martes, 27 de mayo de 2014

LECTURA POSIBLE / 145

EL CAMINO AL LAGO DESIERTO, DE FRANZ KAIN. SESENTA PÁGINAS EN LA MENTE DEL ÚLTIMO POLICÍA DE HITLER

Hace algunos años la Agencia Central de Inteligencia (CIA) desclasificó el documento que redactó un miembro de dicha organización acerca de la captura y el posterior interrogatorio de Ernst Kaltenbrunner, quien desde 1943 fue jefe de la Gestapo y de la Oficina Central de Seguridad del Tercer Reich. La carrera de este austríaco, abogado de confesión católica nacido en una pequeña localidad situada en las Innviertler Hügellandes, en las estribaciones de los Alpes, a medio camino entre Linz y Salzburgo, había prosperado a partir de la Anexión de Austria, cuando se convirtió en máximo responsable de las SS y la Gestapo en Viena, y recibió todavía un impulso mayor tras el asesinato de Reinhard Heydrich en Praga en 1942. Nombrado sucesor de éste, aglutinó en su persona todos los cargos relativos a la policía, pública y secreta, del Reich; recibió a finales de 1944 la Cruz de Caballero y en abril del año siguiente se le designó comandante en jefe de las fuerzas armadas del sur de Europa, encargándosele además la formación de una red de comandos que debería proseguir la resistencia nazi tras la derrota militar.

Kaltenbrunner tuvo a su cargo dos misiones de gran relevancia en las postrimerías del Reich. La primera, que hizo de él uno de los hombres más influyentes de la jerarquía nazi y más próximos a Adolf Hitler, fue la de investigar el atentado sufrido por éste el 20 de julio de 1944 en la así llamada Cueva del Lobo, atentado que se enmarcaba en la “Operación Valkiria” y que se saldó con la ejecución de todos los implicados. La segunda consistía en la construcción de diversas fábricas subterráneas en los Alpes, operación inscrita en un magno proyecto que se denominó “Alpenfestung” (“Fortaleza Alpina”), el cual había sido concebido para reunir las fuerzas dispersas y derrotadas del Reich con vistas a continuar la lucha, un proyecto tan ambicioso y divulgado como, en la práctica, inexistente.

El agente anónimo de la CIA explica las circunstancias en que su comando capturó a Kaltenbrunner al acabar la guerra, en unos días en los que las fuerzas armadas estadounidenses buscaban en los Alpes indicios de la famosa Fortaleza. Ésta no era más que propaganda, pero en cambio sí fueron localizados refugios en los que se hallaron abundantes obras de arte que los nazis habían robado a coleccionistas particulares y a museos, así como gran número de civiles y militares huidos. El agente relata la implacable búsqueda de Kaltenbrunner, que le llevó hasta el lugar donde se hallaba una manifestación concreta de la obra de éste: el campo de concentración de Ebensee. El agente lo describe con estas palabras: “Parecía aún más terrible que Dachau y Ohrdruf. Cuerpos que uno nunca hubiera creído que pudieran seguir con vida estaban caminando, cubiertos de llagas y piojos. La suciedad era indescriptible. Junto al crematorio había habitaciones repletas de cuerpos desnudos encogidos, cubiertos de lejía que habían arrojado sobre ellos para combatir el hedor y los bichos. Los cuerpos sobrantes que no tenían sitio en el crematorio fueron arrastrados a otra parte del recinto, donde se les arrojó a fosas comunes llenas de una solución química. Peor aún era el hospital, adonde los moribundos y los enfermos habían sido acarreados para realizar experimentos antes de ser llevados al crematorio. Nos pidieron comida. Cuando les dije que no traíamos ninguna, pero que los médicos y el personal del gobierno militar llegarían de inmediato, uno de ellos se echó a llorar. ‘Les hemos esperado cuatro, cinco, seis años’, nos dijo, ‘y ahora llegan con las manos vacías’”.

Sirviéndose de diversos informadores y guías alpinos, el comando que seguía el rastro de Kaltenbrunner llegó a orillas del lago Altaussee, cuya ciudad balneario había sido en otro tiempo lugar de veraneo de la nobleza alemana y austríaca. Allí arrestaron a muchos civiles y militares que, según el agente, “habían huido para preparar una coartada que les librase de responder de sus crímenes”. En ese mismo lugar encontraron a la condesa Gisela von Westarp, que era la amante de Kaltenbrunner. “Una guapa rubia de veintidós años con los ojos azules, vivaz y muy inteligente”. La joven había dado a luz pocos días antes a gemelos, Ursula y Wolfgang, de lo que se sentía muy orgullosa, pues, según explicó, “la señora Kaltenbrunner, en doce años de matrimonio, sólo había sido capaz de producir tres hijos”.

Al comando estadounidense, a partir de aquí, ya no le fue difícil dar con el escondite de Kaltenbrunner. Le encontraron, junto a otros SS, en una modesta cabaña de dos habitaciones. Ahí estaba, pues, el hombre que, según algunos, era temido por el propio Himmler. El agente escribe: Tenía cuarenta y tres años, medía seis pies y cuatro pulgadas [193 centímetros] y pesaba 220 libras [unos cien kilos]. Tenía una gran corpulencia y tez oscura, y profundas cicatrices a ambos lados de la cara [producto de los duelos a espada que eran comunes en las universidades alemanas]”. Estaba armado, aunque no opuso resistencia. Sin embargo, negó varias veces su identidad, y mostró una documentación falsa en la que aparecía como médico. El agente de la CIA escribe: “Más tarde se tomó la molestia de explicar que esos papeles no eran falsos, sino la identificación auténtica de personas fallecidas”. Y añade: “Esta fina distinción era característica de sus esfuerzos por parecer un caballero austríaco y un buen católico”. A Kaltenbrunner se le juzgó en Núremberg, y fue ahorcado el 16 de octubre de 1946.*

Este informe de los servicios secretos de Estados Unidos no estuvo al alcance del novelista Franz Kain cuando decidió abordar el relato de los días de Kaltenbrunner previos a su captura. Kain también era austríaco, nacido en 1922 en un pueblecito del distrito de Gmunden, en el Salzkammergut. Su padre era albañil, y abandonó pronto la escuela para ser aprendiz de carpintero y más tarde leñador. A la edad de catorce años fue arrestado por repartir folletos de la Kommunistische Jugend Österreichs (Juventud Comunista de Austria), y fue arrestado nuevamente en 1941, después de la Anexión de Austria al Reich. Recorrió varias cárceles antes de que fuera condenado por alta traición y enviado a Túnez. Fue aquí, en los años de su cautiverio, que sólo terminaron en 1946, cuando realizó sus primeros intentos con la escritura.

Kaltenbrunner
Tras su liberación, trabajó para el diario Neue Zeit, del que llegó a ser redactor jefe, y a partir de 1953 pasó varios años en Berlín Este, donde conoció a diversos escritores de la República Democrática Alemana, entre ellos Bertolt Brecht y Anna Seghers. De regreso a Austria, fue concejal del Partido Comunista en Linz en dos ocasiones, en 1977 y 1980. Según el crítico Sigurd Paul Scheichl, nuestro autor “no fue un hombre del parqué literario. Siguió su propio camino sabiendo, sin duda, que no pertenecía, ni quería pertenecer, a ninguna ‘corriente’ literaria”. Para sus compatriotas, Kain era “un autor del Este”, lo que es causa de que su nombre no aparezca ni una sola vez en las revistas austríacas especializadas. Sólo al final de su existencia obtuvo reconocimiento en su país natal, cosa en la que tuvo mucho que ver el mencionado crítico. Así lo explica Scheichl en un artículo incluido en la edición española del libro que comentamos (Periférica, 2013): “Topé por primera vez con el nombre de Franz Kain cuando, participando en un jurado para el premio literario del land de Alta Austria, uno de los miembros le propuso para el galardón. (…) El primer texto suyo que leí fue El camino al lago Desierto, y me pregunté por qué un autor capaz de crear un relato de este nivel pudo ser un desconocido en Austria durante tanto tiempo”. A lo que el propio Scheichl responde: “Hasta bien entrados los años sesenta un pronunciado antifascismo o, incluso, la afiliación al Partido Comunista no sólo no eran propicios a una carrera literaria en Austria, sino que francamente la impedían. (…) Que por ello sólo se le pudiera leer con varias décadas de retraso ha sido el triste destino de este representante de ‘otra literatura procedente de Austria’. Demasiado tarde ha sido posible conocerlo”.

El camino al lago Desierto se publicó por primera vez en 1974 en un volumen de relatos, con el mismo título, de la editorial de la RDA Aufbau. En una carta de fecha posterior Kain cuenta que “habré meditado veinte años sobre esta historia antes de escribirla”, lo que sitúa la génesis de la misma en plena postguerra, cuando apenas existía en Austria debate literario alguno acerca del nazismo. Aunque el autor no pudo tener acceso al informe que en 1993 fue desclasificado por la CIA, el contenido de la narración se ajusta en lo esencial a lo allí descrito, que en parte pudo ser conocido por Kain a través de las actas del Juicio de Núremberg. Sin embargo, afirma Scheichl, “con toda seguridad el autor no necesitó fuentes escritas, pues los acontecimientos debían de ser bien conocidos en su región natal, el Salzkammergut”. De hecho, el relato difiere muy poco de los acontecimientos históricos. Kain, deliberadamente, altera el nombre del lago hacia el que marcha Kaltenbrunner y cerca del cual será capturado: el Wildensee, que se encuentra en la vertiente septentrional de las Montañas Muertas, y que él convierte en Ödensee (lago Desierto), sin duda para dotar al lugar de mayor fuerza dramática y simbólica. Por otra parte, el autor omite completamente el personaje de Gisela, la amante de Kaltenbrunner, a fin de no perturbar la imagen que en las muy condensadas sesenta páginas del relato se ofrece del protagonista: un burgués sin tacha, amante de su familia y del orden.

El argumento, si se le puede llamar así, es muy sencillo. El protagonista, en companía de un guía y dos guardias de las SS, recorre los caminos alpinos en busca de refugio. Más bien el autor ha intentado, y logrado con éxito, introducirse en el flujo de la conciencia de este hombre, el cual, sabedor de que él y los suyos han perdido la guerra, pretende esconderse en lo más recóndito de los Alpes durante una temporada, hasta el momento en que “abajo”, en las ciudades ahora asoladas, vuelva a instaurarse la calma. Pues Kaltenbrunner piensa que con el tiempo se le permitirá regresar, que se le perdonará y que incluso, dada su experiencia como jefe de la policía del Reich, le será dado participar en las tareas de reconstrucción, llamadas a instaurar ese orden para él tan querido y que, a fin de cuentas, no será muy diferente del que contribuyó a imponer en sus buenos tiempos: “Si hay un hombre en Europa que conoce el bolchevismo, soy yo”, declaró el verdadero Kaltenbrunner a los agentes que le interrogaron.

Ese discurrir de la conciencia de Kaltenbrunner sólo es interrumpido al final de cada breve capítulo del libro por un texto, en cursiva, que alude a diferentes episodios de su vida anterior. En varios de esos textos se nos remite al campo de concentración de Mauthausen y a una visita de inspección que Kaltenbrunner realizó al mismo durante la guerra. Con motivo de esa visita el comandante del campo, Franz Ziereis, muestra a su huésped los nuevos artificios concebidos para facilitar el asesinato de los prisioneros, a la vez que se queja de lo que él considera la mala ubicación del campo: “Mi querido Kaltenbrunner, el campo está rematadamente mal ubicado, la belleza del sitio nos pierde. Los fogoneros del crematorio se dan muy mala maña, tanta que he perdido la fe. Cuando hay mucho trabajo me encienden un fuego tan vivo que por la chimenea salen unas llamas de cinco metros de altura que iluminan todo el valle del Danubio y, de noche, se aprecian hasta en la capital de la provincia. Un faro para los piratas del aire, un escándalo para las almas delicadas”. Y añade: “Eso se lo pueden permitir en el Gobierno General [de Polonia], escasamente poblado, en los eriales de Auschwitz y Treblinka. ¿Pero nosotros? ¿Aquí, en la plácida colina panorámica sobre el río de los nibelungos?”

El lago Desierto, las Montañas Muertas, el hielo y la nieve…, son otros tantos paisajes del alma del protagonista. El libro es ficción y a la vez relato histórico, lo que le otorga valor de excepcional documento. En él no se juzga a Kaltenbrunner, y en realidad no hay narrador que pueda juzgarle. El personaje, en toda su ascensión hacia las Montañas Muertas, sólo recuerda de su pasado aquellos episodios que podrían favorecerle ante un tribunal, por ejemplo la ocasión en que dio limonada a un judío, o su oposición a cambiar de sitio la tumba del escritor Jakob Wassermann. Sólo se ocupa del presente y de sus vagos planes para el futuro: la lenta y cautivadora caída de la nieve; los parajes rocosos de los Alpes que él (como el autor) conocía muy bien en su calidad de montañero; su proyectado regreso cuando las cosas se hubieran calmado. Hay algo amenazador en este personaje surgido del lodazal de la Historia que ahora llega hasta nosotros a través de una obra literaria, una sensación de permanencia magistralmente transmitida por el autor: la permanencia de este Kaltenbrunner, más allá de su muerte, domina al lector desde su lugar elevado, a la espera de que aquí “abajo” él vuelva a contar con el trato digno y correcto que cree merecer. Mientras llegaba ese momento, el genocida “capearía el temporal replegándose a lo hondo de las Montañas Muertas, a los fríos lagos desiertos de los confines del mundo”.
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lunes, 26 de mayo de 2014

DISPARATES / 112


FIN DE LAS ELECCIONES EUROPEAS, EMPIEZAN LAS ELECCIONES GENERALES

Por distintas razones, la prensa del orden aparece hoy repleta en toda Europa de las palabras “tsunami”, “seísmo” y otras que hacen alusión a catástrofes naturales. Ello indica que a los poderes dominantes, establecidos desde el inicio de la postguerra, no les ha gustado el resultado de las mismas. Un rápido vistazo a lo que se ha votado en Grecia y España nos indica por qué. Syriza ha recibido el 26% de los votos, lo que convierte a la coalición liderada por Alexis Tsipras en la primera fuerza política del país heleno. En España, si las de ayer hubieran sido unas elecciones generales, habrían dado a la dividida izquierda cuarenta y cuatro escaños, algo inimaginable hace sólo unos meses, y una cantidad que todavía podría aumentar si se le sumaran los votos obtenidos por las fuerzas nacionalistas de izquierda de Cataluña, Galicia y País Vasco. Cierto que éstas últimas juegan en otra liga, pero aun así.

Y pese a todo, en el conjunto del Continente no es posible hablar del triunfo de la izquierda, ni por asomo. En Francia, el Frente Nacional de Marine Le Pen, con una estrategia basada en la actividad política concentrada a nivel local, arrasa a los partidos tradicionales y consigue el 26% de los votos, lo que obligará al primer ministro Manuel Valls a fortalecer todavía más su ala derecha. En Austria, por poner un ejemplo del que los medios de comunicación van a hablar muy poco pero que es sumamente significativo, el FPÖ, partido nostálgico del Tercer Reich, logra el 20,5%. Conviene recordar que el 27 de enero de 2012, cuando la Europa oficial conmemoró el aniversario de la liberación del campo de Auschwitz, este partido organizó en Viena un “contra-acto” alternativo al que fue invitada Marine Le Pen. Mientras tanto, el tercer partido más votado en Grecia ha sido el ultraderechista Amanecer Dorado, con cerca del diez por ciento de los votos. Para seguir con lo mismo, ayer nos enteramos de que en Suiza la justicia ha autorizado el saludo nazi, que estaba prohibido desde 1945, siempre que se haga “no con el fin de propagar la ideología, sino con el de manifestar una convicción personal”.

No es posible adivinar (este es uno de los temas del futuro inmediato) en qué medida preocupa al poder establecido el ascenso generalizado de la extrema derecha, pero al respecto ya hay pistas que se han publicado hoy mismo. Hemos conocido esta mañana la profunda inquietud con que un periódico español ha recibido la irrupción en la escena política de Podemos, “formación que simpatiza con los regímenes marxistas de Cuba y Venezuela”, sin que el mismo medio haya dedicado una sola línea a rasgarse las vestiduras por los éxitos del FN, del FPÖ o de Amanecer Dorado. De hecho, la campaña de las próximas elecciones generales en España ya ha comenzado, lo que augura una guerra mediática que tendrá por objetivo amedrentar a los votantes de esta formación, a fin de hacerles volver al redil del Partido Único o de lo que Pablo Iglesias llama “la casta”. No está de más recordar que hace ya tiempo la campaña fomentada por un solo grupo mediático, el de Cebrián, consiguió aniquilar en unos meses a la Izquierda Unida de Julio Anguita, lo que da una idea aproximada de lo que hoy, con unos medios más poderosos y un control mucho más exhaustivo sobre los mismos, pueden hacer los dos o tres grupos de comunicación dominantes. Este monopolio de la información va a iniciar desde ya mismo una guerra mediática total y despiadada contra un enemigo que, por carecer de medios afines, está condenado al silencio, o casi. El objetivo es doble: aterrorizar a los descarriados que ayer votaron a la izquierda y movilizar a los votantes tradicionales del Partido Único que se abstuvieron o votaron a candidaturas minoritarias y/o pintorescas. Cuántos electores que ayer votaron a Podemos y IU permanecerán fieles en las generales es una de las cuestiones a dilucidar; la otra, cuántos votantes que ayer castigaron al Partido Único recapitularán y volverán a confiar, aunque sea de mala gana, en sus líderes, llevados por el miedo a las hordas marxistas. En este panorama representará un papel protagonista UPyD, cuya líder, ella misma hija legítima del Partido Único, como ha hecho siempre, pondrá sus votos al servicio del mejor postor. Con este horizonte, cabe preguntarse si los dirigentes y los votantes de Podemos son conscientes de dónde se han metido y de lo que se les viene encima.

Decía Stefan Zweig en otro momento grave de la Historia, en 1934, que confiaba “en el desarrollo de una identidad europea supranacional”, tarea para la que no había que perder tiempo, “pues el tiempo corre en nuestra contra”. Esa identidad supranacional, que empezó a hacer aguas con el rechazo a la Constitución europea, entró ayer en su fase terminal. Nunca antes unas elecciones europeas habían dado unos resultados tan antieuropeos, y es de temer que no nos demos cuenta de lo que esto significa. En lo que concierne a España, es obvio que el proyecto nacional al que debe su existencia el Partido Único estaba unido al ideal de Europa. Este proyecto se inició en los años cincuenta, cuando la España de Franco, contra toda lógica y justicia, fue admitida en el club de las naciones civilizadas. Dicho proyecto ha tenido continuidad desde entonces, sin que la muerte del Caudillo le afectara sensiblemente, o mejor dicho: siendo afectado favorablemente, ya que su desaparición era la condición previa para culminar el proceso de adhesión a Europa. A esa tarea, igual que hicieron antes los tecnócratas del Opus Dei, se dedicaron con empeño sus herederos: populares y socialistas, sabedores mejor que nadie de que su suerte política estaba unida al destino de la construcción europea. Liquidada ésta, el Partido Único ya no tiene razón de ser, y su deseable desaparición nos deja una España descabezada y maltrecha, relegada a un papel insignificante en el orden internacional, carente por completo de proyecto y de soberanía.

Ayer la izquierda dividida cosechó los frutos de la indignación, pero ésta última no es un programa político, y mucho menos un programa de gobierno. Dichos programas deberían elaborarse en los meses que quedan hasta las elecciones generales, para lo que será necesario un esfuerzo de dimensiones inéditas en el que deberán participar periodistas, economistas, juristas, intelectuales y ciudadanos. Los tiempos piden respuestas claras a asuntos como Europa, el euro, la OTAN, la banca, la inmigración, los servicios públicos, el pago de la deuda y la papeleta de Cataluña (esa “Catalunya en la Espanha moderna” de la que hablaba Juan Benet), lo que no es poca cosa. Se trata nada menos que de crear un nuevo proyecto nacional que sustituya al ahora agotado. Las tareas de la izquierda son enormes, y la primera de todas consiste en unirse, cosa que ya, de entrada, parece difícil, a la vista de esas esotéricas circunstancias internas, tan conocidas como incomprensibles, de IU. Cuestión no menor es por otra parte la de si esta izquierda podrá llegar adonde ayer no llegó, a saber: a los parados, a los marginados y a los que habitan ese territorio tan extenso como opaco al que sólo tienen acceso el fútbol y Belén Esteban. En todo caso, el éxito o el fracaso de dicho proyecto dependerá de la capacidad de la izquierda para movilizarse, pues a falta de recursos económicos y mediáticos la fuerza de la misma está y sólo puede estar en su poder para presionar en la calle. Para la izquierda, en efecto, los resultados electorales no son más que una consecuencia de lo que ocurra o deje de ocurrir en ésta.

Hoy las consignas de la guerra mediática se están dictando a los directores de los medios de comunicación en los exclusivos despachos donde reside el poder, es decir, en el Banco de Bilbao y en el de Santander, en Endesa, Telefónica, Repsol, Gas Natural y similares. Decíamos más arriba que no sabemos cómo estos poderes, y sus equivalentes en Europa, contemplan el ascenso de la extrema derecha en el Continente y en las Islas Británicas, pero una cosa es cierta: al poder económico nunca le ha resultado difícil entenderse con los fascismos. De ese entendimiento, en el pasado, han resultado catástrofes bien conocidas, muy superiores a las causadas por un simple tsunami o un seísmo.

El nuevo escenario, como ya sucedió una vez, nos pilla a los españoles con el paso cambiado, dirigiendo una tímida mirada hacia la izquierda. Son las cosas inquietantes que tiene la Historia.

martes, 20 de mayo de 2014

DISPARATES / 111

PLUS NOIR DANS LA NUIT, EL RECUERDO DE UNA HUELGA MINERA Y DE SU REPRESIÓN

Hace algo más de un año unos pocos medios de comunicación franceses se hicieron eco de una de esas noticias que a veces alteran el estado de autocomplacencia y adormecimiento que tanto aman las naciones de orden, aficionadas a poner ciertos episodios de su propia historia en el lugar que, según creen, les corresponde, que es el olvido.

Siete hombres entre los ochenta y los noventa años de edad, ex trabajadores de las minas de carbón, lograron un éxito largamente perseguido en el Senado francés, el cual aprobó una Ley de Amnistía Social por la que se les devolvían los honores a que tenían derecho como combatientes de la Resistencia y como prisioneros de guerra, unos honores de los que se les privó en 1948 y 1952, como represalia a su participación en las huelgas de esos años en la minería.

La historia venía de lejos, como pudo explicar entonces uno de esos hombres. Norbert Gilmez, sindicalista de la CGT, no era minero, pero trabajaba en las Charbonnages de France como empleado administrativo.* En 1948 una circular abolió en esta empresa, nacionalizada dos años antes, el salario mínimo de los mineros, lo que les condenaba a percibir una retribución incierta, es decir, al destajo, en proporción al material extraído y a la calidad del mismo. Organizada por el Partido Comunista, la huelga obtuvo un amplio respaldo en toda Francia. Gilmez se encargaba de la distribución entre los huelguistas de ropa, calzado y alimentos. Al término de la huelga fue expulsado junto a su familia de la vivienda en la que se alojaba, propiedad de la empresa, y a la vez despedido, junto a otros tres mil huelguistas. Desde entonces, junto a algunos de sus compañeros, inició un pleito con la empresa, de la que solicitaban una indemnización por despido improcedente. Los tribunales no se dieron prisa. En 2011 la Corte de Apelaciones dio la razón a Gilmez y sus compañeros, condenando a las Charbonnages de France a pagarles una indemnización de 30.000 euros. Sin embargo, la sentencia fue recurrida por la entonces Ministra de Economía Christine Lagarde, hoy directora del Fondo Monetario Internacional, quien obtuvo del Tribunal de Casación la anulación de la condena. Gilmez tenía entonces 91 años.

En La Voix du Nord, uno de los escasos medios que informó de estos hechos, Gilmez declaró: “Nosotros hemos sido víctimas del terrorismo de Estado. No hemos cometido ningún delito. Hemos resistido al terrorismo como se debe resistir a todos los terrorismos”.**

En octubre de 1948, con 27 años, Gilmez trabajaba en el pozo de Mazingarbe, en Pas-de-Calais, donde se ocupaba del pago de la nómina de los mineros. El 4 de ese mes, con motivo de la eliminación del salario mínimo, se celebró una asamblea en la que el 84% de los trabajadores votó a favor de ir a la huelga. A los pocos días el Ministro del Interior, el socialista Jules Moch, ordenó el envío de grandes contingentes policiales y del ejército. “Hubo una represión sangrienta, fue un asedio”, explicó Gilmez, un asedio que se saldó con seis muertos y dos mil penas de prisión. El 29 de noviembre, agotados tras ocho semanas de conflicto, los mineros volvieron a los pozos. Los despidos se efectuaron esa misma noche.

Para estos hombres que habían luchado contra el nazismo y que después, llegada la paz, “se arremangaron”, como exigía el gobierno, para reconstruir el país, empezó una condena por el delito de atentar “contra la libertad del trabajo”, a pesar de que el derecho a la huelga estaba reconocido por la Constitución aprobada en 1946. Con el trabajo y la vivienda, los tres mil despedidos perdieron también el derecho a la Seguridad Social, así como los honores que a muchos les correspondían por su participación en la liberación de Francia. A todos ellos se les cerraron las puertas a las que llamaban buscando trabajo. En 1981 la llegada de la izquierda al poder alentó la esperanza de que se promulgase una amnistía para los huelguistas de las minas de Pas-de-Calais. No fue así. En cambio, sí fueron amnistiados los militares golpistas que en Argelia tomaron las armas contra la República Francesa, los cuales fueron rehabilitados y restaurados en todos sus derechos. La aprobación de la nueva ley de amnistía el año pasado reabrió para los huelguistas que todavía sobreviven la posibilidad de una reparación completa. “Cuando la anterior ley éramos todavía trescientos”, declaró Gilmez, “ahora puede que seamos veinticinco o treinta. Tendrán que darse prisa…”

Los más de sesenta años de reclamaciones a la justicia han dado como fruto un libro, publicado hace unas semanas por la editorial Calmann-Levy: Plus noir dans la nuit (Más negro en la noche), de la periodista Dominique Simonnot. El libro describe los acontecimientos de la gran huelga minera de 1948 y el largo conflicto político y jurídico que, iniciado entonces, se extiende hasta ahora mismo. Simonnot, especialista en asuntos judiciales que trabajó para el diario Libération y que desde 2006 escribe en Le Canard Enchâiné, es autora de los ensayos L'immigration, une chance pour l'Europe? (Casterman, 1997) y Justice en France, une loterie nationale (Éditions de la Martinière, 2003).

Simonnot confiesa que no había oído hablar de las huelgas mineras hasta que en 2007 recibió una llamada del abogado Tiennot Grumbach: “Trabé enseguida conocimiento con los antiguos mineros y la viuda de uno de ellos”, explica en una entrevista para el semanario Marianne. “Me parece formidable la manera de contar su vida. Nunca se quejan, son valerosos, han vivido cosas increíbles, con las mujeres levantándose a las tres de la mañana durante años para hacer la casa. Me cuentan la receta del ragú de cordero sin cordero, de la tarta de arroz que se te pega a la barriga y te impide pasar hambre. Parece que el pan con mostaza quita el apetito, ¿lo sabía usted? He visto su rabia, pero jamás les he visto llorar su suerte”.***

Las huelgas en la minería ya habían tenido un antecedente en 1941, durante la ocupación. De este primer conflicto resultaron decenas de fusilados y cientos de deportados a campos de concentración franceses y alemanes. Terminada la guerra, los mineros se beneficiaron de diversas mejoras sociales en contrapartida a los esfuerzos que se les pidieron para levantar el país, el 80% de cuya energía procedía del carbón, pero que eran también una compensación por su resistencia frente a los nazis. La supresión de estas ventajas, decidida por Robert Lacoste, Ministro de Industria del gobierno socialista, fue lo que desencadenó la huelga de 1948. “Jules Moch, Ministro del Interior en la época, lo tenía todo previsto”, afirma la autora del libro. “Había conseguido que se votase una ley que permitiera recurrir al ejército, reclutar a 80.000 militares y CRS [Compañías Republicanas de Seguridad]. A fin de reprimir cualquier forma de rebelión, había situado sus tropas a pocos kilómetros de las cuencas mineras, de modo que pudieran intervenir rápidamente, y eso es lo que pasó. La represión fue muy violenta”. Con respecto a estos hechos uno de los antiguos mineros, Daniel Amigo, de origen español, declaró que “los socialistas nunca han sabido hacer otra cosa que traicionar”. Uno de los miembros del gobierno, el futuro presidente François Mitterrand, compareció en una rueda de prensa de la que informó el 28 de octubre de 1948 el diario Le Monde. Allí se reproducía una afirmación de Mitterrand según la cual “la ley permite a la tropa, tras los requerimientos de rigor, disparar sobre los huelguistas”. En dicho informe, reproducido en el libro que comentamos, Mitterrand felicita en nombre del gobierno a los CRS y a la guardia republicana, a la gendarmería y al ejército “por la calma demostrada ante masas importantes de hombres armados con herramientas y barras de ferralla”.

Igualmente el libro detalla la odisea jurídica vivida por los antiguos mineros desde 1981, cuando dos de ellos, el ya mencionado Norbert Gilmez y Georges Carbonnier, decidieron presentar su caso al nuevo gobierno. “Tengo cajas llenas de cartas suyas con las respuestas de los ministros socialistas de 1981 a nuestros días, que se van pasando el muerto unos a otros, y acusan recibo cuando tienen tiempo: ‘Le remito aquí a los servicios competentes de mi ministerio, aquí al Ministerio de Trabajo, de Justicia. Pongo en copia al Ministerio de Industria, de Finanzas’. Y así van dando vueltas y vueltas y vueltas… Su expediente sigue una ronda infernal. A veces, los ministros responden que hay grupos de trabajo ocupándose del problema”. Finalmente, Carbonnier recurrió a la Alta Autoridad de la Lucha contra la Discriminación y por la Igualdad, “donde le sugirieron que se entrevistase con Tiennot Grumbach, abogado de los sindicatos y del mundo del trabajo, que fue quien hizo que la historia diera un vuelco”, explica Simonnot.

El libro ahora publicado está conformado con documentos de la época y testimonios de los supervivientes, que la autora ha reelaborado para completar una obra que sin dejar de ser un minucioso reportaje periodístico puede leerse también como una novela social. Entre los documentos que componen el libro figuran las actas de la sesión del 3 de febrero de 1949 en la Asamblea Nacional, donde se discutió la suerte judicial de los mineros huelguistas. En dicha sesión el diputado Emmanuel d’Astier de la Vigerie, antiguo miembro de la Resistencia, replicó al Ministro de Justicia: “Mientras las penas dictadas contra los colaboradores del nazismo fueron irrisorias y a menudo ni siquiera se han aplicado, mientras hombres que acumularon fortunas gracias al colaboracionismo gozan ahora tranquilamente, en gran medida, de su traición, el gobierno ha impuesto una política de represión escandalosa contra la clase obrera. Quisiéramos que el siglo y medio de prisión que, gracias al gobierno, se ha abatido sobre los mineros, cayera sobre los colaboracionistas”.

Pero principalmente este Plus noir dans la nuit es deudor de los testimonios de los mineros sobrevivientes de la región de Nord-Pas-de-Calais, como los que el libro recoge del antiguo secretario general de la minería de la CGT Achille Blondeau, autor de Quand toute la mine se lève (Messidor, 1991), junto a otros textos sobre las huelgas del carbón, y cuyos recuerdos de la de 1948 figuran en la biografía que le dedicó Pierre Outterick, Achille Blondeau, Mineur, Résistant Déporté, Syndicaliste (Geai Bleu Éditions, 2006). Otro, también nonagenario, el mencionado Norbert Gilmez, ha afirmado estos días que con sus reclamaciones a los gobiernos desde hace más de sesenta años no espera ya nada para sí mismo, ni tampoco para sus hijos, pero sí para sus nietos: “que sepan que no hay que desesperar de la justicia, pero que hay que aprender a luchar”.
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* Le Nouvel Observateur, 28/2/2013 y 16/3/2014
** La Voix du Nord, 14/10/2012
*** Marianne, 4/5/2014


martes, 13 de mayo de 2014

LECTURA POSIBLE / 144

PASCAL QUIGNARD: EL LENGUAJE DE LA VOZ PERDIDA

En francés hay una sola palabra para “huraño” y “zahareño”, siendo ésta última la que los expertos en cetrería aplicaban a los animales demasiado feroces para dejarse domesticar: “hagard”. Lo recuerda nuestro autor en una de sus novelas, en la que también escribe: “Desde la infancia buscaba algo bajo los matojos, algo pequeño y valioso, y tenía la sensación de que sería reprendido o tal vez condenado a muerte si no lo encontraba cuanto antes”.

La dispersión con que viene editándose entre nosotros la obra de Pascal Quignard ha convertido a este autor huraño, poco aficionado a dejarse ver y que muchos consideran el más interesante y original de las letras francesas contemporáneas, en aquello que piadosamente se llama “un autor de culto”, lo que viene a significar lo mismo que desconocido, o frecuentado, si acaso, por un pequeño grupo de iniciados. Tal desconocimiento resulta aún más injustificado si se tiene en cuenta que Quignard es el responsable, en gran parte, del guión del film Todas las mañanas del mundo, que en 1992, con música del catalán Jordi Savall, arrasó en los premios César, y que fue un éxito también en España.

Quignard nació en 1948 en el departamento de Eure, en la Alta Normandía. Vástago de una familia de lingüistas y organistas, se crió en Le Havre, y estudió filosofía en Nanterre, en los turbulentos años en que las universidades parisinas vivían el Mayo del 68. Es organista y violonchelista, y fue fundador del Festival de Ópera Barroca de Versalles, que dirigió hasta 1994. Ese año, siendo también secretario general de Gallimard, abandonó sus cargos para dedicarse íntegramente a la actividad literaria, recibiendo el Premio Goncourt en 2002 por su novela Les ombres errantes.

Lo anterior, que revela en Quignard algo más que una afición musical, así como su interés por la filosofía, cuyo estudio se malogró en 1968 a causa de los acontecimientos de ese año (lo que le hizo dejar sin terminar una tesis dirigida por su profesor Emmanuel Lévinas), sin embargo da sólo una pálida imagen de nuestro autor, cuya vida y obra están afectadas por un acontecimiento de la infancia: un período de autismo que sufrió con un año y medio de existencia y que se reprodujo más tarde, ya en la pubertad, siendo caracterizado entonces por los médicos como un “niño difícil”, pues a lo ya dicho se añadía en su caso la anorexia. A esta dolorosa experiencia personal, quizá, hay que atribuir la naturaleza singular y heterodoxa del pensamiento y la obra de Quignard.

Esta obra que consta de unos cincuenta títulos incluye libros como Butes (Sexto Piso), cuyo protagonista es uno de los marineros que acompañaba a Ulises, el único que al oír el canto de las sirenas se arrojó al mar; y La barca silenciosa (Arena Libros), sexta entrega de la serie El último reino y del que es continuación Los desarzonados (El cuenco de Plata), títulos todos ellos que se han publicado aquí en fecha reciente y que pertenecen al último tramo de la producción de nuestro autor, lo que no impide que obras suyas de los años noventa hayan aparecido mezcladas entre éstas, ni que otras permanezcan todavía inéditas en castellano.

De esa cincuentena de títulos sólo doce merecen a juicio de su autor el nombre de novelas. Algunas son fácilmente reconocibles como tales, por ejemplo Las solidaridades misteriosas y Las escaleras de Chambord, que han sido publicadas en España por Galaxia Gutenberg; el resto, y también algunas de estas obras que parecen haber sido arbitrariamente admitidas en el género de la novela, pertenece a una nebulosa literaria que constituye propiamente el universo de Quignard, un universo en el que se combinan la narración y el ensayo, a veces la poesía y el aforismo, y que viene a constituir una reflexión compuesta con materiales diversos, magistralmente hilvanados para alimentar en cada volumen una estrategia discursiva, la cual siempre es coherente con el conjunto de la obra, tanto por el estilo como por el contenido. Sucede que Quignard se rebeló hace tiempo, ya desde su primer libro, escrito allá por 1969, contra los géneros y contra la literatura establecida. Precisamente de ese primer libro, L’être du balbutiement, que es un ensayo sobre el pensamiento y la lengua de Sacher-Masoch, se ha editado hace unos meses en Francia una revisión corregida y aumentada, que ha publicado Gallimard y que es muestra sorprendente de esa coherencia de la que hablábamos, la cual abarca nada menos que cuarenta y cinco años de escritura. De escritura, y, paradójicamente, de silencio.

Si para el lector español es aventurado intentar orientarse en la obra de Quignard, a causa del desorden en que ésta nos va llegando, más lo es pretender resumir en tan corto espacio aunque sean los rasgos generales de su pensamiento, el cual aborda disciplinas tan dispares como la música barroca, la filosofía oriental, la religión, el ateísmo, el lenguaje, el tiempo y la separación entre los sexos, por citar sólo algunos de los temas que encontraremos en sus páginas. Él mismo, a la vez que nos desaconseja leer sus obras como si fueran “novelas” o “ensayos”, previene al lector del afán de dar a sus textos una interpretación, invitándonos más bien a desatar lo que unos cientos de años de razón han contribuido a (mal) atar, y ello con la intención de (des) comprender las verdades heredadas para devolvernos, en su condición más luminosa, al ejercicio del pensamiento riguroso, de la lengua y de la vida. Pues así es la prosa de Quignard: clara, transparente y cargada de sugerencias.

L’être du balbutiement es claro ejemplo de esto último, así como de esa dedicación de nuestro autor a desatar los nudos, los equívocos y las ambigüedades que el tiempo ha acumulado sobre sus materias de estudio, en este caso la obra de Leopold von Sacher-Masoch, que es mucho más que el autor del que se deriva la palabra “masoquismo”. Deshacernos de esta palabra es condición previa al entendimiento de la obra del pensador austríaco, nos dice Quignard, cuya exploración nos traslada aquí a una restauración lingüística cuyo sentido no es una afirmación, ni una nominación clara y consciente, sino sólo un balbuceo.

Tal vez la idea central del universo de Quignard alude al cambio de voz, a la “muda” que se produce en la voz masculina en el momento de la pubertad. Podría parecer irrisorio desprender de dicho acontecimiento toda una filosofía y una densa obra literaria, y sin embargo ocurre lo contrario cuando nos dejamos guiar por el vuelo de la ciencia y la fantasía de nuestro autor. “El amor a las letras y los libros, o a la literatura, tienen que ver con la voz desaparecida”, escribe en uno de los tres textos que componen La lección de música (Editorial Funambulista, 2005), libro que apareció en 1987 y que constituye el primer acercamiento de Quignard a la persona y la obra de Marin Marais, el compositor y violagambista que iba a protagonizar Todas las mañanas del mundo. En el mismo texto, el autor nos propone que el ensombrecimiento de la voz de los jóvenes “es lo que los define y lo que les hace pasar del estadio de muchacho al de hombre”. Y añade: “Los hombres son los ensombrecidos, esos seres de voz oscura que, hasta la muerte, vagan errantes en busca de una vocecita aguda de niño que abandonó su garganta”. Esa voz perdida supone una ruptura con la naturaleza conocida anteriormente, ya presente en la vida amniótica, pero también con la propia naturaleza. Para el hombre el cambio de voz y la entrada en la vida adulta representan un dejar de ser y un empezar a buscar lo perdido, una enajenación: la desposesión, acaso definitiva, de sí mismo.

La dolorosa ruptura y la búsqueda despiertan las nociones de “masculino” y “femenino”, la de arte, la de ciencia, la de tiempo, la de lenguaje, la de poder y también la de Dios. Así el hombre puede afirmar: “Me he dispersado en un mundo cuyo ordenamiento ignoro”, a cuya despiadada e inútil ordenación corresponde la existencia adulta. Esta ruptura masculina, que implica sumirse en la definitiva incomprensión del otro sexo, es acaso la misma que evocaba Karlheinz Stockhausen en su Canto de los adolescentes, obra que tiene mucho en común con las de Quignard y en la que el grito, y los silencios, se nos aparecen al borde de esa vana formulación de la realidad que es el lenguaje. En adelante, el hombre está solo. De este modo, lo enunciado por Quignard en sus textos de carácter más ensayístico, y que desde su perspectiva pueden ser leídos como otros tantos “silencios” del narrador, se transmite a sus libros cuando éste se nos aparece abiertamente.

Las escaleras de Chambord alude a la búsqueda y al proverbio que reza: “el que encuentra ha buscado mal”. Su protagonista, un moderno hombre de negocios dedicado a la compra y venta de juguetes antiguos, descubre en su memoria un recuerdo que le retrotraerá al origen de su existencia actual, un origen que se remonta a un episodio vivido cuando contaba apenas cinco años, es decir, cuando aún estaba unido al mundo y al sentido del mismo, un sentido extraviado tras el desgarro de su ingreso en la vida adulta. “Creía que existía una especie de vínculo entre las almas de los niños muy pequeños que lloran y las de los hombres en los que el temor a la muerte y el silencio ya han empezado a fijar los rasgos”, escribe. “Y ese exiguo puente entre esas edades y esas necesidades tan alejadas era el objeto de todas sus preocupaciones”. En la novela la imagen de la búsqueda está simbolizada por la doble espiral de las escaleras del castillo de Chambord, las cuales fueron diseñadas por Leonardo da Vinci: “dos cadenas helicoidales y paralelas con la estructura del ADN” por las que dos personas pueden subir sin encontrarse.

La zozobra de la búsqueda en la dispersión de ese mundo “cuyo ordenamiento” se ignora procede, según Quignard, del hecho de que “llevamos en nosotros el desconocimiento de haber sido concebidos… Venimos de una escena en la que no estábamos. El hombre es aquel al que le falta una imagen, es una mirada deseante que busca una imagen detrás de todo lo que ve”, escribe en la que acaso sea su obra maestra, El sexo y el espanto, un tratado sobre el erotismo en la Roma clásica.

A ese enigma de estar en el mundo responden polifónicamente los personajes de Las solidaridades misteriosas, reunidos azarosamente en un pueblo de la costa bretona, adonde ha ido a recluirse Claire, mujer de éxito que tras abandonarlo todo se reencuentra con su profesora de piano, su hermano y su hija. El desprendimiento de las pesadas cargas del mundo lleva a la protagonista a encontrarse con la extremada sencillez, lo que permite a esta lingüista que domina quince idiomas comunicarse casi exclusivamente por medio del silencio: “Cuando el hermano y la hermana caminaban juntos, llamaba la atención la armonía que había entre ellos… No hablaban mucho. Se detenían, miraban, proseguían, se mostraban cosas con el dedo. Nunca se impacientaban el uno con el otro. Esto no lo he visto nunca en otros seres humanos”.

Lo que estas obras ofrecen, en fin, es un reencuentro con la voz perdida y una reconciliación con la propia búsqueda, que aquí se expresa a través de frases cortas, telegráficas, las cuales incorporan la gestualidad de los personajes, y que constituyen el tranquilo silencio que anida en Quignard, este hombre “hagard”, este rastreador de la infancia, la pureza y la ausencia de lenguaje.*
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* A la obra de Pascal Quignard se dedicará un ciclo de coloquios, Pascal Quignard, Translations et métamorphoses, en el Centre Culturel International de Cerisy-la-Salle (Baja Normandía, departamento de la Manche), entre el 9 y el 16 de julio.

jueves, 8 de mayo de 2014

DISPARATES / 110

GARCÍA MÁRQUEZ EN LAS PANTALLAS: EN BUSCA DE MACONDO

Cien años de soledad fue el cuarto libro más vendido en Francia el pasado abril, lo que no está mal para una obra literaria que vio la primera luz en 1967. Su autor opinaba que el libro era imposible de adaptar al cine, lo que explica que de él, en efecto, no exista ninguna versión cinematográfica, aunque sí una cumbia y un vallenato, lo que quizá es más adecuado al espíritu del autor. Hay, en cambio, versiones bien conocidas de otras de sus novelas: Crónica de una muerte anunciada, El coronel no tiene quien le escriba y El amor en los tiempos del cólera. A la nómina de producciones audiovisuales sobre la obra del recientemente fallecido Nobel colombiano se añade ahora un documental que ha sido dirigido por François Badaire y fotografiado por Julián Lineros, y que narra el viaje que sus autores han hecho por Colombia y Bolivia en busca de Macondo. El documental ha sido producido por France Television y Martinique Première.

La idea de aproximarse a través de la imagen al intrincado y húmedo universo de Macondo no es nueva. Harvey Weinstein, el célebre productor de Shakespeare in Love y Gangs of New York, se presentó a García Márquez para proponerle la adaptación de Cien años de soledad a la gran pantalla. El director sería Giuseppe Tornatore. La propuesta de Weinstein contemplaba la purga del texto y la selección de los episodios más sobresalientes, además de la eliminación de algunos personajes secundarios, todo ello a fin de que la duración de la película no sobrepasara la hora y media. García Márquez se negó en redondo: “Si queremos ponernos de acuerdo, debe ser con esta condición: que se filme el libro entero”, explicó. Más éxito tuvo Weinstein cuando propuso a García Márquez la adaptación de La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, que se convirtió en el film Eréndira, con guión del propio novelista. Pero la experiencia tampoco fue satisfactoria para García Márquez, a causa de los cortes a que fue sometida la cinta después de su primera proyección.

Yves Gasser fue el segundo productor que tentó a García Márquez, lo que tuvo como resultado la adaptación de Crónica de una muerte anunciada, película italiana que fue dirigida por Francesco Rosi y que contó con un reparto internacional. A ésta seguiría El coronel no tiene quien le escriba, que fue adaptada por Paz Alicia Garciadiego y Arturo Ripstein. Hasta ese momento, y todavía más tarde, García Márquez rechazó todas las ofertas de adaptación de sus novelas que le llegaron de Hollywood, y esto, según afirmó, a causa del imperialismo político y cultural de Estados Unidos sobre América Latina. Sólo más tarde, ya diagnosticado de cáncer, y preocupado por el estado económico en que quedaría su familia tras su muerte, aceptó el ofrecimiento de Scott Steindorff de producir El amor en los tiempos del cólera, película que fue dirigida por Mike Newell.

Si la novela que se desarrolla en el imaginario Macondo es de imposible filmación, no ocurre lo mismo con el propio Macondo, o al menos eso afirman François Badaire y Julián Lineros, autores del documental À la recherche de Macondo, que se filmó el año pasado y en el que intervino como montador Guilles Dagneau.

Macondo es un lugar olvidado de todos y en el que el tiempo se ha detenido. Esta ciudad se encontraría en Magdalena, región pantanosa del norte de Colombia entre el Mar Caribe y las montañas de Sierra Nevada. “Pero Macondo no es un lugar, sino un estado de la mente”, escribió García Márquez, un estado mental que puede reconstruirse en las aldeas de Aracataca (donde nació el autor) y Mompox. En la primera de ellas unas mariposas amarillas pintadas en el suelo conducen hasta la casa donde nació García Márquez, hoy convertida en museo. Sin embargo, más allá de la vivienda, los rastros de Cien años de soledad se hallan en la estación ferroviaria y en el entorno de los brazos del río, el Magdalena. En el centro de éste se encuentra Santa Cruz de Mompox. Esta localidad que se hallaba en la antigua carretera que une el río con el Mar Caribe vivió un período de prosperidad hasta finales del siglo XIX, cuando la erosión y la sedimentación provocaron un cambio en el cauce del río. Convertida en isla de difícil acceso, Mompox lleva ya a cuestas algo más de cien años de soledad.

Pero el documental cuenta también la historia de una familia, los Buendía, y la de su siglo. “Aquí”, afirma François Badaire, “encuentra uno toda clase de gente que cree en la magia y en los sortilegios. Todo es creíble, real, posible. Todo el paisaje, toda la atmósfera, de la Mojana a Sucre, permiten afirmar que es aquí, que es éste el corazón de Macondo”. Y es en efecto en esta franja de tierra pantanosa, que llega más allá de la frontera boliviana, donde un García Márquez adolescente fue marcado por los lugares reales que terminaron por hacerse imaginarios. A la inversa, los personajes imaginarios de la novela tienen una presencia real, y en el documental aparecen Úrsula Iguarán, prima y esposa de José Arcadio Buendía; y Tim Buendía, holandés e hijo adoptivo de Aracataca que se cambió el nombre tras leer la novela de Gabo.

El documental fue emitido el pasado abril a través de France Ultramar, y podrá ser visto el 25 de mayo en el canal France Ô. François Badaire es un habitual de las televisiones francesas, para las que ha realizado diversos documentales, entre ellos un episodio de la serie Toutes les télés du monde. Está especializado en temas africanos y latinoamericanos. El fotógrafo Julián Lineros nació en Bogotá y ha trabajado como fotoperiodista para diversos medios de comunicación colombianos e internacionales.

martes, 6 de mayo de 2014

LECTURA POSIBLE / 143

NAGAI KAFŪ: EL AMANTE DE LAS JÓVENES SEDUCTORAS 

De Nagai Kafū, uno de los mejores escritores japoneses de la primera mitad del siglo pasado, no es mucho lo que está a disposición del lector en castellano, lo que muy bien puede extenderse al resto de las lenguas occidentales. Sucede que Kafū es un autor singular dentro de las letras niponas, a medio camino entre tradición y modernidad, entre Oriente y Occidente, y además un autor cuyo escaso conocimiento fuera de su país natal se vio limitado durante décadas por un ensayo de Edward Seidensticker, gran divulgador en otras ocasiones de la literatura japonesa que entre muchos títulos vertió al inglés el clásico Genji Monogatari, pero que al prestar atención a nuestro autor en un ensayo de 1976 cometió el desliz de titularlo Kafū the Scribbler (Kafū el escritorzuelo). Por suerte para nosotros, la influencia de dicho ensayo ha ido menguando con los años, y en la actualidad se experimenta una revalorización general de la obra de este autor fecundo cuyos libros son ilustración de su amor hacia Tokio y, sobre todo, a las mujeres.

Si hablábamos aquí no hace mucho de Lafcadio Hearn, quien descubrió Japón en 1890, lo mismo, aunque en sentido inverso, podría decirse de Kafū, cuyo descubrimiento de Occidente se inicia poco después del de Hearn: en 1903. Por entonces Kafū era un veinteañero con estudios de inglés, francés y poesía china que, aunque había suspendido una vez el examen de acceso a la universidad, parecía destinado a la carrera de comercio. En los años previos había escrito algunos cuentos y ejercido brevemente de periodista. La variopinta educación de Kafū era la típica de los hijos de las familias acomodadas de la era Meiji, período en el que Japón se incorporó a la modernidad y a las ideas y la cultura occidentales. Nuestro autor recorre Estados Unidos entre 1903 y 1905, visitando la Exposición Universal de Saint Louis y trabajando durante un tiempo en un banco de Nueva York. En Estados Unidos vivió Kafū una aventura que tendría consecuencias y que habría podido servir de argumento a alguno de sus posteriores relatos. Pues en Washington, donde trabajaba como chico de los recados, conoció a Edyth, una prostituta con la que planeó casarse y fundar un burdel, según sabemos por uno de sus diarios. Forzado a marcharse a Nueva York para incorporarse a su nuevo empleo, ella prometió seguirle. Sin embargo, enterado el padre de los planes que albergaba su hijo, le envió una carta no muy amigable, tras lo cual se mostró dispuesto a facilitarle la partida a Francia. Roto el compromiso con Edyth, Kafū conservó hasta su muerte el recuerdo de su aventura y en general el de la libertad de las mujeres americanas, acerca de lo que escribió en su obra autobiográfica Historias de América.

Hacía tiempo que Kafū soñaba con viajar a Francia, con cuya literatura ya se había familiarizado antes de dejar su tierra. Allí, entre París y Lyon, pasó poco menos de un año, trabajando en la sucursal de un banco japonés y alimentando sus ambiciones literarias. En 1908 regresó a Japón.

Casi toda la obra literaria de Kafū se refiere a la vida de las prostitutas y de sus clientes en los barrios del placer. Quizá la elección de estos temas considerados menores haya contribuido a quebrantar su figura de escritor, e incluso a envolver su existencia de una atmósfera libertina que él en ningún momento negó, al contrario. De hecho Kafū, pese a haberse casado dos veces, convivió a menudo con las jóvenes seductoras de los “distritos de señoritas” de Tokio, tanto con geishas como con “camareras”, eufemismo este por el que se designaba a las mujeres que, en el jerarquizado mundo de la prostitución japonesa, ocupaban el rango más bajo, ejerciendo su profesión a menudo sin licencia, lo que las convertía en objetivo predilecto de las redadas policiales. Kafū, que fue el escritor japonés de su época más familiarizado con el estilo de vida en Occidente, era escéptico acerca de la modernización que por entonces atravesaba su país, la cual era meramente superficial y entre otras muchas cosas dejaba intacta la composición tradicional de la familia, por no hablar del papel subordinado de la mujer dentro de ella. En la práctica, la moral todavía imperante no era capaz de concebir para las mujeres otro lugar más allá de la familia, ni otra actitud más que la sumisión, de manera que escapar al papel femenino establecido equivalía inevitablemente a prostituirse. En esos ámbitos encontró Kafū un espacio para el ejercicio real de cierta libertad en todos los aspectos, no sólo en el sexual, lo que explica que él mismo se sintiera atraído por ellos. Con el tiempo, y pese al éxito de sus libros, Kafū llegaría a convertirse en un autor moralmente incómodo para las autoridades, en particular durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se exigía a los escritores un firme compromiso patriótico que nuestro autor rechazó. Él mismo, mientras sus libros obtenían el reconocimiento (y a menudo las críticas) de la sociedad literaria, no participó de ella, lo que le hizo ocupar un lugar más bien precario en su propio país, el de un marginado. “Las mujeres que viven en la sombra”, escribió, “no sienten hostilidad ni temor, sino afecto y compasión cuando se encuentran con hombres que tienen que huir del mundo ocultando un oscuro secreto”.

En estas mujeres marginadas Kafū encontró a sus iguales, y en sus vidas advirtió rasgos de una autenticidad que rápidamente se esfumaba de la sociedad japonesa, adulterada por su engañosa alianza con Occidente. Así, la obra de Kafū muestra por igual influencias de la literatura francesa, especialmente de Zola, Maupassant y André Gide, junto a otros rasgos característicos de la tradición. Gran parte de esta obra narrativa es la que corresponde a un bunjin, ese concepto confuciano de artista integral que no tiene traducción y que podría ilustrarse con el ejemplo de los pintores y dibujantes de la era Edo, los cuales nunca pretendieron representar a la Naturaleza de manera realista, sino que aspiraron a dejar constancia de su visión intelectual y sentimental del mundo.

De Kafū existen dos libros publicados en español: Una extraña historia al este del río (Satori) y Geishas rivales (Alba), los dos publicados en 2012. El primero, además del relato que le da título, contiene la narración Durante las lluvias, que Kafū escribió en 1931. Cuenta la historia de una joven, Kimie, que escapó de la casa de sus padres, quienes querían casarla. Con dieciséis años, Kimie llega a la gran ciudad, donde ejercerá la prostitución no tanto por necesidad como por gusto, ya que “nunca había buscado el tipo de amor que se describe en las novelas. En lugar de tener un hombre muy enamorado que pudiera enojarse con ella o guardarle rencor, o estar atada por recibir dinero, pensaba que era mejor entregarse a aventuras pasajeras, según su ánimo la empujara”. De este modo, la joven viene a ser un trasunto del autor y de su forma, liberal y carente de compromisos, de entender las relaciones amorosas. Pero sucede que Kimie, a la que es extraño el sentimiento de los celos, será acosada por uno de sus amantes, Kiyoka, joven escritor de éxito y hombre por completo mediocre, cuyo temperamento resulta ser tan ruin como su prosa. La estructura del relato esta formada por cuadros que evocan los ukiyo-e, escenas y retratos escenificados de larga tradición que ejercieron una importante influencia sobre los pintores europeos, en especial los impresionistas. Esta técnica de la que se sirve originalmente Kafū le permite construir capítulos que virtualmente son, cada uno, una obra literaria autónoma, los cuales, al mostrarse sucesivamente, componen un intrincado argumento no exento de suspense y que no deja de enriquecerse hasta la última página. La lectura resulta, pues, impredecible, y el argumento no es visible hasta el final, cuando el collage de las distintas escenas cobra un sentido inesperado. El collage está enmarcado por el clima, dominado aquí por el principio y el fin de la estación lluviosa, procedimiento que es habitual en Kafū y en virtud del cual el ambiente exterior, más que constituir un telón de fondo, se incorpora a las peripecias de sus personajes. No en vano escribió Kafū en el otro relato que compone este volumen que “los aspectos que más me interesan cuando escribo una novela son la selección y la descripción del tipo de vida de los personajes y el trasfondo en el que esa vida se desarrolla. De hecho, a veces he cometido el error de dar más importancia a describir el fondo de la historia que a la caracterización de los protagonistas”.

Comentarios metaliterarios de este género no son raros en la obra de Kafū, e incluso constituyen uno de los hilos conductores de ese magnífico relato que es Una extraña historia al este del río, de 1937, en el que nuevamente un escritor, esta vez ya de edad más que madura, escapa de la molesta radio de un vecino yendo a visitar a Yukiko, otra de las jóvenes de vida licenciosa que pueblan las narraciones de nuestro autor. Aquí la trama se vuelve intrascendente, y lo que reclama nuestra atención es el conjunto de sutiles relaciones establecidas entre ambos personajes, apareciendo aquí y allá una descripción que vuelve a constituirse en cuadro, en construcción visual de un momento fugaz pero de persistente presencia en la memoria: “Yukiko y yo, apoyados en la ventana del piso de arriba completamente a oscuras, conversábamos intercambiando palabras misteriosas y entrelazando nuestras manos húmedas. De repente, un relámpago iluminó su perfil. Esa imagen se me quedó grabada nítidamente y ahora mismo la estoy viendo ante mis ojos”.

Por último, en Geishas rivales, novela que fue escrita entre 1916 y 1917 y que se publicó mutilada por la censura, se narra la historia de Komayo, personaje al que el traductor al inglés de la obra, Stephen Snyder, considera con razón como “el primer personaje femenino de la literatura japonesa dotado de subjetividad”. La narración transcurre entre los pasajes líricos que predominarían en la obra posterior de Kafū y el erotismo propio de las escenas de alcoba y de las dispares relaciones que establecen las compañeras de la protagonista. Y como fondo de este logrado retrato psicológico reaparecen aquí los ambientes ya mencionados, especialmente el Tokio que ya no iba a ser el mismo después del terremoto de 1923 y que fue testigo, durante y después de su reconstrucción, siguiendo pautas modernas, de los amoríos de Kafū. En otra de sus obras, Sueño interminable, sembrada también de los episodios autobiográficos que abundan en su narrativa, escribió: “Su indignación ante la vanidad hipócrita de su esposa correcta y convencional y ante las actividades fraudulentas de la sociedad establecida fue la única fuerza que empujó a un hombre como él a ponerse del lado contrario, un lado que desde el principio le fue ofrecido como oscuro y marginal”. En esos tugurios que a veces recuerdan a algunos pasajes de las obras de Genet, Kafū encontró “el más precioso bordado en un harapo”: los ojos de una seductora muchacha convertidos aquí en literatura.

domingo, 4 de mayo de 2014

DISPARATES / 109

Peter Howson, Marching Figures
with Kneeling Nude,
2009
UCRANIA: LA GUERRA DE LA INFORMACIÓN Y OTRAS GUERRAS

Ayer, sábado, la agencia española de noticias EFE publicó un reportaje con el siguiente título: “Hallan 36 cadáveres en la Casa de los Sindicatos en la ciudad ucraniana de Odessa”. El artículo explica que se produjo un incendio durante los enfrentamientos entre “proucranianos y prorrusos, previsiblemente por los cócteles molotov y artefactos explosivos lanzados contra la segunda y tercera planta del inmueble”. Según el artículo, “la mayoría de las víctimas habrían muerto asfixiadas por el humo, mientras otros habrían perecido al saltar por las ventanas para huir de las llamas”. Otros, más de doscientos, lograron salir a pie o se salvaron encaramándose al tejado del edificio. Los “prorrusos” se habían refugiado en la Casa de los Sindicatos cuando fueron acorralados por sus rivales, “entre los que figuraban muchos hinchas de fútbol”, tras lo que “se habría desatado” el incendio del edificio. El reportaje concluye con una alusión a los “miles de manifestantes proucranianos” que desfilaban por el centro de Odessa, a cuyo encuentro salieron “varios cientos de prorrusos, armados con escudos y palos, en una jornada en la que Ucrania celebraba las tradicionales fiestas de mayo”.

La ciudad y el puerto de Odessa se fundaron en 1794 por medio de un decreto de Catalina la Grande, constituyéndose desde ese momento como la principal puerta marítima de Rusia al Mar Negro. Por encargo de la emperatriz, la construcción de la ciudad fue dirigida por el español de Nápoles José de Ribas, y el puerto y la fortaleza que lo preside fueron diseñados por el holandés Franz de Volán. La ciudad recibió el nombre de la antigua colonia griega Odessos, nombre que fue “feminizado” por Catalina. El poeta Pushkin vivió en Odessa, donde, según escribió, “todo a Europa huele y respira”. En la ciudad se hablaba francés y se leía la prensa europea, por lo que se convirtió pronto en lugar de encuentro para artistas e intelectuales, siendo durante todo el siglo XIX el destino predilecto de veraneo para la nobleza rusa y polaca. En 1854, durante la Guerra de Crimea, la ciudad fue bombardeada por las flotas inglesa y francesa, cuyos intentos de desembarco fueron rechazados por la resistencia de los ciudadanos. En 1905 los trabajadores de Odessa protagonizaron una rebelión que más tarde sería recreada por Serguéi Eisenstein en el film El acorazado Potemkin, que incluía una célebre secuencia en las escaleras que comunican la parte alta de la ciudad con la costa y el puerto. Tras la Revolución rusa, la ciudad pasó a ser la República Soviética de Odessa y más tarde la capital de la República Soviética de Besarabia. En los años veinte se incorporó a Ucrania, como parte integrante de la URSS. Durante la Segunda Guerra Mundial fue ocupada por tropas alemanas y rumanas, que debieron hacer frente a una ardua resistencia que se refugiaba en las alcantarillas de la ciudad. En los primeros meses de la ocupación unas 280.000 personas fueron asesinadas o deportadas. Odessa fue liberada por el ejército soviético el 10 de abril de 1944.

Odessa era “la más europea de las ciudades rusas”, según Pushkin, mucho antes de que Texas y California pertenecieran a Estados Unidos... 

El reportaje de la agencia EFE que he resumido más arriba (y que puede leerse aquí íntegramente) parece un ejercicio de “realismo mágico” salido del magín de un adolescente García Márquez. Releamos dicho artículo ordenándolo cronológicamente.

Una manifestación de miles de “proucranianos”, de la que participaban “muchos hinchas de fútbol”, y que se inscribía, como el artículo dice de pasada, “en una campaña de terror contra los partidarios de la federalización del país”, recorría festivamente las pintorescas calles del centro de Odessa (el detalle de que los manifestantes eran ultranacionalistas ucranianos, “en particular el Sector de Derechas”, es completamente secundario y poco relevante, ya que la fuente que lo proporciona es la cancillería rusa). Esta pacífica manifestación de miles de personas, cuyos encuentros con adversarios “prorrusos” habían tenido como consecuencia, según el artículo, cuatro fallecidos y doscientos heridos, “además de veintidós efectivos del orden”, tropieza de repente con “unos cientos de prorrusos armados con escudos y palos”. Acorralados, es de suponer que a causa de la superioridad numérica, los “prorrusos” se refugian en la Casa de los Sindicatos, en la que poco después “se habría desatado” un incendio, tal vez a consecuencia de los “cócteles molotov y los explosivos” arrojados contra las ventanas del edificio, no se sabe por quién. A resultas de todo lo cual, los servicios de emergencia ucranianos “encuentran” 36 cadáveres en el edificio.

En ningún lugar del artículo se dice que los “proucranianos” estuvieran armados, y mucho menos que fueran ellos quienes arrojaron los cócteles molotov y los explosivos. Ni siquiera está claro que estos últimos provocaran el incendio de la Casa de los Sindicatos. Dichos cócteles y explosivos, simplemente, “fueron lanzados”, lo que es posible que guarde alguna relación con el incendio ulterior. La relación entre aquella causa y este efecto es sólo “previsible”, lo que quiere decir que se podía prever, aunque nadie lo hizo. En cambio, sí sabemos con certeza que los “prorrusos” estaban armados con “escudos y palos”.

Ahora bien, como el incendio sólo “se habría desatado”, lo que nos deja en la duda de si realmente se desató o no, igualmente cabe preguntarse si no serían incendiarios los escudos y palos utilizados por los “prorrusos”, quienes en resumidas cuentas parecen haber muerto a causa de una combustión espontánea, fenómeno científico poco conocido que quizá podría ser motivo de un futuro reportaje de la agencia EFE.

Como lo anterior puede dejar al lector ligeramente turbado, el reportaje se extiende en la reproducción de las consabidas declaraciones oficiales, dirigidas a aclarar que, pese a las apariencias, todo está en orden. El viceprimer ministro ucraniano ha dicho lo que debía. La candidata a la presidencia, la ex mafiosa Yulia Timoshenko, también. Y Estados Unidos, como Dios manda, ha condenado la violencia y exhortado a las autoridades ucranianas a “esclarecer lo ocurrido y castigar a los culpables”.

Me pregunto si entre estos culpables figurarán “las decenas de agentes de la CIA y el FBI” que están asesorando al autoproclamado gobierno de Ucrania, según informa hoy el dominical alemán Bild. Estos agentes, afirma dicho dominical, están “ayudando a reducir la escalada de violencia en el sureste del país y a crear un sistema eficaz dentro de las fuerzas de orden del Estado”.

Las revelaciones de Bild coinciden con la aparición de diversos artículos hoy mismo en la prensa de algunos países (no en la agencia EFE ni en ningún otro medio de comunicación español), según los cuales este mes podría publicarse, aunque sólo parcialmente, el informe elaborado por el Senado de Estados Unidos acerca de las torturas y los métodos de interrogación a detenidos empleados por la CIA bajo la presidencia de George W. Bush. El informe del Senado consta de 6.300 páginas, y fue aprobado el pasado 3 de abril, habiendo sido enviado un resumen del mismo, de 400 páginas, a la Casa Blanca. Si el presidente Obama da su permiso, las agencias de inteligencia procederán a tomar parte en las correciones a las que haya lugar, que la senadora demócrata Dianne Feinstein espera que sean “las menos posibles”. A lo que ha añadido que “esta nación reconoce sus errores, por dolorosos que sean”. Igualmente, el senador republicano Saxby Chambliss, que en principio se opuso a la investigación del Senado, terminó por votar a favor de la desclasificación de estos documentos, a fin de que “los estadounidenses puedan juzgar por sí mismos”. Dicha votación fue calificada como “un paso importante” por la organización de derechos humanos Human Rights Watch.

Un último dato que tampoco se encuentra en la agencia EFE: Pravy Sektor (Sector de Derechas) es una organización fascista liderada por Dmytro Yarosh, actualmente número dos del Consejo de Seguridad Ucraniano, cuyo máximo responsable, Andriy Parubi, es también el fundador del Partido Nacional-Socialista de Ucrania. Entre las aspiraciones de estos líderes, y del gobierno ucraniano actual, figura la revisión de la Historia, incluyendo el rechazo a la guerra de liberación contra Hitler y la rehabilitación de los fascistas ucranianos que colaboraron con él en la limpieza étnica de judíos y campesinos durante la guerra. Visto así, el reportaje de EFE resulta esconder una nueva realidad mágica: los “proucranianos” son todos fascistas, y si por un casual usted, lector, es antifascista, entonces es “prorruso”.

Edificante corolario a una historia que empezó con unos guapos chicos rubios que se expresaban en un correcto inglés ante las cámaras de la CNN, llegadas oportunamente a la Plaza Maidan.

sábado, 3 de mayo de 2014

DISPARATES / 108

OTELO, DE ORSON WELLES

Aunque anunciado y esperado, Shakespeare se fue antes de que subiera el telón, pero otro viene: la comedia se convierte repentinamente en tragedia, y a la inversa. La producción de Como gustéis que estaba prevista para esta temporada en el Théâtre de l’Odéon, que tuvo que suspenderse a causa de la muerte de su director, Patrice Chéreau, el pasado 7 de octubre, debió ser reemplazada a toda prisa por un discutido montaje de Tartufo dirigido por Luc Bondy, el cual ya había sido estrenado en Viena y todavía puede verse en París hasta el 6 de junio. Chéreau no se acercó mucho a la obra de Shakespeare, pero de él se recuerda su Hamlet de 1988 en Aviñón, cuando era codirector del Théâtre des Amandiers. Shakespeare, en cambio, estuvo de algún modo presente en toda la obra y en la naturaleza de ese otro maestro de la representación que fue Orson Welles.

Primero Macbeth, en 1947; después Campanadas a medianoche, en 1965; y en medio este Otelo de 1952 por el que Welles recibió la Palma de Oro en Cannes. La película es la menos conocida de las versiones shakesperianas de Welles, y puede que una de las mejores de su larga carrera. Ello a pesar de las circunstancias casi rocambolescas en las que debió ser producida.

El rodaje se inició en 1949, y concluyó tres años después. En el camino quedaron un productor arruinado, unos decorados y vestuarios confiscados y tres Desdémonas diferentes. Para este film, el primero que rodó en Europa, Welles contó con G.R. Aldo, que había sido el director de fotografía de La terra trema y que fue uno de los máximos responsables de la manera neorrealista de ver el mundo. Pero también él quedó en el camino, igual que Alexandre Trauner, quien había trabajado con Billy Wilder en películas como El apartamento. El rodaje fue una lucha feroz contra la falta de presupuesto, y para financiar la película Welles aceptó varios papeles en proyectos de lo más variopinto, desde El tercer hombre hasta La rosa negra. Con cada nuevo productor asociado a la película Welles se vio obligado a filmar en nuevas localizaciones, en lo que devino un azaroso trayecto que se inició en Roma y que le llevaría a Marruecos. Con frecuencia, los planos y contraplanos de una misma secuencia están filmados en lugares distintos, con actores igualmente distintos y con una diferencia de años. Asombrosamente, el producto final resulta ser uno de los más coherentes y personales de Welles, en el que no faltan signos de su peculiar manierismo, de su gusto por el uso de lentes propicias al esplendor e infinita variedad del blanco y negro y por la continua referencia de raíz expresionista a una arquitectura compleja, cargada de sombras.

Acerca del caótico rodaje de la película y de los procedimientos ideados por Welles para recaudar fondos escribió Micheál MacLiammóir un libro: Put money in thy purse (Virgin Books, 1994). En él se describe, entre un sinfín de jugosas anécdotas, la manera en que Welles insistió ante los productores de La rosa negra para que el abrigo de su personaje, Bayan, estuviera forrado con piel auténtica de visón, a pesar de que dicha piel no sería visible. Al término del rodaje el abrigo se esfumó, pero sólo para reaparecer unos años más tarde sobre los hombros de Otelo.

Si accidentada fue la producción de la película, más aún lo ha sido su vida posterior. En principio existieron dos montajes distintos aprobados por Welles: uno para Europa, que es el que se proyectó (como producción marroquí) en Cannes; y otro para Estados Unidos, que fue estrenado en Nueva York en 1955, y que difería del anterior sobre todo en la banda sonora, ya que la distribuidora United Artists obligó a redoblar las voces de algunos personajes. En 1992 la hija de Welles, Beatrice, supervisó el lanzamiento de una versión restaurada, en estéreo, a partir de la edición americana, la cual recibió numerosas críticas, en particular del hijo del compositor Angelo Francesco Lavagnino, quien afirmó que en la música de la cinta no era posible reconocer el trabajo de su padre. En 1994 se lanzó comercialmente en el formato de laserdisc la edición europea, que tuvo que ser retirada a causa de las acciones legales emprendidas por Beatrice Welles. Por fin, recientemente ha podido llevarse a cabo una nueva restauración, basada en la de 1992, que devuelve a la cinta su sonido monoaural. Es la que está proyectándose estos días en diversas salas francesas y será lanzada en DVD el 10 de mayo.

El film se abre con el entierro de Otelo y Desdémona, de forma que la bien conocida historia nos es transmitida aquí enteramente por medio de un flashback. El agreste Otelo, interpretado por un Welles en estado de gracia, es más que nunca un hombre de guerra. La noble y cultivada Desdémona (Suzanne Cloutier) escuchó los relatos que de sus aventuras hizo a su padre, de lo que Otelo deduce que “ella me amaba por los peligros que había pasado”. Pues este guerrero tan marcial como ignorante de las leyes de la urbanidad no puede dejar de sentirse morbosamente inferior ante su amada, lo que dará lugar a los celos y a la tragedia. Agente necesario para la misma es Yago (Micheál MacLiammóir), hermano de armas de Otelo y hombre por tanto de su propio mundo, que no es otro que el campo de batalla.

Historia fundamental y recurrente en la obra de Welles es la del gran hombre que recibe su merecido. Welles filmó muchas veces su propia caída con una especie de placer masoquista, recreándose en su propia humillación, de lo que es muestra este ininterrumpido flashback, esta rememoración desde el reino de las sombras que parte de su torturado y afligido rostro en primer plano. La fragmentación de las imágenes que es producto del modo azaroso en que se filmó la película no afecta a su discurso narrativo, por mucho que el actor que entra en una habitación sea otro diferente al salir de ella, o aunque una pelea comenzada a rodar en 1949 en Roma concluya en Marruecos dos años más tarde. Al contrario, esta fragmentación otorga a la cinta un ritmo y un lenguaje unitarios conformados por planos de breve duración y un montaje acelerado, a años luz de los planos secuencia que dominaron el precedente Macbeth. Ese rápido montaje no constituye sólo una estética, sino también un procedimiento narrativo que evoca a Eisenstein aunque no vaya en persecución de la síntesis o el análisis, sino del reflejo de la disolución, de la devastación de una mente y de su mundo.

Una de las escenas más dramáticas de la obra, aquélla en la que Otelo acusa directamente a Desdémona, sigue principalmente el esquema clásico del plano y contraplano, en virtud del cual cada personaje es recortado y aislado en un marco. La elección de las lentes y los ángulos, la iluminación y el montaje, la disposición de los actores en cada composición y el control al que están sometidos sus gestos y miradas nos muestran a dos seres que se llaman el uno al otro a través de un abismo insalvable y desolado, y, como ha escrito Richard Brody: “hombre y mujer no podrían estar más cerca y a la vez más lejos”.

El drama sexual de Otelo, el envenenamiento de la mente en contra de los vínculos del cuerpo, según Brody, ya estaba hacía tiempo en la cabeza de Welles: “Otelo es la consecuencia natural de La dama de Shanghai, en la que él mismo interpretaba a un escritor joven, robusto y viril que valientemente había conquistado el amor de una bella mujer (Rita Hayworth, su esposa en la vida real), pero que caía víctima de las persuasivas artimañas de un abogado intrigante”.* Así la turbadora sensación de lucha interior y de inestabilidad emocional que nos sugiere la película cobra un carácter autobiográfico, a resultas del cual Yago no sería un personaje dominado por su maldad, sino una proyección de la mente atormentada de Otelo, el cual nos transmite, a modo de confesión, las dudas y los temores de su autor.
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