jueves, 11 de febrero de 2010

LECTURA POSIBLE / 6


EL VISITANTE CAVERNARIO


En el estilo de las grandes novelas de aventuras de Julio Verne, el joven escritor checo Petr Ginz concibió El visitante de la época de las cavernas, quinta narración producto de su inventiva, a la que precedieron, en la misma senda aventurera, De Praga a China, El sabio del Altai, Viaje al centro de la Tierra y La vuelta al mundo en un segundo. Del resto de su producción literaria nos quedan unos diarios, diversas anotaciones sueltas y algunos poemas. Si añadiéramos a esto sus dibujos a carboncillo y unas pocas acuarelas, no podríamos decir que tenemos una imagen completa del personaje, que también era aficionado a la litografía, la cartografía y la confección de artefactos varios, algunos de ellos en arcilla; otros, explosivos.
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Hoy los lectores en lengua española podemos saber algo más de Petr Ginz, ya que sus diarios han sido publicados −Diario de Praga, 1941-1942 (Acantilado, 2006)− en una cuidada edición supervisada por su hermana Eva (Chava), de casada Pressburger. Por ellos sabemos que Ginz era enormemente curioso y perfeccionista. Así, por ejemplo, debió dibujar entero un segundo mapa del Gran Imperio Germánico, cuya confección le había costado mucho esfuerzo, ya que en el primero Moravia parecía una salchicha. Igualmente conocemos por sus diarios los resultados catastróficos de sus intentos de fabricar la pistola de fósforo. De su amor a Praga también dejó constancia en sus diarios, que incluyen frecuentemente chascarrillos y leyendas atribuidos a sus habitantes, como este: “Cuentan que una vez unos praguenses querían sacrificar a un pavo pero les daba lástima cortarle el cuello sin más, así que le dieron Veronal, le quitaron las plumas y lo metieron en el agua. Pero el bueno del pavo revivió, y como sin las plumas tenía frío, le hicieron un suéter, y desde entonces el pavo anda por ahí vestido de suéter”.
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Pero sobre todo Ginz fue un lector voraz, y no sólo de Verne, sino también de Jack London, H.G. Wells, Balzac, Dickens, Thomas Mann, Oscar Wilde… De todo ello, y de las circunstancias amargas que le tocaron vivir, quedó constancia en sus últimas narraciones, en especial en El loco Augusto, en el que el personaje que da título al relato, en una noche de niebla y oleaje, a bordo de una lancha, expresa sus inquietudes a un joven marinero: “Reflexiona sobre la vida, muchacho. Mírala, es como esa llama. ¿Lo ves, lo entiendes? Por pura costumbre volamos a su alrededor hasta morir. ¡Queremos ser nuestro propio Yo, y estamos dispuestos a sacrificarlo todo por eso!”
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De ascendencia judía, Petr Ginz había nacido en Praga en 1928. En octubre de 1942 fue deportado al campo de Theresienstadt, y de allí, en 1944, a Auschwitz, donde fue asesinado. Los diarios de este escritor de 16 años estuvieron perdidos durante décadas, hasta que casualmente su hermana los encontró en Praga, lo que ha permitido reconstruir algo de lo que fue su vida cotidiana, y la de otros muchos, en aquellos años en que la ciudad estaba ocupada por el ejército nazi. De las novelas de Petr Ginz sólo se ha conservado una, El visitante de la época de las cavernas, en cuyo prólogo el autor finge haber encontrado el manuscrito en el altillo de la casa donde vivió Verne, artificio narrativo que habría sido muy del gusto de éste. La hermana de Ginz ha resumido así el argumento de la novela: “Trata del enorme dinosaurio Ka-du, nacido, o al menos eso es lo que creen los científicos, en las profundidades de un lago africano, de un huevo que se escondía allí desde los tiempos más antiguos. El monstruo Ka-du mata, amenaza y acaba con todo lo que se pone en su camino, de modo que al final acaba dominando la mayor parte del continente africano. Pero al final se demuestra que el pretendido saurio arcaico es en realidad un robot, una enorme creación mecánica de un hombre que pretende, mediante él, dominar el mundo entero”.
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Finalmente, dos científicos consiguen derrotar al monstruo y salvar el mundo. En el epílogo, el supuesto descubridor del manuscrito concluye: “Así fue como el Congo Belga se libró de quien lo torturaba y el mundo de aquel pretendido monstruo prehistórico. Pero debemos preguntarnos si no aparecerá sobre la superficie de la Tierra un nuevo monstruo, peor que aquél, que dominado por la maldad y dotado de los más modernos medios técnicos someta a la humanidad a los más horrendos castigos. Bien avanzado el siglo XIX, era del todo posible. ¿Quién sabe?”
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No parece que el joven Petr Ginz, al perder su libertad, perdiera también la lucidez, ni que su extremada juventud le impidiera advertir claramente la desdichada realidad de su tiempo; e incluso es posible conjeturar que tales atributos debieron acompañarle hasta el último instante. Lástima, ya que la lucidez tiene el alto precio de un dolor que se suma al dolor propiamente dicho. En cuanto a nosotros, que todavía no lo hemos visto todo, nos conformamos con repetir lo que suele decirse de los niños y los locos. Por eso creo que el pequeño escritor de Praga, a su manera espontánea pero nada ingenua, muy dulcemente nos sigue hablando (aunque no le oigamos) acerca de la vida, la esperanza, los hombres y los saurios.

Petr Ginz

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De la escritora y compositora Ilse Weber, muerta en Auschwitz, aquí puede escucharse Wiegala, en la interpretación de Anne Sofie von Otter



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