miércoles, 15 de febrero de 2012

LECTURA POSIBLE / 24

PIRANDELLO NOVELISTA: CUADERNOS DE SERAFINO GUBBIO OPERADOR

Villaseta de Càvusu, también llamada Xaos, hoy un barrio del sur de Agrigento, a medio camino de Porto Empedocle, pequeña población que recibe su nombre del filósofo nacido allí a mediados del siglo V antes de nuestra era, también lugar de nacimiento de Andrea Camilleri, y donde transcurren sus historias detectivescas, debe la segunda parte de su nombre a la palabra griega Kaos, o al menos eso afirma la leyenda. Es decir: Luigi Pirandello nació en el caos.

Seguramente por eso Sicilia contiene gran número de teatros, algunos griegos y otros romanos, entre ellos muchos de los mejor conservados, a los que hay que añadir los construidos en el siglo XIX, llamados en gran parte a restituir a la comedia y a la tragedia su originario envoltorio musical, que nosotros llamamos “ópera”, y a lo que aún habría que añadir la teatralidad de las iglesias barrocas, repletas de personajes de piedra que escenifican narraciones divinas y humanas sobre decorados de mármol y casetones dorados. Pues como es bien sabido el teatro sirve a los hombres para ordenar el caos, tarea a la que se dedicó toda su vida Pirandello, testigo perplejo de una caótica modernidad en la que el ser humano naufraga, flota a fin de salvar su humanidad y busca desesperadamente la vida y su lugar en ella, tarea en la que casi siempre fracasa, ya que antes de consumarla le encuentra a él la muerte.

El casi desconocido Pirandello narrador trató en sus novelas los mismos asuntos que en su obra dramática, de lo que son buena prueba El difunto Matías Pascal (Nórdica, 2008), y esta que comentamos, Cuadernos de Serafino Gubbio operador, que publicó en 2007 Gadir Editorial. Y es que uno de los secretos mejor guardados de la literatura italiana del siglo pasado es este novelista que vivió escondido bajo la piel del dramaturgo, que hizo uso de la narración novelística allí donde la representación teatral se le antojó insuficiente, y que desató en sus novelas a otro personaje también escondido, como escondidos hay muchos personajes dentro de los que Pirandello llevó a los escenarios: el humorista.

En esta novela escrita en 1915 que fue reseñada con admiración por Walter Benjamin el protagonista-narrador, reducido a la pasividad en su condición de operador de cámara en la compañía cinematográfica Kosmograph, cuya pasividad es confirmada por el alias de “Se rueda” por el que le conocen en la empresa, declara ya al principio de la novela que “hay algo más allá en todas las cosas”, no para aludir a una pretendida metafísica, sino a algo mucho más material e inherente al individuo: “el otro” que está dentro de uno, “el ser íntimo, a menudo destinado a ocultársenos por toda la vida”. No es casual que Benjamin prestara atención al Pirandello novelista, y en concreto a esta novela, justamente en su célebre La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1936). Allí anotó Benjamin lo que explica el propio operador Serafino Gubbio: que el actor de cine se siente como en el exilio, pues, a diferencia del actor de teatro, aquél no está presente en el momento en que se representa el drama, no siendo más que una sombra de sí mismo proyectada sobre la pantalla. Exiliado por tanto no sólo de la escena, sino también de su propia persona. “La actuación del actor de cine”, escribió Benjamin, “no es unitaria, sino que se compone de muchas interpretaciones, ya que las necesidades de la máquina desmenuzan la actuación del artista en una serie de episodios montables”, todo lo cual provoca un extrañamiento que es semejante al que siente el hombre ante su aparición en el espejo, tema que Pirandello volvería a desarrollar en otra excelente y perturbadora novela posterior: Uno, ninguno y cien mil. El espejo, otra obsesión pirandelliana…*

Serafino Gubbio, el operador-narrador, describe aquí la filmación de una película. Los personajes, en la película y fuera de ella, son la bella Varia Nestoroff, sus amantes Carlo Ferro y Aldo Nuti, la delicada y oprimida señorita Luisetta, víctima de sus disparatados progenitores, un suicidado cuya muerte planea sobre los vivos, la hermana y la madre del suicidado y una tigresa, pues por algo el film en cuestión se llama La mujer y la tigresa, cuyo final se apartará completamente del guión previsto. Y es que la historia real de los personajes acaba por mezclarse inevitablemente con la ficción, provocando el trágico desenlace en virtud del cual las pasiones y finalmente la carne y la sangre de los actores servirán para alimentar a la insaciable máquina, cuya manivela quisiera hacer girar impasiblemente Serafino, quien, en contra de sus aspiraciones de mantenerse imparcial, como mero espectador, tampoco saldrá indemne, viéndose arrastrado sin quererlo al centro mismo de la ficción-realidad, que le dejará mudo.

El argumento, así resumido, expresa muy poco de la riqueza y densidad conceptual de la obra, que no en vano es pirandelliana, o lo que es lo mismo: deudora de ese amor por la representación que es propio del autor, en especial de la representación de la vida, pero también deudora del vanguardismo de la época, en el que convivían el surrealismo, el absurdo, el humor y la fascinación por los progresos de la técnica, una fascinación de la que no está excluida la desconfianza hacia su ilimitado poder y hacia su función deshumanizadora.

Otro siciliano, Leonardo Sciascia, escribió: “En una Europa tranquila, cómoda, apenas sacudida por escalofríos sociales, toda emocionada por descubrimientos arqueológicos y jubileos regios, Pirandello entrevé la feroz y grotesca máscara de un mundo convulsionado, enloquecido”. Toda esta apasionada sicilianidad da forma a una historia de desequilibrios internos y taras morales, así como del insalvable sometimiento a la máquina, un sometimiento al que no escapa el propio Serafino Gubbio, reducido a simple mano que hace girar el manubrio del dios devorador. Hoy la obra, la dramática y la narrativa, de Pirandello sigue siendo tan inquietante como entonces, pues la máquina engulle ahora más que nunca vidas y almas, constituida en nuevo dios al que se acercan en devota peregrinación hombres y mujeres cuyas máscaras ocultan tanto como muestran una conciencia infeliz. Y es posible que a la obra novelística de Pirandello, que salvo raras excepciones ha llamado la atención mucho menos que la dramática, le haya llegado por fin su momento, casi cien años después.
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*Annunziata Rossi, La visión trágica de la vida en la obra de Luigi Pirandello. Acta Poética, 2004

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