domingo, 13 de febrero de 2011

DISPARATES / 16


NOTICIA DEL SUR
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Mientras Europa se atrinchera, empieza a dar la impresión, más que nunca, de que la vida está en otra parte. El agotamiento de las ideas no sólo en el viejo continente, sino más bien en todo el hemisferio, ha dejado al sur como único sujeto de la marcha de la Historia, sujeto activo que no deja de sorprendernos y de alarmarnos, ya que quienes hemos adoptado la política oficial del avestruz, elevado el recelo a los cambios, tanto propios como ajenos, a la categoría de consigna, no podemos ver en cualquier signo de vida, próxima o lejana, sino un motivo de perturbación. El sur ha saltado a los titulares de los medios de información y lo ha hecho porque los pueblos han decidido salirse del guión previsto, y no se sabe si lo que más sorprende es el salirse del guión o el que otra vez, después de muchas décadas, pueda volver a usarse legítimamente esa palabra marchita, desterrada de la política, de la Historia y del lenguaje del norte, la palabra pueblo. En cualquier caso, el sur ha cobrado visibilidad, ha ocupado el horario prime time y está ahí para quedarse.
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“España”, he leído, “exige a Egipto orden en su transición”. Si por orden se entiende imitar el modelo de nuestra exportable transición, de nuestra triste democracia, más bien habría que recomendar a los egipcios, tunecinos, y al resto de los pueblos árabes un sano desorden que a ellos les lleve a una democracia real. Y es que difícilmente los modelos occidentales son viables fuera de Occidente, como de sobras demuestran las trágicas consecuencias de lo que Occidente ha hecho a Afganistán e Irak. Por cierto que los dirigentes ahora caídos y los que empiezan a tambalearse en el mundo árabe han sido puestos ahí por Occidente para preservar nuestros sacrosantos intereses y nuestros imaginarios derechos sobre bienes naturales, territorios y seres humanos. Pues la necesaria descolonización de la segunda mitad del siglo XX, como la que también a la fuerza tuvo que realizar España de sus posesiones de ultramar en el siglo XIX, nunca sirvió para devolver su soberanía a los pueblos, sino sólo para sojuzgarlos de otro modo. Así, las rancias y pestilentes aspiraciones de las potencias coloniales sobre el sur, que nunca se debilitaron, vuelven a asomar hoy en cada una de las declaraciones oficiales, en los artículos de opinión y en los paripés tertulianos de nuestros partidos gobernantes, nuestros pseudointelectuales orgánicos y difuntos medios de comunicación. El hedor que se desprende de los mismos es bien conocido: el del paternalismo, el de una inverosímil superioridad moral (¿racial?) que debería dar pie, de nuevo, a una política y una economía tuteladas, el de “ellos, pobrecitos, no saben lo que quieren”. La realidad, sin embargo, es que ellos saben muy bien lo que quieren, y además lo saben mejor que nosotros. Y sobre todo: a diferencia de nosotros, están decididos a merecerlo. Que la democracia no se obtiene cómodamente por el fallecimiento de un jefe de Estado en su palacio es algo que saben en Túnez y en Egipto, y pronto en Argelia y en Marruecos, pero no en España. Lo realizado por los pueblos en estos días no es equivalente a lo realizado por dos o tres dirigentes que se dan la mano, y sus consecuencias tampoco. Las imágenes que han distribuido las agencias y en las que se ve al pueblo en la Plaza Midan Tahrir de El Cairo suponen algo nuevo, una ruptura, una conquista, un acontecimiento que tiene la fuerza de lo acontecido públicamente y que, por eso mismo, sólo por la fuerza admitiría una vuelta atrás. Y son imágenes que no tienen parangón en nuestra reciente Historia. Felizmente han derrocado a un dictador, cosa que en España nunca ocurrió.
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La caída de sus socios e iguales hace recelar a nuestros dirigentes y los acobarda. Ellos se apresuran a establecer consultas para constituirse de inmediato en gendarmes e inquisidores de la transición árabe a la democracia. Es de esperar que no lo logren, y en el día en que escribo esto no parece que vaya a ser así, al menos mientras la revolución democrática siga extendiéndose, como lo está haciendo a nuestra vecina Marruecos. Lo ocurrido hasta aquí demuestra, a quienes pudieran tener alguna duda, la proverbial falsedad de nuestros prejuicios acerca del mundo árabe: sus consabidas inercia y pasividad, su connivencia con la corrupción y en particular su sumisión en nombre de no se sabe qué preceptos. ¿Se nos seguirá diciendo ahora que los árabes no desean ser libres o que entre ellos toda forma de rebelión ha de adquirir forzosamente el detestable aspecto de un barbudo fundamentalista?
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Otro dato esperanzador se desprende de los hechos que comentamos. Me refiero a la obvia pérdida de influencia de Estados Unidos en los asuntos del mundo. Y no me refiero, claro está, a la pérdida de influencia internacional del presidente Obama, que bastante tiene con intentar sacar adelante sus reformas frente a una mayoría republicana, sino al estado de debilidad y casi de descontrol del complejo militar, industrial y financiero que ahora como siempre ejerce su autoridad desde el Pentágono y sus aledaños globales. El fracaso de las aventuras neocoloniales de Bush, las revelaciones hechas por Wikileaks, la insumisión de la mayor parte de América del Sur, y la caída ahora de sus representantes en los países árabes, por no hablar del crecimiento galopante de su deuda, convierten a la actual administración norteamericana en la más precaria desde el final de la Guerra Fría. Todo esto, unido a lo que parece la irresistible ascensión de nuevas potencias económicas como China, India y Brasil, son indicios razonables de un orden mundial multipolar cuya proximidad es quizá mucho mayor de lo que parecía. Por ahora, resulta agradable que esta descreída e hipotecada generación que ha tenido que ver calamidades como la matanza de Tiananmen, los atentados contra las Torres Gemelas o la invasión de Irak, que vio caer un muro, pero que igualmente ha visto cómo se levantaban otros muchos, haya podido ver también, finalmente, la inesperada imagen del pueblo egipcio celebrando su triunfo en la Plaza Midan Tahrir.
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