viernes, 26 de marzo de 2010

LECTURA POSIBLE / 8

¿ALGO NUEVO BAJO EL SOL?
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En medio de las encendidas y notorias polémicas del momento, acerca de si a Cristiano Ronaldo le ocupa demasiado tiempo su novia y si las corridas de toros son bienes de interés general, apareció hace unos días en uno de esos suplementos de prensa que sus directores se obstinan en llamar “culturales” un reportaje que amenaza con traer secuelas y que muy apropiadamente se titulaba Nueva polémica literaria: narradores tradicionales contra nocilleros (El Cultural, 12 de marzo). Y es que, seguramente a causa de la crisis, los editores y su entorno ya no saben qué hacer para vender algo. Es muy raro que la literatura llegue a ocupar un lugar destacado en el panorama de nuestros llamados medios de comunicación, y cuando esto ocurre es seguro que el asunto se nos presenta adornado con el atractivo envoltorio de la polémica, cosa a la que somos tan aficionados ya que promete insultos, desaires y porfiados alardes del tamaño de las propias gónadas en comparación con las ajenas. Por desgracia, el reportaje en cuestión no cumple tales promesas, y los vilipendios que los “tradicionales” dedican a los “nocilleros”, y a la inversa, no pasan de algunos leves escarceos, casi gestos amorosos que no creo que entusiasmen a nadie, pues la literatura está muy lejos de despertar la pasión que sí existe naturalmente en los goles, en la sangre y en la política.
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Por si el lector no lo sabe (ya que no todo el mundo puede estar al tanto de las últimas tendencias), “los nocilleros” no es el nombre que se da a alguna remota tribu degustadora de peyote y otras yerbas, ni es tampoco un conjunto de rap ni de ningún otro estilo pop, ni un colectivo de enfermos aquejados de alguna clase de trastorno alimentario, no. Además, tampoco son nuevos. La nocilla aplicada a la novela es un invento que debemos a Agustín Fernández Mallo, autor de Nocilla Dream (Candaya, 2006), obra que ha tenido diversas derivaciones en cuyos títulos aparece siempre la dichosa nocilCursivala y que han sido editadas por Alfaguara. Estas novelas, y las de sus epígonos, se caracterizan por lo que sus autores llaman el zapping, que en este contexto podría entenderse como fragmentación o mutación, además de por las alusiones directas al mundo de la publicidad y la moda, el comic y la televisión. En resumen, se trata de una novelística que incorpora íntegramente la actualidad, tanto en los contenidos como en la forma. A “los tradicionales” (la otra parte de la polémica) ya los conocemos, así que no es necesario presentarlos.
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En el reportaje mencionado más arriba el tradicional Rafael Chirbes alude a Sterne y a Dos Passos para explicar que la fragmentación no es cosa de ahora, y añade que “no hay nada nuevo bajo el sol”. El también tradicional Álvaro Pombo, tan transparente siempre en sus afirmaciones, declara que “no quiero decir que no haya nada nuevo bajo el sol”. José María Guelbenzu (también tradicional) afirma que lo que está en juego es el futuro de la novela, y que “la ansiedad del cambio parece ir por delante del cambio”, poniendo como ejemplo de fragmentación las novelas de Claude Simon. Que “todo está inventado y que no hay nada más” es lo que afirma el tradicional Vicente Molina Foix, quien atribuye la novela nocillera “a inventos publicitarios, propagandísticos incluso, promovidos por los autores y sus círculos mediáticos”. Y, por último, otro tradicional, aunque de la edad de muchos nocilleros, Ricardo Menéndez Salmón, se sorprende de que estos “tengan un discurso teórico sobre su propia obra infinitamente más complejo que la obra en sí”.
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De las interesantes opiniones de los “nocilleros” en el reportaje de marras, me referiré sólo a las del ya citado Fernández Mallo, quien afirma, él también, que “no hay nada nuevo bajo el sol”, pero que el futuro del género (la novela) pasa por un soporte “que albergue texto, música, fotografía y vídeo, y conexión online a la red”. En una entrevista de hace unos años también afirmaba que “el deslumbramiento estético sólo se da ante situaciones y objetos que nos desenfocan la mirada establecida. Entonces es cuando se regenera un género, o lo que es lo mismo, aparece uno nuevo”. Este género nuevo ya tiene incluso nombre: es la docuficción, en la que el autor reelabora sus materiales con productos mentales que, aunque emanen de la realidad, son de “segunda generación”. “Es lo que hacen con sonidos los músicos cercanos al Dj cuando usan el sample”. Si bien de hecho, concluye Fernández Mallo, “la novela es una muestra de mi empanada mental”.
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O sea, que la postmoderna, fragmentaria y mutante novela nocillera no es la realidad misma, sino el producto de la realidad filtrada por la mente del autor. ¡Acabáramos! Semejante hallazgo no se les habría pasado por la cabeza ni a Flaubert ni a Dostoievski aunque le hubieran dado vueltas al asunto durante mil años. Por otra parte, la descripción que hace Fernández Mallo del futuro y prodigioso soporte que albergará la novela coincide exactamente con algo que tampoco es nuevo: un puro y simple blog. De todo esto deduzco que no he entendido nada de la novela nocillera, que por lo visto debe estar por encima de los cortos alcances de un mortal corriente. Y no obstante, como uno ya tiene el hábito de dudar, mientras leía tales cosas no dejaba de preguntarme si realmente habrá algo nuevo bajo el sol. ¿Por qué se promociona a estos autores? ¿Y por qué de esta manera? Quién sabe, al fin y al cabo vivo muy apartado de la actualidad y ni siquiera tengo Twitter. Que algunos editores detestan que haya no ya reflexión o profundidad, sino incluso letras en sus libros es algo bien conocido, perCursivao los de los nocilleros también están llenos de ellas. Por mucho que digan, el acto de la escritura es hoy el mismo de siempre, y el de la lectura. Y además, ¿cómo se puede decir que ahora el mundo se ha vuelto fragmentario? ¿Qué libros han leído los autores jóvenes? ¿Quién les habrá inducido a confundir una novela con un blog? ¿Y con qué interés? Y, casi no me atrevo a preguntarlo: ¿habrán leído algún libro?
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Estos novelistas online o blogueros parecen ser cómplices de las intenciones de ciertas multinacionales que están decididas a vendernos artefactos electrónicos de lectura de libros, ya que de lo que se trata es de "conseguir, en lugar de lectores, clientes", como bien ha escrito Rafael Reig en otro suplemento cultural (ABC, 20 de marzo). Pero he aquí que, hojeando de nuevo el suplemento de los tradicionales y los nocilleros, me encontré con el reclamo publicitario de uno de esos grupos multinacionales (y esto sí es una novedad) que se están haciendo con el control de las editoriales españolas y de los medios de comunicación, a los que algunos por inercia siguen llamando “nuestros”, igual por cierto que cuando hablan de Telefónica o Repsol. Los libros promocionados por la multinacional en cuestión eran dos: Un líder como Jesús, en el que pueden aprenderse “lecciones de liderazgo y resolución de conflictos tomadas del mayor líder de todos los tiempos”; y Trump, los mejores consejos de bienes raíces que he recibido, en cuyas páginas “el magnate estadounidense nos revela los mejores consejos que ha recibido para triunfar en el negocio inmobiliario”. En otros tiempos algún inconsciente habría dicho que tales libros no son más que un timo, pero hasta el más inconsciente se cuidará hoy de hacer tal afirmación, a riesgo de ser tachado de tradicional, de purista y de otras cosas por el estilo. Pues esos libros se venden (sobre todo en su versión electrónica, con su correspondiente galería de fotos y vídeos), alimentan el negocio editorial, y ¿qué autor, por muy tradicional que sea, se atrevería a ir en contra de la industria que vive de él? No sabría explicar muy bien cómo ocurrió, si fui afectado por un destello de fragmentación tradicional o nocillera, de mutación afterpop o de docuficción, pero la verdad es que enseguida lo entendí todo.
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Aquí puedes leer el artículo de Rafael Reig en el ABC de las Artes y las Letras sobre el negocio del libro electrónico.

miércoles, 3 de marzo de 2010

DISPARATES / 10

LÍQUIDO
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Hace unos días estuvo en Madrid Rafael Correa, presidente de Ecuador, que entre otras cosas denunció la situación de sus compatriotas emigrados en España que, habiendo perdido su puesto de trabajo, han visto embargadas sus viviendas. Muchos de ellos han vuelto a su país, donde deben seguir pagando las mensualidades de una vivienda que ya no es suya, pues los bancos españoles han vendido su deuda a bancos ecuatorianos. Y es que en esta sociedad pocas cosas hay tan seguras como la persecución de las personas por los bancos. Precisamente la poca seguridad que ofrece nuestra época parece ser el tema de esa torre monumental que están erigiendo en Londres en conmemoración de las próximas Olimpiadas. En efecto, la llamada Arcelor Mittal Orbit, obra del escultor Anish Kapoor, que va a costar veintiún millones de euros, es una estructura de más de cien metros que está construida en forma de órbita mediante un entramado de tirabuzones de acero rojo. La torre, que muchos consideran un adefesio, pretende representar nuestro tiempo, y a diferencia de lo que sucede con otras famosas torres, por ejemplo la parisina de Gustave Eiffel, tiene la virtud de que, ante ella, nadie sabe qué pensar, pues no es lo que parece y desde luego no parece lo que es. En conjunto, según su autor, su arremolinado aspecto debe transmitir una impresión de inestabilidad, de falta de concreción y de ausencia de forma, como si se tratara del efímero instante en que contemplamos el movimiento de un líquido.

Creo que Zygmunt Bauman fue el primero que analizó seriamente ese fenómeno de nuestro tiempo, de origen holandés, que se llama Gran Hermano. Lo que sabemos de él podría resumirse así: Un grupo humano cuya procedencia se oculta en el más oscuro anonimato se encierra entre cuatro paredes para ser visto por el mundo, siendo sometido ulteriormente a un proceso de selección, aparentemente democrático pero opaco en el fondo, que culmina cuando uno de los individuos sobrevive al resto del grupo, lo que le convierte en digno merecedor de un premio ya estipulado de antemano, que no es otro que la fama. En principio, todos los miembros de dicho grupo son adversarios entre sí, lo que no les impide establecer temporalmente pactos, públicos o privados, en función a veces de sofisticadas estrategias, a fin de sobrevivir el mayor tiempo posible, o simplemente con vistas a que el eliminado sea otro. La supervivencia, pues, dependerá de la habilidad de cada uno para, sucesivamente, acordar pactos y luego traicionarlos, dependiendo de la misma el grado de popularidad del individuo y por tanto sus oportunidades de perpetuarse. Es decir, gana quien más y mejor miente.

Al sociólogo Bauman se le achaca la condición de postmoderno, si bien él prefiere distinguir en su campo de investigación dos modernidades diferentes: la sólida y la líquida. La primera es la que correspondía al mundo ilustrado, en el que había un conjunto de valores morales y de estructuras políticas, económicas y sociales que eran (o se consideraban) más o menos inamovibles. Aquel mundo sólido era sustancialmente injusto pero ofrecía seguridad. Todavía hasta hace poco la solidez del mundo ofrecía al individuo algunas garantías, entre ellas, y no es pequeña cosa, la de una ocupación profesional estable. Un joven empleado que ingresaba en una empresa podía confiar razonablemente en su permanencia en ella hasta la jubilación. Con el paso de los años dicho empleado adquiría “antigüedad” y por tanto nuevos y mayores derechos, lo cual le permitía a su vez desarrollar una estrategia de pactos duraderos con los otros empleados (de ahí los sindicatos), por no hablar de los valores éticos (camaradería, solidaridad) que tal estado de cosas fomentaba y que se extendían más allá del reducido ámbito profesional, o económico, impregnando por igual la esfera de lo privado y de las relaciones establecidas en ella.

El mundo líquido es sustancialmente injusto y no ofrece seguridad. Después de que los bancos consiguieran que todo el mundo se endeudase, incluyendo a aquellos que no iban a poder pagar su deuda, la única medida que los gobiernos han concebido para detener la catástrofe financiera ha sido inyectar billones de dólares en la banca, lo que no ha sido acompañado por ninguna otra medida de orden regulador que impida que en el futuro se repita, ampliada, la calamidad actual. ¿Qué confianza podemos tener en la banca, o siquiera en que, una vez saneadas sus cuentas, no vuelva a incurrir en los disparates que han provocado la crisis?

En los países anglosajones los estudios universitarios hace tiempo que no se financian con becas y otras ayudas del Estado, sino con créditos que los beneficiarios deberán devolver cuando empiecen a trabajar, si pueden. Se calcula que en Inglaterra la deuda  mínima que debe tener un estudiante en el momento de graduarse supera las 30.000 libras (en el día de hoy un euro equivale a 0, 91 libras esterlinas). Igualmente, se calcula que el estudiante ahora egresado deberá cambiar una media de cinco veces de actividad profesional, y que pasará por no menos de once empresas hasta la edad de jubilación. Además, del desastre financiero ha surgido una figura desconocida hasta la fecha: la del patrimonio negativo, en el que se encuentran millones de personas que no pueden pagar su hipoteca inmobiliaria ni siquiera con la propia vivienda; es decir: embargados, todavía siguen debiendo dinero. Y todo este panorama se nos presenta como un signo incuestionable de los beneficios que nos depara nuestro tiempo. Debemos felicitarnos por la flexibilidad y la movilidad de nuestro mundo líquido. La inseguridad ha pasado a ser un valor positivo al que debemos adaptarnos.

En tiempos pasados, alguien esperaría que desde el mundo de la política surgiera una idea, una voluntad, una iniciativa que pusiera fin a este amenazador estado de cosas. Pero hoy, precisamente, no hay nada más lejos de lo posible, pues el poder no está en la política, sino en otra parte, en algún lugar impreciso de nuestra modernidad líquida. Como en el programa de televisión, el poder es algo (lo único) que queda fuera de los objetivos de las cámaras. De hecho la política ha perdido su contenido político y hoy no es más que un espectáculo a imitación de Gran Hermano, triste espectáculo, a decir verdad, en el que toda mentira y toda estrategia están justificadas a fin de lograr la propia permanencia, y en el que ni siquiera tendría sentido abordar rigurosamente problema alguno, ya que la resolución de los mismos pondría fin al espectáculo. En este juego puramente retórico de gestos, de discursos vacíos, enredos judiciales, exigencias y hasta amenazas, juego que se despliega en los medios de comunicación constituidos en plató de un trivial y recurrente Gran Hermano, impera como único valor moral el de la supervivencia hasta la próxima nominación, valor que debe ser sostenido por cualesquiera medios y a cualquier precio. Y también este valor moral se extiende e impregna las esferas de lo privado, arrasando todo lo que aún pudiera quedar de nuestro sólido mundo anterior. Bauman, que a sus ochenta  y cinco años ya lo ha visto casi todo, no es optimista. Pues lo líquido, en fin, por su propia naturaleza, es difícilmente manejable, y cuando imprudentemente creemos estar más seguros, más expuestos estamos en realidad a la violencia de las olas.