miércoles, 22 de julio de 2009

DISPARATES / 3

MEDIÁTICOS

Algunas veces tenemos sueños que por su carácter reiterativo, recalcitrante y circular, acaban convirtiéndose en odiosas pesadillas capaces de abismar en la demencia no ya sólo a sujetos aislados, sino incluso a grupos y masas humanas. Solemos entrar en estos sueños con el espíritu alegre y algo cándido del que parte para una excursión campestre, pero escapamos de ellos, cuando podemos, cargados de decepción y resquemor. No está demostrado que estas fantasías oníricas nos acerquen a un conocimiento mejor (de los otros o de nosotros mismos), y en cambio parece que sí nos hacen más suspicaces, maleados e incrédulos.

El sueño o pesadilla del llamado “bipartidismo”, que como se sabe es el modelo oficialmente homologado de la democracia española, engendra, entre otros monstruos mayores y menores, el de la adhesión incondicional, que con su irracionalidad y su ausencia completa de sentido crítico nos recuerda a ciertos actos multitudinarios que se celebraban hace décadas, brazo en alto, en defensa de la españolidad de Gibraltar o en contra de alguna campaña judeo-masónica urdida en el extranjero. El bipartidismo que predomina en la esfera política tiende a reproducirse en otros ámbitos y a alcanzar por fin la totalidad del llamado cuerpo social, igual que ocurre con ciertos virus, llegando a provocar un estado morboso que paradójicamente puede prolongarse de manera indefinida, alcanzando una forma de estabilidad que a veces se confunde, trágicamente, con la salud. El primer ámbito al que se extiende la aberración en que se ha convertido lo político, es decir, el virus, es la prensa.

Como en las guerras, también en estas pesadillas dementes la verdad es la primera sacrificada, siendo a menudo sustituida por medias verdades (que tienen la propiedad de ser totalmente falsas), delirios, alucinaciones histéricas o simples consignas. Una consigna envió al Prestige a mar abierto, donde era más fácil que se partiera por la mitad, ya que la necesidad política exigía enviar el peligro lo más lejos posible, sin tener en cuenta fenómenos naturales (seguramente gestionados por el partido contrario) como las corrientes y las mareas, las cuales tienen el mal hábito de devolver los restos de los naufragios a las playas, adecuada metáfora de la verdad que, tras ser maliciosamente ocultada, vuelve a aparecer. Igualmente una consigna, en un momento particularmente atroz de la historia reciente, adjudicó a unos terroristas lo que habían hecho otros, también en interés de las necesidades de un partido y en contra de las del otro. Ahora la prensa se ha atribuido nuevas funciones además de la de dictar e impartir consignas, y por eso tiene a bien enseñarnos que hay que compadecer a los políticos corruptos, y esto por varias razones: en primer lugar porque tienen sobre sí la desgracia de haber sufrido la tentación y la de haber caído en ella; en segundo lugar, porque teniendo a mano todos los bienes del Estado se han conformado con unos trajes y alguna otra menudencia; en tercer lugar porque el partido contrario, y su prensa, no dejan de ensañarse con ellos, mostrando una falta de delicadeza absoluta hacia sus personas, sus apellidos y sus propiedades; y, por último, porque al fin y al cabo es de suponer que los del otro partido hacen lo mismo, como seguramente descubriremos a su debido tiempo.

Que la degradación de lo político se ha extendido a la prensa es algo que se advierte en el descenso continuado de las ventas de periódicos y en las piruetas que estos deben hacer para mantener a su escasa audiencia: desaparición casi total de las páginas culturales, sobreabundancia de noticias deportivas y venta a plazos de los objetos más diversos por medio de cartillas y cupones, técnica esta última que ha convertido a los quioscos de prensa en algo parecido a almacenes de chatarra. El mismo desinterés de la audiencia ha llegado también al espacio más mediático de todos: la televisión. Así, la emisión diaria de consignas que se oponen a las consignas de la competencia ya no despierta el interés de nadie, de manera que los telediarios no los ve ni el apuntador. Ni siquiera los bustos parlantes que presentan los telediarios, y a los que los ejecutivos de las cadenas han otorgado el rango de estrellas mediáticas que luego se intercambian entre sí como si fueran astros del fútbol, retienen la atención del público.

La situación es desesperada, aunque no grave, y para que el muerto siga gozando de buena salud se ha ideado un nuevo método que debería hacer prevalecer la verdad y servir además para recuperar las audiencias perdidas. ¿Y cuál puede ser esa mirífica solución? Pues la respuesta se encuentra en este modesto titular aparecido hace unos días en un periódico nacional: “Risto Mejide se las verá con Pablo Motos y Wyoming en septiembre”. Confieso que también a mí el titular me pareció al principio algo críptico, pero la explicación es sencilla: como la audiencia de los telediarios tradicionales es baja, y esto no parece tener arreglo, la “hora h” de la guerra de las televisiones se traslada a las nueve y media, a la que corresponde el share más codiciado, ya que de lo que ocurra en la franja del access prime time depende el éxito de los programas que se emiten a continuación. Es decir, que de lo que se trata ahora es de enganchar a la audiencia, después del telediario, con un programa de humor e información para que no cambie de canal. Así el share, y los ingresos por publicidad, están asegurados. Pero, ¿de verdad será así? El mencionado Risto Mejide, recién salido de Operación Triunfo, hizo una declaración de lo más optimista con respecto a las posibilidades del nuevo formato: “Telecinco es la única cadena que me ha dejado decir lo que yo he querido”. A lo que coherentemente añadió: “Por eso creo que es mejor estar callado”.

De aquí a la desaparición definitiva de los telediarios sólo hay un paso. Y es que el antiguo formato (según la jerga televisiva) es aburrido y sobre todo tiene una apariencia demasiado seria: lanzar consignas, fomentar adhesiones incondicionales, fustigar al otro partido, manipular noticias y mentir descaradamente ya no vende; son más mediáticos el sarcasmo cruel, la bobería y el cinismo, virtudes todas ellas que encajan mejor con la pesadilla cotidiana de nuestra vida pública. El resultado se sabrá en septiembre. Que tomen nota nuestros políticos.

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