martes, 3 de febrero de 2015

LECTURA POSIBLE / 173

KLAUS MANN, DE AMÉRICA A ALEMANIA

En el verano de 1941 el exiliado Klaus Mann se encontraba en Nueva York trabajando en el número de septiembre de su revista Decision, que había fundado en los inicios de ese año. Este hombre nacido alemán, de vocación europea y amante de París, que había sido privado de su nacionalidad y que había asistido impotente, desde la otra orilla del Atlántico, a la ocupación de Francia, aspiraba por medio de su revista a integrarse en la sociedad intelectual norteamericana y a hacer presión para que su país de acogida entrase en la guerra como parte de una alianza antifascista que debía unir a las democracias occidentales con la Unión Soviética. Pero Norteamérica es aislacionista, y las noticias que llegan desde Europa no son tranquilizadoras. Su familia, con su padre a la cabeza, se encuentra en California; la revista, en contra de lo esperado, le da más disgustos que satisfacciones; sus esfuerzos por adoptar el inglés como lengua de escritura le resultan penosos; y Klaus se siente solo en esa isla de Manhattan que en los fines de semana de agosto es abandonada por sus habitantes. Entonces escribe: “Nueva York abrasa. Nueva York transpira. Nueva York chorrea y exhala vapor, Nueva York apesta, Nueva York gime, Nueva York se desintegra, el asfalto neoyorkino ya está completamente reblandecido, una masa viscosa. El calor, que parece infernal de día, se vuelve aún peor de noche. No refresca. No hay brisa del mar. Sólo el aliento tórrido de los rascacielos en cuyos muros empinados parece acumularse todo el fuego del día como en hornos gigantescos”.

La revista Decision era, o debía ser, la gran obra de Klaus Mann en América. Nacida bajo buenos augurios, no eran colaboradores de prestigio lo que le faltaban. “Ahora va de veras”, escribe. “He contratado a una secretaria y también a un business manager. Tenemos una oficina, una cuenta corriente y papel de cartas muy bonito. Ya existe incluso una especie de sociedad anónima: Decision Incorporated”. Para su consejo de redacción cuenta con Upton Sinclair, W.H. Auden, Edvard Beneš (presidente en el exilio de la ahora ocupada Checoslovaquia), Julien Green, Robert E. Sherwood y Stefan Zweig; y el primer número incluía artículos de otros autores no menos rutilantes, entre ellos uno de Somerset Maughan.

La vida social que envuelve al lanzamiento de la revista permite a Mann establecer nuevos y prometedores contactos, o bien reanudar otros, como por ejemplo con el ex ministro de la República española Julio Álvarez del Vayo, al que conoció en Barcelona. Pero Decision subsiste con dificultad a causa del reducido número de suscriptores, y de los posibles mecenas a los que acude Mann recibe buenas palabras, pero no dinero. Los norteamericanos contemplan la guerra europea como un acontecimiento lejano, más preocupados como están por la expansión japonesa en el Pacífico; y el “New Deal”, agotado hace tiempo, ya sólo despierta el entusiasmo de los emigrados, entre ellos el del propio Mann. La guerra hace prosperar la economía, siempre que aquélla se mantenga a distancia, de manera que difícilmente el mensaje de Decision podía ir dirigido a oídos más sordos. La revista no tardará en perecer, lo que para Klaus Mann significará un revés triple: literario, social y político.

En el número aludido de septiembre de 1941 la revista incluía, junto a otros de E.M. Forster y Dylan Thomas, un artículo que resulta ser muy elocuente (aunque en modo negativo) acerca de las intenciones de Mann y de la naturaleza del círculo de intelectuales que frecuentó en Nueva York. Post-War Apocalypse, en efecto, predice un mundo de postguerra caótico, agitado y trágicamente desunido. Su autor, Henry G. Alsberg, había sido editor de la publicación socialista The Nation, y en 1938 tuvo que testificar ante un comité del Congreso que investigaba las supuestas actividades antiamericanas del Federal Writer’s Project, un órgano gubernamental creado por el presidente Roosevelt en los años de la Depresión. Alsberg, que era periodista y productor teatral, convirtió a la organización en un vehículo para el fomento de la conciencia social, de lo que fue producto la Slave Narrative Collection, una recopilación de relatos de los esclavos americanos que llegó a alcanzar las diez mil páginas, y de los que muchos sólo pudieron empezar a publicarse en la década de los setenta. En su artículo para Decision, Alsberg escribe a partir de su propia experiencia y del conocimiento que posee de primera mano acerca del auge en Estados Unidos de un movimiento conservador nacido a la sombra del anticomunismo. El apocalipsis postbélico anunciado por Alsberg no iba a alejarse mucho de lo que vendría después, ni podía desmentir más crudamente el ingenuo optimismo con el que Mann desembarcó en América. “La perspectiva es oscura, lo mires como lo mires”, escribió.

Tras el fracaso de Decision Klaus Mann inicia la redacción de sus memorias, que escribirá inicialmente en inglés. Estas memorias, con el título de The turning point, se publicaron en Estados Unidos en 1942, y más tarde, ampliamente reelaboradas y traducidas por su autor al alemán, con el de Der Wendepunkt (Cambio de rumbo. Crónica de una vida, Alba, 2007). En realidad, con esta obra el episodio del exilio americano de Mann se da por concluido, y durante los meses siguientes todo su interés lo concentrará en las gestiones necesarias para su alistamiento en el ejército, el cual iba a requerir un complicado proceso de naturalización.

Tras un período de adiestramiento militar en diversos campamentos de Arkansas y Maryland, el ciudadano americano y soldado voluntario Klaus Mann es enviado a Europa para proseguir por otros medios su particular lucha contra el fascismo. No es posible, por cierto, imaginar a un hombre menos dotado para la milicia, pacífico y pacifista, hijo del “último novelista burgués”, como definió Lukács al autor de Muerte en Venecia; un joven mimado por la fortuna que dio con su hermana Erika la vuelta al mundo y vivió con frenesí los locos años veinte; que siempre encontraba la forma de dar un sablazo a alguien y que en una ocasión, también con su hermana, tras probar por primera vez el hachís, acabó su aventura en un hospital.

Sin embargo, el ejército americano fue piadoso con Klaus Mann. Inmediatamente pasó a ser redactor de la revista del ejército, Stars and Stripes, y sus acciones de guerra se redujeron a contraer la malaria y a dirigir discursos, por medio de un altavoz, a los soldados alemanes del frente, ambas cosas en Italia. De las memorias aludidas más arriba pueden expurgarse algunos fragmentos que nos dan idea del estado de ánimo de Klaus en estos tiempos: “Creí cumplir con mis obligaciones como joven intelectual europeo”, escribe. “Un ‘joven intelectual europeo’. La fórmula se convirtió para mí en una especie de programa. Subrayar ‘lo europeo’ significaba una protesta contra el nacionalismo a la moda, mientras que el concepto de ‘intelectual’ estaba dirigido contra el romanticismo irracional de los alemanes reaccionarios”. En otro lugar escribe: “Se trata aquí de describir el carácter de la emigración, una emigración que no era una comunidad. No podía serlo: le faltaban los objetivos comunes, un programa, una representación”. Y: “¿Surgirá de esta guerra un mundo en el que seres como yo puedan vivir y trabajar? El exilio es amargo, pero más amarga es la vuelta a casa”.

La vuelta a casa. En medio de estas reflexiones, hay una imagen que vuelve ahora a la mente de Klaus Mann, un recuerdo: el de un día en el que partió para hacer uno de sus primeros viajes. Al bajar las escaleras de la casa paterna, en Munich, en la Poschingerstrasse, alza la mirada hacia una ventana y ve allí a su padre, vestido con un albornoz (nunca lo había visto con un atuendo tan informal), y ese hombre venerado y distante, ese Thomas Mann que proyecta una enorme sombra literaria, casi desconocido para su hijo, le dirige un saludo con la mano y le dice: “Si te sientes mal, vuelve a casa”.

Y verdaderamente, en mayo de 1945, Klaus vuelve a casa, a la Poschingerstrasse. La encuentra en ruinas. Al levantar la mirada hacia lo que era su cuarto advierte en el balcón la presencia de una joven. Intenta subir, pero no hay escalera. La desconfiada joven da al soldado americano unas indicaciones para trepar hasta el piso de arriba. Se trata de una vagabunda que aprovechando el buen tiempo ha instalado allí un colchón y una caja que hace la función de mesita de noche. Sin revelar su identidad, Klaus conversa con la chica, que le informa de lo que ha sido la casa durante los últimos años: una “Fuente de la Vida”. Y ante la incomprensión del soldado, ella le explica que allí las chicas de sangre pura, cuyas medidas corporales se ajustaban al tipo decretado por el gobierno, se apareaban con chicos igualmente puros en beneficio del progreso de la raza. Los frutos de esas relaciones se criaban allí mismo, en habitaciones que habían sido acondicionadas también con arreglo a un reglamento. Esa noche Klaus pudo alojarse en una casa vecina. El actual propietario, un desconocido, le recibió en bata y le dijo: “¡Soy demócrata de los pies a la cabeza! Por deferencia a mi mujer, que tiene una cuñada no aria. Todos tenemos un espíritu muy internacional en la familia, de joven sabía hablar inglés…”

En pocas horas Klaus Mann comprendió que en Alemania había mucho que hacer. Que no se le permitiera hacerlo es otra historia. A ella, y a su suicidio en Cannes, se refirió Frido Mann, sobrino de Klaus nacido en Estados Unidos y que siendo niño se trasladó a Europa. Frido estudió filosofía y teología católica en la Universidad de Munich, y psicología en la de Münster. Trabajó en un hospital psiquiátrico y su vida académica se desarrolló entre la Alemania Occidental y la Oriental, habiendo sido catedrático en la Universidad de Leipzig. Frido hizo un interesante análisis psicológico de la obra de su tío, manifestando el desarraigo continuo en el que tuvo que desenvolverse, así como el “infierno” que era aquella familia de los Mann. Hace años, con motivo de la presentación en Barcelona del libro de Marianne Krüll La familia Mann (Edhasa, 1992, ahora descatalogado), Frido explicó que era un clan lleno de tensiones y rivalidades, lo que explicaría en parte los muchos suicidios que hubo entre ellos, y que “era terrible la forma en que Thomas Mann y su esposa Katia trataron a sus hijos… Si la autora del libro La familia Mann hubiera vivido tan solo un año con ellos, habría renunciado a escribirlo”.* Frido Mann aludió en su análisis al silenciamiento del que su tío fue víctima en la Alemania Occidental durante la postguerra, hasta el punto de que su novela Mephisto fue prohibida. Igualmente se refirió a la amplitud de sus ideas políticas y a la comprensión que manifestaba hacia las purgas realizadas por Stalin en el Partido y en el Ejército Rojo, “sin las cuales nunca se habría podido derrotar a Hitler”. Del mismo modo Klaus admitió la necesidad del pacto germano-soviético, producto de la traición de las democracias occidentales a la Unión Soviética. También en la revista Stars and Stripes escribió un artículo en el que manifestaba su perplejidad hacia el hecho de que Estados Unidos no hubiera derrocado todavía al único gobierno fascista que quedaba en Europa: el del general Franco. “La alianza entre Este y Oeste”, escribió Klaus poco antes de su muerte, “entre socialismo y democracia, aún sigue en pie y puede ser duradera. De la fraternidad en las armas impuesta por Adolf Hitler a los dos grandes rivales y antagonistas, rusos y anglosajones, ha de surgir la colaboración al servicio de la paz”. La persistencia en estas ideas, en los inicios mismos de la Guerra Fría, explican, aunque no justifican, el ostracismo al que Klaus Mann fue condenado. Europa y el mundo iban ya en otra dirección, la anunciada en su artículo para Decision por Henry G. Alsberg, una dirección que en gran medida seguimos todavía.

Mephisto, la novela escrita por Klaus Mann en 1936, que ya fue convertida en montaje teatral por Ariane Mnouchkine y Le Théâtre du Soleil en 1979, ha recibido ahora una nueva adaptación teatral a cargo de Robert Schuster y Nora Khuon. La aleccionadora historia del actor Gustav Gründgens y su siniestra relación con el poder podrá verse en el Deutsches Nationaltheater de Weimar desde el 12 de febrero. Y el 17 de marzo la Klaus Mann Initiative Berlin ofrecerá en la Schwartzsche Villa berlinesa una velada literario-musical en torno a la novela de Klaus Mann Sinfonía patética. Propuestas ambas útiles en estos tiempos en los que Alemania vuelve a interrogarse acerca de sí misma y del legado de este Klaus Mann que vuelve a ser hoy, más que nunca, nuestro contemporáneo.
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* El País, 13 de diciembre de 1992

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