domingo, 5 de febrero de 2012

VARIACIONES / 6

BULEVAR SOLEDAD

Sólo quienes, en los pasados días de vino y rosas, conocieron la dicha de estar unido a otro, pueden hablar de la soledad. Aunque por lo general callan. Uno que no calla, que se dedicó desde muy joven a la música, y que fue alumno de Wolfgang Fortner y René Leibowitz, quien le hizo familiarizarse con la vanguardia de posguerra, no tardó en verse rechazado por los doctrinarios musicales y los homófobos del norte, que le sugirieron la conveniencia de un más que permanente exilio. A lo que nuestro hombre accedió gustosamente marchándose a Italia. Aquéllos que le habían enseñado el camino del exilio fueron más tarde funcionarios o se consagraron a la santa actividad del cobro de subvenciones. Ahora, los que todavía sobreviven, disfrutan de las ventajas del Estado del Bienestar, del que reciben pensiones procedentes del sudor de inmigrantes invisibles, para los cuales, sin embargo, siempre se reservan, como sus antepasados hicieron para con otros, un poco amable “Que se vayan”. Mientras tanto, Henze se ríe de todo eso. Ríe, pero también llora.

Hans Werner Henze (Gütersloh, Westfalia, 1926) había empezado a tomar clases en el Conservatorio de Braunschweig, aunque debió abandonar sus estudios cuando el reclutamiento forzoso le llevó al frente, y de ahí a un campo de prisioneros. Acabada la guerra, se adhirió al serialismo y fue nombrado asistente musical del Deutschen Theater de Constanza, donde escribió la ópera en un acto Das Wundertheater, sobre la obra de Cervantes El retablo de las Maravillas, que se estrenó en Heidelberg en 1949. Siendo director del ballet del Hessischen Staatstheater de Wiesbaden, escribe dos óperas para la radio (una de ellas, basada en el relato de Kafka El médico rural, no llegaría a los escenarios hasta 1965) y de vez en cuando peregrina hasta Darmstadt, donde estrena su segundo cuarteto de cuerda (1952). Tras renunciar al paraíso musical del serialismo, se fue al sur del sur, a Nápoles, y más tarde a Marino, en el Lazio. Poco después ingresa en el Partido Comunista. Para entonces ya había escrito su primera verdadera gran obra, que se estrenó en Hannover con gran éxito: Boulevard Solitude.

Manon Lescaut, la sórdida novela del Abate Prévost, ya había dado lugar a tres óperas: la hoy semiolvidada del muy prolífico Daniel François Auber, que se estrenó en 1856; la de Massenet, de 1884; y la de Puccini, de 1893. No fue ninguno de estos, sin embargo, el modelo seguido por Henze, quien se interesó por los amores de Manon y de Armand después de ver la adaptación cinematográfica dirigida en 1949 por Henri-Georges Clouzot (la película ganó el León de Oro en el Festival de Venecia de ese año). Walter Jockisch escribió el argumento, que su esposa, Grete Weil, desarrolló en siete escenas. Para su estreno en el Landstheater la ópera contó con la dirección de escena del propio Jockisch y con los decorados y figurines de un juvenil Jean-Pierre Ponelle.

La obra trata de la corrupción del amor y la inocencia. Los jóvenes Manon y Armand, tras encontrarse en una estación de tren, marchan a un ático de París en el que comparten su pobreza y sus ilusiones. La aparición de Lescaut, el hermano de Manon, lleva a ésta a convertirse en la “protegida” del rico y viejo Lilaque, lo que no le impide seguir enamorada de Armand. Su hermano, necesitado de dinero con el que sufragar sus vicios, se opone violentamente al romance, y recuerda a Manon que su sometimiento a Lilaque es conveniente para ambos. Acto seguido roba dinero de la caja fuerte de Lilaque, el cual le descubre, expulsando de su casa a los dos hermanos. Armand y Manon vuelven a encontrarse en una biblioteca, pero él es ahora cocainómano y necesita la droga que le suministra Lescaut, el cual convence a su hermana para que acepte una nueva “protección”, esta vez la de Lilaque hijo. Los sufridos amantes vuelven a encontrarse en la casa de Lilaque, en la que irrumpe Lescaut, que, fiel a su costumbre, intenta llevarse un valioso cuadro. Sorprendido de nuevo por Lilaque padre, hay un forcejeo y un disparo. Lescaut huye, dejando la pistola en manos de su hermana, que poco después es detenida por la policía. A la puerta de la prisión llega Armand, que consigue ver por última vez a su amada, conducida junto a otros presos por los guardias, los cuales les impiden hablar.

En marzo de 2007 la ópera de Henze llegó por primera vez (más vale tarde que nunca) al Liceu de Barcelona, en una producción que había sido concebida cinco años antes por el Covent Garden y el Teatro Carlo Felice de Génova para celebrar el 75 aniversario del compositor. Con dirección escénica de Nikolaus Lehnhoff y musical de Zoltán Peskó, y Laura Aikin y Pär Lindskog en los papeles principales, la representación, en la que estuvo presente Henze, fue un éxito de público y crítica. En el monumental escenario de una estación de tren, los personajes deambulan perdidos y sin más propósitos que los que dictan la necesidad y el dinero. A la música a veces dodecafónica y a veces tonal de Henze, con ecos del jazz y el tango, se unen escenas mímicas y bailadas, además de unos grandes paneles que representan imágenes de la soledad, entre ellas la célebre Habitación de hotel de Edward Hopper. En posteriores declaraciones a la prensa, este Henze de ochenta y cinco años, que suele beber un gin tonic de aperitivo y que en sus obras ha homenajeado a Orfeo, Ho Chi Minh y el Ché Guevara, volvió a insistir, como ya hizo en su autobiografía, en el sentimiento de soledad que le ha acompañado desde hace décadas en este atormentado mundo. Pero de una soledad sin rencor, pues, como ha explicado alguna vez, “me gusta vivir rodeado de olivos y viñedos. No soy propiamente un compositor, sino más bien un hombre de campo.”
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Fragmentos de Boulevard Solitude

Barcelona, 2007

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