domingo, 12 de febrero de 2012

VARIACIONES / 11


DE LA TIERRA A LA LUNA
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Su aspecto era el de alguno de los personajes de Verne. Como algunos de ellos, por ejemplo el Marcel Bruckmann de Les cinq-cents millions de la Bégum, procedía de una vieja familia alsaciana, una familia, los Koechlin, en la que no faltaron otros personajes al estilo verniano: André, un industrial; Daniel, un famoso químico; Maurice, ingeniero y colaborador directo de Eiffel en la construcción de la torre que lleva su nombre; Nicolas, otro industrial, pionero de los ferrocarriles; y René, también ingeniero. Estudió (cosas de familia) en la muy prestigiosa École Polytechnique, ya que quería ser astrónomo. Introdujo los saxofones en la orquesta y ese extraño instrumento, evocador también de fantasías espaciales, que se llama Ondas Martenot. Compuso mucha música para todos los géneros, excepto la ópera, música en su mayor parte serena y lunar, y su afición a las estrellas le inspiró incluso una sinfonía dedicada a las del cine de Hollywood.
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Cuando Charles Koechlin, nacido en París en 1867, abandonó sus estudios en la Polytechnique, a causa de una grave enfermedad, ingresó en el Conservatorio. Allí tuvo como maestros de composición a Jules Massenet y Gabriel Fauré. Inició su carrera como compositor con gran número de mélodies sobre textos de Paul Verlaine, Theodore de Banville y Albert Samain, entre otros. En 1898 su maestro Fauré le encarga la orquestación de su música de escena para Pelléas et Mélisande, lo que constituye su primer encuentro con la gran orquesta, para la que poco después escribirá La Nuit de Walpurgis classique y a la que dedicará, con el tiempo, más de cuarenta obras. Pero Koechlin era un hombre sin prisa y con amplias inquietudes que excedían con mucho el mero dominio musical, entre ellas la fotografía, a la que se dedicaba asiduamente desde que en 1897 adquirió un artilugio llamado verascopio. Así, no es hasta después de 1910, con más de cuarenta años, cuando empieza a manifestarse en las obras de Koechlin un lenguaje musical que le es propio, y el cual definió él mismo como un “esclarecimiento progresivo” que era producto del equilibrio en la construcción sonora: “Traverser la nuit pour parvenir à la lumière”.
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Como a Verne, le fascinaba todo lo nuevo: instrumentos mecánicos, ideas, estéticas. En 1909, con Ravel, y con el fin de apartarse del academicismo de la Schola Cantorum, funda la Société Musicale Indépendante, que tendrá el propósito de promover la música contemporánea. Él, que siempre se mantuvo al margen de ideologías nacionalistas, partidos y escuelas, y que consideraba a esa libertad intelectual como la verdadera base de su existencia, mostró su simpatía por las nuevas músicas de vanguardia en artículos escritos para periódicos y revistas, entre ellos L’Humanité, en los que saludó los estrenos de obras como La Consagración de la Primavera o Pierrot Lunaire (su eufórico y clarividente comentario a ésta última acababa con las palabras: “¡Vivan los clásicos del porvenir!”). Dedicado desde 1917 a la enseñanza, tuvo entre sus alumnos a Francis Poulenc, Henri Sauguet, Germaine Tailleferre y Roger Désormière. Escribió diversos libros dedicados a la armonía, al contrapunto, la fuga y los instrumentos de viento, y su Traité d'orchestration en cuatro volúmenes (editados entre 1935 y 1943) constituye todavía hoy una referencia obligada.
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Para entonces Koechlin ya ha compuesto sus “essais” sinfónicos más apreciados: En mer, la nuit, sobre textos de Heine; Le Livre de la Jungle, suite con solistas y coros sobre la obra del mismo título de Rudyard Kipling; Le Buisson Ardent, poema sinfónico basado en una obra de su amigo Romain Rolland, y The seven Star's Symphony, en la que presenta los retratos musicales de siete artistas de la pantalla, desde Douglas Fairbanks hasta Charlie Chaplin. A lo que hay que añadir una abundante música coral y de cámara, piezas para las más diversas formaciones de cuerdas y de viento, sus ciclos para piano y su monumental Les Chants de Nectaire, obra para flautista que está inspirada en el jardinero Nectaire, personaje de una novela de Anatole France.
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Con todo, el legado de Koechlin no es sólo musical. “Un maestro, en todos los sentidos de la palabra”, ha dicho de él algún crítico. A este hombre su propia obra le satisfacía difícilmente, siempre en busca de una combinación sutil, un sonido que debía ser menos materia y más espíritu, una onda venida de algún lugar ultraterreno, a veces sólo un perfume. Este hombre aprendió de sus propias lecciones, las que impartía en París y después en Estados Unidos. Sus viajes a mundos imaginarios (siempre presentes en su música) le convirtieron en el autor de una especie de folclore sideral que no le impedía apreciar la realidad más próxima. Mostró la pasión con la que vivía su tiempo en su cantata Libérons Thälmann, así como en la música que escribió en 1938 para la película Victoire de la vie, de Henri Cartier, ambientada en la lucha contra los fascistas españoles. En sus artículos llamó la atención a menudo sobre la responsabilidad social del arte, que debía huir de la superficialidad y de los efectos fáciles, justificados, entonces como ahora, “porque es lo que le gusta al público”. Impulsó iniciativas para crear una música de calidad que fuese al mismo tiempo popular y desde 1948 fue miembro de la Association Française des Musiciens Progressistes. No dejó discípulos (porque los tiempos que venían ya eran otros), pero sí impregnó a quienes le sucedieron con sus aires de rigor y libertad. Koechlin, como los viajeros de Julio Verne, exploró la atmósfera en busca de armonías que pudiera capturar para los hombres, yendo de la simple monodia a la politonalidad, a fin de alcanzar el objetivo que es propio de todo arte: la conquista de la belleza.


Charles Koechlin: Épitaphe de Jean Harlow. Romance pour flûte, saxophone alto et piano (1937).
Tatjana Ruhland, flauta
Libor Šíma, saxo contralto
Yaara Tal, piano

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