viernes, 9 de octubre de 2009

DISPARATES / 5

VERTEDEROS

A veces todavía se oye hablar de la política, la autoridad y la economía actuales con un lenguaje que no se corresponde en absoluto con nuestra realidad presente, sino que permanece anclado en una época muy anterior que más o menos podría ubicarse entre los años 70 y 80 del siglo pasado. Este desfase del lenguaje explica por sí solo el hecho de que incluso hoy se aluda a la política doméstica, o a la europea, en términos de “izquierda” y “derecha”, o que se califique a cierto gobierno de “social” en contraposición a otro posible gobierno que presuntamente sería, claro está, “antisocial”. El mismo concepto de oposición es ya totalmente caduco, pues la desideologización reinante, junto a la comodidad general de la existencia en los países del hemisferio norte, nos convierte a todos en tripulantes y marineros del mismo barco que surca las pacíficas y opulentas aguas de la postmodernidad, es decir, del fin de la Historia. Solamente los despistados o los que explotan el sinsentido del lenguaje en provecho propio (los que son tripulantes por derecho y los que aspiran a serlo) tienen excusa para emplear tales artificios, los cuales son óptimos instrumentos de ocultamiento de la realidad, como por otra parte ha ocurrido siempre. Pues al poder, en sus múltiples formas, no le agrada que la mayoría conozca la verdad de su tiempo.

Y también están aquellos que se engañan a sí mismos porque sencillamente la comprobación de las cosas suscita unas náuseas con las que se hace difícil convivir; dicho de otra forma: porque prefieren la fe al conocimiento. Esto último ocurre con frecuencia en relación al Estado, ese Gran Padre que nos gusta imaginar preocupado por nosotros, figura tranquilizadora que vela nuestras malas noches, así como nuestras contrariedades; que vigila a otros para nuestra seguridad y nos cuida cuando caemos enfermos. Y sin embargo hay datos suficientes en la realidad (que no queremos ver) para comprender que su función hoy es otra (que nos negamos a aceptar). Así, en efecto, el Estado actual es básicamente un mecanismo burocrático de probada eficacia para transferir fondos públicos a bolsillos privados. Que sea el propio Estado el que naturalmente hace las leyes justifica de sobra el hecho de que a tal actividad, a la que en otros tiempos se llamaba “robar”, no merezca tal nombre en nuestro código penal. Tranquilamente observamos la forma en que se verifica esta transferencia en nuestra vida diaria, lo vimos con motivo de las privatizaciones de hace unos años, lo vimos en los tiempos de superabundancia en que los millones del Estado (por la vía de las cajas de ahorro) caían sin descanso en las cuentas de las empresas de construcción y seguimos viéndolo en los titulares de la prensa, haya sastres de por medio o no.

Es más: a estas alturas queda claro que el Estado tiene una oficina de beneficencia para villanos de todo pelaje. Ahí está, si no, la banca internacional, que después de tener a bien provocar la crisis, precisamente con sus actividades financieras a las que el código penal no permite llamar latrocinios, ha debido ser socorrida urgentemente por el paternal y solícito Estado, a fin de que dicha banca siga acumulando unos años más los mayores beneficios de su historia. A eso se lo llama un buen negocio: una manera limpia, bendecida por el más absoluto consenso social, de transferir fondos de los ciudadanos (de la sanidad pública, de la educación) a los consabidos bolsillos de siempre.

El Gran Padre se nos ha mostrado últimamente muy preocupado por la suerte de algunos pescadores secuestrados por piratas en el mar que baña la costa de Somalia. En general se nos ha expuesto el asunto como una especie de aventura exótica extraída de una novela de Stevenson, aunque, como suele decirse, con su “lado humano”. Hemos visto y escuchado a los expertos y también a las esposas de los pescadores secuestrados, clamando por la protección del Estado. Los tertulianos que viven de remover y engullir las malolientes heces del Gran Padre han comentado el hecho con la insistencia aturdidora que en ellos es habitual, y con la misma insistencia han propuesto diversas soluciones, la intervención de la marina de guerra entre ellas. Que la autoridad acuda en auxilio de unos modestos contribuyentes en apuros parece cosa de lo más normal, y sin embargo el asunto ofrece una perspectiva muy diferente cuando dejamos a un lado los periódicos, las emisoras de televisión y radio nacionales y nos tomamos la molestia de buscar información en otra parte.

No se trata de que la pesca industrial e intensiva haya eliminado caladeros y mermado especies hasta casi la extinción, y de que por ello le sea preciso al sector (subvencionado como tantos otros) buscar nuevos caladeros en lugares donde nunca se aventuró la flota española; este ya es un hecho sabido. El descubrimiento de la costa de Somalia, y esto es menos sabido, lo hizo la industria pesquera internacional en 1991, fecha en que fue derrocado el gobierno por una conjura militar, lo que precedió a una cruenta guerra civil. Desde entonces la voraz pesca furtiva internacional ha arrasado la riqueza piscícola de un país que es incapaz de vigilar sus aguas, que no tiene voz en ningún foro y que es además uno de los más pobres de la Tierra. Las flotas dedicadas a la Pesca Ilegal No Declarada y No Reglamentada saquean anualmente unos 450 millones de dólares, en mariscos y diversas especies piscícolas, del mar somalí. Pero es que además los Grandes Padres del hemisferio rico han descubierto que esta costa es ideal para verter sus residuos tóxicos. Según Nick Nuttall, portavoz del Programa de Medio Ambiente de las Naciones Unidas (UNEP), “Somalia está siendo utilizada como vertedero para desechos peligrosos desde comienzos de los años 90, y lo ha seguido siendo durante la guerra civil desatada en ese país. La basura es de muy diversas clases. Hay desechos radioactivos de uranio, que es la basura principal; y metales pesados como cadmio y mercurio. También hay basura industrial, residuos de hospital, basuras de sustancias químicas y todo lo que podamos imaginar.” En 2004 el tsunami que azotó al país reventó envases y contenedores, y gran diversidad de sustancias tóxicas fueron arrastradas hasta las playas. El resultado fue un segundo tsunami sanitario en forma de hemorragias abdominales, infecciones en la piel y otras dolencias. Este movimiento internacional de residuos peligrosos se produce en contra de lo establecido por los propios países de la Unión Europea en la Convención de Basilea de 1992.

También en esos años los pescadores somalíes, en vista de que no recibían protección de su propio Estado ni de la comunidad internacional, decidieron formar un Servicio de Guardacostas Voluntario con el fin de “acabar con la pesca ilegal y con la descarga de residuos en nuestras costas”. A tal fin persiguen a los pesqueros ilegales y demás flotas que operan en la zona con la intención de disuadirles y, en su caso, aplicarles un “impuesto”. A estas alturas cabría preguntarse: ¿Quiénes son los piratas?

Lo dicho hasta aquí debería dar que pensar, especialmente porque nada han dicho nuestros medios de comunicación acerca de lo que realmente sucede en las costas de Somalia. Resulta trágicamente irónico que al final de este asunto aparezca también un vertedero, como los que sí vemos cotidianamente en nuestra prensa: en ellos se busca a mujeres o niñas desaparecidas, documentos comprometedores, historiales médicos. ¿Qué no habrá en los vertederos españoles? ¿Estará por ahí también la democracia? A la vista de tales cosas, queda claro que aquí tenemos basura para dar y regalar, y hasta podría decirse que la basura es nuestro gran tema de conversación y nuestro gran (quizá único) sector productivo. En las últimas décadas hemos tenido tiempo de acostumbrarnos a ella hasta el punto de no percibir ya su hediondo olor. Pero hay una buena noticia: y es que podemos sentirnos seguros ahora que sabemos que Padre Estado, por fin, también está en nuestros vertederos (y en los ajenos).

Aquí encontrarás más información sobre los "piratas" somalíes.
Y aquí sobre la guerra civil de Somalia.
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