jueves, 17 de marzo de 2011

LECTURA POSIBLE / 18


UNA OLVIDADA (Y OTRO)
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Friderike Maria Burger, vienesa
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Al iniciarse la Gran Guerra, un grupo de intelectuales pacifistas, cuyos países eran enemigos, se reunió en la Suiza neutral que en ese momento estaba siendo atravesada por columnas de refugiados, revolucionarios, espías y ladrones. Friderike, para entonces, tenía ya a su espalda algo de la historia de Europa y de sí misma. Durante algunos años había sido la señora Winternitz, por su matrimonio con un funcionario de Hacienda del que tuvo dos hijas: Alix y Suse. Con el nombre de Friderike Winternitz había publicado varias novelas (inencontrables en castellano), y con el mismo nombre había sido presentada en 1912 a Stefan Zweig. Dos años después de este encuentro, Friderike se divorció para casarse con Stefan, con el que mantendría una especie de alianza espiritual hasta el suicidio de éste en la lejana Petrópolis, en Brasil. Por cierto que para entonces Stefan Zweig estaba casado con quien había sido su secretaria, pero esa es otra historia.
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En Suiza, durante la Gran Guerra, el grupo de intelectuales entre los que se encontraban los Zweig combatió en una guerra incruenta en la que, como hoy sabemos, iba a decidirse el destino de Europa, y que ellos perdieron (y nosotros). Se trataba de una guerra contra la guerra y a la vez de una reivindicación de la cultura europea, esa misma cultura que ya en el siglo anterior había sido presentida por un Beethoven, y que mucho antes había hecho posible que los actores de la Commedia dell’arte que hacían sus piruetas en la plaza de San Marcos de Venecia introdujeran en sus soliloquios palabras de origen eslavo, o griego, o portugués. Durante la guerra, en 1917, Stefan Zweig estrenó en Zurich su obra dramática en nueve cuadros Jeremías, dedicada al profeta que, en un contexto cristiano, heredó de Casandra el don de predecir el futuro, y también el de que sus predicciones no fueran creídas. Friderike nos ha dejado en su libro de recuerdos Destellos de vida (Papel de Liar, 2009) un testimonio de aquellos años en los que unos pocos se opusieron con sus obras, con sus actos, sus dudas y convicciones, a las atrocidades que se cometían en toda Europa, y que pusieron punto final no sólo al mundo que ellos habían conocido, sino también a uno mejor que aún no había nacido. Entre ellos estaban Rainer Maria Rilke, Romain Rolland y Frans Masereel, que cautivó a Friderike por su optimismo y su sensibilidad. Muchos años después, casi octogenaria, los recordaría a todos cuando escribió sus memorias en su exilio de Stamford, Connecticut, del que nunca volvió.
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Frans Masereel, flamenco
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Estudió en la Academia de Bellas Artes de Gante y luego en París, donde descubrió la técnica del grabado en madera. En Ginebra ilustró algunas obras de Rolland y de Zweig y colaboró en diversas publicaciones pacifistas, como La Feuille y Les Tablettes. Pero sus principales obras fueron sus “novelas sin palabras”, que aparecieron entre 1919 y 1929. Zweig, que había visitado la Unión Soviética, y que por un tiempo estuvo convencido de que “Ex Oriente Lux: sólo de Rusia puede llegar la renovación para esta Europa que se derrumba” (según le confesó en una carta), animó a Masereel a exponer sus obras en Moscú, cosa que hizo dos veces y con gran éxito. Masereel participa en 1935 en el Congreso Mundial en Defensa de la Cultura que se celebra en París, y en el que también toman parte Aldous Huxley, Robert Musil, Bertolt Brecht y André Gide. Éste, a su regreso de un viaje a Moscú, escribe Retour de l’URSS, primera ocasión en la que un intelectual de Occidente denuncia el autoritarismo reinante bajo el régimen de Stalin. El libro de Gide abre un cisma en Europa y Masereel decide marcharse a España, donde se ha iniciado una guerra civil.
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El arte de Masereel recibe en esos años la influencia de Rouault y de Picasso, con el que colabora en la preparación del pabellón español de la Exposición Universal de París. El pacifista Masereel, que había visto la ascensión del nazismo y cuya obra fue prohibida en Alemania, explicó más tarde las razones que le llevaron a cambiar de actitud: “Esa guerra [la primera] no me interesaba. Sólo se trataba de conducir hombres al matadero. No se veía la defensa de ningún ideal por ninguna parte. Por el contrario, la II Guerra Mundial fue muy diferente. Esta vez no era posible mantenerse al margen”. Participó en el Service Français de Propagande ilustrando folletos que eran arrojados por la aviación tras las líneas del frente. En 1943 se encuentra junto a su mujer en la Aviñón asediada, y más tarde se recluye en Château de Boinet, una mansión en ruinas en la que permanece hasta 1949. Pasó el resto de su vida en Niza.
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La obra de Masereel, en la época de sus “novelas sin palabras”, constituye, con sus ritmos quebrados, sus claroscuros, sus distorsiones, uno de los mejores muestrarios del expresionismo, ese arte degenerado que habría de recibir la condena del nazismo y de la ortodoxia del realismo socialista soviético, y que tras la guerra sería sustituido por un estilo más naturalista y geométrico, deudor en gran parte de las ideas difundidas por la Bauhaus. Aunque emparentado con Otto Dix y Georg Grosz, el estilo de Masereel se nos antoja hoy único e inconfundible, y sus obras tienen un aire de familia que las hacen reconocibles al instante. Su “novela sin palabras” De Stad (La Ciudad) reúne todos los rasgos que eran característicos de su obra antes de la II Guerra Mundial, y todavía hoy sigue siendo una fiel descripción de la injusticia, la brutalidad y la alienación que reinan en nuestras grandes metrópolis. Hay que agradecer a Masereel la actualidad de este retrato del mundo, y a Friderike Zweig el que nos haya recordado a este europeo que, como ella, sufrió las penalidades de su tiempo. Los dos tuvieron la generosidad de contarlo.
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FRANS MASEREEL: Die Passion eines Menschen
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jueves, 10 de marzo de 2011

CRÓNICAS TOLEDANAS / 7


CAMBIAR O REPETIR

Hace aproximadamente dos años y medio mostré en otro lugar mi pesimismo en relación al pacto entre Izquierda Unida y el PSOE que propició en Toledo la conformación de un nuevo equipo municipal. Decía entonces que el cambio, a resultas de dicho pacto, era sólo aparente, y que constituía a todas luces un costoso sacrificio para la izquierda toledana, la cual, pese al incremento de su número de votos, iba a tener de hecho en los asuntos municipales una influencia menor que la que había disfrutado anteriormente. Manifesté asimismo mi opinión de que el bloque gubernamental en Toledo, como en el resto de España, es el que forman el PP y el PSOE, con independencia de que el poder ejecutivo esté transitoriamente más en las manos de unos que en las de los otros, y que ante semejante panorama IU se hallaba en el dilema de ser un triste convidado de piedra o ejercer una digna oposición.
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Creo que no sería exagerado afirmar que hoy ese malestar está muy extendido entre los votantes de IU. Cosa por lo demás muy predecible si tenemos en cuenta que ya antes del pacto toledano esa misma política había llevado a la izquierda a su casi total desaparición de las instituciones españolas, incluyendo ayuntamientos que tradicionalmente habían sido feudos de la izquierda, por ejemplo en la vecina comunidad de Madrid. Quienes en Toledo, desde la izquierda, alegaron entonces en defensa de dicho pacto que lo contrario equivaldría a instalarse en la marginación, olvidaron oportunamente que la marginación de la izquierda se había producido ya, y a causa precisamente de esa política de pactos defendida a ultranza por el anterior coordinador de IU, Gaspar Llamazares. A nadie puede sorprender, pues, que lo ocurrido en la izquierda a escala estatal, es decir: el progresivo aislamiento de sus representantes en las instituciones; el enrarecimiento de las relaciones entre la cúpula de IU y su militancia, así como con el entorno de sus simpatizantes, presente en los sindicatos y los movimientos sociales; la pérdida generalizada de ilusión y de confianza en lo político; y en general el extravío y la desmoralización de la izquierda; a nadie puede sorprender, digo, que tales cosas se hayan repetido en Toledo punto por punto, y que tal sea hoy, a grandes rasgos, el estado de la izquierda en nuestra ciudad.
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El resultado de este pacto es bien visible. Sin entrar en más comentarios, basta observar las denuncias de abusos inmobiliarios que se han registrado durante esta legislatura, y que son una perfecta continuación de las registradas en la legislatura anterior, cuando el gobierno municipal correspondía al PP. ¿Qué ha cambiado en Toledo con este gobierno “progresista”, aparte del deterioro al que se ha visto sometida la izquierda?
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Y sin embargo no podemos negar que algo ha cambiado. Llamazares ya no dirige IU, y no parece que el nuevo coordinador general vaya a avalar una ciega política de pactos con el PSOE, política que ahora, suponemos, será mucho más selectiva, circunscrita a aquellos municipios en los que tales pactos sean no sólo aconsejables, sino además posibles. A nivel del Estado, la conciencia de la necesidad de una izquierda saludablemente alejada del PSOE ha crecido, y no ha adoptado sólo la forma de un mayor cinismo hacia la cosa pública y una disminución en la voluntad de participar en la marcha de la misma, sino que también (lentamente, como es nuestra costumbre) ha empezado a dar frutos en un sentido diferente. La huelga general de septiembre pasado, y la que se convocó en enero sin el apoyo de UGT y CCOO, junto a la convicción, hoy mucho más extendida, del papel histórico que realmente le ha tocado representar al PSOE en este período (y que dicho partido representa con mucho gusto), han abierto una brecha que es más importante por su sola existencia que por su tamaño, ya que representa una novedad. Y en especial, entre el electorado de IU, ha terminado por cobrar forma el siguiente razonamiento: si, por los medios que sea, nuestro voto se ha de convertir de nuevo en un voto vergonzante al PSOE, es preferible la abstención. La reedición de esos pactos significaría un suicidio político que IU debe evitar por puro instinto de supervivencia y por la parte de responsabilidad que le corresponde en el mantenimiento de un mínimo de salud democrática.
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Hace dos años y medio, mi protesta contra el pacto municipal motivó un ingenioso comentario cuyo autor citaba a Sócrates y su consejo a un discípulo: “Hagas lo que hagas, te arrepentirás”. Tal parece que es la disyuntiva que podría volver a presentarse en mayo a los miembros de IU en Toledo. Sin embargo, ante la pasividad filosófica a la que nos abocarían ambas formas de arrepentimiento, existe un valor moral, y por tanto político, que es patrimonio de la izquierda y que se deduce de la reflexión acerca de lo ya experimentado: la autocrítica, faltaría más. Que el hombre es muy dado a tropezar dos veces con la misma piedra, incluso cuando el camino está lleno de ellas, es bien sabido. Pero ¿lo sabe IU? La izquierda, no lo olvidemos, es de por sí transformadora, lo que significa que comparte plenamente la creencia popular acerca de los caminos y las piedras. Y Sócrates también. Para empezar, no estaría mal que los dirigentes de IU en Toledo aclarasen antes de las elecciones si van a prestar otra vez sus votos al PSOE o si van a consagrarlos a hacer oposición. Su electorado lo agradecería.
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PETER BRUEGHEL (EL VIEJO), Parábola de los ciegos