lunes, 5 de marzo de 2012

LECTURA POSIBLE / 32



CIEN AÑOS DE SÁBATO. ENTRE EL COMPROMISO Y EL EXTRAÑAMIENTO

En junio de 2011 iba a cumplir cien años Ernesto Sábato. Desde hacía ya tiempo el autor de El túnel, Sobre héroes y tumbas y Abaddón el Exterminador, a causa de su delicada salud, guardaba silencio y vivía retirado en su casa de Santos Lugares, barrio del oeste de Buenos Aires, dedicado a la pintura. Puede decirse que, por una de esas raras paradojas, su reciente muerte ha venido a recordarnos que seguía vivo, es decir, que compartía con nosotros este extraño viaje por el tiempo y el espacio. El pintor Sábato, que sobrevivió más de una década al escritor, cuya última obra, aparecida en 1998, fue el libro de memorias Antes del fin, no encontró en estos últimos años motivo para variar su proverbial visión del mundo, pesimista y apocalíptica, pariente cercana de la filosofía trágica de Albert Camus, lo que puede deducirse de sus cuadros fantasmales y tenebrosos, en los que aparecen personajes de ojos desmesuradamente abiertos, ojos de seres torturados, perplejos. Y es que Sábato pertenecía a una especie de intelectual hoy en peligro de extinción: la de aquél cuya obra es inseparable de la vida, de la individual y la colectiva, y de esa responsabilidad moral que implica tomar parte, aceptar que nada del general acaecer nos es ajeno.

Echar hoy un vistazo a la biografía de Sábato implica experimentar en el acto el vértigo que sentiríamos si fuésemos capaces de asomarnos a todo un siglo, siglo, por cierto, tan cargado de catástrofes como de esperanzas, lleno de inhumanidad, y por eso también el más humano. Sábato (y este es quizá un asunto no debidamente atendido por sus comentaristas) es parte directa de esa gran aventura humana, épica, milenaria e imparable, que es la emigración. Pues sus padres fueron inmigrantes italianos procedentes de Calabria, descendientes además de una emigración anterior: la de los arbëreshë, albaneses que se instalaron en esa región italiana tras la conquista de su país por los otomanos. Mientras realizaba sus estudios secundarios conoció (y este es otro asunto al que no suelen referirse sus biógrafos) a ese personaje capital para la literatura argentina que fue Pedro Henríquez Ureña, hombre de enorme cultura estrechamente vinculado a la revista Sur de Victoria Ocampo al que la elitista sociedad de Buenos Aires no perdonó nunca el hecho de ser dominicano, mulato y de ascendencia judía, como en varias ocasiones recordó oportunamente Borges, quien lo consideró su maestro. A comienzos de los años 30, mientras estudiada física y matemáticas en la Universidad de La Plata, Sábato ingresó en la organización Reforma Universitaria, movimiento creado en la ciudad argentina de Córdoba y que no tardó en extenderse por el continente (a él pertenecieron Salvador Allende y Fidel Castro, entre otros líderes latinoamericanos). Esos fueron también los años de su militancia comunista. Más tarde, ya doctorado en física, trabajó durante 1938 en el Laboratorio Curie de París, ciudad en la que se relacionó con los surrealistas, y en 1939 en el Massachusetts Institute of Technology. Pero fue al abandonar la ciencia y retirarse a una casa de campo sin agua corriente ni electricidad cuando empezó su carrera literaria.

Pronto quedaron atrás el profesor universitario, el físico, el militante comunista… Lo que no quiere decir que desaparecieran por completo. Pues ocurre que este desposeerse, como bien sabía Sábato, igualmente forma parte sustancial de la vida, en la que todo fluye sin detenerse, y en la que todo tiene sentido, excepto el olvido. El ya mencionado y siempre necesario Camus definió el extrañamiento por la vía práctica en El extranjero (1942), también llamado El extraño en alguna traducción moderna, de lo que es suficiente testimonio el inicio de la novela:

"Hoy ha muerto mamá. O quizás ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.» Pero eso no quiere decir nada. Quizá fuera ayer."*

Inicio que bien puede compararse con el de El túnel (1948):

"Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona."**

Esos “quizá”, ese “supongo”, esa concisión telegráfica, esa frialdad, revelan la dificultad que presenta el acto de sentirse parte de lo descrito, una muerte en ambos casos, dificultad de la conciencia de uno mismo, del yo actual, el que narra en primera persona, para extenderse más allá de otros hechos que no sean el ser y el estar ahora, extenderse sobre la condición anterior de hijo o sobre la de homicida, atributos que a la conciencia actual le resultan ajenos, exóticos, desprovistos de todo estímulo que propicie una responsabilidad, un sentimiento. Así pues, el extrañamiento no lo es sólo en relación al mundo, sino sobre todo en relación a uno mismo. Y sin embargo esta conciencia descreída, profundamente trágica, se convierte en voz, describe lo que le resulta intangible en un esfuerzo desesperado por incorporarlo, por comprometerse, esfuerzo del que nace la literatura. Pues ese “formar parte” es lo que solemos llamar vida. ¿Caben mayores honestidad y humildad que las de intentar entenderse a uno mismo como parte del mundo, descubrir el propio lugar en ese devenir que nos sobrepasa y que no es posible comprender racionalmente? Tal vez esas pocas líneas, escritas durante y al poco de acabar la II Guerra Mundial, destilen el drama del siglo XX, que es también el del XXI, y que alcanza más allá de los tópicos acerca del compromiso de los intelectuales, pues se trata de algo más universal: una filosofía cotidiana que se nos aparece a diario en forma de esfinge: es deplorable ser hombre, ¿no? Ella interroga, aguarda respuesta.

Toda la obra de Sábato, incluidos sus ensayos, intenta ser una respuesta a esa pregunta metafísica. En El escritor y sus fantasmas (1963) teorizó admirablemente sobre la novela. Allí se lee:

"La literatura, esa híbrida expresión del espíritu humano que se encuentra entre el arte y el pensamiento puro, entre la fantasía y la realidad, puede dejar un profundo testimonio de este trance [se refiere a la crisis de la civilización occidental y a la manera específica en que esta crisis se manifiesta en Argentina], y quizá sea la única creación que pueda hacerlo. Nuestra literatura será la expresión de esa compleja crisis o no será nada."

Reflexión que entronca con el tema y la estructura de la que muchos consideran su mejor novela, ese monumento de la literatura del siglo XX que es Sobre héroes y tumbas (1961). En ella se narra la decadencia de una familia aristocrática, la cual sirve a Sábato para dibujar una decadencia mucho mayor, la de una sociedad humana que ya entonces parecía querer encaminarse hacia su suicidio, tendencia que por cierto en el último medio siglo se ha agudizado. Su tercera y última novela, Abaddón el Exterminador (1974), puede leerse como una continuación de aquélla. Obra fragmentaria y experimental, es tal vez la menos comprendida de la producción de Sábato, y en ella se intercalan diferentes estaciones del vía crucis del siglo pasado, desde la II Guerra Mundial hasta la Guerra de Vietnam, pasando por Hiroshima.

Pero del último período de la carrera de Sábato su obra más reconocida e influyente no es ni una novela ni un ensayo, sino el producto de una investigación imparcial sobre el horror de la época. Y es que, a propuesta de Raúl Alfonsín, Sábato presidió entre 1983 y 1984 la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), de la que resultó el informe Nunca Más, que se utilizó como referencia en el juicio a los miembros de las juntas militares que asolaron Argentina años atrás (condenados por un tribunal civil, más tarde fueron indultados por el lamentable Carlos Menem). En el prólogo de dicho informe, Sábato escribió que “las grandes calamidades son siempre aleccionadoras”, y es sin duda por ahí por donde puede abrirse camino una solución al eterno conflicto entre extrañamiento y compromiso, entre perplejidad y conciencia, solución que requirió de Sábato, como requiere de cada uno de nosotros, una elevada altura moral: la de constituirse en presencia cívica ante las aberraciones antiguas y modernas.
  
Sábato fue a caer por casualidad en ese cajón de sastre de la literatura latinoamericana que floreció y recibió sus bendiciones comerciales cuando se iniciaba el último cuarto del siglo pasado, lo que constituyó un fenómeno bien conocido del que él siempre se mantuvo a una saludable distancia, un poco al margen, quizá porque Sábato no era muy dado al folclore que es (o que se supone) propio de su oficio. Cosa lógica, si se tiene en cuenta que prefirió vivir a multiplicarse, como demuestra el reducido número de sus obras. Y es que los adornos sobran y estorbarían a su obra (incluso la tilde de su apellido, de la que él prescindía, era superflua). No necesitó nada más.

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* Albert Camus, El extranjero (traducción de Bonifacio del Carril, Emecé Editores, 1949)
** Ernesto Sábato, El túnel (Cátedra, 1978)

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