domingo, 20 de febrero de 2011

LECTURA POSIBLE / 17


EN VIVO

Pocos creadores han podido afirmar, con la certeza con que lo hizo Mahler, aquello de que “mi tiempo llegará”, y lo acostumbrado es más bien que la muerte sea sólo garantía segura de olvido. El alma mortal del artista se va entonces adonde sea junto al alma del individuo, del mismo modo que hay artistas que ya en vida, por haber vendido su alma al mejor postor a cambio de una ridícula prebenda, la migaja de un privilegio que fácilmente se confunde con el reconocimiento, se nos aparecen ya secos y descoloridos como cadáveres, reducidos a una sombra de lo que fueron, lo que no les impide dar a luz periódicamente obras tan cadavéricas como ellos mismos. Los que permanecen, esos cuyas almas adoptan una serena rebelión que les impide alcanzar la invisibilidad o lo que es igual: la paz del olvido; que rechazan obstinadamente el volverse de pronto translúcidos, quizá a causa de un exceso de lucidez, estos, tan raros ellos, acompañarán a los vivos en su temerario viaje hacia el futuro, y si nunca llegan a constituirse en guía del mundo, pues no son profetas ni santos, sí es posible que alguna vez puedan serlo de una persona aislada, alguien que dentro de un siglo o dos acierte a encontrarse con las páginas de un libro, o con un cuadro o una música. Y los ame. Es sin duda el caso del paseante Robert Walser, que, como antes hizo con la vida, ha debido recorrerse ya varias veces la muerte de arriba abajo, perdiendo a menudo también allí, como aquí, la conciencia del límite y de la frontera, razón por la cual se le suele ver todavía entre nosotros, con su ajada y sempiterna chaqueta y su sombrero abollado, tumbándose a la fresca sombra de un árbol, hablando a las muchachas y riéndose.
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Y así, dentro de nada (el 17 de mayo) se cumplirán dos años de la muerte de Mario Benedetti. Hace poco me he cruzado con él en un vagón del metro. Llevaba una pluma estilográfica y parecía estar escribiendo algo, aunque en realidad miraba a su alrededor con una sonrisa algo pícara, como sorprendido de hallarse a sí mismo en ese lugar subterráneo repleto de almas solitarias, todas ellas mudas, siempre mirando a otra parte a causa de ese pudor de ultratumba que se apodera de los viajeros del metro. Por esa inclinación a desviar la mirada resultaba inevitable que la de alguno, como la mía, se cruzara fugazmente con la del poeta, que nos miraba a todos desde uno de esos carteles adhesivos con los que la empresa municipal ha tenido a bien decorar las paredes del metro. Se leía en él un poema del libro Inventario, se veía su cara llena de animación y curiosidad, más joven que en las últimas fotografías que se le hicieron, y abajo del todo estas palabras: “Ningún día sin poesía”.

Una vez me llamó por teléfono. Debían de ser las ocho de la mañana y yo no tenía la cabeza muy clara. La víspera había sido la presentación de El ejercicio del criterio (Alfaguara, 1995), en el que se reunieron algunos textos escritos por Benedetti entre 1950 y 1994, textos en su mayoría bien conocidos acerca de los temas más diversos, pero en especial, claro está, acerca de literatura. Hojeando el libro rápida y torpemente, como suele hacerse en esos actos literarios, me agradó encontrar entre sus páginas un artículo sobre Arturo Barea, del que en España ya no se acuerda nadie, y cacé al vuelo los nombres de algunos otros personajes que aparecían aquí y allá en sus casi seiscientas páginas: Julio Cortázar, William Faulkner, Ernesto Cardenal, Carlos Fuentes, Lillian Hellman. “¿Y Carpentier?”, se me ocurrió decir, ya que en las páginas de ese libro casi enciclopédico no encontré la menor referencia al autor de El reino de este mundo. Quienes me acompañaban, todos ellos honrados miembros del gremio literario, procedieron a hojear sus respectivos ejemplares del libro en busca del cubano, también sin éxito, a lo que siguieron algunos tímidos intentos de justificar dicha ausencia. Mientras tanto Benedetti, que se había olvidado de Carpentier, andaba por allí concediendo entrevistas y firmando dedicatorias, mirando con curiosidad y aparentando, no hace falta decirlo, una total inocencia.

“Oye, que sí hay un artículo sobre Carpentier, mira la página 362”, dijo Benedetti casi con urgencia mientras por la ventana veía yo que empezaba a clarear, de lo que me alegré, pues era invierno. En todo caso El ejercicio del criterio no lo tenía yo a mano en ese momento, así que enseguida pasamos a hablar de otra cosa. Quedamos en vernos para charlar más detenidamente acerca de Carpentier en un futuro próximo, ya que él ese mismo día salía de viaje.
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No volví a hablar con Benedetti, lo que no impidió que recordara otra vez la un poco surrealista conversación telefónica de aquel día más de quince años después, cuando volví a encontrarmelo en el metro. De vuelta a casa, como es natural, regresé a la página 362 de El ejercicio del criterio para disfrutar una vez más de la siempre aguda y pertinente prosa de este poeta sin fronteras ni límites. “Es difícil sobrevivir al ridículo”, dice allí Benedetti refiriéndose a los dictadores latinoamericanos y a la ironía con que los bombardeó Alejo Carpentier, “es difícil sobre todo cuando el juicio demoledor es ejercido desde la razón y la justicia”. Porque Benedetti ha escrito algunas de las páginas más bellas sobre Carpentier, sobre Latinoamérica y sobre ese ejercicio del criterio, esa toma de posición que a fin de cuentas es la literatura, esto es, la que, como un cuadro de Velázquez o una sinfonía de Mahler, gozan del aliento de razón y justicia que hace que sean perdurables las bellas artes. Creo que volveré a encontrarme con Benedetti, pues él y unos pocos más enseñan (y enseñarán) el libre ejercicio del criterio del que tan escasos andamos en estos tiempos.

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CERTIFICADO DE EXISTENCIA

Ah ¿quién me salvará de existir?
Fernando Pessoa
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Dijo el fulano presuntuoso /
hoy en el consulado
obtuve el habitual
certificado de existencia
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consta aquí que estoy vivo
de manera que basta de calumnias
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este papel soberbio / irrefutable
atestigua que existo
..
si me enfrento al espejo
y mi rostro no está
aguantaré sereno
despejado
..
¿no llevo acaso en la cartera
mi recién adquirido
mi flamante
certificado de existencia?
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vivir / después de todo
no es tan fundamental
lo importante es que alguien
debidamente autorizado
certifique que uno
probadamente existe
.
cuando abro el diario y leo
mi propia necrológica
me apena que no sepan
que estoy en condiciones
de mostrar dondequiera
y a quien sea
un vigente prolijo y minucioso
certificado de existencia
.
existo
luego pienso
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¿cuántos zutanos andan por la calle
creyendo que están vivos
cuando en rigor carecen del genuino
irremplazable
soberano
certificado de existencia?
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(Mario Benedetti)

domingo, 13 de febrero de 2011

DISPARATES / 16


NOTICIA DEL SUR
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Mientras Europa se atrinchera, empieza a dar la impresión, más que nunca, de que la vida está en otra parte. El agotamiento de las ideas no sólo en el viejo continente, sino más bien en todo el hemisferio, ha dejado al sur como único sujeto de la marcha de la Historia, sujeto activo que no deja de sorprendernos y de alarmarnos, ya que quienes hemos adoptado la política oficial del avestruz, elevado el recelo a los cambios, tanto propios como ajenos, a la categoría de consigna, no podemos ver en cualquier signo de vida, próxima o lejana, sino un motivo de perturbación. El sur ha saltado a los titulares de los medios de información y lo ha hecho porque los pueblos han decidido salirse del guión previsto, y no se sabe si lo que más sorprende es el salirse del guión o el que otra vez, después de muchas décadas, pueda volver a usarse legítimamente esa palabra marchita, desterrada de la política, de la Historia y del lenguaje del norte, la palabra pueblo. En cualquier caso, el sur ha cobrado visibilidad, ha ocupado el horario prime time y está ahí para quedarse.
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“España”, he leído, “exige a Egipto orden en su transición”. Si por orden se entiende imitar el modelo de nuestra exportable transición, de nuestra triste democracia, más bien habría que recomendar a los egipcios, tunecinos, y al resto de los pueblos árabes un sano desorden que a ellos les lleve a una democracia real. Y es que difícilmente los modelos occidentales son viables fuera de Occidente, como de sobras demuestran las trágicas consecuencias de lo que Occidente ha hecho a Afganistán e Irak. Por cierto que los dirigentes ahora caídos y los que empiezan a tambalearse en el mundo árabe han sido puestos ahí por Occidente para preservar nuestros sacrosantos intereses y nuestros imaginarios derechos sobre bienes naturales, territorios y seres humanos. Pues la necesaria descolonización de la segunda mitad del siglo XX, como la que también a la fuerza tuvo que realizar España de sus posesiones de ultramar en el siglo XIX, nunca sirvió para devolver su soberanía a los pueblos, sino sólo para sojuzgarlos de otro modo. Así, las rancias y pestilentes aspiraciones de las potencias coloniales sobre el sur, que nunca se debilitaron, vuelven a asomar hoy en cada una de las declaraciones oficiales, en los artículos de opinión y en los paripés tertulianos de nuestros partidos gobernantes, nuestros pseudointelectuales orgánicos y difuntos medios de comunicación. El hedor que se desprende de los mismos es bien conocido: el del paternalismo, el de una inverosímil superioridad moral (¿racial?) que debería dar pie, de nuevo, a una política y una economía tuteladas, el de “ellos, pobrecitos, no saben lo que quieren”. La realidad, sin embargo, es que ellos saben muy bien lo que quieren, y además lo saben mejor que nosotros. Y sobre todo: a diferencia de nosotros, están decididos a merecerlo. Que la democracia no se obtiene cómodamente por el fallecimiento de un jefe de Estado en su palacio es algo que saben en Túnez y en Egipto, y pronto en Argelia y en Marruecos, pero no en España. Lo realizado por los pueblos en estos días no es equivalente a lo realizado por dos o tres dirigentes que se dan la mano, y sus consecuencias tampoco. Las imágenes que han distribuido las agencias y en las que se ve al pueblo en la Plaza Midan Tahrir de El Cairo suponen algo nuevo, una ruptura, una conquista, un acontecimiento que tiene la fuerza de lo acontecido públicamente y que, por eso mismo, sólo por la fuerza admitiría una vuelta atrás. Y son imágenes que no tienen parangón en nuestra reciente Historia. Felizmente han derrocado a un dictador, cosa que en España nunca ocurrió.
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La caída de sus socios e iguales hace recelar a nuestros dirigentes y los acobarda. Ellos se apresuran a establecer consultas para constituirse de inmediato en gendarmes e inquisidores de la transición árabe a la democracia. Es de esperar que no lo logren, y en el día en que escribo esto no parece que vaya a ser así, al menos mientras la revolución democrática siga extendiéndose, como lo está haciendo a nuestra vecina Marruecos. Lo ocurrido hasta aquí demuestra, a quienes pudieran tener alguna duda, la proverbial falsedad de nuestros prejuicios acerca del mundo árabe: sus consabidas inercia y pasividad, su connivencia con la corrupción y en particular su sumisión en nombre de no se sabe qué preceptos. ¿Se nos seguirá diciendo ahora que los árabes no desean ser libres o que entre ellos toda forma de rebelión ha de adquirir forzosamente el detestable aspecto de un barbudo fundamentalista?
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Otro dato esperanzador se desprende de los hechos que comentamos. Me refiero a la obvia pérdida de influencia de Estados Unidos en los asuntos del mundo. Y no me refiero, claro está, a la pérdida de influencia internacional del presidente Obama, que bastante tiene con intentar sacar adelante sus reformas frente a una mayoría republicana, sino al estado de debilidad y casi de descontrol del complejo militar, industrial y financiero que ahora como siempre ejerce su autoridad desde el Pentágono y sus aledaños globales. El fracaso de las aventuras neocoloniales de Bush, las revelaciones hechas por Wikileaks, la insumisión de la mayor parte de América del Sur, y la caída ahora de sus representantes en los países árabes, por no hablar del crecimiento galopante de su deuda, convierten a la actual administración norteamericana en la más precaria desde el final de la Guerra Fría. Todo esto, unido a lo que parece la irresistible ascensión de nuevas potencias económicas como China, India y Brasil, son indicios razonables de un orden mundial multipolar cuya proximidad es quizá mucho mayor de lo que parecía. Por ahora, resulta agradable que esta descreída e hipotecada generación que ha tenido que ver calamidades como la matanza de Tiananmen, los atentados contra las Torres Gemelas o la invasión de Irak, que vio caer un muro, pero que igualmente ha visto cómo se levantaban otros muchos, haya podido ver también, finalmente, la inesperada imagen del pueblo egipcio celebrando su triunfo en la Plaza Midan Tahrir.
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