domingo, 29 de enero de 2012

DISPARATES / 26


ANGELOPOULOS Y EL PAISAJE

Por una de esas anomalías propias de nuestro tiempo y condición, sucede que la visibilidad de un artista, o de un creador en general, está sujeta a imponderables que oscilan entre las subidas y bajadas de la Bolsa, las novísimas técnicas de marketing y el tráfico rodado. Parece así que el artista no trasciende, no es ni siquiera artista, si no dispone de un eficiente gabinete de prensa, si no sabemos nada de su vida privada, si no sonríe a la cámara, si no dispone de una legión de agentes, productores y productores asociados, todos ellos bien provistos de inevitables avales bancarios.

Carecer de todo eso es lo mismo que esconderse. El artista que así tolera su propia devaluación, que se limita a ser persona pública cuando da a conocer su arte, el cual ha sido concebido y gestado arduamente, en silencio, a la manera en que un paisaje se revela en la niebla, se coloca sin quererlo al borde de una inexistencia prematura, la cual puede ser fácilmente aniquilada por alguno de esos vehículos que hoy nos conducen a la muerte más deprisa, más eficientemente, como es debido.

No sé qué dirán las enciclopedias del futuro de Theo Angelopoulos, pero ahora se me antoja que hemos perdido al último director de cine europeo, el único que nos quedaba. Y es que nuestro sur de Europa, que ahora, como han decretado, vuelve a ser pobre, no puede permitirse tales lujos, igual que en España no pudimos permitirnos a Buñuel y por eso lo enviamos al exilio.

Aunque no estuve presente, deduzco por las noticias que nos han llegado que la muerte del cine europeo ocurrió en un solo plano secuencia y a cámara lenta. En primer lugar el travelling hacia delante que esta vez no llevaba sobre los raíles una cámara, sino una mortífera motocicleta japonesa; después la espera de una ambulancia que no llegaba, ya que todo esto sucede en un país pobre; quizá nevaba; y después nada, un fundido en negro.

Otros más jóvenes y guapos, que creen que el cine no es eso, registran en sus cuentas bancarias y en sus paraísos fiscales las ganancias diarias del negocio, desde que el cine no existe. Ellos han inventado otra cosa que tiene que ver con centros comerciales, grandes aparcamientos, refrescos y palomitas, además de con el control de la distribución de las bazofias que ellos mismos producen, y que además exhiben en salas que son suyas, o de un primo lejano. Y por si fuera poco, puesto que en el gobierno también hay un primo, tienen la SOPA y la PIPA, es decir, toda la impedimenta necesaria para repantingarse en sus salas oscuras, donde podrán echar un sueñecito, igual que si estuvieran en casa. Que les aproveche. Y que disfruten ellos de eso que llaman cine.

Theo Angelopoulos dijo una vez: “No elijo las historias. Ellas me eligen a mí”. Como la muerte.

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Adagietto de la Sinfonía No 5 de Gustav Mahler

Charleston Symphony Orchestra

David Stahl

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