martes, 17 de enero de 2012

LECTURA POSIBLE / 21


JULES VALLÈS, BACHILLER E INSURRECTO

La actual proliferación de pequeñas editoriales, dedicadas a llenar lagunas que se habían perpetuado en nuestras letras, está teniendo el efecto de abrir la mente del lector a nuevos panoramas literarios que, a veces por efecto de la desidia, a veces de la censura, se habían descuidado, o que nos habían sido escamoteados por completo. De lo anterior es buen ejemplo el caso de Jules Vallès, uno de los autores importantes de las letras francesas del siglo XIX que hasta hace poco permanecía inédito entre nosotros y cuya obra está siendo publicada por las editoriales Periférica y ACVF.

No es poca cosa ser autor importante en una lengua y en un siglo en los que, entre el romanticismo, el realismo y el naturalismo, se dieron los abundantes frutos que todos conocemos. Si de Vallès se puede afirmar que lo fue es ante todo porque su obra se despliega en un territorio que le es propio y en el que fue maestro, un territorio que es el de una realista cotidianidad en la que es posible encontrar héroes románticos, consagrados a la difícil lucha por la vida, y en la que por ello podemos vislumbrar ecos de Victor Hugo, pero también de Dickens. Hay además algo de novela de aventuras en todo cuanto escribió Vallès, lo que, unido a lo anterior, le hace partícipe de todas las corrientes principales de la literatura, corrientes que él asimiló a su manera y que expresó con la originalidad de un escritor cuyo itinerario personal no tiene parangón entre los autores de su tiempo.

Y es que Vallès fue principalmente un hombre y un escritor político, para ser más precisos, un insurrecto. Nació en Puy-en-Velay, Auvernia. Padeció una infancia llena de penalidades de las que dejaría constancia en su obra, y al concluir el bachillerato se marchó a París con la intención de abrirse camino en las letras. Difícil empeño este en una Francia que estaba dejando de ser republicana y que en 1852 se constituiría en imperio tras el golpe de estado de Napoleón III. Vallès, al tiempo que trata de comer todos los días, toma parte en las luchas estudiantiles y se involucra en un intento de atentar contra la vida del dictador, lo que está a punto de costarle su primera condena. En los años siguientes inicia una carrera periodística que compagina con otros trabajos con los que aspira a ganarse el sustento, y así da clases particulares, obtiene una plaza de profesor en Caen y de secretario en el ayuntamiento de Vaugirard, e incluso colabora en la redacción del diccionario Larousse. Pero el carácter rebelde de Vallès choca con tales actividades, y finalmente lanza un periódico, La Rue, al que más tarde sucederá otro, Le cri du Peuple. Esto sucede ya en vísperas de la Comuna de 1871. Para entonces Vallès es un asiduo visitante de las cárceles parisinas (además ha pasado una temporada en un manicomio por exigencia de su padre), pero también un reconocido dirigente del movimiento obrero, lo que a la caída de la Comuna le valdrá una condena a muerte en rebeldía y un exilio que duraría casi diez años.

En medio de tales convulsiones Vallès había encontrado tiempo para dar a luz una obra literaria que todavía hoy sorprende por su frescura, por su humor y por su valor testimonial. Pocos libros, en efecto, nos suministran como los suyos una visión tan completa de la vida siempre al borde de la indigencia del proletariado francés de mediados del siglo XIX, así como del conflicto histórico vivido en esos años, en el que malamente debieron convivir una burguesía que oscilaba entre el autoritarismo y las veleidades democráticas y una airada oposición popular que tuvo que atemperar su impaciencia revolucionaria. Sucede que toda la obra de Vallès es autobiográfica, lo que le permite colocarnos una y otra vez en el centro de los acontecimientos. Y lo hace (de ahí su modernidad) con una inmediatez que más que periodística es visceral, llena de vibración e impulso, en la que lo trágico sucede sin transición a lo cómico, y viceversa. En este trayecto por la II República, el II Imperio y la Comuna somos guiados por un personaje principal que es el propio Vallès, pero también por infinidad de secundarios trazados con vivacidad, casi siempre con unas pocas pinceladas, pues se diría que la prosa de Vallès tiene prisa y detesta el detenerse en menudencias casi tanto como el dar cabida al más leve atisbo de esteticismo.

Con planteamientos semejantes, un plumífero de poco fuste nos habría legado una no muy memorable colección de panfletos, riesgo que el escritor Vallès eludió desde el principio de su obra literaria, ya en L’argent, libro que escribió con veinticinco años y que constituye uno de los alegatos más sarcásticos que se han escrito contra el poder del dinero (y que por cierto sigue inédito en español). Igualmente luminoso es El testamento de un bromista, obra en la que el autor critica a fondo el sistema educativo francés, y que tiene su continuación en Recuerdos de un estudiante pobre. Pero es en la trilogía de Jacques Vingtras, formada por El niño, El bachiller y El insurrecto, donde Vallès nos ha dejado lo mejor de su observación de la vida, empezando por su propia experiencia, y de su prosa. Aquí el héroe da cuenta de su terrible infancia y de su juventud en París, de la manera en que su educación le cierra las puertas y le impide aprender un oficio, de sus andanzas en el Barrio Latino, sus amoríos, duelos y primeros escarceos periodísticos. En el segundo de ellos se lee una frase que podría ponerse en el encabezamiento de toda la obra, y la existencia, de Jules Vallès: “¡Si la vida de los resignados no dura más que la de los rebeldes, mejor rebelarse!”

Es posible que este autor, de cuya difusión en España fue pionero Andreu Nin, quien tradujo El insurrecto al catalán, sea hoy especialmente del agrado de los jóvenes, siempre enfrentados a la dificultad de encontrar su sitio en el mundo. Por el mismo motivo, no dejará indiferente a cualquiera que conserve una saludable porción de rebeldía. Estos libros, escritos por alguien que creía que con la literatura se puede cambiar el mundo, y que demasiado tiempo han estado olvidados, resultan ser especialmente necesarios en una época como la nuestra que no se caracteriza ni por su claridad ni por la fuerza de las convicciones. Testimonio de un período histórico en el que existía la conciencia de que todo estaba por hacerse, son hoy algo más que un buen entretenimiento, y es de esperar que su honrada y fresca prosa no vuelva a caer en el olvido.

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