lunes, 21 de septiembre de 2009

LECTURA POSIBLE / 1

LE CLÉZIO, LA VIDA, EL DESIERTO Y LOS HOMBRES

Le Clézio y su mujer, Jemia, conocieron al historiador Jean Meyer al principio de los años 70, en algún lugar inhóspito del norte de Jalisco o el sur de Zacatecas, a las puertas de la Sierra Madre. El historiador se hallaba allí realizando un estudio acerca de la llamada “Guerra Cristera” o “la Cristiada”, sangriento conflicto que sucedió a la entonces reciente Revolución y en el que participaron diversos pueblos indígenas. Más difícil es explicar los motivos de la presencia en esas regiones duras y olvidadas del escritor y su esposa, estos viajeros apátridas, él nacido por casualidad en Francia y ella originaria del Sahara, que entienden muy bien que la vida no es lo que suelen contarnos: centros comerciales, prisas y aparatos electrónicos. Como entienden que la vida tampoco está donde suelen contarnos, y que a veces, en efecto, es preciso ir a buscarla al desierto. 
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Si la intuición para comprender y expresar lo peor y lo mejor de la naturaleza humana, y la de detectar a la vez los fenómenos del propio tiempo, son las cualidades supremas que definen a un gran autor, no hay duda de que Jean-Marie Gustave Le Clézio es uno de ellos. El novelista Le Clézio ya nació con una voluntad de coherencia más que manifiesta en su primera novela, El atestado, que con sólo veintitrés años le mostró al mundo como un seguidor aventajado de la que iba a ser última vanguardia literaria, todavía practicable en aquellos prometedores tiempos: el nouveau roman. Siendo el más joven miembro de dicha escuela, parecía razonablemente predecible que acabara convirtiéndose en el último y heroico epígono de una literatura prontamente finiquitada y más bien residual, y sin embargo Le Clézio tuvo la habilidad (rarísima en el mundo literario) de reciclarse, de saber hallar el justo equilibrio entre la propia voz, el rigor y la audacia formales y las exigencias de la época, nada propicias a experimentalismos, ya fueran estos estériles o no.

El centro de la pasión de Le Clézio es el hombre y su ambiente, un entorno casi nunca propicio y de belleza salvaje formado por los elementos que son indispensables a la vida: el aire, la tierra, el dolor, la esperanza. Y la libertad. Alejado desde siempre de las camarillas de la cultura y del comercio, la pasión antropológica de Le Clézio ha hecho de él un narrador empeñado en describir la épica del mundo, de la vida cotidiana y de sus significados ocultos, y ha llegado en sus novelas y relatos a elevar la realidad, y muy especialmente la realidad social de los que tienen muy poco que perder, a la categoría de aventura. Ya que es cierto: al lado de nuestra vida monótonamente consumista, y por tanto feliz, junto a nuestro estómago ahíto de tele-basura, de política-basura y de comida-basura, hay Ulises que cruzan el mar, Héctores que luchan y Penélopes que esperan. Y Le Clézio ha tenido la ocurrencia de convertir a estos héroes en los protagonistas de sus novelas, las cuales bullen de humanidad descontenta, buscadora de su futuro y su sitio.
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De la amplia producción del autor destaco aquí tres novelas que no defraudarán a quienes no se hayan introducido aún en este particular universo. Desierto se publicó en 1980 y está emparentada con Gen des nuages, obra escrita al alimón por Le Clézio y Jemia y que relata el viaje que ambos hicieron a mediados de los años 90 a la Saguia-el-Hamra, al norte del Sahara occidental. En Smara encontraron la ciudad que había sido fundada por Ma-el-Ainin, personaje que aparece en Desierto. La novela transcurre en dos momentos diferentes. En el primero se  describe un acontecimiento histórico ocurrido en 1909, cuando un grupo de guerreros y sus familias iniciaron una marcha que les llevaría a enfrentarse al ejército francés. En el segundo, Lalla, una niña descendiente de los “hombres azules” del Sahara, crece acunada por el viento y la cultura del desierto, del que debe despedirse para emigrar a Marsella. Onitsha, de 1991, narra el viaje iniciático de Fintan Allen desde Francia hasta las orillas del río Níger, donde encontrará a su padre, pero también un mundo desconocido y regido por antiguas creencias. En La cuarentena, publicada en 1995, el médico Jacques Archambau, cuyo destino aparece misteriosamente ligado al del poeta Arthur Rimbaud, embarca con su esposa y su hermano hacia Isla Mauricio, la tierra de la que su padre fue expulsado tiempo atrás, y donde no se le permitirá desembarcar a causa de una epidemia declarada a bordo.

Pero una simple enumeración de sus argumentos no da una idea de la riqueza de estas novelas tras las que parece haber un narrador que no está concebido a la escala de un hombre solo, y que tal vez pueda ser el viento, o una montaña sobre la que pacientemente se ha ido depositando la memoria. Le Clézio ha reconocido que su visión del mundo le debe mucho a los años que pasó en América, en especial en México, donde estudió antropología y comprendió, entre los indios, el valor de la cultura que en todos los continentes forma parte de la tradición oral. Y oralmente, con un ritmo embriagador, se complace en transmitirnos estas historias que parecen conservarse a sí mismas y que él ha rescatado de los lugares donde viven los hombres.

En las novelas de Le Clézio hay desaparecidos por amor, viajes imposibles que van mucho más allá de la imaginación de un Julio Verne, huidas que son a la vez la persecución de algún deseo ineludible, y sobre todo narración cómplice de ese fenómeno de siempre, verdadera trasfusión de vitalidad, que es la migración humana. Estas novelas transcurren en lugares exóticos a los que el autor ha despojado intencionadamente de todo exotismo, lugares en los que, frente al mal, prevalecen la amistad, la búsqueda del propio origen y el amor. En ellas, el hombre vuelve a ser hombre, es decir, protagonista, objeto y al mismo tiempo hacedor de su propio destino. Ambientadas en el norte de África y en tierras amerindias, que Le Clézio conoce muy bien, las suyas no parecen las novelas de una mente europea, sino más bien las de un apátrida que viajara con los sentidos muy abiertos, ultrasensibles a la menor forma de sentimiento o de actividad humana. Cada uno de estos viajes es un intento de fundirse con la conciencia del mundo. En Desierto, Onitsha y La cuarentena su autor no sólo nos ha redescubierto el placer de los libros de aventuras, sino que además ha tenido la generosidad de devolvernos, si no la condición de hombres, al menos la ilusión de serlo. Sin ser pretenciosas, sin dejar traslucir grandes ambiciones, son las novelas de nuestro tiempo.

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Kaya fue la voz de los olvidados de Isla Mauricio, además del inventor del seggae, mezcla de reggae y sega, la música tradicional mauriciana. Murió en dependencias policiales en 1999. Aquí puede escucharse su Chant l'amour.

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