lunes, 6 de febrero de 2012

VARIACIONES / 7


SIGNORE SINOPOLI

A veces un humilde intérprete, autor de variaciones sobre temas literarios y musicales muchas veces presentados a los públicos, cada una de ellas con un envoltorio diferente, llega, a su pesar, a convertirse él mismo en protagonista de la acción, corrigiendo la obra interpretada o añadiendo a la misma un nuevo final del todo imprevisto. En nuestros actuales teatros de ópera, en general tan anodinos (si exceptuamos las atrocidades y perversiones ideadas por algunos directores de escena) y tan hartos de representar siempre lo mismo, un accidente así se convierte enseguida en gran acontecimiento que rebasa el limitado espacio de lo teatral y musical y pasa a instalarse en el centro mismo de la atención pública, entre los payasos de feria y los bufones que pueblan y colman nuestros mass media.

Es el caso de Giuseppe Sinopoli, que había venido al mundo en 1946, con la posguerra, como si su vida debiera encarnar la esperanza de un futuro que está lejos de realizarse. Nació en Venecia, estudió música en el Conservatorio Benedetto Marcelo y medicina y psiquiatría en la Universidad de Padua, en la que se doctoró con una tesis sobre antropología criminal. De inmediato decidió consagrarse a la música, estudiando dirección de orquesta y composición con Bruno Maderna y desde 1972, en Viena, con Hans Swarowsky. Ese mismo año inició su actividad en la enseñanza de la música contemporánea y electrónica en el conservatorio de su ciudad natal. Empezó a componer y, como mandaban los tiempos, rindió visita a Darmstadt, donde tuvo como mentor a Karlheinz Stockhausen. Se concentró sin embargo en la dirección, debutando también en Venecia con Aida en 1978. Su éxito como director fue inmediato, y no tardó en ponerse ante los atriles del Covent Garden y del Met neoyorkino.

Sus especialidades eran la ópera y el psicoanálisis. Fue aclamado como director de la Manon Lescaut de Puccini, el Nabucco de Verdi y el Tannhäuser wagneriano. Dirigió a la Philarmonia londinense durante diez años (1984-1994) y en 1992 fue nombrado director de la Staatskapelle de Dresde. En esos años dirigió y grabó con su sello exclusivo (Deutsche Grammophon) las principales óperas de Richard Strauss. Paralelamente desarrolló una amplia actividad en las salas de concierto, en las que mostró su preferencia por el sinfonismo de Bruckner y Mahler. Una de sus últimas grabaciones, la de Das lied von der Erde, con la Staatskapelle y los solistas Iris Vermillion y Keith Lewis, está transida de un drama profundo que presagiaba en él, cuando aún no había cumplido cincuenta años, a un maestro de los verdaderamente grandes de la dirección de orquesta.

En 1981 estrenó en la Staatsoper de Munich su obra más conocida, que es también su única composición en el campo de la ópera: Lou Salomé, basada en la turbulenta vida y en la correspondencia de aquella mujer que escribió una abundante y poco conocida obra (quince novelas y algunos ensayos, entre ellos uno sobre las mujeres en el teatro de Ibsen); que desafió por completo la moral de su época; que tuvo algo más que intimidad con Nietzsche, quien junto a su amigo Paul Rée se planteó crear entre los tres una nueva santísima trinidad o comuna a la que dieron el nombre de Winterplan; que fue amiga de Freud y Victor Tausk y que puso el “Rainer” a Rilke.

Sinopoli vivía en una isla diminuta accesible sólo en barco, dedicado en su tiempo libre a la arqueología. Desde 1981 mantenía una variable relación con el director de escena Götz Friedrich, el cual puso sobre las tablas su Lou Salomé y además le cedió a su esposa, la americana Karan Armstrong, para que cantara el papel protagonista. También Friedrich le abrió las puertas de la Deutsche Oper de Berlín, donde el veneciano dirigió, con él o con otros escenógrafos, Madame Butterfly, Otello, Simon Boccanegra y Wozzeck, entre otras óperas. La ruptura se produjo cuando Sinopoli fue nombrado Generalmusikdirektor, cargo que esperaba obtener Friedrich incluso a pesar de la oposición de la orquesta, que se mostraba unánimemente partidaria de Sinopoli. Cuando el nombramiento entraba en vigor (dos años después) Friedrich voló a Roma para reconciliarse con el director al que él mismo había lanzado al estrellato. Pero Friedrich no llegó a ver los frutos de esa reconciliación, ya que murió en diciembre de 2000. Unos meses después, en abril, Sinopoli dirigía Aida, la ópera con la que inició su carrera en 1978, para homenajear al amigo muerto. Los textos del programa de mano habían sido escritos por el propio Sinopoli, e incluían un recuerdo para Friedrich. La función se celebraba con un lleno total. Todo parecía indicar que aquélla sería “una de esas grandes noches”. En el tercer acto, poco antes del encuentro de Aida y Radamés, Sinopoli sufrió un infarto y cayó desvanecido. Se oyeron gritos en el foso, carreras, los cantantes enmudecieron y poco después se encendieron las luces del teatro. A pesar de los masajes cardíacos que se le realizaron, los médicos sólo pudieron certificar su muerte en la ambulancia que le conducía al hospital, en presencia de su esposa. Tenía 54 años.

Su muerte conmocionó al mundo musical, y se sucedieron los homenajes y los minutos de silencio. Barenboim, Nagano y otros directores tuvieron unas palabras para él antes de iniciar sus conciertos. Al día siguiente los miembros de la Deutsche Oper decidieron continuar con las representaciones de Aida, y la dirección corrió a cargo de Marcello Viotti. También ese día se repartió el programa de mano redactado por Sinopoli. En él se leía una cita del Edipo de Sófocles: “Que el destino os sea favorable y que os acordéis siempre de mí con alegría, cuando esté muerto”.

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