sábado, 4 de febrero de 2012

VARIACIONES / 5


EL HOMBRE SIN SOMBRA

Hace ahora cinco años, a los setenta y dos de edad, moría en su cabaña de Indian (Alaska) el director de orquesta Gordon Wright. Pocos medios de comunicación, fuera de Estados Unidos, informaron de su fallecimiento. Según el New York Times, a Wright se le echó en falta ese mismo día en el aeropuerto de Anchorage, donde se había citado con un compositor con el que debía ultimar los detalles del estreno de una obra, que había sido programada para el fin de semana. El cadáver fue encontrado en el porche de su cabaña, la cual era de difícil acceso, y la muerte se debió a causas naturales. ¿Qué hacía un director en Alaska?

Wright nació en Brooklyn, estudió en el College of Wooster (Ohio), y se graduó en la Universidad de Wisconsin, donde fundó una orquesta de cámara y administró una librería de viejo dedicada a libros de música, antes de completar sus estudios en Berlín y Salzburgo. En Europa conoció la música del olvidado Emil Nikolaus von Reznicek (1860-1945), del que se convirtió en el acto en ferviente apóstol, llegando con el tiempo a crear la Reznicek Society, dedicada a la promoción de compositores poco conocidos. En 1969 se marchó a Alaska para ser director de la Orquesta Sinfónica de Fairbanks, cargo que abandonó en 1989. A partir de entonces se dedicó a la enseñanza en la Universidad de Anchorage y a hacer algunas apariciones como director invitado. Entretanto había fundado la Artic Chamber Orchestra, agrupación de músicos aficionados con la que realizó varias giras por todo el estado, viajando con frecuencia en autobuses escolares, barcos, hidroaviones y trineos tirados por perros. En una ocasión, mientras los miembros de la orquesta ayudaban al piloto a encontrar las luces de la pista de aterrizaje, la avioneta en la que viajaban se perdió en territorio soviético, lo que estuvo a punto de provocar graves conflictos en unos tiempos en que las relaciones internacionales no estaban para bromas. Por el norte sus interpretaciones de obras del repertorio clásico y romántico, y también de las de jóvenes compositores de Alaska, llegaron hasta Barrow, en el Círculo Polar Ártico, y por el sur hasta Key West, en Florida. A este aventurero que medía más de dos metros le agradaba pasar largos períodos en la naturaleza ártica, acampar al fresco (nunca mejor dicho) y remar en kayak.

No está de más prestar un poco de atención al vienés Reznicek. La solitaria defensa que Wright hizo de su música está hoy dando sus frutos, y ya existen en el mercado varios discos con sus obras, las cuales se oyen muy raramente en las salas de conciertos alemanas y austriacas y nunca en las españolas. Su composición más conocida es la obertura de la ópera Donna Diana, lo que obedece al hecho de que fue utilizada en Estados Unidos como sintonía de la serie de televisión Sergeant Preston of the Yucon, que en sus tiempos gozó de gran éxito. Hoy ya sabemos que Reznicek fue un compositor sumamente prolífico, autor de cinco sinfonías, doce óperas, y de abundante música de cámara. Las escasas grabaciones de sus obras (todas en el sello cpo) incluyen dos sinfonías, las óperas Donna Diana (basada en la comedia de Moreto El desdén con el desdén) y Ritter Blaubart, y los poemas sinfónicos Der Sieger, Raskolnicoff y Schlemihl. Entre su obra no grabada hay una Doncella de Orleans y un Till Eulenspiegel, por hablar de las óperas, y, entre sus poemas sinfónicos, unas variaciones sobre Kol Nidrei. El director Michail Jurowski (no confundir con su hijo, el ahora de moda Vladimir) parece haberse tomado muy en serio la divulgación de esta música al frente de la Orquesta de la WDR de Colonia.

Que Richard Strauss es el referente más próximo para la música de Reznicek es algo que queda claro en el subtítulo que adorna su poema sinfónico Schlemihl: “Ninguna vida de héroe”. La pieza presenta la orquestación suntuosa y tardorromántica que cabría esperar, a la que se une un coro conclusivo. Inspirada en el relato La increíble historia de Peter Schlemihl de Adelbert von Chamisso, describe la fáustica historia de aquel Schlemihl que vende su sombra al diablo a cambio de infinitas riquezas; que, odiado por todos, e impedido de casarse con su amada, cuyo padre le exige poseer una sombra como es debido, busca desesperadamente al diablo para anular la transacción en la víspera de su boda. Reunido por fin con el diablo, descubre horrorizado que éste le exige su alma a cambio de la deseada sombra. Tras dolorosas vacilaciones, el infortunado decide conservar su alma y prescindir de todo lo demás: sombra, riqueza, éxito y novia, convirtiéndose en un vagabundo que gasta sus últimas monedas en la adquisición de un par de botas viejas, las cuales, sorprendentemente, resultan ser las botas de siete leguas, lo que le permite recorrer el mundo entero y consagrarse al que era su deseo más profundo: la clasificación de la flora.

Es raro que semejante argumento no haya llamado más la atención en tiempos modernos, especialmente de los surrealistas. La irónica obrita de Chamisso mueve tanto a la perplejidad como a la reflexión. La vida (piensa uno) a veces puede tratarnos mal, incluso ser positivamente mala, pero no tanto como para que no valga la pena vivirla, siempre y cuando sepamos lo que de verdad queremos. Nadie sabe ya qué quería Reznicek y por qué le atraía el personaje de Schlemihl, pero sí sabemos lo que quería Gordon Wright, que vivió y murió sin la sombra de la fama, que no fue un héroe (o quizá sí), que nunca estuvo en el hit parade de los directores de orquesta e hizo exactamente lo que le convenía hacer: lo que quiso. No sé por qué parece que el diablo sigue hoy ávido de nuestras almas, tentándonos con sus compraventas y sus trapicheos, y que hombres como Wright (que es muy recordado en Alaska) no son ya de esta época.

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Obertura de la ópera Donna Diana

Yomiuri Nippon Symphonie Orchestra Tokyo

Erich Binder

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