martes, 13 de marzo de 2012

LECTURA POSIBLE / 38


UNA HISTORIA DE TIEMPOS FUTUROS, DE H.G. WELLS. O CÓMO LA UTOPÍA SE HIZO REALIDAD

H.G. Wells es una de las pocas personas cuyo nombre ha sido asignado a un cráter de la Luna. Como suele suceder con muchos autores que en vida escribieron una obra de gran popularidad, es actualmente tan poco leído como malinterpretado, lo que explica que se le recuerde sólo como autor de libros de ciencia-ficción. Por eso mismo, hoy se desconoce casi completamente el resto de su obra narrativa, igual que sus ensayos de carácter político y filosófico. Autor en principio de unas novelas futuristas situadas en la estela de las de Julio Verne, fue el primero que supo dar al género una dimensión social, así como en advertir de los peligros de una tecnología fuera de control. Y de las nuevas formas de servidumbre asociadas a ella. De este modo, pudo anunciar ya en 1915 los estragos que causaría la bomba atómica, predicción cuyo cumplimiento pudo conocer por sí mismo, ya que falleció en 1946, un año después de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki. Unos años antes, al principio de la guerra, había dejado escrito el epitafio que debería figurar en su tumba, precaución que resultó inútil, ya que finalmente su cadáver fue incinerado. Dicho epitafio debería rezar así: “Ya os lo advertí, malditos idiotas”.
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El inglés Herbert George Wells, que había nacido en 1866 en un pueblecito del condado de Kent, al sureste de Londres, fue hasta su muerte una destacada figura pública, promotor de encendidos debates y personaje siempre controvertido a causa de sus ideas socialistas y de sus avanzadas convicciones en materia de feminismo y de libertad sexual. Su inmensa obra ha podido ser dividida por los estudiosos en tres etapas. En la primera aprovechó sus estudios en el Royal College of Science y en la Universidad de Londres para escribir unas narraciones de ciencia-ficción de corte popular que se beneficiaron de la reforma educativa de 1870, la cual proclamó la educación primaria obligatoria y tuvo en pocos años el efecto de crear en Inglaterra un interés generalizado por la lectura. En esos años Arthur Conan Doyle crea a Sherlock Holmes, Robert Louis Stevenson escribe La isla del tesoro y Bram Stoker da a luz al terrorífico conde Drácula. A este período corresponden las obras de H.G. Wells por las que es conocido universalmente: La máquina del tiempo, La isla del Doctor Moreau y La guerra de los mundos. Al llegar el cambio de siglo Wells es ya un autor de éxito, lo que sin embargo no basta para calmar su ambición literaria. De su amistad con autores a los que admira, tales como Henry James, Joseph Conrad, G.K. Chesterton o George Bernard Shaw, procederá el impulso de la segunda etapa de su obra, en la que Wells aspira a caracterizarse no sólo como autor de éxito, sino también “de calidad”. Producto de ello son novelas como Kipps o La historia del señor Polly, obras cargadas de elementos autobiográficos y que son consideradas unánimemente por la crítica como lo mejor de su producción. En la tercera etapa, a partir aproximadamente de 1910, Wells renuncia a cualquier forma de esteticismo; tiene un sonado enfrentamiento con Henry James, al que reprocha un formalismo elitista socialmente inoperante, y redacta una serie de novelas de tesis que por momentos adoptan la forma de ensayos con intención política y social. Son los años en que manifiesta más abiertamente su pensamiento socialista, su defensa de una Liga de Naciones y sus opiniones acerca de la liberación sexual y la emancipación de la mujer. De esto último dejó constancia en la novela Ann Veronica, cuya protagonista es el prototipo de la “nueva mujer” y que en la conservadora sociedad eduardiana constituyó un tremendo escándalo.
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H.G Wells quería ser un reformador y regenerador de las costumbres al estilo de Tomás Moro o Jonathan Swift. Así, no es extraño que una parte significativa de su obra fusionara sus intereses en la ciencia-ficción con la muy amplia y reputada tradición inglesa en la reelaboración literaria de utopías que a veces podían adquirir su forma contraria: la de distopías que debían servir de advertencia acerca de las indeseables consecuencias del progreso. A este contexto satírico pertenece plenamente Una historia de tiempos futuros, que se publicó originariamente en la colección Cuentos del Espacio y del Tiempo.
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Más que de un cuento, se trata en realidad de una novela corta que hace pareja con Una historia de la Edad de Piedra, en la que Wells pretendió recrear la vida de los primeros pobladores de Inglaterra hace cincuenta mil años. La narración que nos ocupa sorprende al lector por la capacidad de anticipación de este autor que escribía en una época en que apenas habían aparecido los primeros automóviles y la aviación no pasaba de ser un sueño por el momento irrealizable. El argumento es el siguiente: Elizabeth, la hija del señor Mures, síndico del Monopolio de Ventiladores y Saltos de Agua, está enamorada de Denton, un humilde empleado del aeropuerto de Londres. Nos encontramos en el siglo XXII y la capital inglesa tiene más de treinta millones de habitantes. La ciudad está cubierta por una especie de gigantesca mampara y separada del exterior, de lo que antiguamente se llamaba “la naturaleza”, que ahora es de propiedad privada, por una muralla que solamente es interrumpida aquí y allá por autopistas por las que circulan a velocidad de vértigo vehículos cargados con los empleados de la Compañía de Alimentación. El señor Mures contrata a un hipnotizador titulado para que borre de la mente de su hija esas absurdas fantasías acerca de Denton, con quien Elizabeth comparte algunas peligrosas inclinaciones, entre ellas la de saber leer y escribir, cosas ambas totalmente proscritas en el siglo XXII. En esta época las viviendas disponen de un moderno artefacto parlante de diversos usos, entre ellos el de que cualquiera pueda oír las noticias, pero también por ejemplo, haciendo un simple clic, el de que un estudiante pueda recibir la lección de su profesor a distancia. El señor Mures tiene adjudicado a su hija un partido mucho mejor que Denton: un tal Bindon, alto ejecutivo de un nuevo monopolio, la Compañía de Carreteras Patentadas, que tiene a su cargo la producción de miles de kilómetros de cintas transportadoras en cuyos asientos la gente se traslada, como salchichas, de un punto a otro de la ciudad.
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La pareja de enamorados, en un principio, logra eludir los planes del señor Mures, para lo cual Denton y Elizabeth marchan al exilio, es decir, al deshabitado exterior. Pero no por mucho tiempo, ya que pronto descubren amargamente que están totalmente incapacitados para la vida en la naturaleza, la cual resulta estar poblada por toda clase de peligros, entre ellos las ovejas y los perros, propiedad unos y otros de la Compañía de Alimentación, por no hablar de la lluvia, los relámpagos y otros aterradores fenómenos. Elizabeth y Denton se ven obligados a regresar a la metrópoli, pero esta vez ya en forma de Siervos del Trabajo, lo que significa que habitan literalmente en un nivel inferior, o sea, en el subsuelo. Allí aprenderán de qué forma se encuentra establecida la jerarquía social y se familiarizarán con sus nuevos compañeros de clase, con los que deberán establecer una feroz rivalidad en la que aparecerán eventualmente la solidaridad y la amistad, imprescindibles para alcanzar el único fin al que pueden aspirar: la supervivencia.
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Todo ello tiene un final inesperado, lo que en el fondo a nosotros, lectores del siglo XXI, nos importa poco, ya que entretanto el gran poder de seducción de esta novelita reside en la descripción de ese universo subterráneo e inhumano que en su momento pudo ser el fruto de la mente visionaria de Wells, pero que ya nos resulta alarmantemente familiar. Porque en efecto el futuro descrito aquí por el autor se nos antoja real y en consecuencia perturbador. Razón de más para que no se entienda que este relato figure entre las obras menos divulgadas de su autor, y entre nosotros solamente en un volumen de la editorial Valdemar que incluye dos colecciones de relatos, la de El bacilo robado y otros incidentes y la ya mencionada de Cuentos del Espacio y del Tiempo, un volumen que se editó hace más de diez años y que se halla por tanto (si no lo está ya) en vías de descatalogación.

Cabe añadir que H.G. Wells ha ejercido una influencia considerable en la literatura posterior de ciencia-ficción, también en España, de lo que es prueba la obra de Pascual Enguídanos, prolífico autor de novelas de serie B en los años 50 del siglo pasado. Este autor que firmaba sus libros con los pseudónimos de George H. White y Van S. Smith escribió La saga de los Aznar, extensa serie de “novelas socialistas” de profético título inspirada en los relatos de Wells, cuyas ediciones originales son hoy tesoros para los coleccionistas de novela de ciencia-ficción y que recientemente ha reeditado la editorial Silente.
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Wells visitó España en varias ocasiones y dio un par de charlas en la Residencia de Estudiantes, donde trabó amistad con Federico García Lorca. De otra de sus novelas, Cuando el durmiente despierte, son estas palabras: “Pues en los últimos días de aquella apasionada vida que yacía ahora tan lejana de él, la concepción de una humanidad libre e igual había llegado a ser una cosa real para él. Él había esperado, como verdaderamente había esperado su siglo, dándolo osadamente por hecho, que el sacrificio de los muchos por los pocos cesaría un día, y que un día, todo hijo nacido de madre tendría una justa y asegurada probabilidad de felicidad. Y ahora, después de doscientos años, la misma esperanza, aún no realizada, clamaba apasionadamente por los ámbitos de la ciudad. Después de doscientos años, él lo veía, subsistían la pobreza y el desamparado trabajo y todos los dolores de su tiempo”. Líneas que tienen hoy absoluta vigencia y que deberían bastar para despertar el interés del lector hacia este autor que supo dar como nadie a sus obras de anticipación científica un significado social.

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