viernes, 26 de febrero de 2010

LECTURA POSIBLE / 7


ANGELUS NOVUS

A sus contemporáneos no les resultó fácil entender a Walter Benjamin, en parte a causa de la naturaleza poco convencional de sus intereses filosóficos y literarios, por no hablar de que su obra se les aparecía ya a ellos fragmentada e inconclusa. A Brecht, su misticismo y el manejo de conceptos como el de aura le resultaban siniestros. En octubre de 1940, cuando Klaus Mann, exiliado en Nueva York, tuvo noticia de su suicidio, anotó en su diario: “Me resultó siempre inaguantable”. Y cuando, años después de la muerte de Benjamin, se publicó su correspondencia con Theodor Adorno, que incluía algunas observaciones nada halagadoras acerca de Ernst Bloch, éste escribió: “Ahora se me ha muerto un amigo por segunda vez”.

Hoy día Benjamin sigue siendo en su totalidad un misterio, lo que es razón suficiente para aproximarse a su pensamiento y a la diversidad de su obra, que conserva, acaso incrementada con los años, toda su capacidad de perturbación y de sugerencia. Nacido en 1892, es de la generación que se fascinó con Hugo von Hoffmannsthal y con Karl Kraus, la de aquella juventud que soñaba con una transformación que abarcaría todos los campos de la vida y el saber y que no tardaría en ser sacrificada, a la mayor gloria de un orden que se revelaría poco duradero, en la Gran Guerra.

El detalle de que la Universidad de Frankfurt no quisiera a Benjamin como docente difícilmente sorprenderá a quienes conocen el alto precio que suele pagarse por la originalidad, pero es que en el fondo no es posible reprochar a la anquilosada universidad alemana de entonces el que decididera prescindir del mejor filósofo de su tiempo, quien malamente habría encajado en sus rancios planes de estudio. Ese rechazo, para quien parecía estar destinado a la cátedra, tuvo el efecto desastroso de sumir a Benjamin en una permanente crisis económica, pero también, quizá, el de forzarle a ser esa especie de saltimbanqui filosófico, hoy dedicado a esto, mañana a lo otro y pasado a quién sabe, que con el tiempo habría de convertirse en el Benjamin que hoy conocemos.

Por una carta escrita en julio de 1931 y que está dirigida a la Administración Tributaria podemos hacernos una idea del estado de sus cuentas en aquellos años: “Le ruego a través de la presente tenga a bien concederme una moratoria de los pagos pendientes. Ya el año pasado tuve ocasión de dejar constancia de que en estos meses no tengo prácticamente ingreso alguno…” Carta que fue respondida con el lenguaje desabrido que al parecer es propio de la Hacienda en todo tiempo y lugar, lo que motivó a su vez una protesta en la que el filósofo trataba el imposible de razonar con ese ente inmaterial: “Desde la invención del arte de la escritura las peticiones han perdido mucho de su eficacia; en cambio las órdenes han ganado”. Mientras tanto, Benjamin trataba de ganarse la vida traduciendo al alemán a Proust y a Baudelaire y ejerciendo la crítica literaria.

Este hombre que no podía saldar su deuda con el fisco ya había puesto los cimientos de una filosofía volcada hacia la crítica de la historia del arte y de la cultura. En El concepto de crítica del arte en el Romanticismo alemán, tesis doctoral con la que culminó sus estudios en la Universidad de Berna, confrontaba el “ideal” (o fenómeno primigenio) goethiano con la noción romántica de “idea”, o lo que es lo mismo: el arte como unidad en la diversidad y como infinitud en la totalidad: “pues la infinitud romántica es la de la forma pura; la unidad es la del contenido puro. La idea del arte es la idea de su forma, de la misma manera que su ideal es el ideal de su contenido.” Hasta aquí Benjamin se expresa con el lenguaje de un idealista que razona como romántico (más tarde adoptará, sobre todo por influencia de Brecht, el método del materialismo histórico). La filosofía romántica alemana que él adoptó aspira en todo a la no consumación, entendida como infinitud y como negación de la clásica obra de la vida y obra de arte armónicamente conducida hasta el final. Benjamin insiste ya en la forma no armónica, inacabada, de toda realización artística. “La identificación de Benjamin con la imposibilidad romántica de consumación, con el trabajo de Sísifo, era una de sus propias máximas vitales”, según palabras de Hans Mayer. Sus distintas obras se presentan, pues, como fracasos productivos.
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En Las afinidades electivas de Goethe escribió en parte sobre la novela de ese título y sobre el autor de la misma, pero también, implícitamente, sobre sí mismo, lo que constituye un rasgo característico del conjunto de su obra. En su interpretación, la novela de Goethe, aparentemente adscrita a la filosofía natural, y que fue leída por sus contemporáneos como una inmoral historia de matrimonio y adulterio alrededor del tema de la “elección a ciegas”, queda convertida en romántica obra de arte total. Aquí, como también en Los orígenes del drama barroco alemán, Benjamin niega lo meramente “bueno” y reconoce sólo la realidad del mal (“en el mal absoluto se hace real la subjetividad”).

Benjamin sostuvo relación con y se interesó por todo lo que era relevante en la literatura alemana de su época, desde Hoffmannsthal hasta Brecht pasando por Bloch y Kraus, pero no conquistó (ni fue conquistado) por ninguno de ellos. Mantuvo una línea independiente que de manera en apariencia sinuosa, pero en verdad muy rectamente, le llevaba hasta la Ilustración y en particular hasta el siglo XVIII francés, en torno al cual debió escribir su gran obra, que quedó en esbozo y que hoy se conoce como Libro de los pasajes. Su percepción pesimista de la época se fue concretando hasta resumirse en el siguiente balance: la Ilustración ha sido eliminada por un mundo de semifascismos y fascismos completos; el Progreso acaba por conducir hasta la decadencia; y la Modernidad se ha convertido en el baratillo de un tiempo que parece capaz de reproducirlo todo. De nuevo según palabras de Mayer: “Al contrario que Proust, su tiempo perdido no era el pasado, sino el futuro. Su mirar hacia atrás es el de una utopía rota”.

Así, el carácter inconcluso de su utópica obra parece aplicable también a su experiencia personal y a las vicisitudes de su paso por este mundo. En París, en contacto con Georges Bataille y con su grupo del Collège de Sociologie, le sorprendió la llegada de Hitler al poder, y allí permaneció hasta que el avance de los ejércitos alemanes le obligó a buscar el camino hacia América, camino que le llevó solamente hasta la frontera española de Port Bou. Su suicidio en la frontera, con el sarcástico añadido final de que la Guardia Civil permitiera el paso a sus compañeros al día siguiente, tiene el carácter de un final kafkiano, uno de esos finales que su admirado Kafka (también él fracasado e inconcluso) nunca escribió. Entre sus manuscritos, que había dejado al cuidado de Bataille en la Bibliothèque Nationale, había también una acuarela que había comprado a Paul Klee y que tenía el título de “Angelus Novus”.

Es un cuadro de formato pequeño. Se ha dicho, creo que con razón, que el ángel de Paul Klee, con el plumaje revuelto, aparece debilitado y falto de impulso, expuesto a la tormenta de un futuro inquietante, que en parte para nosotros ya es pasado. Un ángel bastante frágil, más pájaro que encarnación de un ser superior. Tiene miedo. Y sin embargo es un ángel: un Ángel de la Historia. En 1941, el último texto de Benjamin, Sobre el concepto de la Historia, llegó de una manera que nunca ha sido explicada a Estados Unidos, donde fue publicado. Está compuesto por dieciocho tesis que obedecen a una estructura coherente y a las que ulteriormente el autor esperaba dar forma. El noveno fragmento, encabezado por unos versos del amigo de Benjamin Gershom Scholem, alude al cuadro de Klee y es en sí mismo un compendio y una alegoría de su interpretación de la Historia.

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"ANGELUS NOVUS"
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Mi ala está pronta al vuelo,
Vuelvo voluntariamente atrás,
Pues si me quedase tiempo para vivir,
Tendría poca fortuna.

Gershom Scholem (Saludo del Angelus)

“Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus. Se ve en él un ángel al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desencajados, la boca abierta y las alas tendidas. El Ángel de la Historia debe tener ese aspecto. Su cara está vuelta hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas. Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve la espalda, mientras el cúmulo de ruinas sube ante él hacia el cielo. Tal tempestad es lo que llamamos progreso.”

Walter Benjamin (Sobre el concepto de la Historia)

1 comentario:

  1. Desde Banyuls a Port-bou hay siete kilómetros, Benjamin cruza los Pirineos a través de la llamada "Ruta Líster", que al parecer tiene la ventaja de que largos tramos del camino están debajo de salientes de roca. Por aquí inicia su huída a pié junto a un pequeño grupo de personas.

    ¿Qué vió Benjamin mientras, agotado, hacía un alto en el camino para descansar? ¿tuvo tiempo de ver en la naturaleza que le rodeaba, un paisaje que poder contemplar durante unos minutos o sólo vió la tierra que debía atravesar cuanto antes, para no caer en manos del enemigo? Seguramente esto último, pero también podemos imaginar qué vió, qué tipo de naturaleza le rodeaba en esos momentos y transformarla en el paisaje que su angustiada situación le impedía apreciar.

    Podemos imaginar los paisajes que vió y que la acompañaron cada vez que se paraba para descansar, alguien que tanto se interesó por la obra de arte, en un momento tan crucial en su vida.

    Luisa Pallarés

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