martes, 6 de marzo de 2012

LECTURA POSIBLE / 33


FLORES DE SOMBRA, DE AHARON APPELFELD. HABRÁ VIDA DESPUÉS DE LA TRAGEDIA

Hace tiempo que el lector en español dispone de numerosos testimonios literarios acerca de la suerte de los judíos del Este que, tras ser primero recluidos en ghettos, y expulsados de ellos más tarde, fueron a perecer a los campos de concentración que el nacional-socialismo creó y que estuvieron activos hasta virtualmente el final de la guerra. Muy poco, en cambio, se ha contado entre nosotros la historia de los que sobrevivieron al Holocausto, quizá porque a nuestras conciencias les resulta más cómodo y tranquilizador suponer que el odio racial, y otros semejantes, eran sólo cosa de los nazis, y que desaparecieron cuando estos llegaron a su fin. Que la realidad era otra es algo que nos recuerda Aharon Appelfeld en su Flores de sombra, novela de 2006 que ha sido traducida este mismo año y que basta por sí sola, a la espera de que podamos conocer mejor el resto de su abundante obra, para colocar a su autor en un lugar destacado de las letras actuales.

Appelfeld nació en una aldea de la región de Bucovina, muy cerca de Czernowitz, que entonces formaba parte de Rumanía y hoy lo es de Ucrania, territorio que ha sufrido todas las tormentas del siglo XX y en el que nació también Paul Celan. En 1940, cuando Appelfeld contaba ocho años, los nazis que ocuparon su pueblo natal asesinaron a su madre, y a él y a su padre los trasladaron a un campo de concentración de Transnitria, región hoy convertida en estado independiente a orillas del río Dniéster. Appelfeld consiguió escapar del campo, y tras permanecer refugiado tres años se alistó en el Ejército Rojo. Al término de la guerra emigró a Palestina, donde pudo reunirse con su padre y donde se ha dedicado a la enseñanza, desarrollando al mismo tiempo una notable carrera literaria en lengua hebrea.

No es mucho lo que se ha traducido de Appelfeld. Su primera novela, escrita ya en plena madurez, fue Badenheim 1939 (Losada, 2006), obra coral que describe a la comunidad judía que visitaba esa ciudad balnearia y que creía poder mantenerse al margen de los edictos raciales que por esos años se proclamaban en Alemania. Hoy es su novela más conocida, y hace poco más de un año fue llevada a los escenarios por el dramaturgo Arnold Wesker. Historia de una vida (Península, 2005), que fue Premio Médicis, supone un descenso al infierno de la memoria, del que no obstante el autor extraerá fuerzas para mirar al futuro. Al catalán se han vertido En Bartfuss, l’immortal y esta que comentamos, Flors d’ombra (ambas en la editorial Club Editor 1984).

Flores de sombra, como casi la totalidad de la obra de Appelfeld, contiene episodios de su experiencia personal, sin llegar a ser propiamente una novela autobiográfica. Cuenta la historia de Hugo, muchacho de once años que junto a su familia ha sido trasladado al ghetto. Mientras el chico lee los libros de Julio Verne y Karl May que ha recibido por su cumpleaños, fuera del ghetto se hacen los preparativos para el inminente genocidio. Los militares irrumpen periódicamente, capturan a los habitantes del ghetto y los conducen a trenes que parten con un destino que se supone incierto, lo que no impide a muchos sospechar lo que sucederá. Entre los deportados figura el padre de Hugo. La madre, desesperada por la suerte que correrá el muchacho, trata de ponerlo a salvo con unos campesinos, pero, al no conseguirlo, decide conducir a su hijo por las cloacas de la ciudad hasta el exterior, y depositarlo en la casa de una amiga de la infancia, Mariana.

A ojos de Hugo, la casa de Mariana, en la que pasará escondido más de un año, es bastante peculiar. Su protectora dispone de una sola habitación: un bonito dormitorio hermosamente decorado en el que abundan los perfumes y en el que duerme durante el día, mientras que dedica las noches a recibir las visitas de hombres misteriosos. Cuando Mariana tiene visita, Hugo debe permanecer escondido y en silencio en una oscura recámara, pues el secreto de su presencia en la casa no debe ser conocido por las otras mujeres que viven en ella. Casi a diario se oyen rumores de vecinos que han denunciado a quienes mantenían oculto a algún judío, motivo suficiente para que protectores y protegidos sean ejecutados en el acto. Con el tiempo, la relación de Hugo con esa extraña y bella Mariana se hará más intensa, pasando de la gratitud a la amistad, y finalmente a una, no por infantil, menos apasionada adoración, la cual por cierto será recíproca, pues no en vano la dura existencia de Mariana, hasta la aparición de Hugo, ha sido castigada, de un burdel a otro, por la humillación y la soledad.

Junto a Mariana pasará Hugo su decimosegundo cumpleaños, ocasión como es bien sabido de profundo simbolismo para los judíos, ya que a esa edad los muchachos, por medio del bar mitzvah, son iniciados en la vida adulta. Con la retirada de los soldados alemanes, Mariana deja de recibir sus habituales visitas nocturnas. La madame de la casa, en tales circunstancias, decide cerrarla, y las mujeres se ven obligadas a marchar a la ventura, también Hugo y Mariana, que emprenderán un insólito viaje a pie hacia las montañas haciéndose pasar por madre e hijo, estratagema que pondrá en duda uno de los campesinos que los aloja durante su fuga: “Una madre no duerme así con su hijo”. Y es que la huida puede adoptar a veces la forma de una idílica luna de miel.

Philip Roth, admirador de la obra de Appelfeld, ha dicho de él que es “un escritor desplazado, deportado, desposeído y desarraigado”, condiciones todas ellas que se traslucen en la urdimbre de esta novela en la que el autor sin embargo acaba encontrando motivos para la esperanza. De ésta, en efecto, habla uno de los personajes que existen en el recuerdo del niño Hugo, su tío Sigmund, el borracho, quien en su involuntaria sabiduría afirma: “No os preocupéis por Hugo, está recibiendo una educación magnífica”. A lo que también hace alusión el narrador cerca del final de la novela, cuando dice que todo lo que le había sucedido a Hugo desde que dejó su casa “era una experiencia interior sobre la que no tenía control alguno”. Ya que ciertamente de esto trata Flores de sombra, de una iniciación y de un tan intensivo como fecundo aprendizaje realizado en condiciones extremas, aprendizaje de la vida, de la amistad, del amor y de la dignidad. Sobre todo de la dignidad.

La novela está compuesta por breves capítulos en los que junto a la narración escueta de los hechos se intercalan los sueños de Hugo, sueños en los que se le aparecen sus familiares y amigos, y la inolvidable Mariana, que en virtud de la historia que se nos cuenta también pasará a formar parte del aprendizaje vital y de la memoria del lector. A pesar de que los hechos sean vistos por los ojos de un niño (o quizá precisamente por eso) no faltará quien juzgue excesiva la crudeza de este libro, sin duda una de las pocas obras maestras que se han escrito en lo que llevamos de siglo, a lo que cabe replicar con las palabras del alcohólico tío Sigmund, el cual se expresa así en su dolorosa lucidez: “Es bueno que Hugo haya visto la vida al desnudo a una edad temprana. La negación de la evidencia y las palabras que revelan una pizca de información y ocultan lo esencial no le son útiles al hombre. Ha llegado el momento de no engañarnos a nosotros mismos ni al prójimo”. Hermosa lección que bien podría servir de corolario a esta traducción que, esperamos (así lo anuncia la editorial), sirva de inicio a la recuperación de la obra de su autor.

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