miércoles, 25 de febrero de 2015

DISPARATES / 128

LAS AMARGAS LÁGRIMAS DE ROKHAYA DIALLO

Quienes crecimos en los tiempos de la televisión única –aquéllos, algunos lo recordarán, inocentes y felices, en los que no sabíamos que era imposible vivir sin la electrónica– advertimos con cierto sobresalto, a veces casi escandalizados, el predominante tono agresivo, o virulento, con el que se despachan unos a otros los contertulios de los platós de nuestro disparatado mundo mediático. Muy lejos quedan –no en el tiempo, pero sí en la costumbre– aquellas entrevistas idílicas en las que Alfonso Guerra, a preguntas de Victoria Prego, respondía que le gustaban mucho los niños, los animales y la música de Mahler. A ello se ha referido en alguna ocasión Juan Carlos Monedero, y lo ha hecho no con la nostalgia que podría sentir un miembro de la generación de sus padres, sino con la intención crítica que corresponde a esa generación suya que, con razón, se siente traicionada por la nuestra. Lanzarse hoy a la cosa pública en cualquier contexto, ya sea el deporte, el cine, la nada –esa nada que en nuestros días es el más eficaz y frecuente trampolín a la fama– y no digamos la política, exige de manera obligatoria, del interesado, una disposición previa y total a ser meticulosamente desollado vivo, untado en brea, emplumado y paseado por las calles para jolgorio de las turbas. Hay que reconocer que esta generación joven que pronto estará en nuestro gobierno se brega bien en las distancias cortas, en esos marrulleros interrogatorios, forcejeos y pugnas inquisitoriales en los que son insignes maestros nuestros periodistas. La fraseología y los modos que hoy se repiten en el escaparate público, el cual contemplamos con el desamparo y el interés idiotizado que son propios de las víctimas de una hipnotización colectiva, son la mejor y más acabada expresión de nuestro capitalismo triunfante. El conjunto ostenta ese aire de mofa y escarnio que debieron ser comunes en los medievales autos de fe. Y sin embargo no todo son risas y chirigotas: a veces también a alguien le toca llorar.

Gran parte de ese escaparate mediático –no es un secreto– está cortado siguiendo el patrón norteamericano. Pero no me refiero por desgracia a la prensa seria que todavía, más mal que bien, existe en ese país, sino a otra corriente de muy larga tradición que por lo menos es ya centenaria: la de la prensa sensacionalista que en Estados Unidos se vende en supermercados y gasolineras. No es este el lugar para caracterizar esa especie de prensa. Un rasgo típico de la misma que podemos mencionar consiste en la presentación de grandes titulares a cuyo pie hay muy poco texto. Otro, no menos típico, es el de que dichos titulares se refieran a los temas más diversos. Y digo “temas diversos” en el sentido más amplio de la expresión, ya que un derecho inalienable que se reserva esta prensa es el de abstenerse completamente de dar a su contenido –incluida la publicidad– un orden, una jerarquía por materias o cualquier forma de catalogación lógica. El efecto de ambos rasgos, combinados, es devastador. Allí nos enteramos de que el debate del estado de la nación ha terminado en bronca, de que Britney Spears se ha encontrado con no sé quién dieciséis años después, de que el Barça ha ganado en el último minuto tras pasarlas moradas, de que es nuestra última oportunidad de comprarnos unas zapatillas Confort Gel Stepluxe, de que ya sabemos todos los detalles de la boda real del año, y de que Nicolás Maduro ha dicho esto y Kim Jong-un aquello. ¿Quién lee los textos que hay al pie de semejantes titulares? Absolutamente nadie.

La lectura cotidiana, reiterativa, machacona, de unos titulares que ni siquiera ha redactado un periodista, sino una “agencia”, y que apenas presentan de hoy a mañana alguna ligera modificación logra en poco tiempo configurar y afianzar unos clichés cuyo desenmascaramiento requeriría un esfuerzo colosal y por lo demás, casi siempre, inútil. Ello ocurre porque el conocimiento requiere tiempo y atención, cosas ambas que hoy escasean. Ningún razonamiento, ninguna larga y tediosa argumentación basada en datos estadísticos y en las conclusiones que científicamente pueden extraerse de ellos, ningún volumen de la Enciclopedia Británica, ningún fruto del conocimiento puede competir, ni remotamente, con la verdad de catecismo inculcada a golpe de martillo por la prensa. Creados así, estos clichés se sustraen inmediatamente al debate: no son materia de discusión, sino dogma de fe.

Un cliché, precisamente, y de los más grandes, es el de que justo el monopolio que dos o tres grupos de comunicación tienen sobre la totalidad de los medios (en papel, en televisión, en radio y en internet) constituye lo que, fuera de toda duda, se considera “libertad de prensa”, siendo mostrado como un atraco a dicha libertad, por ejemplo, el reparto que en Ecuador ha hecho de las ondas el gobierno de ese país, en virtud del cual un tercio de las mismas corresponde a los medios privados, otro tercio a los públicos, y un último tercio a los comunitarios. De lo que resulta que realmente Ecuador garantiza una pluralidad que no existe ni por asomo en los países que critican su modelo, el cual, al atentar atrevidamente contra el monopolio, lo hace, según ellos, contra la “libertad de expresión”.

De la lectura de algunos de esos titulares se desprende que los griegos son todos millonarios, y que lo son gracias a Europa. De un examen de los hechos acontecidos en la historia reciente de ese país se desprende en cambio que la mayoría de los griegos vive en la pobreza, y que es una pequeña parte de Europa, conchabada con unos pocos griegos, la que se ha hecho millonaria a costa de aquéllos. De igual modo, de la desvergonzada conducta del arriba mencionado Monedero que se ha aireado hasta la extenuación en nuestros medios lo único que he sido capaz de sacar en claro es que este hombre, tras hacer un trabajo, cobró un dinero por ello, y que además pagó los impuestos correspondientes. Cosas las tres –hacer un trabajo, que te paguen, y dar a Hacienda lo suyo– que ciertamente ya empiezan a resultar exóticas en estas tierras.

Lo descrito hasta aquí es un signo del capitalismo de hoy, y por tanto, como el capitalismo, es global. De ahí que resulten un hecho extraordinario, y sobrecogedor, las lágrimas que vertió hace unos días Rokhaya Diallo en un programa de radio. Porque esta mujer nacida en París y de ascendencia senegalesa y gambiana pertenece a la generación joven ya aludida que se defiende de maravilla en los medios. Como mujer cuya presencia es frecuente en la radio y la televisión, y cuya firma aparece regularmente en la prensa escrita, Rokhaya Diallo es un personaje muy popular en Francia, lo que reclama de ella esa predisposición a la que antes me refería a ser puesta en cualquier momento de vuelta y media y a ver expuesta ante el mundo sin contemplaciones su vida privada. El pasado 23 de febrero diversos medios internacionales, entre ellos el sitio web de origen chino Mediamass, informaban de que “un fan vio a Rokhaya Diallo caminando sola, probablemente volviendo de recoger su correo. ¿Estaba sola? ‘Definitivamente sí’, afirmó el fan, añadiendo que ‘¡llevaba una sudadera grande y estaba muy guapa!’” Ayer los rumores de su separación llegaron a Twitter, donde un usuario escribió: “¿Alguien tiene el número de teléfono de Rokhaya?” “Odio ver que Diallo se separa, pero pensaba que esta pareja era un poco extraña”, escribió otro. Hoy los rumores de su separación se han desmentido oficialmente.

La fabricación de la imagen pública de Rokhaya Diallo excluye otros aspectos de su existencia que al parecer no deben interesar al consumidor de información, entre ellos el de que esta mujer de treinta y seis años, licenciada en Derecho Internacional y en Márketing por la Universidad de la Sorbona, es miembro de la asociación anti-sexista Mix-City y de la organización altermundista ATTAC. Excluido de esa imagen pública queda también su activismo feminista y en la asociación Les Indivisibles, que ella fundó en 2006 como respuesta a los prejuicios raciales, ya que “para la mayoría de mis interlocutores, el que yo sea negra y de origen humilde resulta problemático… Su mirada me asocia a un imaginario y a un conjunto de estereotipos molestos”. Excluidos quedan igualmente sus libros: Racisme, mode d’emploi (Larousse, 2011), À nous la France! (Michel Lafon, 2012) y La France une et multiculturelle (Fayard, 2012).

En los últimos años Diallo viene dedicando su actividad a denunciar el auge de la islamofobia en Francia y en general en Occidente: “El laicismo es invocado hoy casi únicamente en relación al Islam, y se nos quiere hacer creer que su práctica en Francia sólo es cosa de fundamentalistas sexistas y violentos”. A ello, y a una crítica radical de la actitud “negligente e irresponsable” del Partido Socialista al respecto, ha dedicado su atención en las Cien propuestas concretas para una república multicultural que junto a otros autores dio a conocer en 2004.

Rokhaya Diallo se encontraba hace unas semanas en la emisora RTL para participar como invitada en el popular programa On refait le monde que dirige Marc-Olivier Fogiel. Otro invitado era Ivan Rioufol, periodista que se define como “católico, conservador y ‘neo-reaccionario’”. Rioufol, que en nombre de la libertad de expresión se declara contrario a la ley francesa contra la homofobia, ha negado que Francia y otros países europeos deban arrepentirse por el colonialismo y la esclavitud que practicaron en el pasado, ya que “asumir esa responsabilidad, ocultando los siglos de presencia musulmana en España y en Los Balcanes y el comercio humano organizado por africanos o árabes, especialmente contra los blancos, es lo que se llama un lavado de cerebro”. En su libro De l’urgence d’être réactionnaire (PUF, 2012) escribió: “Muchos franceses están enfermos y cansados de ser intimidados y ridiculizados por demócratas a los que no les gusta la gente, humanistas a los que no les gusta la gente, periodistas a los que no les gustan los hechos, anti-racistas a los que no les gustan los blancos, progresistas que aman a los pobres y que están listos para traernos más y más”. En 2013 fue uno de los firmantes del manifiesto ¡No toquéis a mi puta!, redactado para protestar contra las sanciones que pudieran afectar a los clientes de las prostitutas, en virtud de una ley aprobada ese año.

El debate en la emisora RTL se centraba en el atentado sufrido por la redacción de la revista Charlie Hebdo. Tras declarar que los musulmanes franceses eran de una u otra forma solidarios con los terroristas, Ivan Rioufol exigió a Diallo que allí mismo condenara públicamente el atentado. “Cuando oigo decir que los musulmanes deben condenar un acto inhumano, sí, efectivamente, me siento señalada”, dijo Diallo. “Siento que toda mi familia y todos mis amigos han sido puestos en el banco de los acusados. ¿Usted piensa verdaderamente que no repudio el atentado? Así que, de entre todas las personas sentadas alrededor de esta mesa ¿sólo a mí se me exige condenarlo?”

A la insistencia de Rioufol sucedieron las lágrimas de Rokhaya Diallo. Y el episodio no termina ahí. Hace dos días, al mismo tiempo que la prensa publicaba el falso rumor de su separación, Diallo fue declarada persona non grata por la alcaldesa del distrito XX de París, la socialista Frédérique Calandra, impidiendo así la participación de aquélla en una mesa redonda acerca de la violencia de género a la que había sido invitada y que está prevista para el 3 de marzo. “Asombrosa intolerancia del ayuntamiento socialista del distrito XX de París. Decididamente, ellos vuelven a la ceguera de siempre”, ha escrito Edwy Plenel, director de la revista Mediapart. Pero cabe preguntarse: si este es el (mal) trato que recibe un personaje mediático y privilegiado, ¿cómo será el que tiene que padecer una mujer musulmana, negra e invisible en nuestro rico, libre y democrático primer mundo? ¿O es precisamente la visibilidad lo que se castiga en el caso de Rokhaya Diallo?

Las de Diallo son lágrimas de impotencia, causadas por el descubrimiento de la propia incapacidad para hacerse comprender. Se trata aquí de nuevo de la ya vieja antinomia entre fe y conocimiento, que creíamos superada y que ahora vuelve, en forma de crisis de la tradición ilustrada y renacimiento de un oscurantismo que rechaza todo debate, ya que se funda en la premisa inviolable de poseer la totalidad de la razón. Esta nueva Verdad blanca y conservadora ha venido a ocupar en Occidente el lugar que aquí ha abandonado la religión, lo que explica su encono contra el Islam, como bien sabe Diallo; pero también explica su encono contra los valores democráticos y republicanos que sólo en épocas de conflicto como la actual se recuerdan en Francia y fuera de ella. Así, no corresponde alimentar la desconfianza, ni descreer irracionalmente de todo, ni alimentar indemostrables complots o teorías conspirativas, sino ejercer con criterio el sano recurso de la crítica. Ahora sabemos que la fatídica Verdad se expresa en un titular o en los ciento cuarenta caracteres de Twitter, pero que las pequeñas verdades que valen la pena, producto de la experiencia y el conocimiento, requieren un espacio diferente –que hay que crear– y mucho más esfuerzo.

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