viernes, 25 de diciembre de 2009

LECTURA POSIBLE / 3


ESCARLATINA EN LA MONTAÑA MÁGICA


La benemérita editorial Acantilado, a la que debemos la edición de gran parte de la obra de autores como Stefan Zweig o Joseph Roth (a veces en primeras traducciones al castellano), tuvo a bien regalarnos hace unos años una colección de relatos del primero de los autores citados bajo el título de Noche fantástica. De los relatos incluidos en este volumen me quedo con el que le da nombre y con Escarlatina, que es casi una novela corta. Cuanto mejor vamos conociendo la obra de Zweig más sorprendente nos resulta este autor que gozó de enorme éxito en las primeras décadas del siglo pasado y que ocupó un lugar central en la literatura europea hasta que los bárbaros llegaron a Alemania, momento en el que inició el camino de un incierto exilio que a él le llevó a Brasil y más tarde al suicidio, siendo ya para entonces un autor prohibido y olvidado al que lenta, felizmente, recordamos ahora.
Bastaría que Zweig hubiera escrito sus memorias, a las que llamó El mundo de ayer (también editadas en Acantilado), para merecer que le recuperáramos de tal olvido, pero sucede que fue un autor sumamente prolífico que tocó todos los géneros, incluidos los habitualmente vedados a la creación literaria, como por ejemplo la ópera. A estas alturas las obras de Zweig ocupan ya un buen trecho de los estantes de cualquier buena biblioteca, y lo que más sorprende es que no haya entre tal cantidad de obras una sola que resulte desdeñable, que carezca de interés o que deje indiferente. ¿Cuál era el secreto de Zweig? Quizá la respuesta debería orientarse en esta dirección: él fue un lúcido, culto e independiente espectador de su tiempo, debiéndose hacer notar aquí que el adjetivo independiente no implica en su caso nada parecido a un aristocrático desdén hacia la realidad, sino todo lo contrario: Zweig tomó partido, se comprometió (en el mejor sentido que tiene esta palabra hoy tan devaluada) con ideas y personas, sobre todo con personas, siendo sin duda esto último lo que hace que hoy sea tan moderno y accesible. Zweig, por lo demás, fue un heredero consciente y riguroso de esa gran corriente literaria que, hasta la llegada de los bárbaros, fue la alemana.

El relato o casi novela corta Escarlatina (Scharlach) se publicó por primera vez en 1908. Cuenta la historia de Bertold Berger, un modesto joven de provincias que se traslada a Viena para estudiar medicina. Siendo de carácter apocado y retraído, el joven no se adapta al esplendor y a las miserias, a las luces y sombras de la vida mundana. Un desgraciado episodio amoroso le aparta aún más del mundo al que debería integrarse, y finalmente cree poder encontrar un sentido a su vida cuando vela durante unas noches a la hija de la patrona de la casa en que está alojado, la cual padece la enfermedad que da título al relato. La joven se recupera, insinuándose entre ellos el nacimiento de un afecto que promete al héroe un futuro que poco antes le resultó inimaginable. A los pocos días descubre los primeros síntomas de la enfermedad, de la que se ha contagiado y que termina con él rápidamente, ya que “esto es lo que ocurre con casi todas las enfermedades infantiles: los niños las superan y los adultos se hunden con ellas”.
El tono, el estilo y la atmósfera están muy en la línea de la literatura alemana, y, siendo como es Escarlatina una novelita, participa sin embargo plenamente de ese gran aliento, filosófico y romántico, que es propio del Bildungsroman o “novela de formación”. El argumento recuerda inmediatamente a La montaña mágica, que se publicó en 1924, y no tengo duda de que Thomas Mann conocía el relato de Zweig, con el que comparte todo lo esencial, empezando por el carácter y la edad de los protagonistas (la edad en la que se le pide todo a la vida). Igual que Escarlatina, La montaña mágica también tenía que ser una novela corta, la cual, sin embargo, y como a veces sucede (fue el caso del Quijote), cobró vida propia. Resulta curioso que tal parentesco no haya merecido la atención de los estudiosos de la novela de Mann, para quienes el origen de la misma se encuentra en una visita hecha por el autor a su esposa en un sanatorio de Davos, donde ella se reponía de una dolencia pulmonar. El director de la institución también detectó en Mann una afección del pecho, y le invitó a que ingresara en el sanatorio durante una temporada, a lo que él se negó en redondo. De tal contacto con la enfermedad Mann salió indemne y por eso pudo escribir su libro, pero no así el protagonista de Zweig ni tampoco su Hans Castorp, estos intrépidos escaladores de sus respectivas montañas mágicas, estos perseguidores de felicidad que tan familiares nos resultan, que se fueron tan pronto y que sin embargo vivieron y experimentaron todo lo que le es dado vivir y experimentar al hombre, todo excepto quizá (mejor para ellos) la fatiga que es propia de la vida cuando se prolonga en exceso.

No corresponde citar aquí lo que los bárbaros decían de Zweig y Mann, pero sí lo que Georg Lukács afirmó respecto al autor de La montaña mágica, al que consideró “el último novelista burgués”. Visto lo visto, y con la perspectiva que nos da el tiempo, hoy podría reducirse sin grave riesgo la opinión de Lukács, afirmando sencillamente que Thomas Mann fue el último novelista. Hay, por supuesto, un camino en la literatura, y no sólo en la literatura: también en el pensamiento, en la historia y en la tragedia de Europa, un camino que conduce de Zweig a Mann; del Imperio Austro-Húngaro a la República de Weimar y a lo que vino después; del falso orden de la sociedad corporativista de Francisco José al caos, y otra vez (ya que la historia se repite) al falso orden actual. Por eso Zweig y Mann son decididamente nuestros contemporáneos, como lo son también sus creaciones, estos humildes Bertold Berger y Hans Castorp, cuyo destino ya se les anunciaba, cuando aún florecían, en la canción de Schubert que el último de ellos escuchaba en el sanatorio al que había ido por unos días para visitar a su primo enfermo: Der Lindenbaum (El tilo), canción que Hans Castorp volvió a tararear cuando, ya soldado y sabio, avanzaba entre las trincheras para perderse enseguida, como si su vivaz persona no hubiera existido, entre el humo de la guerra y de la vida. Y así, el árbol en el que una vez el poeta grabó el nombre de su amada no invita hoy sino a la extinción:
Sus ramas murmuraban,
como llamándome…
Aquí encontrarás descanso.

Los interesados en la relación de Stefan Zweig con la música pueden consultar este artículo que escribí hace tiempo para la revista Filomusica.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

CRÓNICAS TOLEDANAS / 5


DEGENERADOS

Degenerado: Participio de degenerar.

Degenerar: Dicho de una persona o de una cosa: Decaer, desdecir, declinar, no corresponder a su primera calidad o a su primitivo valor o estado. (DRAE)

Leí hace poco que en un cigarral toledano, propiedad de un conocido hostelero, se celebró una cena benéfica bajo el lema “Todos solidarios ante la crisis”, que tenía el admirable propósito de recaudar fondos destinados a la adquisición de “alimentos de primera necesidad y su posterior reparto a las familias necesitadas de la provincia” (ABC, 15/11/2009). Dejando aparte la redundancia (necesidad, necesitadas) el artículo me llamó la atención porque me pareció advertir en él, pasajeramente, claro está, cierto tufillo a años 50 del siglo pasado y a película del maestro Berlanga. En efecto, los comensales de la altruista cena, de la que pudieron disfrutar por el módico precio de 45 euros (y cuyo menú no reproduciré aquí por no hacer publicidad gratuita del cigarral en cuestión, bastante se ha hecho ya), eran ni más ni menos que la flor y nata de la sociedad toledana, las fuerzas vivas, que se decía antes, es decir: las autoridades civiles y el clero. Faltó el Ejército de Tierra, ausencia más que notable a la que no he encontrado explicación. Digo yo que estarían ocupados con los preparativos de su propia cena altruista con motivo del cumpleaños de su Santa Patrona; o quizá es que andaban algo revueltos con los ceses ordenados por no sé qué ministra en el Museo del Ejército. No importa: antes de que acabe el año tendrán otras cenas y otros actos benéficos. Y en enero o febrero tendrán de nuevo ocasión de reunirse para festejar la inauguración del Museo, lo que nos permitirá a todos contemplar por fin la gloriosa espada del Cid. Bueno, la espada del Cid no, porque se la han llevado a Burgos y además es falsa. En fin, la espada de alguien.

“Somos conscientes de la situación que estamos viviendo y de la dificultad que muchas familias están encontrando para sobrellevar el día a día”, dijeron virtuosamente los asistentes a la filantrópica cena. Y añadieron: “Una acción tan cotidiana como comer diariamente se ha convertido en un auténtico desafío para muchos hogares de nuestra provincia”. ¿No es enternecedora tanta dedicación? Que estén tranquilos los abnegados comensales, estoy seguro de que sus esfuerzos han valido la pena, y de que en la provincia de Toledo y en sus alrededores nadie más pasará hambre por lo menos hasta el mes que viene. Incluso a mí, mientras leía tales cosas, se me había quitado el apetito, pues debo confesar que hasta aquí el asunto me seguía oliendo a años 50 y a Berlanga, pero con la diferencia de que en Plácido sentaban a un pobre a su mesa. ¿Habría algún pobre en la cena de marras?, ¿algún obispo en paro?, ¿quizá algún director general embargado por Hacienda? Sospecho que no, pero quién sabe.

Empecé a situar mejor la escena cuando la lista de personalidades presentes en la cena llegó a los dignatarios del PSOE local, provincial y regional, que con su consabida humildad también debieron pagar los 45 euros dichosos de su bolsillo, es decir, del nuestro. Todos ellos, incluidos los obispos, tienen razones sobradas para hacer fiestas, ya que este año que ahora termina ha sido de lo más satisfactorio, a pesar de la molesta crisis. En este ya casi fenecido 2009 se cubrieron todas las plazas hoteleras de Toledo con el piadoso motivo de la beatificación del ex cardenal Sancha; además se han empezado a empedrar los escasos paseos y jardines toledanos, lo que sin duda resultará barato a la larga, cuando pueda suprimirse la sección de jardinería de nuestra hermosa ciudad; el Palacio de Congresos sigue sin inaugurarse pero también hace bonito; de la prometida peatonalización no se sabe nada, como siempre; los que durante unos días tuvieron los pelos como escarpias por el asuntillo de Caja Castilla La Mancha duermen hoy como recién nacidos: no hay responsabilidades, ni explicaciones, ni nada (qué bueno es tener amigos en los tribunales y en el Partido); a la mezquita del Cristo de la Luz, edificio más antiguo de Toledo, le ha salido, mira tú por dónde, un funcional y moderno anexo que a primera vista es una aberración, desde luego, pero que tendrá la virtud de facilitar mucho el cobro de la entrada (y de aumentar el importe de la misma) a la parroquia de San Nicolás, dueña de por vida de tan singular monumento; lo de la vivienda pública a precio asequible ha quedado como de costumbre “para el año que viene”; y, para qué seguir. Ni en sus sueños más optimistas los tradicionales amos y señores de Toledo podían figurarse que estos chicos (antes tan amenazadores, con sus greñas y sus chaquetas de pana) pudieran domesticarse tanto, que llegaran a ser tan “como Dios manda”, tan de orden, en una palabra: tan discípulos suyos.

Y para terminar el año, dos guindas que en realidad son una. El pasado 2 de diciembre se procedió por orden municipal al desalojo y derribo del Centro Social El Generador, que se encontraba junto al Puente de San Martín, hecho de dudosa legalidad al que ha seguido el silencio administrativo más absoluto. En El Generador se realizaban actos variados y también sus visitantes eran variopintos, pues su actividad era un modelo de verdadera participación social y ciudadana: uno de esos espacios que ya no abundan en las ciudades y en los que la gente puede encontrarse y departir amigablemente; o sea: un lugar fuera de control, del control de obispos, mercaderes, alcaldes y directores generales. ¿Quizá un espacio libre, el último que quedaba?

El mismo día, rara casualidad, la prensa informaba de la adjudicación a cierto equipo de arquitectos de un “ambicioso proyecto medioambiental para el Tajo” (La Tribuna de Toledo, 2/11/2009). Dicha adjudicación apareció el día anterior en el BOE, si bien la misma ya había sido anunciada por la prensa dos meses antes, y, cosa curiosa, en el último instante el Ayuntamiento decidió no hacer pública la noticia oficialmente en Toledo, a lo que sin embargo se había comprometido. Podría decirse que el hecho de que el ganador de un concurso internacional se conozca dos meses antes del fallo es una grave irregularidad; que el fallo no se dé a conocer debidamente, también lo es. Podría decirse. El proyecto del Parque Fluvial del Tajo, así lo llaman, incluye piscinas “naturales”, escaleras de acceso, pasarelas, pavimentación, reducción de pendientes y, claro está, aparcamientos. El objetivo del proyecto es la “integración del Tajo en Toledo”, nada menos. Y es que hablan del Tajo como si fuese un geranio enfermo o uno de esos peligrosos radicales antisistema que hay en el extranjero. El adjudicatario se ha llevado la nadería de 180.000 euros, que no le vendrán nada mal en estos tiempos de crisis, y cada uno de los proyectos que han sido distinguidos con un accésit, 30.000. ¡Harán falta muchas cenas benéficas para sufragar tales gastos! Ahora me explico por qué el Ayuntamiento no tiene fondos para cuidar los jardines y prefiere hacerlos desaparecer bajo capas de cemento y adoquines, y por qué es tan precario el transporte público, y por qué, etc. Y eso por no hablar de la ejecución de las obras del llamado Parque Fluvial propiamente dichas, turbio tema (como el Tajo) del que todavía nadie ha dicho ni una palabra.

Ignoro si el proyecto en cuestión llegará a llevarse a efecto algún día, o si pasará directamente al limbo del Ayuntamiento de Toledo, en el que duermen mil y un proyectos, velados sus dulces sueños por la pereza, la incompetencia y los visigodos. Lo que puede afirmarse, por lo que ya sabemos de él, es que se trata de un proyecto del que está ausente todo carácter participativo y ciudadano, pues es o pretende ser un negocio, justo lo que no era El Generador, que por ello no tenía cabida a la orilla del Tajo, falto como estaba de las bendiciones del señor Euro y del señor Voto, que son los amos feudales que realmente rigen nuestras vidas. O eso intentan. Pues sucede que el generar libertad, participación, goce, cultura y solidaridad no va con ellos. A La escopeta nacional me recuerdan estos modernos degenerados. Ay, Berlanga, cuánto te echamos de menos.

Más información sobre las circunstancias esperpénticas que han rodeado a la demolición de El Generador en esta página.

Y aquí, en detalle, el proyecto del Parque Fluvial del Tajo..

domingo, 13 de diciembre de 2009

DISPARATES / 6

GUERRAS NECESARIAS

Si se acepta la hipótesis, muy extendida, de la honorable independencia de quienes entregan los Premios Nobel, habrá que descartar la idea, también muy extendida en los últimos meses, de que la concesión del Nobel de la Paz a Barack Obama no es más que una operación de marketing ideada en la Casa Blanca o en sus aledaños. Y en ese caso, si se tiene en cuenta la bisoñez del actual presidente de Estados Unidos, deberíamos interpretar la concesión de tan prestigioso premio como una especie de voto de confianza, o puede que como la plasmación de un deseo internacional: el de que Obama, con el tiempo, se haga merecedor de dicho premio.

El Nobel de la Paz lo concede el Parlamento noruego y está dotado con la cantidad de diez millones de coronas suecas (cerca de un millón de euros). No es la primera vez que un presidente norteamericano recibe tal distinción, que sin embargo no recibieron ninguno de los Bush ni tampoco Reagan, pero sí Jimmy Carter y también Al Gore, aunque es cierto que este último se quedó a las puertas de la Casa Blanca. Sin olvidar, claro está, a Henry Kissinger, que nunca fue presidente pero trabajó a las órdenes de tres de ellos: John F. Kennedy, Richard Nixon y el propio Carter. ¿Qué méritos reunían estos personajes para verse premiados con el Nobel?

Veamos: a Jimmy Carter, que ha pasado a la historia como gran paladín de los derechos humanos, se le escapó un ligero desliz cuando en 1977 recibió a Augusto Pinochet en la Casa Blanca; Al Gore también es considerado un paladín, pero de la ecología, y en especial es conocido como divulgador de los peligros del cambio climático; menos conocido es que en 1999, siendo vicepresidente de Bill Clinton, aprobó el llamado Plan Colombia, que entre otras lindezas incluye las fumigaciones aéreas con glifosato de cultivos de coca y de poblaciones, sin que hasta la fecha se conozcan a ciencia cierta los efectos de este herbicida sobre el metabolismo humano. Kissinger es un caso aparte, y sus contribuciones a la paz mundial sí son bien conocidas: Gore Vidal dijo de él que es el mayor criminal de guerra que anda suelto por el mundo, y al parecer con razón, si echamos un breve vistazo a sus incansables actividades en los años 70 del pasado siglo: principal organizador de los golpes de estado de Pinochet en Chile, de Bordaberry en Uruguay y de la Operación Cóndor, responsable de la desaparición de miles de personas en América Latina; promotor del golpe de estado en Argentina y de la Junta Militar que le sucedió; cómplice del general Suharto en el genocidio de Timor Oriental; planificador de los bombardeos de Laos y Camboya y de la subida al poder de los jemeres rojos, que exterminaron a dos millones de civiles…

Con estos antecedentes, ¿qué cabe esperar del flamante Nobel de la Paz? Ante todo, la experiencia parece indicar que la política exterior norteamericana se rige por un consenso más centrado en el Pentágono que en la Casa Blanca y al que son leales los dos todopoderosos partidos alternantes. Desaparecida la URSS, la vieja teoría del Destino Manifiesto que sirvió para erradicar a los nativos norteamericanos podría justificar hoy más que nunca al reaccionario bloque militar-armamentístico en su (¿justa?) aspiración de dominar el mundo. A las grandes expectativas creadas por la victoria electoral de Obama ha sucedido rápidamente un desengaño: el de la comprobación de que no va a cambiar en lo más mínimo la política exterior en lo referente a los grandes conflictos mundiales: las guerras de Irak y Afganistán, la siempre aplazada creación de un estado palestino y la tensa situación creada en Latinoamérica con los nuevos movimientos político-sociales emergentes en la última década. En conjunto, y ante tales fenómenos, la figura de Barack Obama se nos antoja cada vez más descolorida, y casi tan insípida e inodora como la de cualquier líder socialdemócrata europeo. La vergonzosa manera en que un presidente constitucional ha sido desalojado del poder en Honduras y las siete bases militares ya proyectadas por Bush y que el actual presidente va a instalar en Colombia (país por cierto cuyo más que sospechoso gobierno cuenta con todas las bendiciones del Pentágono y de la Casa Blanca) permiten concebir pocas esperanzas. Golpes de estado y bases militares, en efecto, parece ser todo lo que el Nobel de la Paz tiene que ofrecer. Como siempre.

No creo que los bienintencionados parlamentarios noruegos escucharan con agrado las palabras de Obama en defensa de las “guerras necesarias”. Hace poco he tenido ocasión de ver la película City of life and death, título que ha recibido internacionalmente la producción china Nanjing! Nanjing!, prodigiosa y sorprendente obra maestra que ha sido dirigida por Lu Chuan y que recibió la Concha de Oro en el último Festival donostiarra. En un excepcional blanco y negro, la película describe la ocupación de Nanking por el ejército imperial japonés en 1937. ¿Es posible, se pregunta uno después de verla, que pueda haber alguien convencido de la necesidad de la guerra? Pues sí, y nada menos que un Nobel de la Paz.
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lunes, 26 de octubre de 2009

LECTURA POSIBLE / 2



HAWTHORNE

¿Qué significa escribir artísticamente? ¿Qué diferencia hay entre un buen solomillo, con su correspondiente y prolongada sobremesa, y una insípida hamburguesa engullida a trompicones en un ruidoso fast food? Entre nosotros, la general ignorancia de la cultura norteamericana viene a ser una de las mayores paradojas, propia por lo demás de una sociedad de por sí paradójica, literalmente atiborrada, por medio del cine, la televisión, la publicidad, la economía y la política, de norteamericanismo, del que sólo se nos permite vislumbrar su forma más indigesta y trivial. Se diría que únicamente conocemos lo peor de Norteamérica, y que es la propia Norteamérica la que se muestra celosa de su mejor patrimonio, el cual ha sido tradicionalmente poco exportado. Si existe (y desde luego que existe) una cultura norteamericana que es a la vez admirable e ignota, no hay duda de que Nathaniel Hawthorne está en el centro de ella.

De las muchas (y algunas odiosas) formas que adoptó el puritanismo, esa mezcla de sentimientos, más que de ideas, tanto pragmáticos como místicos, producto del hambre y al mismo tiempo de las persecuciones religiosas que se vivieron en Gran Bretaña, la más peculiar, la más norteamericana, es la que cobró vida en torno al círculo de Concord, centro de emisión de un liberalismo que impregnó a la sociedad norteamericana y que no careció de una profunda convicción libertaria que se anticipó en algunas décadas al hoy olvidado, para nuestra desgracia, anarquismo europeo. Que uno de los miembros de dicho círculo, Henry David Thoureau, escribiera ya a mediados del siglo XIX, un libro con el perturbador título de Sobre la desobediencia civil, cuyo contenido es aún más pertubador; o que otro, Ralph Waldo Emerson, explicara a sus escasos lectores que no había nada tan moralmente bueno como confiar en uno mismo; o que el mismo Thoureau, gran estudioso de la civilización de los nativos americanos, viviera una temporada en total soledad en los bosques de Nueva Inglaterra, de lo que dejó constancia en su espléndido por tantos motivos Walden, son pequeños acontecimientos literarios que palidecen ante lo que fue la mejor contribución de estos autores al progreso de la naturaleza humana: sus propias vidas.

Estas obras y vidas tienen mucho que decirnos en medio de la confusión y la autocompasión de hoy. Tras ellos, o mejor dicho: en ellos, está la experiencia de la rebelión y la revolución americanas; rebelión y revolución que son las de George Washington, pero también las hoy otra vez vivas (y que sea por muchos años) de Simón Bolívar. El compositor norteamericano Charles Ives, recomendable incluso para aquellos a los que no les gusta la música, tuvo la ocurrencia de dejarnos un retrato musical de cada uno de ellos en su impresionante sonata Concord; pero si de verdad queremos acceder a la atmósfera, que es a la vez el alma, del grupo de Concord, debemos leer a Hawthorne. Difícil recomendación en estos tiempos en los que imperan la mala alimentación y la úlcera fácil, ya que es de esos autores que aportan al lector perspectivas nuevas, y que obra el milagro (y no en otra cosa consiste la literatura, esa antigua herramienta de probada eficacia para la transmisión de cultura, ajena a los gustos e intereses del más descarnado y audaz mercantilismo) de no dejarnos indiferentes, y el de conciliar el placer estético con el moral. Sorprende la modernidad del lenguaje con que nos habla el viejo Hawthorne, ya que lo clásico siempre es moderno, así como sorprende la soberbia precisión con que pinta temas y personajes. Pues fue él un pintor de la pluma, que es la mejor manera de ser escritor. Hawthorne es dueño, en efecto, de la paleta del pintor, de la armonía del músico y de la fina sabiduría del psicólogo. De él es bien conocida, por el cine, su novela La letra escarlata, pero a mi juicio no es ahí donde se halla el mejor Hawthorne, el que nos sale al encuentro en sus abundantes relatos, como Musgos de una vieja iglesia parroquial. Decir que Edgar Allan Poe y Henry James le adoraban y le tenían por maestro debería bastar para justificar el descubrimiento de los relatos de Hawthorne, hoy felizmente disponibles para el lector de habla hispana. Pero cuidado: Hawthorne requiere tiempo y espacio; no hay nada más alejado de la comida rápida. Ahí se encontrará un pedazo de la Norteamérica que fue y que en parte es hoy todavía; y sobre todo: de la que pudo ser.

viernes, 9 de octubre de 2009

DISPARATES / 5

VERTEDEROS

A veces todavía se oye hablar de la política, la autoridad y la economía actuales con un lenguaje que no se corresponde en absoluto con nuestra realidad presente, sino que permanece anclado en una época muy anterior que más o menos podría ubicarse entre los años 70 y 80 del siglo pasado. Este desfase del lenguaje explica por sí solo el hecho de que incluso hoy se aluda a la política doméstica, o a la europea, en términos de “izquierda” y “derecha”, o que se califique a cierto gobierno de “social” en contraposición a otro posible gobierno que presuntamente sería, claro está, “antisocial”. El mismo concepto de oposición es ya totalmente caduco, pues la desideologización reinante, junto a la comodidad general de la existencia en los países del hemisferio norte, nos convierte a todos en tripulantes y marineros del mismo barco que surca las pacíficas y opulentas aguas de la postmodernidad, es decir, del fin de la Historia. Solamente los despistados o los que explotan el sinsentido del lenguaje en provecho propio (los que son tripulantes por derecho y los que aspiran a serlo) tienen excusa para emplear tales artificios, los cuales son óptimos instrumentos de ocultamiento de la realidad, como por otra parte ha ocurrido siempre. Pues al poder, en sus múltiples formas, no le agrada que la mayoría conozca la verdad de su tiempo.

Y también están aquellos que se engañan a sí mismos porque sencillamente la comprobación de las cosas suscita unas náuseas con las que se hace difícil convivir; dicho de otra forma: porque prefieren la fe al conocimiento. Esto último ocurre con frecuencia en relación al Estado, ese Gran Padre que nos gusta imaginar preocupado por nosotros, figura tranquilizadora que vela nuestras malas noches, así como nuestras contrariedades; que vigila a otros para nuestra seguridad y nos cuida cuando caemos enfermos. Y sin embargo hay datos suficientes en la realidad (que no queremos ver) para comprender que su función hoy es otra (que nos negamos a aceptar). Así, en efecto, el Estado actual es básicamente un mecanismo burocrático de probada eficacia para transferir fondos públicos a bolsillos privados. Que sea el propio Estado el que naturalmente hace las leyes justifica de sobra el hecho de que a tal actividad, a la que en otros tiempos se llamaba “robar”, no merezca tal nombre en nuestro código penal. Tranquilamente observamos la forma en que se verifica esta transferencia en nuestra vida diaria, lo vimos con motivo de las privatizaciones de hace unos años, lo vimos en los tiempos de superabundancia en que los millones del Estado (por la vía de las cajas de ahorro) caían sin descanso en las cuentas de las empresas de construcción y seguimos viéndolo en los titulares de la prensa, haya sastres de por medio o no.

Es más: a estas alturas queda claro que el Estado tiene una oficina de beneficencia para villanos de todo pelaje. Ahí está, si no, la banca internacional, que después de tener a bien provocar la crisis, precisamente con sus actividades financieras a las que el código penal no permite llamar latrocinios, ha debido ser socorrida urgentemente por el paternal y solícito Estado, a fin de que dicha banca siga acumulando unos años más los mayores beneficios de su historia. A eso se lo llama un buen negocio: una manera limpia, bendecida por el más absoluto consenso social, de transferir fondos de los ciudadanos (de la sanidad pública, de la educación) a los consabidos bolsillos de siempre.

El Gran Padre se nos ha mostrado últimamente muy preocupado por la suerte de algunos pescadores secuestrados por piratas en el mar que baña la costa de Somalia. En general se nos ha expuesto el asunto como una especie de aventura exótica extraída de una novela de Stevenson, aunque, como suele decirse, con su “lado humano”. Hemos visto y escuchado a los expertos y también a las esposas de los pescadores secuestrados, clamando por la protección del Estado. Los tertulianos que viven de remover y engullir las malolientes heces del Gran Padre han comentado el hecho con la insistencia aturdidora que en ellos es habitual, y con la misma insistencia han propuesto diversas soluciones, la intervención de la marina de guerra entre ellas. Que la autoridad acuda en auxilio de unos modestos contribuyentes en apuros parece cosa de lo más normal, y sin embargo el asunto ofrece una perspectiva muy diferente cuando dejamos a un lado los periódicos, las emisoras de televisión y radio nacionales y nos tomamos la molestia de buscar información en otra parte.

No se trata de que la pesca industrial e intensiva haya eliminado caladeros y mermado especies hasta casi la extinción, y de que por ello le sea preciso al sector (subvencionado como tantos otros) buscar nuevos caladeros en lugares donde nunca se aventuró la flota española; este ya es un hecho sabido. El descubrimiento de la costa de Somalia, y esto es menos sabido, lo hizo la industria pesquera internacional en 1991, fecha en que fue derrocado el gobierno por una conjura militar, lo que precedió a una cruenta guerra civil. Desde entonces la voraz pesca furtiva internacional ha arrasado la riqueza piscícola de un país que es incapaz de vigilar sus aguas, que no tiene voz en ningún foro y que es además uno de los más pobres de la Tierra. Las flotas dedicadas a la Pesca Ilegal No Declarada y No Reglamentada saquean anualmente unos 450 millones de dólares, en mariscos y diversas especies piscícolas, del mar somalí. Pero es que además los Grandes Padres del hemisferio rico han descubierto que esta costa es ideal para verter sus residuos tóxicos. Según Nick Nuttall, portavoz del Programa de Medio Ambiente de las Naciones Unidas (UNEP), “Somalia está siendo utilizada como vertedero para desechos peligrosos desde comienzos de los años 90, y lo ha seguido siendo durante la guerra civil desatada en ese país. La basura es de muy diversas clases. Hay desechos radioactivos de uranio, que es la basura principal; y metales pesados como cadmio y mercurio. También hay basura industrial, residuos de hospital, basuras de sustancias químicas y todo lo que podamos imaginar.” En 2004 el tsunami que azotó al país reventó envases y contenedores, y gran diversidad de sustancias tóxicas fueron arrastradas hasta las playas. El resultado fue un segundo tsunami sanitario en forma de hemorragias abdominales, infecciones en la piel y otras dolencias. Este movimiento internacional de residuos peligrosos se produce en contra de lo establecido por los propios países de la Unión Europea en la Convención de Basilea de 1992.

También en esos años los pescadores somalíes, en vista de que no recibían protección de su propio Estado ni de la comunidad internacional, decidieron formar un Servicio de Guardacostas Voluntario con el fin de “acabar con la pesca ilegal y con la descarga de residuos en nuestras costas”. A tal fin persiguen a los pesqueros ilegales y demás flotas que operan en la zona con la intención de disuadirles y, en su caso, aplicarles un “impuesto”. A estas alturas cabría preguntarse: ¿Quiénes son los piratas?

Lo dicho hasta aquí debería dar que pensar, especialmente porque nada han dicho nuestros medios de comunicación acerca de lo que realmente sucede en las costas de Somalia. Resulta trágicamente irónico que al final de este asunto aparezca también un vertedero, como los que sí vemos cotidianamente en nuestra prensa: en ellos se busca a mujeres o niñas desaparecidas, documentos comprometedores, historiales médicos. ¿Qué no habrá en los vertederos españoles? ¿Estará por ahí también la democracia? A la vista de tales cosas, queda claro que aquí tenemos basura para dar y regalar, y hasta podría decirse que la basura es nuestro gran tema de conversación y nuestro gran (quizá único) sector productivo. En las últimas décadas hemos tenido tiempo de acostumbrarnos a ella hasta el punto de no percibir ya su hediondo olor. Pero hay una buena noticia: y es que podemos sentirnos seguros ahora que sabemos que Padre Estado, por fin, también está en nuestros vertederos (y en los ajenos).

Aquí encontrarás más información sobre los "piratas" somalíes.
Y aquí sobre la guerra civil de Somalia.
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lunes, 21 de septiembre de 2009

LECTURA POSIBLE / 1

LE CLÉZIO, LA VIDA, EL DESIERTO Y LOS HOMBRES

Le Clézio y su mujer, Jemia, conocieron al historiador Jean Meyer al principio de los años 70, en algún lugar inhóspito del norte de Jalisco o el sur de Zacatecas, a las puertas de la Sierra Madre. El historiador se hallaba allí realizando un estudio acerca de la llamada “Guerra Cristera” o “la Cristiada”, sangriento conflicto que sucedió a la entonces reciente Revolución y en el que participaron diversos pueblos indígenas. Más difícil es explicar los motivos de la presencia en esas regiones duras y olvidadas del escritor y su esposa, estos viajeros apátridas, él nacido por casualidad en Francia y ella originaria del Sahara, que entienden muy bien que la vida no es lo que suelen contarnos: centros comerciales, prisas y aparatos electrónicos. Como entienden que la vida tampoco está donde suelen contarnos, y que a veces, en efecto, es preciso ir a buscarla al desierto. 
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Si la intuición para comprender y expresar lo peor y lo mejor de la naturaleza humana, y la de detectar a la vez los fenómenos del propio tiempo, son las cualidades supremas que definen a un gran autor, no hay duda de que Jean-Marie Gustave Le Clézio es uno de ellos. El novelista Le Clézio ya nació con una voluntad de coherencia más que manifiesta en su primera novela, El atestado, que con sólo veintitrés años le mostró al mundo como un seguidor aventajado de la que iba a ser última vanguardia literaria, todavía practicable en aquellos prometedores tiempos: el nouveau roman. Siendo el más joven miembro de dicha escuela, parecía razonablemente predecible que acabara convirtiéndose en el último y heroico epígono de una literatura prontamente finiquitada y más bien residual, y sin embargo Le Clézio tuvo la habilidad (rarísima en el mundo literario) de reciclarse, de saber hallar el justo equilibrio entre la propia voz, el rigor y la audacia formales y las exigencias de la época, nada propicias a experimentalismos, ya fueran estos estériles o no.

El centro de la pasión de Le Clézio es el hombre y su ambiente, un entorno casi nunca propicio y de belleza salvaje formado por los elementos que son indispensables a la vida: el aire, la tierra, el dolor, la esperanza. Y la libertad. Alejado desde siempre de las camarillas de la cultura y del comercio, la pasión antropológica de Le Clézio ha hecho de él un narrador empeñado en describir la épica del mundo, de la vida cotidiana y de sus significados ocultos, y ha llegado en sus novelas y relatos a elevar la realidad, y muy especialmente la realidad social de los que tienen muy poco que perder, a la categoría de aventura. Ya que es cierto: al lado de nuestra vida monótonamente consumista, y por tanto feliz, junto a nuestro estómago ahíto de tele-basura, de política-basura y de comida-basura, hay Ulises que cruzan el mar, Héctores que luchan y Penélopes que esperan. Y Le Clézio ha tenido la ocurrencia de convertir a estos héroes en los protagonistas de sus novelas, las cuales bullen de humanidad descontenta, buscadora de su futuro y su sitio.
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De la amplia producción del autor destaco aquí tres novelas que no defraudarán a quienes no se hayan introducido aún en este particular universo. Desierto se publicó en 1980 y está emparentada con Gen des nuages, obra escrita al alimón por Le Clézio y Jemia y que relata el viaje que ambos hicieron a mediados de los años 90 a la Saguia-el-Hamra, al norte del Sahara occidental. En Smara encontraron la ciudad que había sido fundada por Ma-el-Ainin, personaje que aparece en Desierto. La novela transcurre en dos momentos diferentes. En el primero se  describe un acontecimiento histórico ocurrido en 1909, cuando un grupo de guerreros y sus familias iniciaron una marcha que les llevaría a enfrentarse al ejército francés. En el segundo, Lalla, una niña descendiente de los “hombres azules” del Sahara, crece acunada por el viento y la cultura del desierto, del que debe despedirse para emigrar a Marsella. Onitsha, de 1991, narra el viaje iniciático de Fintan Allen desde Francia hasta las orillas del río Níger, donde encontrará a su padre, pero también un mundo desconocido y regido por antiguas creencias. En La cuarentena, publicada en 1995, el médico Jacques Archambau, cuyo destino aparece misteriosamente ligado al del poeta Arthur Rimbaud, embarca con su esposa y su hermano hacia Isla Mauricio, la tierra de la que su padre fue expulsado tiempo atrás, y donde no se le permitirá desembarcar a causa de una epidemia declarada a bordo.

Pero una simple enumeración de sus argumentos no da una idea de la riqueza de estas novelas tras las que parece haber un narrador que no está concebido a la escala de un hombre solo, y que tal vez pueda ser el viento, o una montaña sobre la que pacientemente se ha ido depositando la memoria. Le Clézio ha reconocido que su visión del mundo le debe mucho a los años que pasó en América, en especial en México, donde estudió antropología y comprendió, entre los indios, el valor de la cultura que en todos los continentes forma parte de la tradición oral. Y oralmente, con un ritmo embriagador, se complace en transmitirnos estas historias que parecen conservarse a sí mismas y que él ha rescatado de los lugares donde viven los hombres.

En las novelas de Le Clézio hay desaparecidos por amor, viajes imposibles que van mucho más allá de la imaginación de un Julio Verne, huidas que son a la vez la persecución de algún deseo ineludible, y sobre todo narración cómplice de ese fenómeno de siempre, verdadera trasfusión de vitalidad, que es la migración humana. Estas novelas transcurren en lugares exóticos a los que el autor ha despojado intencionadamente de todo exotismo, lugares en los que, frente al mal, prevalecen la amistad, la búsqueda del propio origen y el amor. En ellas, el hombre vuelve a ser hombre, es decir, protagonista, objeto y al mismo tiempo hacedor de su propio destino. Ambientadas en el norte de África y en tierras amerindias, que Le Clézio conoce muy bien, las suyas no parecen las novelas de una mente europea, sino más bien las de un apátrida que viajara con los sentidos muy abiertos, ultrasensibles a la menor forma de sentimiento o de actividad humana. Cada uno de estos viajes es un intento de fundirse con la conciencia del mundo. En Desierto, Onitsha y La cuarentena su autor no sólo nos ha redescubierto el placer de los libros de aventuras, sino que además ha tenido la generosidad de devolvernos, si no la condición de hombres, al menos la ilusión de serlo. Sin ser pretenciosas, sin dejar traslucir grandes ambiciones, son las novelas de nuestro tiempo.

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Kaya fue la voz de los olvidados de Isla Mauricio, además del inventor del seggae, mezcla de reggae y sega, la música tradicional mauriciana. Murió en dependencias policiales en 1999. Aquí puede escucharse su Chant l'amour.

viernes, 28 de agosto de 2009

DISPARATES / 4




FUNCIONARIOS DEL DESORDEN

En su extraordinaria novela Sara y Serafina (Galaxia Gutenberg, 2006) el autor bosnio Dževad Karahasan narra la trágica peripecia de Sara Kohek, descendiente del grupo social, hoy olvidado, de los kuferaši que, tras dedicar su vida a la enseñanza, murió durante el asedio a Sarajevo. El período final del Imperio Austro-Húngaro, esa comunidad de pueblos que abarcó media Europa, está magníficamente documentado en la literatura por medio de las obras inolvidables de Stefan Zweig, Joseph Roth y Robert Musil, entre muchos otros. Pero habría que añadir: sólo parcialmente. Estos autores escribían en la lengua oficial del Imperio, el alemán, y en grado variable eran parte (muy a su pesar en el caso de Joseph Roth) de lo que podríamos llamar, para entendernos, la cultura dominante. Recordemos que el mismo Kafka fue un checo al que por nacimiento le correspondió el dudoso privilegio de pertenecer a la minoría alemana de Praga, razón por la cual escribió siempre en ese idioma, a pesar de sus eventuales relaciones con el movimiento nacionalista checo o de sus místicas nostalgias del judaísmo oriental. El alemán, en época del Imperio, fue algo más que la lengua oficial de la Administración: para muchos, un medio sumamente eficaz de ascenso social y de mantenimiento del status adquirido; para todos, la forma en que el Este fue definitivamente asimilado por Europa.
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Sabemos mucho de la “Lengua de la Administración” y de quienes la hablaban, pero muy poco de lo que, también para entendernos, podríamos llamar las lenguas sometidas y los hablantes de dichas lenguas: checos, serbios, croatas, bosnios, ucranianos, por no mencionar a los serbo-bosnios, los bosnios musulmanes, etc. ¿Cómo vivían? ¿En qué creían? ¿Qué posibilidades reales tenían de promocionarse socialmente o, al menos, de conservar su cultura, lo que incluía no solamente una gran diversidad de lenguas, sino también de religiones? ¿Cuántos de esos grupos culturales se han perdido? Hace muy poco que han empezado a llegar hasta nosotros ecos de aquellas lejanas voces. Por ellas sabemos que los súbditos bosnios del Imperio llamaban kuferaši (algo así como “maleteros”) a los funcionarios y empleados de la Administración, gentes que sólo conocían el alemán y que carecían tanto de arraigo en los lugares a los que eran enviados como de pertenencias, más allá de las que pudieran guardar en la maleta que llevaban consigo de un destino a otro en cualquier provincia del Imperio. Estos funcionarios itinerantes no se relacionaban con las poblaciones locales ni tenían la más remota idea de cómo vivían o de lo que les inquietaba. ¿Para qué? Y eran por el contrario muy celosos de su propia categoría social, de sus privilegios y de sus deberes hacia el Estado que les pagaba. Además, como vivían con la maleta hecha o a medio hacer, ni siquiera se preocupaban de profundizar el contacto con sus iguales, pues al fin y al cabo no tardarían mucho en perderse mutuamente de vista. Eran círculos cerrados, exclusivos, que atesoraban con codicia las costumbres, las modas y las manías de un mundo que pronto dejaría de existir. Pocas veces se habrá visto un grupo social creado tan artificialmente y tan alejado por ello de toda realidad, aislado y desculturizado, poseedor sólo de una falsa cultura burocrática, y que como es natural, a falta de un conocimiento cierto de lo que le rodeaba, alimentaba su triste visión del mundo únicamente con ideas preconcebidas, con prejuicios. Esta casta superior, que no tardaría en venir a menos, tenía una imagen ideal totalmente adulterada de los pueblos con los que se veía obligada a convivir, lo que por otra parte no es tan raro, pues para ser ignorante no se precisa experiencia alguna.

Por esas cosas que tiene la vida moderna, he aquí que hoy, en nuestro hermoso y soleado país, se ha vuelto a instalar para nuestra desgracia la casta social de los kuferaši, con la sutil diferencia de que los nuestros no necesitan maletas, pues su desculturización ha adoptado una ingeniosa forma del todo sedentaria. Hay que admitir que estos burócratas no son para nosotros una novedad absoluta, ya que están cercanamente emparentados con aquellos otros funcionarios, llamados en su día “intelectuales orgánicos”, a los que quizá no hayan olvidado algunos encanecidos lectores de este blog. Como es habitual entre los ignorantes, también ellos saben de todo e imparten sus variopintas enseñanzas en infinitas tertulias televisivas y radiofónicas, además de “en los papeles” y en internet, cosa admirable y en el fondo incomprensible, ya que no hay manera de saber de dónde sacan tiempo para estar en todas partes a la vez. No obstante, su monólogo es tan cansino como tenaz, ya que no parecen poseer un amplio repertorio de clichés aplicables a la realidad que ignoran tan alegremente. Así, como es bien sabido, los catalanes, vascos y miembros de otras tribus minoritarias que tienen la inaudita aspiración de expresarse en su idioma materno son infaliblemente “esto y aquello”; los rusos son sin excepción unos “tales”; los latinoamericanos son “qué sé yo”; y de los chinos mejor no hablar. ¿Y qué decir de los musulmanes, que tienen la odiosa extravagancia de creer en Dios y de rezarle? ¿Por qué no nombran sencillamente entre ellos a unos cuantos arzobispos y se olvidan de Dios y de sus mandamientos, como civilizadamente hacemos nosotros? La casta administrativa de nuestros kuferaši también está subordinada a un pagador, el cual, a diferencia de lo que ocurría en el Imperio Austro-Húngaro, no es el Estado, sino un Partido. Por la gracia de éste, ellos tienen literalmente la razón, pero también el país e incluso, ya puestos, el mundo, y son el abc de toda información.

Y en medio de esto aparece el primer volumen (lo que constituye una amenaza evidente de que a éste seguirán otros) de la Historia de España, obra de los polifacéticos y multidisciplinares César Vidal y Federico Jiménez Losantos, la pareja de moda. El detalle, a estas alturas, de que ninguno de ellos sea historiador carece de importancia; como tampoco es relevante el hecho de que el libro haya recibido los parabienes de la prensa que les es afín (lo contrario sí que habría sido llamativo). Pensándolo bien, no es necesario decir que el libro en cuestión no presenta el más leve indicio de rigor histórico, pues lo han escrito con otra intención; y ni siquiera puede decirse que su lectura sea agradable. La novedad que nos enseña este libro, más allá de las menudencias de que nunca hubo vascos ni catalanes, y ni siquiera musulmanes, y de que la fundación de España data de los tiempos del arca de Noé, es la de que los escupitajos a los que ya nos ha habituado la política son fácilmente transportables a la Historia, ese ámbito otrora académico y que mereció un respeto, y que por eso era aburrido. Hay que felicitarse, pues, por la alegría dicharachera que nos traen estos personajes, en los tiempos que corren.

Estos felices propagandistas del odio son nuestros funcionarios imperiales de hoy. Desde su elevada atalaya ellos contemplan con desprecio las lenguas, las costumbres y las creencias de las siempre inútiles minorías, y de la misma manera que durante años han emponzoñado la política ahora destilan su veneno también en la Historia. Y todavía hay gente que se pregunta cómo fue posible que los alemanes acabaran odiando a los judíos, o que los serbios y los bosnios se mataran entre sí. Ellos, que leían periódicos y libros de Historia, tuvieron sus kuferaši. Nosotros, ahora, también.
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miércoles, 5 de agosto de 2009

CRÓNICAS TOLEDANAS / 4

SIN PECADO CONCEBIDO

He leído en la hoja parroquial del Ayuntamiento de Toledo que al alcalde, Emiliano García-Page, “se le saltaron las lágrimas” durante el espectáculo Lux Greco que pudo verse hace poco en nuestra hermosa ciudad. Y lo cierto es que no me extraña. Sin duda el alcalde debe de ser una persona de extensa cultura y profunda sensibilidad, de lo que ya ha quedado suficiente constancia en el curso de su mandato, como puede comprobarse en el blog de Iniciativa Ciudadana del Toledo Histórico, en el que se mencionan con detalle algunos de los logros de la institución que él rige tan sabiamente: espacios públicos milagrosamente privatizados, actividades metafísicas de ciertas empresas de construcción, tala mística de árboles, pasividad contemplativa ante el irremediable deterioro del Tajo, inmarcesible e impoluta aniquilación de paisajes históricos, entre otras lindezas. Tantos éxitos, en tan poco tiempo, hacían sospechar que a las virtudes y los dones naturales del alcalde cabía sumar algún otro don desconocido y de índole sobrenatural. Y en efecto, he aquí, por si quedaba algún incrédulo, que el alcalde se permite renovar “en nombre de todos los toledanos”, y en pleno uso de sus facultades mentales, el dogma de la Inmaculada Concepción de María.

Pasaron los tiempos en que a los alcaldes se les pedía tontamente que hicieran funcionar los semáforos, el transporte público y la recogida de basuras. Estas minucias son cosas antiguas que no importan a nadie, y es preferible desde todos los puntos de vista un alcalde que se dedique a cultivar las más altas relaciones, a decidir “en nombre de todos” sobre artículos de fe, el sexo de los ángeles y la verdadera composición del paraíso celestial, que al parecer mayormente es de ámbar. Obviamente, no es posible que haya algún perverso toledano que no esté dispuesto a suscribir de inmediato el dogma de la Inmaculada Concepción, dogma que, dicho sea de paso, fue instituido en 1854 por el papa Pío IX en su bula Ineffabilis Deus. También este papa, que fue el último soberano de los Estados de la Iglesia, promulgó la encíclica Quanta cura, que contenía ochenta proposiciones en las que se condenaban diversos errores execrables, sandeces como el naturalismo, el racionalismo, el liberalismo, el comunismo y, sí, también el socialismo, errores a los que en aquella época habían llegado los hombres a causa de su desvío de los principios de la Iglesia, desvío afortunadamente hoy subsanado por el alcalde de Toledo, que estoy seguro que comparte con Pío IX la condena de tales abominables disparates.

Pero ahí no acaba la cosa, porque en junio pasado, a resultas de una demanda interpuesta por Alternativa Laica (contubernio diabólico de origen extranjero obstinado pertinazmente en sembrar dudas acerca de la concepción de la Virgen), un juez sentenció que al alcalde no se le podía juzgar de ninguna manera, “ya que la presencia del alcalde en un acto religioso no goza de personalidad jurídica propia”. Sentencia que demuestra bien claramente el carácter sobrenatural de nuestro alcalde, el cual puede a voluntad tener personalidad jurídica o no, depende.

O sea, que el alcalde es un ectoplasma (véase al lado la foto del ectoplasma en un pleno). Desgraciadamente, no todos sus superpoderes han sido definidos todavía, pero es fácil suponer que entre ellos figuran el de la transmigración del alma y la invisibilidad. Precisamente la invisibilidad es sin duda una de sus especialidades más llamativas, y de hecho gran parte de su gestión, como se ha visto antes, consiste en hacer invisibles gran variedad de bienes públicos, entre ellos calles, aceras, paisajes y árboles. Según nos informa la prensa diaria, la otra gracia, la de la transmigración, que permite estar en el propio cuerpo o no según convenga, la comparte el alcalde con los ectoplasmas Francisco Camps y los otros imputados en el Caso Gürtel, ya que, según el juez que ha archivado el caso, no hay ninguna relación entre “las dádivas y los regalos” hechos por alguien y “la función de la autoridad” que los recibe. Es como si se quisiera acusar al Hijo de un regalo aceptado por el Espíritu Santo.

Pero el poder de otorgar la invisibilidad es ya general en nuestro país, y no habría que sorprenderse si un día desaparece de golpe el Alcázar de Toledo, el río Duero o la Basílica del Pilar. Invisibles son ya, por ejemplo, los más de 400 millones de euros de Caja Castilla La Mancha, obra portentosa de beneméritos ectoplasmas que en su momento sabremos que no estaban donde parecían estar; ni tampoco son visibles los 700.000 euros que un amable calabrés regaló al ex alcalde de Seseña, que también resultará ser un ectoplasma, y si no al tiempo.

Hay que ver. Y nosotros que creíamos que la política en España era una cosa rastrera, mezquina y putrefacta; humana, demasiado humana, por así decirlo. Casi estábamos convencidos de que nuestros políticos tenían la catadura moral de un Jimmy y de un Pipi, y mira por dónde nuestra política se eleva de pronto a las alturas de la teología. Hasta esas alturas no podemos aventurarnos los humildes mortales que no albergamos un ectoplasma, ni siquiera uno pequeño, y que carecemos de la impunidad que otorga el carnet de un partido. En efecto, hacen bien los jueces en sentenciar que ellos no pueden sentenciar nada, y en cruzarse de brazos para que Dios les juzgue. Se trata de personajes y asuntos demasiado sublimes para ser considerados por un vulgar tribunal terrestre. Por nuestra parte, otras cosas muy diferentes podríamos decir desde el punto de vista de la razón, pero es que la razón ha sido condenada por la Iglesia.

miércoles, 22 de julio de 2009

DISPARATES / 3

MEDIÁTICOS

Algunas veces tenemos sueños que por su carácter reiterativo, recalcitrante y circular, acaban convirtiéndose en odiosas pesadillas capaces de abismar en la demencia no ya sólo a sujetos aislados, sino incluso a grupos y masas humanas. Solemos entrar en estos sueños con el espíritu alegre y algo cándido del que parte para una excursión campestre, pero escapamos de ellos, cuando podemos, cargados de decepción y resquemor. No está demostrado que estas fantasías oníricas nos acerquen a un conocimiento mejor (de los otros o de nosotros mismos), y en cambio parece que sí nos hacen más suspicaces, maleados e incrédulos.

El sueño o pesadilla del llamado “bipartidismo”, que como se sabe es el modelo oficialmente homologado de la democracia española, engendra, entre otros monstruos mayores y menores, el de la adhesión incondicional, que con su irracionalidad y su ausencia completa de sentido crítico nos recuerda a ciertos actos multitudinarios que se celebraban hace décadas, brazo en alto, en defensa de la españolidad de Gibraltar o en contra de alguna campaña judeo-masónica urdida en el extranjero. El bipartidismo que predomina en la esfera política tiende a reproducirse en otros ámbitos y a alcanzar por fin la totalidad del llamado cuerpo social, igual que ocurre con ciertos virus, llegando a provocar un estado morboso que paradójicamente puede prolongarse de manera indefinida, alcanzando una forma de estabilidad que a veces se confunde, trágicamente, con la salud. El primer ámbito al que se extiende la aberración en que se ha convertido lo político, es decir, el virus, es la prensa.

Como en las guerras, también en estas pesadillas dementes la verdad es la primera sacrificada, siendo a menudo sustituida por medias verdades (que tienen la propiedad de ser totalmente falsas), delirios, alucinaciones histéricas o simples consignas. Una consigna envió al Prestige a mar abierto, donde era más fácil que se partiera por la mitad, ya que la necesidad política exigía enviar el peligro lo más lejos posible, sin tener en cuenta fenómenos naturales (seguramente gestionados por el partido contrario) como las corrientes y las mareas, las cuales tienen el mal hábito de devolver los restos de los naufragios a las playas, adecuada metáfora de la verdad que, tras ser maliciosamente ocultada, vuelve a aparecer. Igualmente una consigna, en un momento particularmente atroz de la historia reciente, adjudicó a unos terroristas lo que habían hecho otros, también en interés de las necesidades de un partido y en contra de las del otro. Ahora la prensa se ha atribuido nuevas funciones además de la de dictar e impartir consignas, y por eso tiene a bien enseñarnos que hay que compadecer a los políticos corruptos, y esto por varias razones: en primer lugar porque tienen sobre sí la desgracia de haber sufrido la tentación y la de haber caído en ella; en segundo lugar, porque teniendo a mano todos los bienes del Estado se han conformado con unos trajes y alguna otra menudencia; en tercer lugar porque el partido contrario, y su prensa, no dejan de ensañarse con ellos, mostrando una falta de delicadeza absoluta hacia sus personas, sus apellidos y sus propiedades; y, por último, porque al fin y al cabo es de suponer que los del otro partido hacen lo mismo, como seguramente descubriremos a su debido tiempo.

Que la degradación de lo político se ha extendido a la prensa es algo que se advierte en el descenso continuado de las ventas de periódicos y en las piruetas que estos deben hacer para mantener a su escasa audiencia: desaparición casi total de las páginas culturales, sobreabundancia de noticias deportivas y venta a plazos de los objetos más diversos por medio de cartillas y cupones, técnica esta última que ha convertido a los quioscos de prensa en algo parecido a almacenes de chatarra. El mismo desinterés de la audiencia ha llegado también al espacio más mediático de todos: la televisión. Así, la emisión diaria de consignas que se oponen a las consignas de la competencia ya no despierta el interés de nadie, de manera que los telediarios no los ve ni el apuntador. Ni siquiera los bustos parlantes que presentan los telediarios, y a los que los ejecutivos de las cadenas han otorgado el rango de estrellas mediáticas que luego se intercambian entre sí como si fueran astros del fútbol, retienen la atención del público.

La situación es desesperada, aunque no grave, y para que el muerto siga gozando de buena salud se ha ideado un nuevo método que debería hacer prevalecer la verdad y servir además para recuperar las audiencias perdidas. ¿Y cuál puede ser esa mirífica solución? Pues la respuesta se encuentra en este modesto titular aparecido hace unos días en un periódico nacional: “Risto Mejide se las verá con Pablo Motos y Wyoming en septiembre”. Confieso que también a mí el titular me pareció al principio algo críptico, pero la explicación es sencilla: como la audiencia de los telediarios tradicionales es baja, y esto no parece tener arreglo, la “hora h” de la guerra de las televisiones se traslada a las nueve y media, a la que corresponde el share más codiciado, ya que de lo que ocurra en la franja del access prime time depende el éxito de los programas que se emiten a continuación. Es decir, que de lo que se trata ahora es de enganchar a la audiencia, después del telediario, con un programa de humor e información para que no cambie de canal. Así el share, y los ingresos por publicidad, están asegurados. Pero, ¿de verdad será así? El mencionado Risto Mejide, recién salido de Operación Triunfo, hizo una declaración de lo más optimista con respecto a las posibilidades del nuevo formato: “Telecinco es la única cadena que me ha dejado decir lo que yo he querido”. A lo que coherentemente añadió: “Por eso creo que es mejor estar callado”.

De aquí a la desaparición definitiva de los telediarios sólo hay un paso. Y es que el antiguo formato (según la jerga televisiva) es aburrido y sobre todo tiene una apariencia demasiado seria: lanzar consignas, fomentar adhesiones incondicionales, fustigar al otro partido, manipular noticias y mentir descaradamente ya no vende; son más mediáticos el sarcasmo cruel, la bobería y el cinismo, virtudes todas ellas que encajan mejor con la pesadilla cotidiana de nuestra vida pública. El resultado se sabrá en septiembre. Que tomen nota nuestros políticos.

sábado, 11 de julio de 2009

MÚSICA NOCTURNA / 3




JAZZ O NO JAZZ

Los programadores musicales, tanto públicos como privados, no se cansan de repetirlo: es bueno, conveniente y deseable todo lo que se haga en contra de la música. El desaparecido Carlos Castilla del Pino debería volver de donde esté para mirar lo que pasa dentro de esas desquiciadas y patéticas mentes, tan consagradas ellas a rumiar formas de alimentar la banalidad y a frustrar cualquier empeño o proyecto musical, especialmente cuando se trata de los que dan mejores frutos. Nada de esto es nuevo y ya se ha contado otras veces. Pero he aquí que la moda vuelve.
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Hace poco hablábamos aquí mismo de la excelente música que Jesús Torres ha compuesto para el Fausto de Murnau, música que pudo escucharse en un concierto-proyección en el Teatro de la Zarzuela, en el que desde hace una década han venido sucediéndose estos conciertos anuales a expensas del Ministerio de Cultura y la Comunidad de Madrid. En estos años hemos podido disfrutar de films clásicos en pantalla grande y con el aliciente añadido de la música escrita especialmente para la ocasión por compositores españoles. El director José Ramón Encinar, impulsor de estos conciertos y siempre una garantía de algo más que profesionalidad y dignidad artística, declaraba hace unas semanas que se trataba de un proyecto “pionero en Europa”. La idea era buena y tenía éxito; o sea, no podía durar. Y en efecto, en nombre de la famosa crisis, el Ministerio de Cultura, sin duda haciendo honor a su apellido, ha tomado la decisión de retirarse del proyecto. Se trata sin duda de un acto plenamente coherente que podía esperarse de quienes unos meses atrás decidieron por las buenas poner fin a la mejor etapa del Teatro Real, que tan necesitado por cierto estaba de ella, quitándose de en medio a Antonio Moral y Jesús López Cobos, los cuales habían conseguido en los años previos hacer una programación del mayor interés y habían puesto al Real en el mapa de los teatros internacionales de ópera.
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Y ahora, con el verano, llegan (o mejor dicho: llegaban) los festivales de jazz. Que el de San Sebastián tiene un público entendido y fiel es algo que sabe cualquiera que haya pasado alguna noche heroica bajo la lluvia en la Plaza de la Trinidad o, más recientemente, en las terrazas del Kursaal. San Sebastián tenía en esos días cierto ambiente que es particular de las grandes ciudades europeas en pleno festival, un ambiente que armonizaba con el carácter de la ciudad y de sus habitantes y que no era ni el populista ni el elitista de otras ciudades y otros festivales. Teniendo el de San Sebastián ya más de cuarenta años, gozando de un merecido prestigio internacional, y siendo uno de los pocos festivales que de verdad agotaba sus localidades al poco de ponerse a la venta, era obvio que el Heineken Jazzaldia no podía durar, o no podía durar de la misma manera. Y hasta aquí ha llegado. Ya en ediciones anteriores sus programadores nos habían sorprendido con músicas que poco o nada tenían que ver con el jazz, y sí, y mucho, con la musiquilla comercial y el pop descafeinado. Pero este año se han soltado la melena, y para encontrar algo de jazz en el festival de jazz hay que buscar con lupa. ¿De verdad todos estos artistas invitados no tienen otro lugar, por ejemplo otro festival, en el que puedan obsequiar a sus incondicionales con sonsonetes variados? ¿Qué tipo de público se busca ahora?
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Existe una estrategia infalible para expulsar a la gente del mundo de la cultura, y que es aplicable por igual a la literatura y la música: persuadir a los posibles lectores y oyentes de que en realidad los libros y la música de calidad son difíciles, que requieren un esfuerzo suplementario, y que la cultura puede ser fácilmente sustituida por el entretenimiento sin que esta sustitución suponga un menoscabo personal o social. Que semejante argumento es una falacia destinada a vender productos de baja calidad y a suscitar la apatía, la parálisis mental y la más abyecta inercia consumista es bien sabido. No interesan los públicos bien formados e informados, capaces de tener criterios propios y por tanto de seleccionar lo que desean consumir y ejercer la crítica. Interesa el público zombie, obediente comprador hoy de esto y mañana de aquello, sin opinión y fácilmente maleable. Por eso la publicidad del Heineken Jazzaldia afirma sin ningún rubor que en el festival también podrá escucharse jazz “accesible para todos los públicos”. Y es que debe de haber jazz, y música de la llamada culta, y libros, y obras de teatro, y cuadros, y esculturas, y más libros, y más cuadros, y más de todo, que no es accesible para casi nadie. Es lástima que toda esa cultura inaccesible sea precisamente lo mejor que ha producido y que es capaz de producir el hombre. Pero ya se sabe: el poder no quiere que nos hagamos hombres. Hoy, como siempre, le son más rentables los niños a los que se debe proteger, engañar y mimar.

lunes, 6 de julio de 2009

CRÓNICAS TOLEDANAS / 3

AL CINE, SI SE PUEDE


Tengo la impresión de que mi ciudad, en las últimas décadas, y en contra de lo que nos dicen, se ha reducido. Lo ha hecho de manera insensible, callada, como si hubiera sido víctima de alguna enfermedad vergonzosa de esas de las que quienes las padecen no quieren hablar en público. Y todo este encogimiento toledano ha coexistido, y coexiste todavía, con la permanente sonrisa de las autoridades político-turísticas, tan diestras en el arte de poner al mal tiempo buena cara y en el de mirar hacia otro lado. La reducción se ha operado en muchos ámbitos y ha consistido básicamente en el brutal abandono de cualquier proyecto o expectativa razonable de un desarrollo humano y armonioso en la ciudad. Ahí está el Polígono mal llamado Industrial, que en efecto fue un centro de productividad y crecimiento económico (como antes lo fue la Fábrica de Armas), consagrado ahora casi por entero al sector servicios y convertido en un caótico gran almacén. No es posible negar la gravedad del hecho de que entre nosotros haya desaparecido casi toda actividad industrial, y sin embargo creo que los efectos de la reducción toledana son aún más graves en el campo del ocio, con lo que esto supone de pérdida de espacio para la ciudadanía, de anemia social.

Tal vez algunos recuerden la época en que todavía el río Tajo era una parte de nuestra vida cotidiana, un lugar de esparcimiento y mucho más, ya que llevaba aparejado el ejercicio de un sano intercambio social, una actividad higiénica que era tanto individual como colectiva. Aquel Toledo pobre de hace más de treinta años tenía el exquisito lujo del río y tenía, además, cines. Tampoco quedan cines, pero es que el acto social y cultual de ir al cine es uno de los que más ha cambiado en nuestra sociedad en las dos últimas décadas, y lo ha hecho a peor, siempre a causa de oscuros intereses económicos, propios y foráneos, y sin que hoy tal degradación (como la del Tajo) tenga aspecto de ser reversible.

Las multinacionales de la distribución de films nos han obligado a cambiar nuestros hábitos en las horas de ocio y a veces, sencillamente, nos han hecho renunciar al cine. La propuesta es bien conocida: uso indispensable del coche, centro comercial, film intrascendente (el repertorio oscila entre la comedia juvenil y los efectos especiales), y muchas palomitas. En todos los centros comerciales pueden verse siempre y exclusivamente los mismos films, y las cifras de asistencia a las salas de los multicines están hinchadas y son definitivamente falsas, como demuestra el hecho de que casi todas tengan que cerrar después de algunos años, lo que muy a menudo anuncia el cierre del centro comercial en el que están alojadas. Parece claro que la propuesta no funciona, pero no dejan de insistir en ella, como si no hubiera otras formas de ver cine. Esta obligatoriedad de ver los films de la forma que conviene a las compañías distribuidoras (que muchas veces son también productoras) se inscribe en una operación mucho mayor que tiene que ver con el modelo de ciudad presente y futura. Ya pasaron los tiempos en que la construcción de un nuevo núcleo de población iba acompañada de la exigencia de unos servicios que se consideraban imprescindibles: escuela, dispensario médico, mercado, centro cultural, instalaciones deportivas, zonas verdes. Hoy los barrios sólo necesitan para crecer un centro comercial, única infraestructura que parece realmente útil y que suele presentarse como un modelo de integración de servicios, aunque en rigor no cumpla ninguno. El centro comercial, con sus gadgets asociados (principalmente el coche), se lleva la mayor parte de nuestras horas de ocio, pero ocurre además que en él no es posible ningún intercambio social. En él las personas son reducidas a la categoría de usuarios, y como en una pesadilla orwelliana cada uno es un ser anónimo rodeado a su vez de seres anónimos, todos entregados a la tarea de darse la espalda, ser el primero en llegar al coche, evitar todo roce.

Cada vez son más los que no pasan por el aro. En estos días la Filmoteca Nacional está ofreciendo un ciclo del director Jean Eustache. Son films sin efectos especiales, inteligentes y bellos, y pese a que su nombre es casi desconocido para el público, y sus films no están protagonizados por estrellas con portada en las revistas del corazón, todas las proyecciones del ciclo se están haciendo con el aforo completo. Mientras tanto, también en Madrid, la próxima peatonalización de la calle Martín de los Heros, al lado mismo de la Plaza de España, permitirá seguir disfrutando del cine en sus salas de toda la vida. El llamado Barrio del Cine dispone de una librería especializada, además de un buen número de bares y restaurantes. El proceso de remodelación lo está efectuando el Ayuntamiento madrileño de común acuerdo con las salas de cine y los establecimientos hosteleros de la zona. Es un ejemplo de lo que puede y debe hacerse, y de que otra idea de ciudad es posible incluso en el colapsado Madrid de Ruíz-Gallardón.

Los cines de Toledo desaparecieron a causa de una eficaz combinación de desidia y especulación inmobiliaria. Hoy día sólo queda el cine-club municipal del Teatro de Rojas, que se convierte en sala de proyección una escuálida vez a la semana (y con frecuencia ni siquiera eso, cuando se imponen otras necesidades de programación). La eventual desaparición del cine-club, de la que todos los años se oyen rumores, significaría un paso más en el empequeñecimiento de Toledo, en la restricción de posibilidades para el ocio y la cultura y para el intercambio social. Cabe preguntarse qué gestionan nuestras autoridades político-turísticas: ¿una ciudad o una red de centros comerciales? El tiempo, que no perdona, dará pronto la respuesta. Esperemos que no sea la peor.

jueves, 2 de julio de 2009

CRÓNICAS TOLEDANAS / 2

GREKOS O QUIXOTES

De todos es sabido que el poder cuenta entre sus numerosos atributos con el de la retórica, nombre fino que a menudo se da a la demagogia o a la charlatanería. Así, las dictaduras de la órbita soviética eran paraísos del proletariado; la postguerra española fue toda ella una agradable fiesta en dos partes, con 25 años de paz en la primera y más tarde otros quince de propina en la segunda; y actualmente tenemos la suerte de vivir en un mundo sostenible que además a veces se convierte de pronto en un mundo autosostenible, sin que los legos en la materia nos enteremos muy bien de cuál es la diferencia. Con respecto a esto último podría decirse con profunda ignorancia que algo autosostenible es por ejemplo una mesa de tres o cuatro patas: sin embargo, que el mundo se sostenga a sí mismo en el vacío sideral es un misterio que desafía a la antigua y totalmente obsoleta física. Esta clase de retórica tiene siempre sus fuentes en las alturas más altas, es decir, en la cima del poder, que hoy ocupan los grandes cerebros del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y otras instituciones altruistas del mismo estilo. Como es lógico, los cerebros situados en posiciones inferiores de la escala repiten con absoluta convicción, aunque con fortuna irregular, las consignas de los que están más arriba, y a medida que la retórica desciende de nivel pierde significado (si es que alguna vez lo tuvo) y termina por convertirse en un conjunto de palabras-comodín que no dicen nada pero que resulta indispensable pronunciar en cualquier discurso moderno que se precie. Son palabras mágicas, con una función parecida a la que tenía el ábrete sésamo para Alí Babá.

En el nivel ínfimo de nuestra vida doméstica también existen palabras mágicas que sirven igual para que la tribu proceda a un barrido o a un fregado, o a un zurcido, si se tercia. En estos tiempos en que las ciudades no son ya comunidades de personas, sino solamente marcas de fábrica necesitadas de patrocinadores, o sea, de compradores, resultó de lo más conveniente que las privilegiadas mentes de nuestras autoridades político-turísticas concibieran a Toledo como Ciudad de las Tres Culturas. Quizá los judíos y moriscos que fueron expulsados, los que sufrieron torturas, combustiones espontáneas, confiscaciones de bienes y otras calamidades habrían tenido algo que decir al respecto, pero nadie les consultó. Además, aquella marca de fábrica no tuvo por lo visto demasiado éxito, y muy pronto fue aplastada bajo los cascos del autosostenible caballo que sostiene al conquistador Alfonso VI en ese cromo pastelero que se erige junto al así llamado Centro de Recepción de Turistas (en el que, por cierto, nadie ha visto nunca a ningún turista). Después llegó Don Quijote, que también iba a caballo y que se recorrió al parecer medio mundo, lo que nos resulta admirable teniendo en cuenta las descripciones que se hacen de su pobre rocín. Como mandan las costumbres, Don Quijote se convirtió enseguida en el icono y el personaje emblemático de nuestra comunidad autónoma y de parte del extranjero. Todo empezó con la agotadora ruta de Don Quijote, a la que siguieron infinidad de productos quijotescos hoy olvidados, hasta concluir (por ahora) con el llamado Quixote CREA, que sin duda será un dinamizador autosostenible de algo, ya veremos de qué (obsérvese el originalísimo cambio de la j por la x, signo indiscutible de modernidad sostenible). Y ahí no acaba la cosa. Para dar más variedad a la marca que pretende venderse y no aburrir al personal con tanto Quijote y Quixote, he aquí que aparece El Greco, al que hoy se le asigna por las buenas un festival de música y mañana el espectáculo Lux Greco, que no tiene nada que ver ni con el jabón Lux ni con las bombillas Lux (aquellas que daban brillo y arrebol al noble pueblo español), no. Los promotores del show, tal como es calificado en su página web, se apuntan a la novísima tendencia que consiste en enseñar al personal solamente fragmentos de obras de arte, ya que consideran que si es cansado escuchar toda una sinfonía de Mozart, más extenuante resulta aún ver un cuadro entero. Eso sí, los fragmentos podrán ser vistos a lo grande, y ya se anuncia un gasto de más de 180.000 watios en iluminación y 60.000 en sonido. Como se ve, todo un evento de lo más sostenible en estos tiempos de crisis, y que además, para acabar de redondear el asunto, coincide con la subida de la tarifa eléctrica. Pero esto no es nada, porque estoy seguro de que pronto llegaremos al Greko, nombre que se dará a un desfile de moda galáctica o a un emocionante certámen de DJs (pinchadiscos) regionales.

Hace poco se dijo también que Toledo es otra historia, y en eso han dado en el clavo. Mientras nos enteramos de qué historia es Toledo, tarea que parece ardua, nos empaparemos de Quijotes y de Grecos y esperaremos cualquier cosa de nuestras autoridades político-turísticas, cuya incansable imaginación nos llevará sin duda hacia el paraíso toledano, al que auguramos muchos años de paz en un marco que será tan emblemático como autosostenible. Y tal y tal.
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sábado, 20 de junio de 2009


Presentación de CAMPO DE TIRO en Toledo: Muchas gracias a todos los que quisisteis compartir con nosotros la presentación de CAMPO DE TIRO en la Librería Hojablanca y un saludo para los que no pudisteis venir. Fue un acto de verdad literario y se habló de algunos aspectos del libro y de otros temas diversos. Como siempre, mucho quedó en el tintero para la próxima vez. Un saludo muy especial para Juana, Sally, Luis y Xavi, que, ay, tuvieron que irse tan pronto.

Foto: Ana Pérez Herrera, ABC Toledo

DISPARATES / 2

MADE IN SPAIN

El disparate nacional, que no cesa, suele nutrirse de clamorosas ausencias y, paradójicamente, abrumadoras profusiones. Las ausencias abarcan casi completamente el ámbito del pensamiento, ya sea individual o colectivo; las profusiones se recrean obstinamente en los terrenos del ruido. El español habla mucho y en voz alta, como decía León Felipe, y el exceso de decibelios es generalmente el aliado de un absoluto vacío argumental, amplificado además hasta el delirio por la omnipresente, ensordecedora e incansable maquinaria mediática. Este ruido es producto de la servidumbre de papagayo que nuestros medios de (in) comunicación manifiestan hacia los poderes político y económico, de lo que se infiere que toda expectativa de un argumento razonado deba ponerse en exclusiva en las voces y en los medios independientes, que, por serlo, están acostumbrados a recibir sólo de la (in) cultura dominante sus tortas y su desprecio. Resulta esperanzador en estos pagos advertir signos de inteligencia en medio del descomunal vocerío cotidiano, signos provenientes de un privilegiado silencio y una no menos privilegiada reflexión, los cuales acostumbran a ser la condición principal de un trabajo bien hecho. Y por eso, cuando tales signos aparecen, muy esporádicamente, se hace necesario escuchar.

He conocido en estos días dos de esos trabajos que, por su admirable rigor, parecerían haber sido creados en algún lejano país venturosamente exento de ruidos. El primero es el libro ¡Viva la Ilustración!, que tiene por subtítulo Educación ético-cívica. 4º ESO, y del que son autores Carlos Fernández Liria, Pedro Fernández Liria, Luis Alegre Zahonero y Miguel Brieva, profesores de filosofía que, con esta obra publicada por Akal el año pasado, siguen los pasos del libro aparecido en la misma editorial Educación para la ciudadanía. Democracia, capitalismo y Estado de Derecho. Los autores no ocultan, sino todo lo contrario, su orientación de izquierdas, ni su laicismo ni su verdadero (extrañísimo en estos tiempos) amor por la cultura y la pedagogía. Por la dedicación de sus autores a la ardua tarea de formar personas libres, estos títulos son recomendables no sólo para jóvenes estudiantes, sino también para adultos sumidos en melancólicos escepticismos y otras perplejidades. Y puede que su lectura reconcilie a muchos con ese noble y viejo ideal que es la enseñanza.

El otro trabajo es un libro y algo más. Se titula Barómetro social de España. Análisis del período 1994-2006, ha sido editado por Traficantes de Sueños y sus autores son los miembros del Colectivo IOÉ, equipo de sociólogos a los que anima el saludable empeño de tomar el pulso a esta realidad nuestra, de la que antes ya se habían dado algunas claves en Discursos de los españoles sobre los extranjeros (1995), Mujer, inmigración y trabajo (2001) y en Inmigración, género y escuela (2007). El campo de estudio de IOÉ en su última obra es muy amplio ya que describe la evolución socio-económica de España en más de una década (durante la que han gobernado tanto el PP como el PSOE), examinando diversos aspectos de dicha evolución, desde el precio de la vivienda hasta la renta salarial. Lo más estremecedor del libro (que tiene una muy útil prolongación en la web) se refiere sin embargo, y volviendo al principio, a la enseñanza. Es difícil que las frías cifras nos den una idea ajustada de lo que en estos años se ha hecho con la enseñanza, pero baste reproducir aquí uno de los datos que ofrece el libro: en 1994 el porcentaje de población entre 18 y 24 años que no había completado la segunda etapa de secundaria y que no seguía ningún tipo de estudio era del 36,9. En 2002 el porcentaje se había reducido notablemente hasta el 28,7. Pero en 2007 había remontado otra vez hasta el 31%, dato con el que la enseñanza española se honra de ocupar el tercer puesto de la Europa comunitaria, sólo por detrás de Malta y Portugal (la media europea es del 15,6%). Si el futuro de las naciones depende del grado de formación de sus jóvenes, mal lo tenemos.

Las obras mencionadas aquí no han suscitado ningún debate en nuestras instituciones docentes ni han sido tenidas en cuenta por los productores y reproductores de ruido, que están más interesados en facilitar la implatación de las multinacionales españolas en Latinoamérica, aunque para ello sea necesario promover de vez en cuando una algarada o un golpe de Estado; o en los fichajes de Florentino; o en el número de vueltas que da una pelota que ha sido golpeada por la raqueta de Rafa Nadal (sesudo estudio, de gran interés para la ciencia, que ha sido realizado recientemente por la Universidad de Castilla La Mancha). Y pese a todo deberían ser estimulantes, para los que no tenemos costumbre de comulgar con ruedas de molino, los trabajos mencionados aquí, hechos en España con el rigor que sólo permiten la independencia del poder político y el alejamiento del ruido.

Akal ha puesto el libro Educación para la ciudadanía. Democracia, capitalismo y Estado de Derecho a disposición de todos los internautas. La base de datos del Barómetro social de España está disponible en la red y el Colectivo IOÉ la actualiza periódicamente.

sábado, 13 de junio de 2009

DISPARATES / 1

UN PSIQUIATRA NACIONAL

No hace mucho hablaba aquí mismo de Antonin Artaud y mencionaba de pasada las difíciles relaciones que, por su parte involuntariamente, mantuvo con los psiquiatras de su época. Como es sabido, la simple alusión a Artaud solía suscitar (y suscita todavía) el malestar o por lo menos la desconfianza de casi la totalidad del gremio psiquiátrico, motivo por el cual, en desagravio a tan ilustre rama del saber, se me ocurrió enseguida escribir alguna cosa en defensa de la psiquiatría. La elección del tema no era muy difícil, ya que nuestro solar hispano dispone por fortuna de una eminente figura psiquiátrica que además fue estricto coetáneo de los doctores que tanto y tan enérgicamente (con una energía que sin exagerar podríamos calificar de “eléctrica”) trataron a Artaud. Por si fuera poco, sobre esta figura ejemplar de nuestra ciencia ha caído últimamente un olvido que está muy lejos de merecer y que también de manera enérgica, aunque humilde, intento paliar con estas palabras.

Antonio Vallejo-Nájera, pues no es otro nuestro personaje, nació en un pueblo de Palencia en 1889, realizó sus estudios en la Universidad de Valladolid e ingresó en el cuerpo sanitario del Ejército, en el que realizó diversas tareas que le valieron condecoraciones nacionales e internacionales. Siendo agregado de la Embajada española en Berlín, se familiarizó con las modernas teorías de Emil Kraepelin, Hans Walter Grühle y Gustav Schwalbe, en particular en el campo de la eugenesia. Tras concluir sus estudios en Alemania, dirigió desde 1930 la Clínica Psiquiátrica de Ciempozuelos. Al año siguiente fue designado profesor en la Academia de Sanidad Militar, y desde 1947 ejerció la docencia en la Universidad de Madrid. Como ensayista, fue autor de una abundante obra. Parece que durante sus años en Berlín se interesó especialmente por las teorías raciales del momento y por las técnicas de que podía servirse la psiquiatría (es decir: la esterilización) para ser útil al mejoramiento de la raza. Es bien sabido que en Alemania estas teorías se orientaron principalmente hacia las razas inferiores de los gitanos y, sobre todo, los judíos. A partir de 1936 los textos de Vallejo-Nájera tomaron una orientación decididamente racial, pero a falta de judíos nacionales a los que aplicar sus teorías, él optó por aplicarlas a razas inferiores inventadas por él mismo. En La locura en la guerra. Psicopatología de la guerra española (1939) escribió: "La idea de las íntimas relaciones entre marxismo e inferioridad mental ya la habíamos expuesto anteriormente en otros trabajos. La comprobación de nuestras hipótesis tiene enorme trascendencia político social, pues si militan en el marxismo de preferencia psicópatas antisociales, como es nuestra idea, la segregación de estos sujetos desde la infancia podría liberar a la sociedad de plaga tan terrible". Y añadió: “La perversidad de los regímenes democráticos favorecedores del resentimiento promociona a los fracasados sociales con políticas públicas, a diferencia de lo que ocurre con los regímenes aristocráticos, donde sólo triunfan socialmente los mejores.” Con el mismo rigor científico, demostró que “las hembras no están facultadas para la lectura de libros (excepto los piadosos)”, consecuencia lógica del hecho de que “a la mujer se le atrofia la inteligencia como las alas a las mariposas de la Isla de Kerguelen, ya que su misión en el mundo no es la de luchar por la vida, sino acunar la descendencia de quien tiene que luchar por ella.” Una vez aclarada la inferioridad racial de los marxistas y las mujeres, había que proceder a la purificación de la raza en el caso específico español, ambiciosa obra que solamente podría acometerse una vez reinstaurada la Santa Inquisición, porque “la parte del problema racial de España era que había demasiados Sanchos Panzas (físico redondeado, ventrudo, sensual y arribista), y pocos Don Quijotes (casto, austero, sobrio e idealista)”. Evidentemente era precisa “la militarización de la escuela, de la Universidad, del taller, del café, del teatro, de todos los ámbitos sociales".

A la luz de lo dicho hasta aquí, podría pensarse que Antonio Vallejo-Nájera, como otros sabios e iluminados de todos los tiempos, fue un hombre que toda su vida debió luchar desesperadamente contra los fantasmas de la incomprensión y de la marginalidad. Nada más lejos de lo cierto. Él fue el primer catedrático numerario de psiquiatría de la Universidad española, y resultó elegido miembro de la Real Academia Nacional de Medicina en 1951. En su calidad de jefe de los Servicios Psiquiátricos del Ejército, realizó un estudio, que fue supervisado por la Gestapo, que tenía por objeto manifestar al mundo, más allá de toda duda, la imperfección genética de los rojos y las mujeres. A tal fin reunió dos grupos de seres inferiores: uno de prisioneros de las Brigadas Internacionales y otro de cincuenta mujeres de Málaga (¿y por qué de Málaga?, preguntará algún lector poco informado. Pues muy sencillo: porque Málaga, según explicó Vallejo-Nájera, tiene puerto, y en consecuencia sus habitantes están más expuestos que nadie a influencias malignas procedentes del exterior). El resultado del experimento fue que todos los individuos examinados eran casos de anormalidad psíquica. Tampoco tuvo Vallejo-Nájera dificultades para llevar a la práctica las ideas que expresó en su obra Eugenesia de la Hispanidad y regeneración de la Raza (1937). Así, con el auxilio de la Acción Social de Falange y de la Iglesia Católica, consiguió salvar a decenas de miles de niños de las garras de sus padres rojos, poniéndolos a buen recaudo en familias adictas al régimen. El número de estos niños se desconoce, ya que tales prácticas nunca han sido investigadas por institución pública o privada alguna (se sabe, en cambio, que en 1943 los hijos de presos bajo tutela del Estado eran 12.043). Por parecidas razones se ignora el número de mujeres que fueron esterilizadas durante estos experimentos.

Vallejo-Nájera fue uno de los principales ideólogos del régimen franquista. A él se debe la institucionalización de conceptos como la limpieza de raza y el exterminio de indeseables, ideas tomadas del proyecto racial de los Reyes Católicos. Su ámbito de trabajo fueron los programas de reeducación política y los campos de concentración, y de hecho el único de sus proyectos que nunca prosperó, sin duda a causa de alguna negligencia burocrática, fue la reinstauración del Cuerpo General de Inquisidores. Resulta sorprendente que tal luminaria de nuestra psiquiatría no disfrute hoy de los honores que merece, y si bien no estoy seguro de que esta modesta contribución sirva para poner a Antonio Vallejo-Nájera en el destacado lugar que le corresponde, sí tengo la convicción de que a él también le habría gustado mucho unirse a la nómina de psiquiatras que trataron a Antonin Artaud. ¿Por qué no? Y, por otra parte, con psiquiatras así, ¿quién necesita locos?

Los interesados en el tema pueden consultar: Enrique González Duro, Los Psiquiatras de Franco. Los rojos no estaban locos (Península, 2008), Eduard Pons Prades, Los niños republicanos (RBA, 2005) y el blog de José Guillermo Fouce.