jueves, 12 de enero de 2012

LECTURA POSIBLE / 20


SÁTIRA Y PROFECÍA. LAS VOCES DE KARL KRAUS, DE JACQUES BOUVERESSE: EL DIRECTOR DE LA ANTORCHA PUESTO AL DÍA
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Durante casi todo el siglo pasado, y hasta hace bien poco tiempo, como decía en otro lugar refiriéndome a la publicación de una antología de La Antorcha, Karl Kraus fue un desconocido familiar para todo lector en castellano que se aventurase en la literatura europea de entreguerras. Desconocido porque era muy poco lo que de él o sobre él podía leerse directamente; y familiar por la frecuencia con que su nombre aparecía citado en las obras de autores que forman ya parte de la conciencia de Europa, desde Walter Benjamin hasta Elias Canetti. Hoy, por fortuna, disponemos de una respetable bibliografía que nos permite acercarnos más al personaje, y al reciente ensayo de Sandra Santana El laberinto de la palabra. Karl Kraus en la Viena de fin de siglo (Acantilado, 2011), se añade ahora este de un especialista en la obra de Kraus, Sátira y profecía, que ha sido publicado por Ediciones del Subsuelo.
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De Jacques Bouveresse son conocidas en España sus monografías sobre Ludwig Wittgenstein y Pierre Bordieu. Mucho menos ha llegado hasta nosotros su polémica contra los llamados “nuevos filósofos”, cuestión que ha tratado en abundancia y de la que en castellano sólo disponemos de una muestra: Filosofía, mitología y pseudociencia (Síntesis, 2004). Bouveresse, que es profesor de filosofía del lenguaje en el Collège de France, ha dedicado a este tema, el del lenguaje, una atención poco común en la filosofía actual, motivada por lo que él llama la “distorsión literaria” a la que se someten no pocos conceptos científicos, los cuales, aplicados a un campo extraño a ellos, pierden validez. Intrigado por la forma en que el lenguaje acaba por decir aquello que no es verdad, no es extraño que Bouveresse se haya convertido en uno de los modernos apóstoles de Karl Kraus, cuya obra ha puesto al día en diversos estudios y conferencias que han sido reunidos en el volumen que comentamos, el cual, en la forma y en el fondo, no carece de unidad pese a la diversa procedencia de sus textos.
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En el primero de ellos Bouveresse analiza dos de los episodios contemporáneos de Kraus a los que éste dedicó una atención especial en su revista La antorcha y que en gran parte configuraron su actitud crítica con respecto a la prensa: la así llamada “conquista del Polo Norte” en 1909 y la campaña de intoxicación urdida contra el gobierno serbio ese mismo año y que se conoce como el “caso Friedjung”. Lo sustancial en ambos asuntos, más allá del hecho de que la prensa mintiera, es la mentalidad que inspiraba a sus protagonistas y no menos a sus cómplices de la profesión periodística, mentalidad que era dominante en la época y que el autor resume en tres aspectos: la histeria y la paranoia del progreso, concebido como una conquista cuyo último fin no era otro que el completo sometimiento de la naturaleza; el modo en que la propaganda dificultaba, e incluso impedía, saber si un hecho había ocurrido realmente; y, por último, a consecuencia de lo anterior, la desconfianza y el desamparo en los que se hallaba la opinión pública. En efecto, años después de que recitaran poemas a las morsas para convencerlas de que el hombre había descubierto el Polo Norte, como anotó Kraus con su ácido humor, Friedjung, el historiador que falseó documentos para culpar a Belgrado de un supuesto complot, “proseguía su actividad con una vitalidad intacta”. Nadie sacó conclusiones, escribió Kraus. Nadie reclamó que se juzgara a quienes, a sabiendas, habían mentido. Lo que lleva a Bouveresse a preguntarse si estos episodios de hace cien años no nos recuerdan otros mucho más recientes, como por ejemplo el de las tan publicitadas como inexistentes armas de destrucción masiva con que se justificó la guerra de Irak.

En la segunda parte Bouveresse estudia la obra de Kraus en relación con la Gran Guerra y la manera en que su denuncia de ésta constituye una crítica anticipada del nazismo que habría de venir. En consecuencia, el autor analiza diversos escritos aparecidos en La antorcha en el período 1919-1933. Ya antes de esa fecha, en el primer año de guerra, Kraus había hecho una observación que merece el título de profética y que constituye una de sus mayores muestras de lucidez en materia política: “A pesar de todo, el soldado que regresa a casa no se dejará integrar fácilmente en la vida civil. Se abrirá paso tierra adentro y será sólo entonces cuando empiece la guerra. Una actividad aterradora, que ningún mando militar podrá controlar, recurrirá en todas las situaciones de la vida a las armas y a los placeres, y caerá sobre el mundo más muerte y enfermedad de las que cualquier guerra ha exigido”. Palabras que ilustran los pasos que daría a su regreso del frente un cabo del ejército bávaro (previamente había sido rechazado por el austríaco) llamado Adolf Hitler. Como nos recuerda Bouveresse, los vencidos ejércitos alemán y austríaco divulgaron al fin de la guerra la leyenda de “la puñalada en la espalda”, consigna que fue muy aplaudida por la prensa y según la cual no fueron esos ejércitos los que perdieron la guerra, ni tampoco los ejércitos extranjeros los que la habían ganado, “sino unos enemigos de otro tipo”, enemigos sobre los que debería erigirse en la plenitud de su gloria el poder nacional-socialista.

Pero es en la tercera parte del libro donde Bouveresse se ocupa explícitamente de la que fue una de las obsesiones de Kraus: el lenguaje. Y es que la corrupción de éste, a la que no escapan políticos, periodistas, y ni siquiera intelectuales, delata una corrupción que se opera sordamente en el mundo de las ideas y la moral. “Cuando Kraus inició su guerra contra lo que más tarde se llamaría los medios de comunicación”, dice Bouveresse, “todavía no había tenido la oportunidad de experimentar el poder supremo del cliché tal como lo conocemos y lo padecemos actualmente. Sin embargo, ya se daba cuenta de que la frase impresa, y más específicamente la frase hecha o el cliché lingüístico (die Phrase), estaban empezando a sustituir al acontecimiento”. Sustitución en virtud de la cual lo impreso, y no lo acontecido, es lo real; y esto a consecuencia de un consenso previamente creado entre el periodista-manipulador y el lector. Para comprender el funcionamiento de este consenso podemos recurrir al ejemplo ya expuesto de la guerra de Irak: el lector sabía, o por lo menos intuía, que Irak no poseía armas de destrucción masiva, pero eso sin embargo importaba poco, ya que antes había sido adiestrado para creer que a él le convenía, por razones políticas, económicas o culturales, la existencia de las mismas, o la eventualidad de su existencia. Algo parecido sucede cuando los medios de comunicación se sirven de expresiones concebidas para someter a torsión al lenguaje, y cuyo fin no es desvelar, sino precisamente ocultar su significado: “flexibilización del mercado laboral” (abaratamiento del despido), “tasa negativa de crecimiento económico” (recesión), o “ayudas a los ahorradores” (rebajas fiscales a las rentas más altas). Este estado de cosas, que Kraus fue el primero en describir, no le llevó ni a esconderse ni a darse por vencido de antemano, y Bouveresse nos propone pertinentemente una máxima por la que parece haberse regido toda su vida: “Vela por el lenguaje y el lenguaje velará no sólo por el pensamiento, ¡sino por la realidad misma!”

En el último capítulo del libro, titulado ¿La realidad puede superar a la sátira?, el autor se aproxima más íntimamente a la personalidad de este satírico profético para hablarnos de sus múltiples actividades más allá de La antorcha y del resto de su obra literaria: el Kraus conferenciante y actor, el Kraus que constituía toda una autoridad intelectual en Viena, solitario en su empeño pero no aislado, y rodeado de hecho por un grupo de amigos y discípulos entre los que figuraban Adolf Loos, Arnold Schoenberg, Alban Berg, Theodor Adorno y Max Horkheimer. Para este último Kraus era el inspirador de un impulso crítico sobre la sociedad, lo que también constituye hoy la razón principal de su vigencia. Y no sólo en lo que se refiere a la crítica de los desmanes periodísticos, sino también al juicio que le mereció la política y especialmente la socialdemocracia, a la que estuvo vinculado y de la que, tras su alejamiento, afirmó con contundencia: “Jamás ha habido mayor fiasco que la acción de este partido, y el deshonor que ha infligido a todos los ideales, que ha utilizado para repartírselos con el mundo burgués, es un hecho consumado”.

No está de más añadir que este libro necesario para entender no sólo a Kraus, sino también el origen de muchos de los fenómenos de nuestro tiempo, está precedido por un jugoso Prólogo a la edición española en el que Bouveresse habla de la actualidad y de lo mucho que Karl Kraus tiene hoy que enseñar también al lector en castellano. El autor ha querido que en el encabezamiento de su libro figurase una cita del abogado, periodista y diputado Karl Eötvös que apareció en un número de La antorcha de 1901 y que dice lo siguiente: “La imaginación creadora del pueblo de la antigua Grecia no conocía ni la literatura periodística de hoy en día ni su ejército. De haberlos conocido, habría imaginado, al pie del Parnaso, una ciénaga atestada de serpientes, de sapos, de una fauna abyecta de reptiles y parásitos de toda especie. Esa ciénaga habría sido la de los redactores de los periódicos actuales”. Un acto de salud mental es romper el consenso con la prensa, o, como dice Bouveresse, “resistir a todos los mecanismos de propaganda que nos moldean”.*
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* La Vanguardia, 8/11/2011

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