martes, 7 de febrero de 2012

LECTURA POSIBLE / 23


NEIL POSTMAN: TECNOLOGÍA CONTRA PENSAMIENTO
.
Por alguna razón desconocida, el fallecimiento en 2003 de Neil Postman frustró la divulgación de su obra en España, una divulgación que había empezado tarde pero que en la década anterior a su muerte avanzaba a buen paso, como se deduce de la publicación en ese período de siete ediciones de sus obras, en castellano y catalán. A partir de esa fecha el silencio más absoluto ha caído sobre la obra de Postman entre nosotros, lo que contrasta radicalmente con el auge que desde entonces dicha obra ha cobrado en otros ámbitos, especialmente en América, tanto en el norte como en el sur. Lo que no es extraño, ya que el diagnóstico que este autor hizo de nuestra sociedad no ha dejado de confirmarse.
.
El neoyorkino Neil Postman se doctoró en letras en la Universidad de Columbia en 1958, siendo discípulo de Marshall McLuhan. Más tarde dirigió el Departamento de Cultura y Comunicación de la Universidad de Nueva York, donde además fue profesor de Ecología de los medios. Los campos en los que desarrolló principalmente su actividad fueron la sociología y la semántica, y sobre todo la crítica de los medios de comunicación y del uso irracional de la tecnología.
.
En Divertirse hasta morir. El discurso público en la era del “show business”, Postman confrontó dos antiutopías, la de George Orwell (1984) y la de Aldous Huxley (Un mundo feliz), llegando a la conclusión de que fue éste, y no aquél, quien mejor supo anticipar nuestra sociedad actual. Pues sucede que las modernas formas de opresión no proceden del exterior ni nos son impuestas violentamente. Esto último, en efecto, ya no es necesario para privar a la gente de su autonomía, de su madurez y de su historia, y no sólo eso, ya que, como Huxley anunció, “el hombre llegará a amar su opresión y a adorar las tecnologías que anulen su capacidad de pensar”.
.
En el libro citado, Postman advirtió del empobrecimiento del lenguaje y de la información, el cual se incrementa cuanto mayores son el predominio de los medios y nuestra dependencia de ellos, una dependencia que, además, tiene la virtud de hacernos “felices”. Postman afirma que, en la era de la televisión e internet, “los estadounidenses son los mejor entretenidos y, probablemente, los peor informados del mundo occidental”. Y añade: “La televisión está alterando el significado de la expresión ‘estar informado’, al crear un tipo de información que para ser más exactos habría que calificar como desinformación”. Desinformación no significa siempre información falsa, sino engañosa, equívoca, irrelevante, fragmentada o superficial, información que “crea la ilusión de que sabemos algo, pero que de hecho nos aparta del conocimiento”. El marco conceptual en el que opera esta desinformación es la publicidad, ya que “el anuncio publicitario nos exige que creamos que todos los problemas se pueden resolver rápidamente”. Esto tiene efectos perniciosos en la conciencia del individuo, cuya capacidad de concentración, y no digamos de crítica, se diluye hasta extremos grotescos, proceso una y otra vez alentado por los medios, los cuales nos inculcan que todos los problemas políticos, al igual que los signos del envejecimiento, pueden resolverse con una pomada milagrosa, fomentando con ello la desconfianza hacia el lenguaje complejo y hacia cualquier argumentación que requiera una atención prolongada. En esta sociedad en la que el discurso público adquiere la forma de un espectáculo, las vastas cantidades de información se ofrecen desprovistas de un contexto que permita su comprensión, lo que trae como consecuencia su inutilidad y, finalmente, el consumo pasivo e idiotizado de las mismas.
.
Postman, que empezó su carrera como maestro de primaria, mostró en su obra un interés particular por los niños, acerca de los que escribió en La desaparición de la infancia, obra de sorprendente originalidad en la que hace un recorrido por la historia de la infancia en Occidente desde la Edad Media. A su juicio, en esos tiempos oscuros no existía una verdadera distinción entre infancia y madurez, y aquélla se entendía como el período de la vida humana en que aún no se domina el lenguaje (ese es el sentido etimológico de infans), período que a los siete años de vida ya había concluido, lo que a esa edad hacía al individuo apto para el trabajo, y por tanto adulto. El concepto moderno de infancia aparece con la imprenta y con los primeros intentos de una alfabetización generalizada, lo que culminará en el Siglo de las Luces. Para ser precisos, lo que cambió fue la percepción de cómo debía ser un adulto, el cual tenía que saber leer y poseer otros conocimientos, y en función de eso se caracterizó a la infancia. Es entonces cuando la escuela se convierte en una institución cuya necesidad nadie discute, como tampoco se discute la conveniencia de que la infancia reciba un trato específico. Por primera vez en la historia humana los niños disponen de un vestuario que les es propio; los juegos, las canciones, los libros a los que tienen acceso (expurgados de aquello que los adultos consideran inapropiado) contribuyen a su formación fuera de la escuela. Pero todo esto entra en crisis en la era de la televisión e internet. De nuevo, como en la Edad Media, la infancia tiene acceso a la misma información y a las mismas actividades que los adultos. El vestuario infantil se convierte en una imitación del de sus mayores, el acceso a las universales autopistas de la información (por medio del ordenador, el teléfono móvil y otros artilugios) les convierte en usuarios y consumidores de una información que no entienden, y en practicantes de unos hábitos cuyas claves ignoran. Por último, el tiempo de formación deja de ser apreciado como un período necesario y se percibe más bien como un obstáculo y un castigo del que conviene escaparse lo antes posible. Nada de lo cual, como es obvio, ayuda a madurar ni a asumir responsabilidades. Tal es la tesis del libro de Postman y el estado actual de la infancia en nuestras sociedades desarrolladas, un estado cuyas consecuencias, a día de hoy, se desconocen.
.
En Tecnópolis. La rendición de la cultura a la tecnología Postman recupera algunos planteamientos de la Escuela de Frankfurt para denunciar que la seducción tecnológica se ha impuesto a la innovación y a la creatividad cultural. Del mismo modo que la función de la televisión no es otra que la de atrapar audiencias para vendérselas a los anunciantes, también los ultramodernos avances tecnológicos no tienen más razón de ser que la de transferir un mayor poder a las grandes corporaciones e incrementar sus cuentas de beneficios: “La ausencia de controles sociales sobre la tecnología la despoja de una base ética reconocible, de una dimensión social y cultural propia de una sociedad soberana”. Esta dominación de las grandes corporaciones mediante la tecnología es en última instancia el principal motivo de esa desaparición de la infancia a la que se refiere Postman, de lo que el autor enumera varios ejemplos en El fin de la educación. Una nueva definición del valor de la escuela. Uno de esos ejemplos es el referido a la masiva introducción de ordenadores en los centros de enseñanza, hecho que es interpretado unánime y acríticamente como un avance, sin reparar en el grado de ensimismamiento que comporta el ordenador como instrumento de aprendizaje. El escolar, en efecto, sólo se separa del ordenador de la escuela para, sin transición, volver a aislarse del mundo con el que tiene en casa, quizá tras enviar en el camino algún sms. De este modo se priva a la escuela de una de sus funciones elementales: la socialización. En ese triste camino de un mal entendido progreso se han perdido los juegos infantiles, la manera de relacionarse y de concebirse a sí mismo, y de hecho toda la cultura infantil.
.
La obra de Neil Postman, que a algunos se les antojó en exceso disonante hace unas décadas, ha superado con creces, inquietantemente para nosotros, la prueba del tiempo, lo que explica que hoy sea una referencia obligada para los críticos de los medios de comunicación y del abuso de la tecnología, y en especial para los educadores, de lo que es buena prueba la aceptación que tienen sus libros en medio mundo. Y es que muchos de los rasgos que él detectó en la sociedad norteamericana están hoy, sólo unos años más tarde, presentes a este lado del océano (razón de más para que resulte inexplicable que la mayor parte de su obra sea casi inencontrable en castellano). La fácil lectura de estas obras no les resta pasión ni rigor, y la abundancia y originalidad de sus ideas, trufadas de ejemplos a menudo tomados de la propia experiencia del autor, ilustran infinidad de situaciones reconocibles de nuestra cotidianidad, lo que las convierte en indispensables para entender mejor los fenómenos de nuestro tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario