miércoles, 5 de agosto de 2009

CRÓNICAS TOLEDANAS / 4

SIN PECADO CONCEBIDO

He leído en la hoja parroquial del Ayuntamiento de Toledo que al alcalde, Emiliano García-Page, “se le saltaron las lágrimas” durante el espectáculo Lux Greco que pudo verse hace poco en nuestra hermosa ciudad. Y lo cierto es que no me extraña. Sin duda el alcalde debe de ser una persona de extensa cultura y profunda sensibilidad, de lo que ya ha quedado suficiente constancia en el curso de su mandato, como puede comprobarse en el blog de Iniciativa Ciudadana del Toledo Histórico, en el que se mencionan con detalle algunos de los logros de la institución que él rige tan sabiamente: espacios públicos milagrosamente privatizados, actividades metafísicas de ciertas empresas de construcción, tala mística de árboles, pasividad contemplativa ante el irremediable deterioro del Tajo, inmarcesible e impoluta aniquilación de paisajes históricos, entre otras lindezas. Tantos éxitos, en tan poco tiempo, hacían sospechar que a las virtudes y los dones naturales del alcalde cabía sumar algún otro don desconocido y de índole sobrenatural. Y en efecto, he aquí, por si quedaba algún incrédulo, que el alcalde se permite renovar “en nombre de todos los toledanos”, y en pleno uso de sus facultades mentales, el dogma de la Inmaculada Concepción de María.

Pasaron los tiempos en que a los alcaldes se les pedía tontamente que hicieran funcionar los semáforos, el transporte público y la recogida de basuras. Estas minucias son cosas antiguas que no importan a nadie, y es preferible desde todos los puntos de vista un alcalde que se dedique a cultivar las más altas relaciones, a decidir “en nombre de todos” sobre artículos de fe, el sexo de los ángeles y la verdadera composición del paraíso celestial, que al parecer mayormente es de ámbar. Obviamente, no es posible que haya algún perverso toledano que no esté dispuesto a suscribir de inmediato el dogma de la Inmaculada Concepción, dogma que, dicho sea de paso, fue instituido en 1854 por el papa Pío IX en su bula Ineffabilis Deus. También este papa, que fue el último soberano de los Estados de la Iglesia, promulgó la encíclica Quanta cura, que contenía ochenta proposiciones en las que se condenaban diversos errores execrables, sandeces como el naturalismo, el racionalismo, el liberalismo, el comunismo y, sí, también el socialismo, errores a los que en aquella época habían llegado los hombres a causa de su desvío de los principios de la Iglesia, desvío afortunadamente hoy subsanado por el alcalde de Toledo, que estoy seguro que comparte con Pío IX la condena de tales abominables disparates.

Pero ahí no acaba la cosa, porque en junio pasado, a resultas de una demanda interpuesta por Alternativa Laica (contubernio diabólico de origen extranjero obstinado pertinazmente en sembrar dudas acerca de la concepción de la Virgen), un juez sentenció que al alcalde no se le podía juzgar de ninguna manera, “ya que la presencia del alcalde en un acto religioso no goza de personalidad jurídica propia”. Sentencia que demuestra bien claramente el carácter sobrenatural de nuestro alcalde, el cual puede a voluntad tener personalidad jurídica o no, depende.

O sea, que el alcalde es un ectoplasma (véase al lado la foto del ectoplasma en un pleno). Desgraciadamente, no todos sus superpoderes han sido definidos todavía, pero es fácil suponer que entre ellos figuran el de la transmigración del alma y la invisibilidad. Precisamente la invisibilidad es sin duda una de sus especialidades más llamativas, y de hecho gran parte de su gestión, como se ha visto antes, consiste en hacer invisibles gran variedad de bienes públicos, entre ellos calles, aceras, paisajes y árboles. Según nos informa la prensa diaria, la otra gracia, la de la transmigración, que permite estar en el propio cuerpo o no según convenga, la comparte el alcalde con los ectoplasmas Francisco Camps y los otros imputados en el Caso Gürtel, ya que, según el juez que ha archivado el caso, no hay ninguna relación entre “las dádivas y los regalos” hechos por alguien y “la función de la autoridad” que los recibe. Es como si se quisiera acusar al Hijo de un regalo aceptado por el Espíritu Santo.

Pero el poder de otorgar la invisibilidad es ya general en nuestro país, y no habría que sorprenderse si un día desaparece de golpe el Alcázar de Toledo, el río Duero o la Basílica del Pilar. Invisibles son ya, por ejemplo, los más de 400 millones de euros de Caja Castilla La Mancha, obra portentosa de beneméritos ectoplasmas que en su momento sabremos que no estaban donde parecían estar; ni tampoco son visibles los 700.000 euros que un amable calabrés regaló al ex alcalde de Seseña, que también resultará ser un ectoplasma, y si no al tiempo.

Hay que ver. Y nosotros que creíamos que la política en España era una cosa rastrera, mezquina y putrefacta; humana, demasiado humana, por así decirlo. Casi estábamos convencidos de que nuestros políticos tenían la catadura moral de un Jimmy y de un Pipi, y mira por dónde nuestra política se eleva de pronto a las alturas de la teología. Hasta esas alturas no podemos aventurarnos los humildes mortales que no albergamos un ectoplasma, ni siquiera uno pequeño, y que carecemos de la impunidad que otorga el carnet de un partido. En efecto, hacen bien los jueces en sentenciar que ellos no pueden sentenciar nada, y en cruzarse de brazos para que Dios les juzgue. Se trata de personajes y asuntos demasiado sublimes para ser considerados por un vulgar tribunal terrestre. Por nuestra parte, otras cosas muy diferentes podríamos decir desde el punto de vista de la razón, pero es que la razón ha sido condenada por la Iglesia.

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