dependencia con respecto al exterior. Y, de paso, podían haberse tomado medidas para garantizar la independencia de los tribunales, elevar el nivel de la enseñanza pública, frenar la corrupción de los cargos oficiales, suprimir los privilegios de la Iglesia, impulsar una política de viviendas sociales, promover un mayor acceso a la cultura y a una información variada que fuera reflejo de la diversidad de opiniones que existía en la sociedad… Todo ello, en efecto, pudo haberse hecho dentro de los límites de lo que unánimemente, en Europa, se entiende como democracia. Pero, ¿para qué hacerlo? Tales medidas habrían alarmado a quienes disfrutaban de unos «derechos históricos» celosamente protegidos desde hacía décadas, para quienes la justificación del Estado es precisamente la estricta observancia de dichos privilegios. Además, casi nadie las reclamó.

Tras el ingreso en la Unión Europea, la entrada en España de un flujo de miles de millones de los fondos de cohesión se produjo sin ningún control y sirvió ante todo para financiar ilegalmente a los dos partidos dominantes; después, a los altos cargos designados por dichos partidos; y después, a sus amigos de la empresa privada, que llegado el momento les recompensarían por los servicios prestados. En estos años se instaura como modus operandi del PP y del PSOE la transferencia de fondos públicos a bolsillos privados, con las consiguientes privatizaciones, concesiones de infraestructuras sufragadas con dinero público y otorgadas ad eternum a empresas privadas y el sacrificio de las cajas de ahorro, pues para estos partidos el poder político consiste en y sólo en disponer según su conveniencia de los recursos que los ciudadanos, con la mayor ingenuidad, han puesto a su alcance. ¿Cómo es posible que este robo manifiesto y continuado no haya provocado antes un estallido social?

A los españoles les había gustado el cuento de hadas y lo adoptaron como propio. En otro cuento, la horripilante y decrépita bruja se mira cada mañana en un espejo mágico que a la pregunta ¿quién es las más bella del lugar?, responde invariablemente: Tú, mi señora. Los dos partidos dominantes, y todo lo que en España, por estar al servicio de esos partidos dominantes, tiene voz, ha repetido el falso Tú, mi señora hasta la extenuación, cada mañana, tarde y noche, a plena satisfacción de unos españoles a los que les agradaba creerse «los más bellos del lugar», dignos europeos con derecho a vivir como los alemanes, aunque los salarios de aquí no sean ni la mitad de los de allí, a disfrutar de los mismos coches, los mismos artefactos electrónicos y las mismas vacaciones, sin tener en absoluto en consideración que nuestra productividad, nuestros servicios sociales y nuestro índice de paro nos aproximan más a un país africano que a nuestros vecinos del norte. Dicho de otra manera: el consenso de Suárez y González encontró hace tiempo su refrendo en la sociedad, y poco importaba que las premisas del mismo fueran falsas, pues, aunque falsas, resultaban satisfactorias, y hasta permitieron que España, por primera vez en su historia moderna, dejara de ser país de emigración para convertirse en receptor de inmigrantes, llamados a no tener ningún derecho y a realizar los trabajos duros que eran inaceptables para los «prósperos» españoles. Y es que nuestra economía era europea, pues España iba bien. Terminada la burbuja inmobiliaria, en la que el PP y el PSOE se solazaron con el consabido entusiasmo, despertamos en 2009 como cierta princesa despierta en otro cuento, sólo que esta vez el príncipe no tenía muy buen aspecto. Sí, todo había sido un sueño.

Y he aquí que los aires que vienen del sur nos inspiran. Llega el 15 de mayo, tiempo de turbulencias primaverales, tiempo de cerezas. ¿Es esto una revolución? Se me antoja frívolamente que para ser una revolución le falta un símbolo, una flor, un fruto, una canción. Algo que es (casi no me atrevo a decirlo) como una esperanza, sin nombre, sin color, pero convencida de tener razón, flota en el aire. Ignoro qué pasará a partir de ahora, pero me consta que lo sucedido ya es bastante, pues es la primera vez en treinta y cinco años que de la sociedad española llegan signos de vida. Sí, ya sé que ha habido huelgas generales y que millones de personas protestaron contra la guerra de Irak, pero esto es otra cosa. Por primera vez la arrogancia y la chulería del bloque dominante deben refrenarse (¡y esto en plena campaña electoral, cuando ellos, en su día de fiesta, se celebran a sí mismos!), y hasta dicho bloque dominante tiene motivos para preocuparse. Es posible que algunos comprendan por primera vez que el chanchullo no les durará siempre, y que, quién sabe, hasta puede ocurrir que algún día tengan que dar explicaciones. Cierto es que el movimiento ciudadano, por ser espontáneo, y por tratarse de una novedad sin precedentes en nuestra moderna historia, adolece de objetivos, no digamos ya de un programa, pero esos objetivos se irán concretando sobre la marcha, y por el momento parece que la exigencia más repetida es la reforma de la Ley Electoral, cosa en efecto necesaria que desde algunos sectores se viene reclamando desde hace tiempo sin ningún éxito. Y es que los hipotéticamente llamados a reformar dicha ley son sus propios beneficiarios, lo que me hace presagiar que el movimiento deberá extender sus ambiciones a ámbitos más elevados. Pues si algo parece claro es la imposibilidad de reformas con estos dos partidos dominantes, con estos líderes y con este marco jurídico. Cabe esperar en estos días palabras conciliadoras, paternales, alguna que otra promesa. Pero tampoco se debe desdeñar la previsible reacción que caerá sobre el movimiento ciudadano una vez celebradas las elecciones municipales, cuando el PP y el PSOE se sientan liberados de la mesura a la que les obliga la campaña electoral.

Por ahora basta con saber que el movimiento ciudadano existe, que de él se ha hecho eco la prensa internacional y que hasta la prensa española, cosa inimaginable, ha tenido que encontrar un hueco para él en su interminable sonsonete deportivo y rosa, aunque a regañadientes, como era de esperar. Modestamente, es mi intención hacer desde aquí una contribución a las propuestas que hoy se están formulando en los foros virtuales y físicos de nuestro país, y esta vez en defensa de los derechos inalienables de los cargos públicos del PP y del PSOE, a saber, presidentes de gobierno y ex presidentes, ministros y ex ministros, diputados nacionales y ex diputados, eurodiputados y ex eurodiputados, presidentes y ex presidentes de comunidades autónomas, consejeros y ex consejeros, alcaldes, concejales y presidentes de diputaciones y extintas cajas de ahorro: todos ellos deben tener la garantía de un juicio justo, y la oportunidad de por una vez ser útiles a la sociedad realizando agradables servicios de jardinería y limpieza en nuestros parques y calles, que tan necesitados están después de la privatización de dichos servicios.

El movimiento, que se demuestra andando, está creciendo y construyendo nuevas redes humanas más allá de las virtuales, y deberá continuar hasta las elecciones municipales. ¿Y después? El PP tratará de obtener algún beneficio; el PSOE, impotente como siempre, encenderá una vela y rezará para que todo se diluya en un respetable olvido; y en cuanto a Izquierda Unida…, bueno, reincidirá en esa perturbación psíquica que la aqueja desde hace largo tiempo y que no le permite saber a su mano izquierda lo que hace la derecha, jugando hoy a la revolución y mañana a los pactos, en virtud de una imaginaria «mayoría de progreso» que es otro de los cuentos de estas nuevas y fantásticas Mil y una noches. Todos ellos deben tomar nota, pues un nuevo elemento a entrado en escena, el indignado, que tiene razones sobradas para estarlo, que sabe discernir entre lo que es democracia y lo que no lo es, que es de verdad y a quien ellos, que tanto han mentido, merecen una credibilidad igual a cero.

2 comentarios:

  1. Simple y directa, la canción que más se escucha en estas concentraciones "Lo llaman democracia y no lo es, (....) una dictadura es". Pues eso, que los capitalistas tienen muy claritas las cosas, ojalá que los estudiantes, currantes y pensionistas empecemos a tenerlo también claro y luchemos para conseguirlo. Será duro pero este puede ser un gran comienzo para un gran cambio ¡Ánimo a todos los que asistís a las concentraciones!

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  2. A ver si estos jóvenes tiene mas suerte que otros, como sus padres o o abuelos, y seguro que todo se consigue dando la cara, o se consigue así o no se consigue nada. Suerte para ellos y a ver si pronto conocemos sus logros que seguro que serán buenos para todos,

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