viernes, 27 de febrero de 2015

DISPARATES / 129

Ya pueden don Pantuflo y sus colaboradores dejar de investigar sesudamente las finanzas, las acciones y las omisiones de los líderes de Podemos, de sus militantes, de los familiares de todos ellos y de sus animales domésticos. Olvídense de Venezuela, de ETA, de Corea del Norte, de la Yihad islámica y de la amenaza extraterrestre. Las claves para hundir al dirigente máximo de esa organización estaban mucho más a la vista y Marc Beaugé, redactor de Le Monde, ha dado con ellas. De Francia nos llega este aviso, y ahora va en serio.

Pablo Iglesias,
Kristian Hammerstad para
M Le Magazine du Monde
PABLO IGLESIAS Y SU COLETA

Marc Beaugé, Le Monde

Digámoslo francamente: estamos preocupados por España. Las evidencias concretas de las que disponemos nos hacen temer que la llegada al poder del partido de extrema izquierda de Pablo Iglesias podría terminar en un baño de sangre. Como medida preventiva, incluso hemos renunciado ya a nuestras vacaciones de este verano en Andalucía, a pesar de las tasas particularmente altas de cancelación.

¿En qué nos basamos para tomar una decisión tan grave y costosa? En primer lugar en la curiosa fascinación de Pablo Iglesias por la serie Juego de tronos. A lo largo de muchas entrevistas, el dirigente de Podemos ha mostrado un maligno placer al afirmar que el universo político se asemeja mucho al de la serie, en la que el descabezamiento de personas resulta ser un pasatiempo habitual. ¿No es esta en verdad una concepción barroca e inquietante de la política?

Pero eso está lejos de ser lo esencial. En la vida cotidiana el joven líder de Podemos exhibe de hecho una coleta que le permite mantener en orden una cabellera por lo demás compacta y crecida. Si esto no puede constituir decentemente una elección estética, sí alcanza en cambio todo su sentido como signo de la concepción guerrera de la política que tiene Pablo Iglesias. La cola de caballo, en efecto, es de origen militar. En el siglo XVIII, el general inglés Cadogan, observando que a sus soldados en combate les costaba ver algo a través de sus largas pelambreras hirsutas y sucias, les ordenó que se las ataran en una cola de caballo. Más tarde el mismo general, según la leyenda, llegó a la conclusión de que una voluminosa coleta podía atenuar el impacto de un golpe de espada no muy fuerte sobre el cráneo de un soldado, salvándole la vida.

Peinado de este modo, Pablo Iglesias parece por tanto estar listo para tomar el poder, así como para el combate sanguinario que seguirá naturalmente. Preparémonos para esta perspectiva y reservemos tranquilamente nuestras próximas vacaciones en Italia. Tal vez en la costa amalfitana. El paisaje es excelente y las tarifas muy competitivas.

miércoles, 25 de febrero de 2015

DISPARATES / 128

LAS AMARGAS LÁGRIMAS DE ROKHAYA DIALLO

Quienes crecimos en los tiempos de la televisión única –aquéllos, algunos lo recordarán, inocentes y felices, en los que no sabíamos que era imposible vivir sin la electrónica– advertimos con cierto sobresalto, a veces casi escandalizados, el predominante tono agresivo, o virulento, con el que se despachan unos a otros los contertulios de los platós de nuestro disparatado mundo mediático. Muy lejos quedan –no en el tiempo, pero sí en la costumbre– aquellas entrevistas idílicas en las que Alfonso Guerra, a preguntas de Victoria Prego, respondía que le gustaban mucho los niños, los animales y la música de Mahler. A ello se ha referido en alguna ocasión Juan Carlos Monedero, y lo ha hecho no con la nostalgia que podría sentir un miembro de la generación de sus padres, sino con la intención crítica que corresponde a esa generación suya que, con razón, se siente traicionada por la nuestra. Lanzarse hoy a la cosa pública en cualquier contexto, ya sea el deporte, el cine, la nada –esa nada que en nuestros días es el más eficaz y frecuente trampolín a la fama– y no digamos la política, exige de manera obligatoria, del interesado, una disposición previa y total a ser meticulosamente desollado vivo, untado en brea, emplumado y paseado por las calles para jolgorio de las turbas. Hay que reconocer que esta generación joven que pronto estará en nuestro gobierno se brega bien en las distancias cortas, en esos marrulleros interrogatorios, forcejeos y pugnas inquisitoriales en los que son insignes maestros nuestros periodistas. La fraseología y los modos que hoy se repiten en el escaparate público, el cual contemplamos con el desamparo y el interés idiotizado que son propios de las víctimas de una hipnotización colectiva, son la mejor y más acabada expresión de nuestro capitalismo triunfante. El conjunto ostenta ese aire de mofa y escarnio que debieron ser comunes en los medievales autos de fe. Y sin embargo no todo son risas y chirigotas: a veces también a alguien le toca llorar.

Gran parte de ese escaparate mediático –no es un secreto– está cortado siguiendo el patrón norteamericano. Pero no me refiero por desgracia a la prensa seria que todavía, más mal que bien, existe en ese país, sino a otra corriente de muy larga tradición que por lo menos es ya centenaria: la de la prensa sensacionalista que en Estados Unidos se vende en supermercados y gasolineras. No es este el lugar para caracterizar esa especie de prensa. Un rasgo típico de la misma que podemos mencionar consiste en la presentación de grandes titulares a cuyo pie hay muy poco texto. Otro, no menos típico, es el de que dichos titulares se refieran a los temas más diversos. Y digo “temas diversos” en el sentido más amplio de la expresión, ya que un derecho inalienable que se reserva esta prensa es el de abstenerse completamente de dar a su contenido –incluida la publicidad– un orden, una jerarquía por materias o cualquier forma de catalogación lógica. El efecto de ambos rasgos, combinados, es devastador. Allí nos enteramos de que el debate del estado de la nación ha terminado en bronca, de que Britney Spears se ha encontrado con no sé quién dieciséis años después, de que el Barça ha ganado en el último minuto tras pasarlas moradas, de que es nuestra última oportunidad de comprarnos unas zapatillas Confort Gel Stepluxe, de que ya sabemos todos los detalles de la boda real del año, y de que Nicolás Maduro ha dicho esto y Kim Jong-un aquello. ¿Quién lee los textos que hay al pie de semejantes titulares? Absolutamente nadie.

La lectura cotidiana, reiterativa, machacona, de unos titulares que ni siquiera ha redactado un periodista, sino una “agencia”, y que apenas presentan de hoy a mañana alguna ligera modificación logra en poco tiempo configurar y afianzar unos clichés cuyo desenmascaramiento requeriría un esfuerzo colosal y por lo demás, casi siempre, inútil. Ello ocurre porque el conocimiento requiere tiempo y atención, cosas ambas que hoy escasean. Ningún razonamiento, ninguna larga y tediosa argumentación basada en datos estadísticos y en las conclusiones que científicamente pueden extraerse de ellos, ningún volumen de la Enciclopedia Británica, ningún fruto del conocimiento puede competir, ni remotamente, con la verdad de catecismo inculcada a golpe de martillo por la prensa. Creados así, estos clichés se sustraen inmediatamente al debate: no son materia de discusión, sino dogma de fe.

Un cliché, precisamente, y de los más grandes, es el de que justo el monopolio que dos o tres grupos de comunicación tienen sobre la totalidad de los medios (en papel, en televisión, en radio y en internet) constituye lo que, fuera de toda duda, se considera “libertad de prensa”, siendo mostrado como un atraco a dicha libertad, por ejemplo, el reparto que en Ecuador ha hecho de las ondas el gobierno de ese país, en virtud del cual un tercio de las mismas corresponde a los medios privados, otro tercio a los públicos, y un último tercio a los comunitarios. De lo que resulta que realmente Ecuador garantiza una pluralidad que no existe ni por asomo en los países que critican su modelo, el cual, al atentar atrevidamente contra el monopolio, lo hace, según ellos, contra la “libertad de expresión”.

De la lectura de algunos de esos titulares se desprende que los griegos son todos millonarios, y que lo son gracias a Europa. De un examen de los hechos acontecidos en la historia reciente de ese país se desprende en cambio que la mayoría de los griegos vive en la pobreza, y que es una pequeña parte de Europa, conchabada con unos pocos griegos, la que se ha hecho millonaria a costa de aquéllos. De igual modo, de la desvergonzada conducta del arriba mencionado Monedero que se ha aireado hasta la extenuación en nuestros medios lo único que he sido capaz de sacar en claro es que este hombre, tras hacer un trabajo, cobró un dinero por ello, y que además pagó los impuestos correspondientes. Cosas las tres –hacer un trabajo, que te paguen, y dar a Hacienda lo suyo– que ciertamente ya empiezan a resultar exóticas en estas tierras.

Lo descrito hasta aquí es un signo del capitalismo de hoy, y por tanto, como el capitalismo, es global. De ahí que resulten un hecho extraordinario, y sobrecogedor, las lágrimas que vertió hace unos días Rokhaya Diallo en un programa de radio. Porque esta mujer nacida en París y de ascendencia senegalesa y gambiana pertenece a la generación joven ya aludida que se defiende de maravilla en los medios. Como mujer cuya presencia es frecuente en la radio y la televisión, y cuya firma aparece regularmente en la prensa escrita, Rokhaya Diallo es un personaje muy popular en Francia, lo que reclama de ella esa predisposición a la que antes me refería a ser puesta en cualquier momento de vuelta y media y a ver expuesta ante el mundo sin contemplaciones su vida privada. El pasado 23 de febrero diversos medios internacionales, entre ellos el sitio web de origen chino Mediamass, informaban de que “un fan vio a Rokhaya Diallo caminando sola, probablemente volviendo de recoger su correo. ¿Estaba sola? ‘Definitivamente sí’, afirmó el fan, añadiendo que ‘¡llevaba una sudadera grande y estaba muy guapa!’” Ayer los rumores de su separación llegaron a Twitter, donde un usuario escribió: “¿Alguien tiene el número de teléfono de Rokhaya?” “Odio ver que Diallo se separa, pero pensaba que esta pareja era un poco extraña”, escribió otro. Hoy los rumores de su separación se han desmentido oficialmente.

La fabricación de la imagen pública de Rokhaya Diallo excluye otros aspectos de su existencia que al parecer no deben interesar al consumidor de información, entre ellos el de que esta mujer de treinta y seis años, licenciada en Derecho Internacional y en Márketing por la Universidad de la Sorbona, es miembro de la asociación anti-sexista Mix-City y de la organización altermundista ATTAC. Excluido de esa imagen pública queda también su activismo feminista y en la asociación Les Indivisibles, que ella fundó en 2006 como respuesta a los prejuicios raciales, ya que “para la mayoría de mis interlocutores, el que yo sea negra y de origen humilde resulta problemático… Su mirada me asocia a un imaginario y a un conjunto de estereotipos molestos”. Excluidos quedan igualmente sus libros: Racisme, mode d’emploi (Larousse, 2011), À nous la France! (Michel Lafon, 2012) y La France une et multiculturelle (Fayard, 2012).

En los últimos años Diallo viene dedicando su actividad a denunciar el auge de la islamofobia en Francia y en general en Occidente: “El laicismo es invocado hoy casi únicamente en relación al Islam, y se nos quiere hacer creer que su práctica en Francia sólo es cosa de fundamentalistas sexistas y violentos”. A ello, y a una crítica radical de la actitud “negligente e irresponsable” del Partido Socialista al respecto, ha dedicado su atención en las Cien propuestas concretas para una república multicultural que junto a otros autores dio a conocer en 2004.

Rokhaya Diallo se encontraba hace unas semanas en la emisora RTL para participar como invitada en el popular programa On refait le monde que dirige Marc-Olivier Fogiel. Otro invitado era Ivan Rioufol, periodista que se define como “católico, conservador y ‘neo-reaccionario’”. Rioufol, que en nombre de la libertad de expresión se declara contrario a la ley francesa contra la homofobia, ha negado que Francia y otros países europeos deban arrepentirse por el colonialismo y la esclavitud que practicaron en el pasado, ya que “asumir esa responsabilidad, ocultando los siglos de presencia musulmana en España y en Los Balcanes y el comercio humano organizado por africanos o árabes, especialmente contra los blancos, es lo que se llama un lavado de cerebro”. En su libro De l’urgence d’être réactionnaire (PUF, 2012) escribió: “Muchos franceses están enfermos y cansados de ser intimidados y ridiculizados por demócratas a los que no les gusta la gente, humanistas a los que no les gusta la gente, periodistas a los que no les gustan los hechos, anti-racistas a los que no les gustan los blancos, progresistas que aman a los pobres y que están listos para traernos más y más”. En 2013 fue uno de los firmantes del manifiesto ¡No toquéis a mi puta!, redactado para protestar contra las sanciones que pudieran afectar a los clientes de las prostitutas, en virtud de una ley aprobada ese año.

El debate en la emisora RTL se centraba en el atentado sufrido por la redacción de la revista Charlie Hebdo. Tras declarar que los musulmanes franceses eran de una u otra forma solidarios con los terroristas, Ivan Rioufol exigió a Diallo que allí mismo condenara públicamente el atentado. “Cuando oigo decir que los musulmanes deben condenar un acto inhumano, sí, efectivamente, me siento señalada”, dijo Diallo. “Siento que toda mi familia y todos mis amigos han sido puestos en el banco de los acusados. ¿Usted piensa verdaderamente que no repudio el atentado? Así que, de entre todas las personas sentadas alrededor de esta mesa ¿sólo a mí se me exige condenarlo?”

A la insistencia de Rioufol sucedieron las lágrimas de Rokhaya Diallo. Y el episodio no termina ahí. Hace dos días, al mismo tiempo que la prensa publicaba el falso rumor de su separación, Diallo fue declarada persona non grata por la alcaldesa del distrito XX de París, la socialista Frédérique Calandra, impidiendo así la participación de aquélla en una mesa redonda acerca de la violencia de género a la que había sido invitada y que está prevista para el 3 de marzo. “Asombrosa intolerancia del ayuntamiento socialista del distrito XX de París. Decididamente, ellos vuelven a la ceguera de siempre”, ha escrito Edwy Plenel, director de la revista Mediapart. Pero cabe preguntarse: si este es el (mal) trato que recibe un personaje mediático y privilegiado, ¿cómo será el que tiene que padecer una mujer musulmana, negra e invisible en nuestro rico, libre y democrático primer mundo? ¿O es precisamente la visibilidad lo que se castiga en el caso de Rokhaya Diallo?

Las de Diallo son lágrimas de impotencia, causadas por el descubrimiento de la propia incapacidad para hacerse comprender. Se trata aquí de nuevo de la ya vieja antinomia entre fe y conocimiento, que creíamos superada y que ahora vuelve, en forma de crisis de la tradición ilustrada y renacimiento de un oscurantismo que rechaza todo debate, ya que se funda en la premisa inviolable de poseer la totalidad de la razón. Esta nueva Verdad blanca y conservadora ha venido a ocupar en Occidente el lugar que aquí ha abandonado la religión, lo que explica su encono contra el Islam, como bien sabe Diallo; pero también explica su encono contra los valores democráticos y republicanos que sólo en épocas de conflicto como la actual se recuerdan en Francia y fuera de ella. Así, no corresponde alimentar la desconfianza, ni descreer irracionalmente de todo, ni alimentar indemostrables complots o teorías conspirativas, sino ejercer con criterio el sano recurso de la crítica. Ahora sabemos que la fatídica Verdad se expresa en un titular o en los ciento cuarenta caracteres de Twitter, pero que las pequeñas verdades que valen la pena, producto de la experiencia y el conocimiento, requieren un espacio diferente –que hay que crear– y mucho más esfuerzo.

martes, 24 de febrero de 2015

DISPARATES / 127

A TUMBA ABIERTA, DE ORIOL ROMANÍ

Decía Oriol Romaní en el prólogo original que escribió para este libro que es muy de temer que la historia de “el Botas” pueda dar pie a sesudos análisis de antropólogos, psicólogos, lingüistas y demás fauna intelectual. Y lo decía con motivo, pues la primera edición de A tumba abierta, aparecida allá por 1983, dio lugar a diversos estudios académicos en el campo de las ciencias sociales y en el de la educación, así como a alguno en el de la lingüística, a lo que habría que añadir parte del argumento de una pieza teatral e incluso un bar rockero que todavía subsiste en la Calle de la Fe, en el barrio madrileño de Lavapiés. De todo ello nos informa Romaní en el nuevo prólogo que ha escrito para la reedición de A tumba abierta que ha publicado hace unas semanas la editorial Libros de Itaca.

Además del nuevo prólogo, esta edición incluye un texto a modo de epílogo en el que su autor continúa y da fin a la historia de “el Botas”, personaje a estas alturas ya legendario que murió como había vivido: acosado como suelen serlo los marginados y llevando seguramente consigo uno de sus fenomenales globos, causado esta vez no por el alcohol o por el cannabis, sino por la propia vida. A la embriaguez bajo sus muchas formas, ya alabadas debidamente y descritas en su momento (romántico) por Baudelaire y por Thomas de Quincey, suele asociarse en la lengua, por la vía del argot, no sólo la idea del viaje, sino también otras que son vecinas de las usadas para referirse al enamoramiento, y por eso mismo a la pasión. “El Botas” fue de esos que viven su embriaguez como los enamorados, de los que se beben y se fuman la vida con total dedicación, con un romanticismo que es a la vez suicida y esteta; y como si ni antes, ni durante ni después, hubiera nada.

Romaní andaba preparando su tesis de doctorado en antropología cultural cuando se encontró con “el Botas”. De ese encuentro, y de otros, sería producto su estudio Droga y subcultura: una historia cultural del ‘hash’ en Barcelona. 1960-1980, obra que inopinadamente se convirtió en el embrión de al menos dos líneas de especialización de la antropología inéditas en España hasta ese momento, y a la que sucederían otras dedicadas más específicamente al mundo de las drogas. El personaje se le apareció como caído del cielo, o más bien del Instituto de Reinserción de la capital catalana: “un hombre”, dice, “ya maduro y bastante castigado por la vida”. Tras unos primeros tanteos, separados en el tiempo porque “el Botas” estaba casi siempre en la cárcel, pudieron reunirse con más asiduidad en el último trimestre de 1981, siendo entonces, en los bares del Barrio Chino, entre cervezas y porros, cuando tuvieron lugar las entrevistas de las que surgió este libro.

No se trata, sin embargo, de entrevistas en sentido estricto. Los “relatos de vida”, tal como los entienden antropólogos y etnógrafos, no son más, ni menos, que “la vida tal como la persona que la ha vivido la recuerda y la explica”. La definición general puede adquirir un distinto matiz según sea la intención del investigador, de lo que resultará que el relato de vida se constituye en indagación personal “que nos permite dar una cierta profundidad histórica a las situaciones que estamos etnografiando; que nos deja leer una historia social a través de una biografía; o que es, en fin, el lugar en el que se produce el cruce, fundamental para una visión crítica de las ciencias sociales, entre biografía e historia”. A estas cuestiones metodológicas dedica un apunte Romaní en el epílogo al libro que comentamos, un apunte que será ilustrativo para el lego en la materia, y el cual incluye también una útil reflexión acerca de los paradójicos y ambiguos vínculos que se establecen entre investigador e investigado, unos vínculos que en este caso se prolongaron más allá del trabajo propiamente dicho. Se advierte, pues, que el relato de vida recogido aquí se inscribe en el relato marco determinado por la relación entre el narrador y su oyente. La historia del primero no tiene necesariamente por qué ser veraz, ni la escucha del segundo puede ser neutral. Para el lector común el relato de “el Botas” es una novela, inscrita a su vez en la novela en la que el librepensador se encuentra con el marginado, el convicto.

Romaní grabó el relato oral en una cinta de cassette y más tarde (con la correspondiente resaca) trató de dar al mismo un orden cronológico que facilitara su lectura. En la transcripción fue lo más fiel posible al habla de “el Botas”, respetando sus incorrecciones gramaticales y sus atentados contra el lenguaje. El habla de éste, como no podía ser de otra manera, es suma y expresión de su asendereada existencia de grifota en la segunda mitad del siglo pasado, “desde los comienzos de su vida en pleno corazón del Barrio Chino barcelonés hasta que a mediados de los años sesenta vuelve a su ciudad, pasando por correccionales, cárceles, milis varias, robos, vida errante, la Legión, el trapicheo permanente, el motín en un barco, los campos de trabajos forzados, la huida y la vida fugitiva en Marruecos, los consejos de guerra, etc., etc.” Si inevitablemente debiera darse un orden a la vida de “el Botas” en el mismo podrían contemplarse dos etapas y una constante. Una primera etapa marcada por su reclutamiento como legionario; y una segunda, signada por los nuevos aires de los años sesenta, en la que adopta la forma de jipi primero en Suecia y después en Holanda, y, de nuevo, en Barcelona. La constante, por supuesto, es alguno de los múltiples derivados de esa planta extraordinaria que es el cannabis: el hachís, el costo, el chocolate, la mandanga, el polen, el consumado, el jay, la manduca, o, más corrientemente cuando “el Botas” inició sus aventuras, la grifa.

Nuestro personaje era un excelente cuentista tan cargado de inventiva como de humor, humor amargo en muchas ocasiones que evoca el de la literatura picaresca, y por el que, como en ésta, pasa un desfile costumbrista de héroes secundarios y villanos, entre ellos el típico sargento mandón e hijoputa, la adolescente de buena familia totalmente colgada y aterrizada no se sabe cómo en Ámsterdam, o la sueca encontrada en un garito de Barcelona con la que el protagonista acaba casándose. A lo que hay que añadir el retrato variopinto de camellos, legionarios, ladrones de poca monta, policías y jipis. No ha sido nunca nuestra literatura, desde el tremendismo de postguerra, muy proclive a aventurarse con honestidad en estos bajos fondos, y si existe algún personaje literario que habría podido tropezar con “el Botas” en alguna de sus andanzas éste sería posiblemente el Pijoaparte de aquellas Últimas tardes con Teresa de Juan Marsé. En la memoria de más de uno, sin embargo, quedará el ahora ya poco grato recuerdo de aquellos tiempos y su gente, sobre los que a no tardar mucho habrían de abalanzarse los jinetes apocalípticos de la heroína y el SIDA.

Como corresponde a todo testimonio de una vida, éste también lo es de un lugar y de una época, o más bien de dos: el de una España mísera y miserable y, en contrapunto, el de la por entonces deseada Europa norteña y su Welfare State. El contraste mayor, sin embargo, más allá de los lugares y tiempos, es el que se manifiesta socialmente, tanto en España como en Suecia, en esa mezcla de jóvenes universitarios, burgueses y falsamente rebeldes, con un miembro ejemplar y seductor de las clases marginadas. Para ambos la aventura se vive como desclasamiento, pero si al final del trayecto se encuentra el lumpen éste no es lo mismo para unos y para el otro. Pues sucede que si aquéllos pasaban por el descenso social como por un juego (aunque peligroso), para “el Botas” era la vida real.

“Nací el 25 de julio del 37. Mi padre era de la CNT. En aquella época, en el 37, era de la CNT, ¿no? y mi madre era una chiquilla de un pueblo… pero el padre de mi madre era un borracho y mi madre estaba loca por casarse, pa salirse de su padre, de su abuelo y de su padre, ¿no?, y ya está… entonces nos vinimos a Barcelona”.

Responsable de que este relato de vida haya llegado hasta nosotros es Oriol Romaní, antropólogo y profesor en la Universidad de Tarragona. Fue uno de los fundadores de la primera asociación de usuarios de cannabis en España, y desde hace tiempo forma parte del Grup Igia, promotor del debate social acerca de la legislación relacionada con las drogas. De ello fue producto el volumen colectivo Repensar las drogas (Grup Igia, 1989), y Las drogas. Sueños y razones (Ariel, 2004). En ellos ha analizado la “construcción social del problema de la droga”, es decir, los distintos procesos socioeconómicos, culturales y políticos que han llevado a “las desastrosas consecuencias que, tanto para la salud pública como para la salud democrática de los pueblos, han tenido las políticas de drogas dominantes en los últimos cuarenta años”. Su extensa obra ha aparecido en publicaciones especializadas y abarca un amplio territorio interdisciplinar en el campo de la práctica de la etnografía urbana y en el de la antropología de la medicina.

Con motivo de la presentación del último libro mencionado más arriba Romaní conoció a Sandra, la hija de Miguel, “El Botas”. Y escribe: “Me quedé muy tranquilo de haberla conocido, de saber que ‘el Botas’ había dejado en este mundo una hija tan estupenda y que el círculo se había cerrado”.

martes, 17 de febrero de 2015

DISPARATES / 126

MARLENE DIETRICH, VISTA POR FRANZ HESSEL. UNA HISTORIA DE LOS TIEMPOS FELICES

“Tan bellas que de solo contemplarlas ya te sientes saciado y más no pides”. Así tradujo Rafael Cansinos Assens unos versos del Diván de Oriente y Occidente de Johann Wolfgang von Goethe. Nuestro Cansinos era de origen judío, descendiente de conversos, y contaba entre sus parientes con cierta Margarita Carmen Cansino, a la que el mundo conoció como Rita Hayworth. Que “no puedo decirte más que esto: trato de permanecer en el Islam”, es algo que para mayor perplejidad y escarnio de nuestras prejuiciosas mentes actuales afirmó Goethe en una carta a su amigo el compositor Carl Friedrich Zelter. Y en el mismo Diván un poema que no fue escrito por Goethe, sino por su amada y amante Marianne von Willemer dice: “¡Ah, cómo te envidio, viento del Oeste, / por tus húmedas alas! / Ya que llevarle puedes / el mensaje de mi penosa añoranza”. ¿Qué tiene todo esto que ver con Marlene Dietrich?

1931. La Dietrich se encuentra en Berlín, de regreso de Hollywood, donde ha rodado Marruecos y Fatalidad con Josef von Sternberg. Más tarde escribiría en sus memorias: “Creo que siempre he tenido suerte. Todas las personas que conocieron a Sternberg sucumbieron a sus encantos. Yo era demasiado joven y estúpida para comprender, pero le admiraba, como toda buena alumna de la escuela de Max Reinhardt”. La actriz permanecería en Berlín hasta mayo, mes en el que volvió a Hollywood para rodar El Expreso de Shangai y La Venus rubia. A Berlín había viajado en enero para buscar a su hija, Maria, fruto de la relación que mantuvo con el productor Rudolf Sieber. “La Paramount”, escribió, “había prohibido toda alusión a mi maternidad. Yo les dije que no podía someterme a esa prohibición, y una vez más Sternberg se enfrentó a la compañía, la cual consideraba que ser madre no encajaba en el papel de ‘mujer fatal’ que me habían asignado”. Ese papel ya había ocasionado algún conflicto a la Dietrich durante el rodaje de Marruecos. Así lo explicó en sus memorias: “Me enfrenté a terribles dificultades porque debía expresarme en un correcto inglés y, a la vez, parecer misteriosa. El misterio nunca ha sido mi fuerte. Sabía lo que se esperaba de mí, pero era incapaz de crear un aura de misterio. El de El ángel azul había resultado ser un género totalmente distinto en el que mi personaje era vulgar y despierto, agresivo y petulante, situado en las antípodas de la mujer misteriosa que Sternberg quería hacerme interpretar”. En Marruecos, durante el primer día de rodaje, la actriz se encuentra en el decorado de un barco a punto de llegar a Casablanca o algo por el estilo, y cuando trata de recoger su única maleta ésta se abre, esparciéndose sobre el puente todo su contenido. Entonces un apuesto caballero –Adolphe Menjou– se acerca a ella y le dice: “¿Puedo ayudarla, mademoiselle?” “Yo debía responder: ‘No, gracias, no necesito ayuda’. Pero aquel día yo la necesité, y mucha. Pronuncié lo mejor posible, como pensaba que debía ser el acento norteamericano: Thank yo, I don’t need any hellllp, pegando la lengua contra el paladar para producir un sonido gutural. Sternberg me hizo repetir la respuesta no sé cuántas veces, hasta que pronuncié correctamente la palabra help. Hasta ahora no he comprendido que aquella primera frase y aquel primer plano eran de una importancia capital para el éxito de la película y de aquella alemana desconocida llamada Marlene Dietrich… Al final de la jornada me puse a llorar. No delante de los técnicos, sino en mi camerino, delante de mi maquilladora, Dot, las modistas, las peluqueras… Era demasiado para mí. Quería volver a Alemania. Si aquella iba a ser mi vida, no me interesaba. Había dejado en Berlín a mi marido y a mi hija, iría a reunirme con ellos abandonándolo todo”. Sternberg intervino. “En veinte minutos me levantó el ánimo”, y la persuadió para que continuase con su carrera americana, pero la aconsejó que se trajera a Maria, a la que entusiasmó California, donde se convirtió rápidamente en una norteamericana “al ciento cincuenta por ciento”. Iba a debutar en un pequeño papel, con el propio Sternberg y su madre, en 1934, en Capricho imperial. Y acabó haciendo una digna carrera con el apellido de su segundo marido. Maria Riva, además, es autora de una biografía de la Dietrich que se publicó en 1992, y en 2005 presentó el libro Nachtgedanken (Pensamiento nocturno), una colección de poemas de amor escritos por su madre que encontró en una maleta años después de su muerte y que han sido traducidos a varios idiomas (no al castellano).

Fue en ese período entre enero y mayo de 1931 cuando tuvo noticia de que un escritor llamado Franz Hessel estaba redactando su biografía, la de Marlene Dietrich, una actriz de treinta años. Y enseguida quiso conocerle. Hessel era un delgado cincuentón enamorado de París. Ya hemos hablado aquí de él a propósito de sus obras Romance en París y Berlín secreto, que, como la que ahora comentamos, han sido publicadas por Errata Naturae. Por entonces andaba enfrascado en la traducción, junto a Walter Benjamin, de la Recherche proustiana, proyecto que quedaría inconcluso, y en esta pequeña y primeriza biografía que le había encargado la editorial berlinesa Kindt & Bucher. “Una joven alemana”, escribe Hessel, “se ha convertido en la estrella de Hollywood y Nueva York. En Estados Unidos, aviones que llevan su nombre en letras gigantescas sobrevuelan las cabezas de la gente”. Se encontraron, tal vez, en febrero: “La visité en el cuarto de juegos de su hijita, entre una casa de muñecas y una tienda de juguete, una cama de niña y un cochecito de muñecas. Pude ver una encantadora secuencia cinematográfica: una joven madre que le abre y desabrocha los ropajes de lana a su pequeña criatura –quien vuelve a casa después del patinaje sobre hielo– y que le da besitos rápidos en los lugares donde va quedando a la vista un trocito de piel… ¿Qué sabemos de esta mujer? ¿Qué puede, qué sabe decir de sí misma?”

Al pobre Hessel le cuesta encontrar en ella a la mujer fatal y misteriosa de la que esperan tener noticia sus lectores. Mientras la niña recogía sus juguetes, dijo: “Si considera oportuno relatar a la gente cosas de mi vida privada, entonces, por favor, dígale que ella”, señaló a su hija, “es lo más importante, es la razón de mi vida”. Después, Hessel le pregunta por una única experiencia, la de la fama. “En realidad, ni siquiera vivo la fama como es debido”, dijo. “Cuando se estrenó El ángel azul en Berlín emprendí mi viaje a América. El día que salí de Nueva York, nuevamente fue el día del estreno de El ángel azul allí. En el estreno de Marruecos sí participé, agradecida y asustada. Pero cuando estrenen la película aquí puede que me encuentre de nuevo viajando hacia Hollywood. Cuando los aviones con mi nombre en letras gigantescas volaban por encima de mí me sentía angustiada. Bueno, he de estar contenta, el trabajo siempre era interesante y a veces me hacía feliz, pero la fama no tendrá que ver mucho con la felicidad y… la nostalgia nunca desaparece”.

Marlene Dietrich hace escuchar a Hessel un disco con la canción que ha escrito para ella Friedrich Hollaender, el pequeño judío autor de canciones para el cabaret que años más tarde, ya en el exilio, escribirá otra canción célebre, Los judíos tienen la culpa de todo: “Si tuviera que pedir un deseo / me encontraría en apuros”. Y Hessel escribe: “Así continuaba la canción de la nostalgia, de la tristeza en medio de la felicidad. La gran cumplidora de deseos, el sueño de millares, estaba allí de pie, la cabeza ladeada y ligeramente inclinada hacia el eco del gramófono, y una expresión de melancolía y de soledad en el rostro que aún dará mucho nuevo que pensar, que aprender y que crear a los poetas, a los músicos y a los directores de cine”.

El escritor que había ido en busca de la estrella, encontró algo mejor. En California, madre e hija iban a bañarse al Pacífico, donde contemplaban las puestas de sol, montaban en la montaña rusa y comían gambas en la playa. En 1932, durante el rodaje de La Venus rubia, la célebre actriz recibe una carta anónima escrita con recortes de periódico. Se trata de un chantaje. Debe entregar una cantidad o secuestrarán a Maria. “Los barrotes colocados entonces en las ventanas de la casa que hace esquina entre Roxbury Drive y Sunset Boulevard todavía están allí. Su instalación quebró nuestros sueños de sol, de libertad, de alegría, de vida indolente. Las vacaciones se habían acabado. En lo sucesivo mi obligación sería hacer que todo pareciera normal, que las personas que rodeaban a mi hija no tuvieran miedo. En mi interior la angustia era como un cuervo negro o como una serpiente que se había enroscado en nuestros corazones… Pero yo era joven y estaba llena de energía. Sobrevivimos”.

Poco después la Dietrich recibió una invitación formal para volver a Berlín y convertirse en la reina de la industria cinematográfica de la nueva Alemania. Por esas fechas se hallaba en París, a la espera de obtener la nacionalidad norteamericana. Conocedoras de estos trámites, las autoridades nazis le prometieron “una entrada triunfal en Berlín, por la Puerta de Brandeburgo”, si renunciaba a su naturalización. Se presentó sola en la embajada nazi en París, y comunicó al embajador, el barón von Welczek, que estaría encantada de rodar una película en Alemania si se lo proponían a Sternberg, al que estaba ligada por contrato. “Siguió un helado silencio. Y luego añadí: ¿Debo entender que se niegan a que el señor Sternberg ruede una película en el país de ustedes –así lo dije– porque es judío?” La actriz estaba contaminada por la propaganda extranjera; en Alemania no había ni sombra de antisemitismo, le dijeron. A la mañana siguiente, Marlene Dietrich recibió el pasaporte americano, y durante muchos años sus películas serían prohibidas en Alemania, su nombre estaría censurado, e incluso a su regreso, tras la guerra, la Dietrich tuvo que soportar la animadversión de la mayoría de los alemanes.

Y Hessel, a quien no se permitió publicar desde 1933, dice: “Sentada de través, mira al público con su sombrero de copa ladeado, enseñándole bajo la falda levantada ligas y carne desnuda. La estrechez de su camerino, que está lleno de botes, utensilios de maquillaje y trapitos tirados; los trajes, fantásticos y baratos, que desnudan más de lo que cubren: extendidas crinolinas, faldones brillantes y demasiado cortos, ropa interior de niña pequeña, todo esto se acumula y cuelga atrevida y tristemente alrededor de su belleza, exhibida de manera desvergonzada e inocente. Haga lo que haga, cada día se vuelve más guapa… Es como en el poema del paraíso del Diván de Oriente y Occidente: ‘Tan bellas que de solo contemplarlas ya te sientes saciado y más no pides’. Y canta con la lengua de los hombres y con la de los ángeles, y con un ligero deje berlinés: ‘Yo soy la guapa Lola, / la favorita de la temporada. / Tengo una pianola en casa, / en mi salón”.

Los poemas de amor de Marlene Dietrich, todavía no escritos entonces, evocan también ese vivir y morir del que hablaba Goethe, poemas del tránsito que ella dedicó a Orson Welles, el cual prefirió a Rita Hayworth; a Henry Fonda y a Ernst Hemingway. En uno de ellos, dirigido a Noel Coward, escribió: “El mío es un mundo silencioso, / sin amigos, / que murieron antes que yo, / como predijeron”. Mundo silencioso, de mujer demasiado joven que debió darse prisa en comprender, por el que acertó a pasar también fugazmente Franz Hessel, quien en aquel inicio del feliz 1931 pudo ver en él la tristeza del futuro.

martes, 10 de febrero de 2015

DISPARATES / 125

EL CURA Y LOS MANDARINES, DE GREGORIO MORÁN

¿Cuáles son los antecedentes próximos del esperpento nacional? ¿Quiénes eran y qué méritos poseían los mandamases de nuestro turbio pasado? ¿Cómo treparon hasta las altas instancias del poder y de qué relaciones se sirvieron? ¿Cuál ha sido su legado? Responder a estas preguntas es algo que no han hecho ni ellos ni sus hijos. Sucede que si hay un consenso español del que proceden todos los demás y que ha regido nuestros destinos en los últimos cuarenta años, con los resultados que están a la vista, es el de que más vale guardar celosamente los secretos de familia, callar la manera en que nuestros grandes han llegado a serlo, ya que tal cosa dejaría al aire sus vergüenzas. Dar al público esa información requería de una voluntad tenaz, de audacia, de una no pequeña dosis de escepticismo crítico, de un saber enciclopédico en la materia, de abundante paciencia y de un humor a medio camino entre los de Luis García Berlanga y José Luis Cuerda. A lo que habría que añadir un rasgo más que no suele estar al alcance de muchos: el de la posesión de una sensibilidad curiosa, abierta y un poco estrambótica para la escucha y la lectura de los testimonios directos, expresados a veces entre líneas y siempre sibilinamente para los oídos no iniciados. Habíamos olvidado, por costumbre, la necesidad de conocer esta intrahistoria o pequeña historia mundana que por elemental prudencia académica no tiene lugar en los manuales. Y ahora que por fin disponemos de ella comprendemos que nos era imprescindible.

Los lectores con una edad superior al medio siglo pasarán por las páginas de este libro, o habrán pasado ya, porque cuenta con varias ediciones, con las mismas abnegada minuciosidad y la sonrisa (a veces trocada en indignación) con las que su autor lo ha escrito. Los jóvenes, de momento, no entenderán nada. Cuarenta años de pactado silencio educativo, a los que hay que añadir los cuarenta de silencio a secas anteriores, obran maravillas. Creerán estos jóvenes hallarse ante un libro de ficción, una novela que acaba resultando inverosímil por exceso de fantasía de su autor. La información contenida aquí les resultará a ellos de difícil acceso a causa de esa ruptura generacional que de hecho, a falta de otras, ya se ha producido, una información que si llega tan tardíamente es por culpa nuestra, y que había estado a punto de caer totalmente en el olvido. Y sin embargo El cura y los mandarines llega justo a tiempo.

El libro trata de una anomalía, la española. En cualquier país europeo los personajes descritos aquí tienen sus equivalentes en otros que florecieron en los años treinta o cuarenta del siglo pasado. Los  nuestros llegan hasta hace muy poco o hasta ahora mismo. Las insignias, los uniformes, los sables, los carnets del partido, las condecoraciones que en Alemania, Austria, Italia y Hungría, todo aquello que los supervivientes quemaron en 1945 para convertirse en demócratas de los pies a la cabeza, adaptarse al futuro y perpetuar el poco o mucho poder que les quedaba, todo eso, como parte de la cuestionable historia familiar, se guarda con esmero todavía hoy en los armarios de algunas casas españolas (casas bien, se entiende): la camisa azul, la boina roja de requeté con su borla amarilla, los pantalones breeches y las botas altas. El ajuar completo convive en amistosa vecindad con los trajes de primera comunión. Precisamente a los jóvenes les convendría acercarse a este libro, crónica realista y cuidadosamente documentada de una España tan infame como ridícula.

El telón de fondo es el de la postguerra y sus penurias asociadas: penuria material, moral, del pensamiento. Por delante de ese telón desfila el coro, una corte de los milagros compuesta por acaparadores de filosofía tomista, canónigos encargados de la censura de libros, caballeros mutilados que llegan a gobernadores civiles, plumíferos marrulleros, jesuitas con cilicio, generales africanistas, ex curas huidos, agentes de la CIA, ministros del Opus, y mas ex curas reconvertidos a la lucha armada. Todos porfían en este apolillado teatro de variedades, este anacronismo de la Historia perpetuado hasta el último tercio del siglo XX, al que cabe añadir a modo de corolario a sus hijos, biológicos y espirituales, aquellos que después serían los padres de la “transición”.

Algunos de estos todavía alientan y siguen teniendo mando en plaza: Juan Luis Cebrián, Luis María Ansón. Ellos mismos, por cierto, disfrutan desde hace tiempo de hijos, sobrinos e incluso nietos espirituales, más decididos que nunca a arrimar el hombro para que continúe el cotarro. Más decididos porque se ven en peligro. Otros ya hicieron su tránsito a un mundo mejor: Pío Cabanillas, Jesús Polanco, Javier Pradera. Todos están en este libro con sus nombres y apellidos, vida y milagros, porque El cura y los mandarines es aquí y entre nosotros lo que para el Reader’s Digest era su Who is who?, o para las casas principescas de Europa el Almanaque de Gotha, ese mismo, por cierto, que desapareció tras la caída de todos los fascismos (menos uno) y que volvió a ser reflotado a finales del siglo pasado por Juan Carlos I.

Del fondo de aquel abigarrado escenario de la larga postguerra surgieron algunos personajes a los que no unía la liberalidad ni tampoco el liberalismo, pero sí la “angustia cultural, ansiedad humana, soledad espantosa de jóvenes con ambición y ningún horizonte que no fuera la aspiración a una inteligencia superior”. Ya hemos citado a algunos de fuste, hijos brillantes, mandarines a los que correspondió dar el último toque a la “transición”, aquél que no podía dar el franquismo tras su naufragio. En el centro de todos ellos nuestro autor no pone a ninguno de los más exhibidos en el período en cuestión, sino a uno de esos ex curas al que todo el mundo creía de Santander, aunque nació en Madrid, un joven llamado Jesús Aguirre, el cual dijo su primera misa en la parroquia de la Ciudad Universitaria y con el tiempo llegaría a ser el duque de Alba, lo que en España es casi tanto como el rey, o más.

Portada de la edición que Crítica
(Planeta) no llegó a publicar
En el cuadro de aquellos jóvenes con pretensiones ahogados por las taras del régimen Jesús Aguirre no figuraba, en principio, entre los llamados a prosperar. Hijo de madre soltera que tuvo que irse de Santander para dar a luz en la capital, nada en sus inicios anunciaba una carrera que iba a ser tan lenta y segura como fulgurante. Su primera aparición en escena tuvo lugar en Munich en 1962, en aquellas dos jornadas de junio a las que un oscuro funcionario del Ministerio de Información calificó con inesperado éxito de “contubernio”. Aquel proyecto de europeización de España, auspiciado por ex falangistas devenidos en demócrata-cristianos, militantes del PSOE y monárquicos, o lo que es lo mismo: la totalidad de lo que se consideraba entre gentes de orden “la oposición antifranquista”, fue financiado por la CIA y constituyó el único y muy tímido intento emprendido por Estados Unidos de convertir a España en un país presentable. Intento fallido que se frustró a causa de la respuesta intempestiva del régimen, el cual movilizó a todo su aparato de propaganda para sacar a los españoles a la calle. Era Europa la que debía españolizarse, y si los implicados pudieron extraer de aquellos hechos alguna conclusión esta es la de que “cualquiera que fuese el grado de debilidad del régimen, el mismo se sustentaba en la brutalidad de sus reacciones, que le daban seguridad y cohesión”. Resultado de ello fue la suspensión del derecho de libre residencia, y el destierro de muchos de los participantes en el contubernio a la isla de Fuerteventura, o directamente al exilio. Para la mayoría (José María Gil Robles, Dionisio Ridruejo, etc.) terminó allí su carrera pública. No así para Jesús Aguirre, que tuvo el acierto de mantenerse en Munich en un discreto segundo plano. Esa mezcla de astucia y modestia, muy propia de los miembros de esa generación que sí habrían de hacer carrera, sobre todo tras la muerte del Caudillo, sería un rasgo característico del personaje y la razón principal de su éxito.

Aquella España que debía conquistar espiritualmente a Europa es la misma en la que se realizó un Congreso de Moralidad en Playas y Piscinas en cuya segunda resolución se leía: “Supuesto que creemos que España es la esperanza de la salvación del mundo, no debe consentirse claudicación alguna en este orden de la moral, fundamento y esencia de nuestra Patria”. De lo que puede deducirse fácilmente el peso de España en la comunidad internacional de la época, al menos en lo relativo a las playas y las piscinas. Y no obstante, pese a esa capacidad del régimen para cerrar filas cuando se sentía amenazado, abundaron ya entonces los signos de que su hegemonía estaba en entredicho. Por una parte con motivo de las huelgas de los mineros asturianos, las cuales se extendieron al País Vasco y dieron lugar a uno de los estados de excepción que jalonaron el franquismo, y por otra porque los descontentos de Munich ensayaron otros cauces por los que aventurarse, si era posible, con menor riesgo. De ahí procede el conflicto entre los nacional-católicos y un “cristianismo vanguardista” que iba a tener entre sus hijos espurios al “Felipe”, el Frente de Liberación Popular que se fundó, igual que ETA, en un convento. Otros optaron por una especie de oposición más pacífica, en el ámbito de la cultura, que no tardó en ser absorbida en su mayor parte por el discurso oficial. En ese quebradizo engranaje desempeñaría un papel protagonista Jesús Aguirre desde su puesto de director de la editorial Taurus.

El cura y los mandarines, de hecho, estudia las muy enjundiosas relaciones entre la cultura y la política en una España que en la “transición”, y después de ella, iba a estar muy necesitada de grandes grupos editoriales y de comunicación que fueran tan dóciles ante el poder político y económico como eficaces en la tarea de establecer el mito fundacional de la democracia, operación publicitaria que requería expertos mandarines, autores agradecidos y editores espabilados. Y ahí estuvo siempre discretamente el duque consorte Jesús Aguirre, elevado desde su primeriza parroquia hasta la más encumbrada de las noblezas por voluntad de la única señora de nuestra aristocracia “que siempre hizo lo que le dio la gana”.

El libro, pese a la admirable perseverancia de su autor, no estaba concluido cuando, el año pasado, lo ofreció a la editorial Planeta para su publicación. Le faltaba el último capítulo, que debía ser escrito por dicha institución planetaria cuyo presidente, otro mandarín, nos ha dejado hace unos días. El amargo e ilustrativo episodio de la censura del libro por Planeta ha sido ampliamente comentado y no es preciso referirse a él. Quede este último capítulo como muestra elocuente del estado en que se halla hoy este intrincado bosque de los letrados.

Ha escrito Juan Carlos Monedero en alguna ocasión que si algo debe reprochar su generación a la anterior es la dificultad para encontrar en ésta algo parecido a “maestros”. El libro de Gregorio Morán explica con suficiencia los motivos de tal desamparo generacional, arraigado en una tradición de incuria, de ineptitud, de oportunismo y de miserables componendas, todo ello puesto bajo el lema de “bien está lo que bien acaba”. Un dicho que algunos, especialmente entre los miembros de la generación de Monedero, empiezan ahora a cuestionar en la creencia de que España tiene arreglo.

viernes, 6 de febrero de 2015

DISPARATES / 124

La agrupación de “Les Économistes atterrés”, de la que ya hablamos aquí hace unos días a propósito de su último libro, publicó ayer el siguiente comunicado acerca de las últimas decisiones del Banco Central Europeo con respecto a Grecia.

EL BCE INTENTA UN GOLPE DE ESTADO EN GRECIA

Les Économistes atterrés*

Los “Économistes aterrés” denuncian la decisión del BCE que viola la democracia y reniega de sus propios compromisos a efectos de evitar la deflación y a fin de salvar la zona euro, poniéndose al servicio de las fuerzas políticas reaccionarias que prosperan en el fondo de la crisis. Igualmente hacen un llamamiento a todos los demócratas para oponerse a esta decisión inicua del BCE. La elección del pueblo griego debe respetarse.

El espejismo de un Banco Central Europeo favorable a una flexibilización monetaria para sacar a la zona euro de la deflación ha durado sólo dos semanas. El miércoles el BCE decidió unilateralmente no aceptar los títulos del Estado griego en contrapartida a la liquidez concedida a los bancos, en particular a los bancos griegos. De este modo Mario Draghi pone en peligro a la zona euro, rompiendo su compromiso de “hacer todo lo posible” para preservar la moneda europea.

Los bancos griegos que continúan comprando obligaciones del Estado no podrán ya utilizarlas para refinanciarse por medio del BCE. Podrán ciertamente utilizar otros instrumentos: los títulos privados. Pero estos corren el peligro de escasear, y sobre todo el Estado griego tendrá cada vez más dificultades para proveerse de fondos que le permitan salir de la tenaza de la Troika. Esta es la sanción que el BCE inflige al nuevo gobierno griego por haber tenido la audacia de pretender poner fin a la sangría que sufre su pueblo.

Esta decisión irresponsable, dogmática y punitiva, adoptada por razones políticas por tecnócratas no electos, viene a desestabilizar el sistema bancario griego y el de la zona euro. Ello entra en contradicción flagrante con el artículo 127 del TFUE (Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea), que indica que “sin perjuicio del objetivo de estabilizar los precios, el SEBC (Sistema Europeo de Bancos Centrales) apoya las políticas económicas generales de la Unión, con vistas a contribuir a la realización de los objetivos de la misma, como los definidos en el artículo 3 del Tratado de la Unión Europea”. Y el artículo 3 del Tratado señala que la Unión Europea “trabaja para un desarrollo sostenible de Europa fundado sobre un crecimiento económico equilibrado tendente al pleno empleo y al progreso social”.

La decisión del BCE va a agravar las dificultades de elaboración y puesta en marcha de una política alternativa que permita salir de la crisis. Al interrumpir en Grecia el flujo de moneda reconocida en toda la zona euro, sembrará el pánico en toda la población griega, con plena conciencia de que los bancos se encontrarán en graves dificultades para satisfacer la demanda. ¿Se ha determinado el BCE a suscitar un pánico bancario?

El riesgo es claramente el de un caos económico y social, pero también político. Antes incluso de que se abran las negociaciones con el nuevo gobierno griego, el BCE envía una señal a todos los países miembros de la zona euro: la democracia no cuenta. Los griegos pueden votar, pero su voto es nulo y sin efecto. Cualquier nuevo gobierno está limitado por los compromisos contraídos por el anterior. Ya sabíamos que las instituciones europeas no hacen caso de la opinión popular en lo relativo a la concepción de las políticas que deben aplicarse: es lo que experimentamos ahora con la puesta en práctica de estas políticas.

Este acto de fuerza del BCE va a volverse contra el conjunto de los pueblos europeos. Negarse a poner en duda las políticas de austeridad es condenar a la mayor parte de los países de la UE a la ruina. Este absurdo aqueja hasta a los países en apariencia prósperos como Alemania. Ésta, en efecto, no podrá vivir eternamente del déficit de otros.
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martes, 3 de febrero de 2015

LECTURA POSIBLE / 173

KLAUS MANN, DE AMÉRICA A ALEMANIA

En el verano de 1941 el exiliado Klaus Mann se encontraba en Nueva York trabajando en el número de septiembre de su revista Decision, que había fundado en los inicios de ese año. Este hombre nacido alemán, de vocación europea y amante de París, que había sido privado de su nacionalidad y que había asistido impotente, desde la otra orilla del Atlántico, a la ocupación de Francia, aspiraba por medio de su revista a integrarse en la sociedad intelectual norteamericana y a hacer presión para que su país de acogida entrase en la guerra como parte de una alianza antifascista que debía unir a las democracias occidentales con la Unión Soviética. Pero Norteamérica es aislacionista, y las noticias que llegan desde Europa no son tranquilizadoras. Su familia, con su padre a la cabeza, se encuentra en California; la revista, en contra de lo esperado, le da más disgustos que satisfacciones; sus esfuerzos por adoptar el inglés como lengua de escritura le resultan penosos; y Klaus se siente solo en esa isla de Manhattan que en los fines de semana de agosto es abandonada por sus habitantes. Entonces escribe: “Nueva York abrasa. Nueva York transpira. Nueva York chorrea y exhala vapor, Nueva York apesta, Nueva York gime, Nueva York se desintegra, el asfalto neoyorkino ya está completamente reblandecido, una masa viscosa. El calor, que parece infernal de día, se vuelve aún peor de noche. No refresca. No hay brisa del mar. Sólo el aliento tórrido de los rascacielos en cuyos muros empinados parece acumularse todo el fuego del día como en hornos gigantescos”.

La revista Decision era, o debía ser, la gran obra de Klaus Mann en América. Nacida bajo buenos augurios, no eran colaboradores de prestigio lo que le faltaban. “Ahora va de veras”, escribe. “He contratado a una secretaria y también a un business manager. Tenemos una oficina, una cuenta corriente y papel de cartas muy bonito. Ya existe incluso una especie de sociedad anónima: Decision Incorporated”. Para su consejo de redacción cuenta con Upton Sinclair, W.H. Auden, Edvard Beneš (presidente en el exilio de la ahora ocupada Checoslovaquia), Julien Green, Robert E. Sherwood y Stefan Zweig; y el primer número incluía artículos de otros autores no menos rutilantes, entre ellos uno de Somerset Maughan.

La vida social que envuelve al lanzamiento de la revista permite a Mann establecer nuevos y prometedores contactos, o bien reanudar otros, como por ejemplo con el ex ministro de la República española Julio Álvarez del Vayo, al que conoció en Barcelona. Pero Decision subsiste con dificultad a causa del reducido número de suscriptores, y de los posibles mecenas a los que acude Mann recibe buenas palabras, pero no dinero. Los norteamericanos contemplan la guerra europea como un acontecimiento lejano, más preocupados como están por la expansión japonesa en el Pacífico; y el “New Deal”, agotado hace tiempo, ya sólo despierta el entusiasmo de los emigrados, entre ellos el del propio Mann. La guerra hace prosperar la economía, siempre que aquélla se mantenga a distancia, de manera que difícilmente el mensaje de Decision podía ir dirigido a oídos más sordos. La revista no tardará en perecer, lo que para Klaus Mann significará un revés triple: literario, social y político.

En el número aludido de septiembre de 1941 la revista incluía, junto a otros de E.M. Forster y Dylan Thomas, un artículo que resulta ser muy elocuente (aunque en modo negativo) acerca de las intenciones de Mann y de la naturaleza del círculo de intelectuales que frecuentó en Nueva York. Post-War Apocalypse, en efecto, predice un mundo de postguerra caótico, agitado y trágicamente desunido. Su autor, Henry G. Alsberg, había sido editor de la publicación socialista The Nation, y en 1938 tuvo que testificar ante un comité del Congreso que investigaba las supuestas actividades antiamericanas del Federal Writer’s Project, un órgano gubernamental creado por el presidente Roosevelt en los años de la Depresión. Alsberg, que era periodista y productor teatral, convirtió a la organización en un vehículo para el fomento de la conciencia social, de lo que fue producto la Slave Narrative Collection, una recopilación de relatos de los esclavos americanos que llegó a alcanzar las diez mil páginas, y de los que muchos sólo pudieron empezar a publicarse en la década de los setenta. En su artículo para Decision, Alsberg escribe a partir de su propia experiencia y del conocimiento que posee de primera mano acerca del auge en Estados Unidos de un movimiento conservador nacido a la sombra del anticomunismo. El apocalipsis postbélico anunciado por Alsberg no iba a alejarse mucho de lo que vendría después, ni podía desmentir más crudamente el ingenuo optimismo con el que Mann desembarcó en América. “La perspectiva es oscura, lo mires como lo mires”, escribió.

Tras el fracaso de Decision Klaus Mann inicia la redacción de sus memorias, que escribirá inicialmente en inglés. Estas memorias, con el título de The turning point, se publicaron en Estados Unidos en 1942, y más tarde, ampliamente reelaboradas y traducidas por su autor al alemán, con el de Der Wendepunkt (Cambio de rumbo. Crónica de una vida, Alba, 2007). En realidad, con esta obra el episodio del exilio americano de Mann se da por concluido, y durante los meses siguientes todo su interés lo concentrará en las gestiones necesarias para su alistamiento en el ejército, el cual iba a requerir un complicado proceso de naturalización.

Tras un período de adiestramiento militar en diversos campamentos de Arkansas y Maryland, el ciudadano americano y soldado voluntario Klaus Mann es enviado a Europa para proseguir por otros medios su particular lucha contra el fascismo. No es posible, por cierto, imaginar a un hombre menos dotado para la milicia, pacífico y pacifista, hijo del “último novelista burgués”, como definió Lukács al autor de Muerte en Venecia; un joven mimado por la fortuna que dio con su hermana Erika la vuelta al mundo y vivió con frenesí los locos años veinte; que siempre encontraba la forma de dar un sablazo a alguien y que en una ocasión, también con su hermana, tras probar por primera vez el hachís, acabó su aventura en un hospital.

Sin embargo, el ejército americano fue piadoso con Klaus Mann. Inmediatamente pasó a ser redactor de la revista del ejército, Stars and Stripes, y sus acciones de guerra se redujeron a contraer la malaria y a dirigir discursos, por medio de un altavoz, a los soldados alemanes del frente, ambas cosas en Italia. De las memorias aludidas más arriba pueden expurgarse algunos fragmentos que nos dan idea del estado de ánimo de Klaus en estos tiempos: “Creí cumplir con mis obligaciones como joven intelectual europeo”, escribe. “Un ‘joven intelectual europeo’. La fórmula se convirtió para mí en una especie de programa. Subrayar ‘lo europeo’ significaba una protesta contra el nacionalismo a la moda, mientras que el concepto de ‘intelectual’ estaba dirigido contra el romanticismo irracional de los alemanes reaccionarios”. En otro lugar escribe: “Se trata aquí de describir el carácter de la emigración, una emigración que no era una comunidad. No podía serlo: le faltaban los objetivos comunes, un programa, una representación”. Y: “¿Surgirá de esta guerra un mundo en el que seres como yo puedan vivir y trabajar? El exilio es amargo, pero más amarga es la vuelta a casa”.

La vuelta a casa. En medio de estas reflexiones, hay una imagen que vuelve ahora a la mente de Klaus Mann, un recuerdo: el de un día en el que partió para hacer uno de sus primeros viajes. Al bajar las escaleras de la casa paterna, en Munich, en la Poschingerstrasse, alza la mirada hacia una ventana y ve allí a su padre, vestido con un albornoz (nunca lo había visto con un atuendo tan informal), y ese hombre venerado y distante, ese Thomas Mann que proyecta una enorme sombra literaria, casi desconocido para su hijo, le dirige un saludo con la mano y le dice: “Si te sientes mal, vuelve a casa”.

Y verdaderamente, en mayo de 1945, Klaus vuelve a casa, a la Poschingerstrasse. La encuentra en ruinas. Al levantar la mirada hacia lo que era su cuarto advierte en el balcón la presencia de una joven. Intenta subir, pero no hay escalera. La desconfiada joven da al soldado americano unas indicaciones para trepar hasta el piso de arriba. Se trata de una vagabunda que aprovechando el buen tiempo ha instalado allí un colchón y una caja que hace la función de mesita de noche. Sin revelar su identidad, Klaus conversa con la chica, que le informa de lo que ha sido la casa durante los últimos años: una “Fuente de la Vida”. Y ante la incomprensión del soldado, ella le explica que allí las chicas de sangre pura, cuyas medidas corporales se ajustaban al tipo decretado por el gobierno, se apareaban con chicos igualmente puros en beneficio del progreso de la raza. Los frutos de esas relaciones se criaban allí mismo, en habitaciones que habían sido acondicionadas también con arreglo a un reglamento. Esa noche Klaus pudo alojarse en una casa vecina. El actual propietario, un desconocido, le recibió en bata y le dijo: “¡Soy demócrata de los pies a la cabeza! Por deferencia a mi mujer, que tiene una cuñada no aria. Todos tenemos un espíritu muy internacional en la familia, de joven sabía hablar inglés…”

En pocas horas Klaus Mann comprendió que en Alemania había mucho que hacer. Que no se le permitiera hacerlo es otra historia. A ella, y a su suicidio en Cannes, se refirió Frido Mann, sobrino de Klaus nacido en Estados Unidos y que siendo niño se trasladó a Europa. Frido estudió filosofía y teología católica en la Universidad de Munich, y psicología en la de Münster. Trabajó en un hospital psiquiátrico y su vida académica se desarrolló entre la Alemania Occidental y la Oriental, habiendo sido catedrático en la Universidad de Leipzig. Frido hizo un interesante análisis psicológico de la obra de su tío, manifestando el desarraigo continuo en el que tuvo que desenvolverse, así como el “infierno” que era aquella familia de los Mann. Hace años, con motivo de la presentación en Barcelona del libro de Marianne Krüll La familia Mann (Edhasa, 1992, ahora descatalogado), Frido explicó que era un clan lleno de tensiones y rivalidades, lo que explicaría en parte los muchos suicidios que hubo entre ellos, y que “era terrible la forma en que Thomas Mann y su esposa Katia trataron a sus hijos… Si la autora del libro La familia Mann hubiera vivido tan solo un año con ellos, habría renunciado a escribirlo”.* Frido Mann aludió en su análisis al silenciamiento del que su tío fue víctima en la Alemania Occidental durante la postguerra, hasta el punto de que su novela Mephisto fue prohibida. Igualmente se refirió a la amplitud de sus ideas políticas y a la comprensión que manifestaba hacia las purgas realizadas por Stalin en el Partido y en el Ejército Rojo, “sin las cuales nunca se habría podido derrotar a Hitler”. Del mismo modo Klaus admitió la necesidad del pacto germano-soviético, producto de la traición de las democracias occidentales a la Unión Soviética. También en la revista Stars and Stripes escribió un artículo en el que manifestaba su perplejidad hacia el hecho de que Estados Unidos no hubiera derrocado todavía al único gobierno fascista que quedaba en Europa: el del general Franco. “La alianza entre Este y Oeste”, escribió Klaus poco antes de su muerte, “entre socialismo y democracia, aún sigue en pie y puede ser duradera. De la fraternidad en las armas impuesta por Adolf Hitler a los dos grandes rivales y antagonistas, rusos y anglosajones, ha de surgir la colaboración al servicio de la paz”. La persistencia en estas ideas, en los inicios mismos de la Guerra Fría, explican, aunque no justifican, el ostracismo al que Klaus Mann fue condenado. Europa y el mundo iban ya en otra dirección, la anunciada en su artículo para Decision por Henry G. Alsberg, una dirección que en gran medida seguimos todavía.

Mephisto, la novela escrita por Klaus Mann en 1936, que ya fue convertida en montaje teatral por Ariane Mnouchkine y Le Théâtre du Soleil en 1979, ha recibido ahora una nueva adaptación teatral a cargo de Robert Schuster y Nora Khuon. La aleccionadora historia del actor Gustav Gründgens y su siniestra relación con el poder podrá verse en el Deutsches Nationaltheater de Weimar desde el 12 de febrero. Y el 17 de marzo la Klaus Mann Initiative Berlin ofrecerá en la Schwartzsche Villa berlinesa una velada literario-musical en torno a la novela de Klaus Mann Sinfonía patética. Propuestas ambas útiles en estos tiempos en los que Alemania vuelve a interrogarse acerca de sí misma y del legado de este Klaus Mann que vuelve a ser hoy, más que nunca, nuestro contemporáneo.
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* El País, 13 de diciembre de 1992