lunes, 27 de febrero de 2012

LECTURA POSIBLE / 28




ORWELL EN LA CORRIENTE DE LA VIDA 

En la literatura anglosajona existe un género mayor que le es propio y en el que se mezclan el libro de viajes, las memorias y la ficción, compendio totalizador que posee una intención moral y que puede adoptar la forma periodística (en Daniel Defoe) o satírica (en Jonathan Swift). Baste esto para señalar que la multifacética obra de Orwell no tiene un origen casual, sino todo lo contrario: es consecuencia de una noble tradición; y baste también para advertir que su carácter es difícilmente comprensible fuera del contexto inglés, lengua que ha sabido como ninguna otra, y valiéndose de esos mismos medios, iluminar la utopía a la vez que su contrario. De ahí proviene una lucidez en el ámbito de lo político del que han estado privadas históricamente otras literaturas, y que ha servido para otorgar a algunos de sus mejores modelos un rango universal, como sucede con la sociedad liliputiense o con la de los yahoos, y también con ese concepto orwelliano, tan vigente hoy, del “Gran Hermano”.

A Orwell (venido al mundo como Eric Arthur Blair) se le recuerda sobre todo por las dos obras que concibió netamente orientadas hacia lo satírico: Rebelión en la granja y 1984, verdaderos arquetipos de la literatura utópica, que aquí cobran la forma de contrautopías. Menos conocidas son las obras que escribió en tono realista, al estilo de Jack London, que participan del mismo sentimiento político, la misma ilusión, la misma crítica, el mismo desengaño, pero que se orientan hacia lo periodístico, y a veces hacia la confesión íntima propia de un diario. Mediante ellas, el recorrido por la época que vivió el Orwell–autor, el muestrario de los lugares que visitó, de las ideas, del conflicto entre los hombres, se convierte en un recorrido autobiográfico por el Orwell–individuo, el cual nos describe de una obra a otra su formación como persona que no desconoció a la humanidad viviente y sufriente, y por tanto el desvelamiento de una conciencia a la que es posible seguir los pasos, y que si hoy nos sorprende es por su coherencia, por la convicción que le mantuvo, desde siempre, al lado de los débiles. Cosa que él expresó en pocas palabras: “Vivir hacia adentro es algo que desgasta. Se debería vivir a favor de la corriente de la vida, no contra ella”.

El justamente célebre satírico ha eclipsado injustamente al novelista, el cual describió magníficamente la vida de una pequeña comunidad colonial en Los días de Birmania, y no menos magníficamente las miserias de las grandes y suntuosas urbes europeas en plena expansión capitalista en Vagabundo en París y Londres, primera obra escrita por Orwell y de la que ahora disponemos de una nueva traducción. Ambos, el satírico y el novelista, mostraron con agudeza los horrores de su época, de los que algo queda en la nuestra, y todavía, depojado por completo de todo artificio literario, supo anticiparse a sus años de corresponsal en el Observer cuando en 1936 viajó al norte de Inglaterra, en concreto a Lancashire y Yorkshire, para conocer las condiciones de vida de los trabajadores, de lo que dejó un abrumador testimonio en El camino a Wigan Pier.

La vida de Orwell se nos presenta como la de un reportero que se lanza a la aventura para comprobar por sí mismo el estado del mundo, y que después vuelve a casa cargado de impresiones para ponerlas por escrito. Si de los años pasados en Birmania regresó con el conocimiento preciso de una sociedad colonial –el reverso desconocido en la metrópoli de la pompa y el esplendor del Imperio Británico–, del industrioso norte, con sus fábricas y sus explotaciones mineras, trajo a sus contemporáneos un retrato en el que la riqueza de la que algunos disfrutaban, y la forma en que se obtenía, no quedaba en buen lugar, acerca de lo cual ellos habrían preferido seguir en la ignorancia. Sin embargo, es posible que el viaje que dejó en Orwell una huella más perdurable fuera el que hizo a la España en guerra, que visitó como periodista y en la que se hizo combatiente, donde fue herido y donde aprendió que vivir a favor de la corriente de la vida no es un mero ideal utópico, lo que no significa que tal cosa sea fácil. Acerca de todo ello escribió en su Homenaje a Cataluña.

Pero al inicio de esa corriente se encuentra esta primeriza y ya clásica novela cuyo título, Vagabundo en París y Londres, alude a sus propias experiencias en estas ciudades a su regreso de Oriente. Para entonces Orwell era el jovencito de una familia de economía desahogada aunque venida a menos. Mal estudiante en Eton, y peor policía colonial en Birmania, parecía difícil que pudiera encajar en alguna parte, y él mismo, antes que dejarse aconsejar sensatamente, prefirió hacer su particular tour: primero en un hostal del East End, y luego en París. Su conocimiento de la bohemia parisiense, sin embargo, no iba a ir más allá de lo que le estaba permitido al oscuro lavaplatos de un hotel de la Rue Rivoli, lo que no impidió que tras un precipitado regreso a Londres insistiera en ser un vagabundo aficionado a toda clase de tugurios y a los personajes que los frecuentaban, de los que quiso dejar constancia “para mostrarte el mundo que te espera si alguna vez te quedas sin blanca”. El hambre, la picaresca y la prostitución, pero también la esperanza entre los ofendidos del mundo, nutrieron las páginas de esta novela, que significaron la entrada en la vida de George Orwell y la defunción –enterrado decentemente según los cánones de la clase media– de Eric Blair. Los episodios narrados en la novela, que en esta edición incluye un jugoso prólogo de su traductor, Carlos Villar Flor, sucedieron poco tiempo después de la caída de la Bolsa de Nueva York en 1929, esto es, en tiempos de crisis, lo que hoy hace su lectura doblemente aconsejable. Por si acaso.

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