martes, 29 de septiembre de 2015

LECTURA POSIBLE / 194

ESPERANDO A BECKETT

La pasada semana zarpó del puerto irlandés de Cork un buque patrullero, el LÉ Samuel Beckett. Su misión es realizar operaciones de salvamento en el Mar Mediterráneo, entre Trípoli y las costas griegas. Unos días antes, el 19, la guardia costera italiana informó del salvamento de casi cinco mil inmigrantes, en su mayor parte procedentes de Siria. Ese mismo día al menos trece personas murieron al estrellarse su bote inflable contra un ferry en la costa turca. Otras veintiséis perecieron al hundirse su bote en las proximidades de la isla de Lesbos. Una patrullera irlandesa rescató ese día a más de cien inmigrantes frente a Libia. Es para reemplazar a esta patrullera por lo que la Armada irlandesa ha enviado al LÉ Samuel Beckett, un barco construido en los astilleros de Appledore, en Devon, que fue fletado en 2013 y entró en servicio al año siguiente. Este barco es hermano gemelo de otro que se construyó un año más tarde y que lleva por nombre LÉ James Joyce.

Informaba el diario mexicano Milenio hace unas semanas de un acto celebrado en la prisión de Santa Martha Acatitla, en el Distrito Federal. Hablaba el diario de Fidel Gómez Pérez, quien lleva veintiséis años preso y acaba de terminar sus estudios de secundaria. “El Mandi”, como es conocido en la cárcel, forma parte de la compañía de teatro de la prisión y piensa continuar su carrera de actor cuando recupere la libertad. El acto formaba parte del proyecto “Leer en prisión”, al que se han sumado doce escritores mexicanos. Principal inspirador del mismo es Maruan Soto Antaki, autor nacido en México D.F. en 1976 y que ha vivido en diversos países, entre ellos Siria, de donde es natural su madre, la también escritora Ikram Antaki. Maruan Soto es autor de dos novelas: Casa Damasco (Alfaguara, 2013) y La carta del verdugo (Alfaguara, 2014), y es también autor del ensayo Reserva del vacío, que ha publicado este año la editorial Taurus. En el acto al que nos referimos, ante una audiencia de unos cien presos, los autores hablaron de libros y de la cárcel como espacio propicio para el acceso a la lectura. Al concluir el acto, y tras una entrega de diplomas, Fidel Gómez Pérez, “el Mandi”, posó para los fotógrafos y charló con los periodistas. Es un hombre de unos cuarenta años, de rostro duro y mandíbula prominente, con una cabellera hasta los hombros y un cuerpo repleto de tatuajes, adornado además por anillos y un rosario colgado del cuello. “Mis fuertes como actor son tres: que impacto, doy miedo y sorprendo”, dice “el Mandi”, quien reconoce que la lectura es una actividad obligada para quienes se dedican al teatro. También afirma que su autor favorito es Samuel Beckett.

¿Sobre qué escribió Samuel Beckett? La pregunta es pertinente, y vuelve a formularse cada vez que se reedita uno de sus libros o se escenifica uno de sus textos escritos para el teatro. Beckett no tuvo una vida fácil ni triunfó enseguida como escritor. En 1933 escribió el relato Echo’s Bones, que debía formar parte de la colección More pricks than kicks (Más pinchazos que patadas), y que fue rechazado por su editor, Charles Prentice, que lo encontró “oscuro”. El editor intentó justificar su rechazo del relato en una carta que envió a Beckett, en la que se leía entre otras cosas que “es una pesadilla… Echo’s Bones causaría, estoy seguro, una gran pérdida de lectores, porque la gente va a temblar, se va a hacer preguntas y no va a querer pensar en lo que la hace temblar”. Otro texto de Beckett, titulado Dream of Fair to Middling Women, también fue rechazado por los editores, y sólo pudo publicarse en 1992. Más tiempo iba a pasar Echo’s Bones olvidado en los estantes de un archivo estadounidense, hasta que Mark Nixon, profesor de la Universidad de Reading, lo rescató y lo preparó para su edición, que tuvo lugar por fin, en la editorial Grove Press, el año pasado.

El protagonista del relato, como en otros de More pricks than kicks, es Belacqua, un joven poeta que vaga por París y Dublín sin razón aparente, encontrándose aquí y allá con personajes femeninos que conformarán su educación sentimental y con los que vivirá los correspondientes devaneos amorosos: Smeraldina-Rina, que en realidad era la prima Peggy, con quien Beckett mantuvo una breve relación siendo muy joven; y Syra-Cusa, álter ego de la desdichada Lucia, la hija esquizofrénica de James Joyce. No hay que olvidar que Beckett conoció a Joyce en París, cuando el primero trabajaba en la École Normale. Tiempo después, cuando el autor de Ulises empezó a perder vista, Beckett le ayudó con las investigaciones previas a la redacción de su novela cómica Finnegans Wake. Además, Lucia se enamoró perdidamente de nuestro autor, quien no le hizo el menor caso. Este episodio no dejó de tener consecuencias para ambos, y en relación al mismo Beckett llegaría a afirmar en una carta a su amiga Peggy Guggenheim que “estoy muerto” y que “no tengo sentimientos humanos”.

Echo’s Bones, según el plan de su autor, era el relato con el que debía concluir la colección de diez que constituían More pricks than kicks. En él Belacqua, que había muerto en una narración anterior, aparece de nuevo, esta vez dejando pasar el tiempo apoyado en una valla y fumando cigarros. Dividida en tres partes, cuenta la primera de ellas la resurrección del protagonista y su encuentro con una puta, la señorita Zaborovna Privet. Después de cuarenta días, y tras violarla, regresa a la valla. La segunda parte, después de ser golpeado el protagonista por una pelota de golf, narra la historia de Lord Gall of Wormwood, un gigante que padece impotencia y que teme por sus bienes, para los que no existe heredero. Además, Lady Moll Gall está siendo seducida últimamente por el fértil Barón Extravas, un sinvergüenza sin escrúpulos. Así las cosas, Lord Gall solicita de Belacqua su ayuda para convertirse en padre. Es entonces el protagonista el que ocupa en el lecho conyugal el lugar de su legítimo usuario (y del canalla barón), resultando de ello, en efecto, el consiguiente embarazo, el cual no concluye con el alumbramiento del esperado heredero, sino de una niña. La segunda historia concluye aquí abruptamente, dejando paso a la aparición de Belacqua sentado sobre su propia tumba, la cual se dispone a saquear el jardinero Doyle, que ya había pasado fugazmente por un relato anterior. El borracho Doyle cree que Belacqua es un fantasma, y le pide que le ayude a abrir el ataúd, cosa a la que el protagonista accede de buen grado. Pero en él, en lugar del cuerpo de Belacqua, encuentran sólo un montón de piedras. Y el relato concluye con una cita tomada de los hermanos Grimm: “Así son las cosas de este mundo”.

Belacqua camina de nuevo, o mejor aún, ha regresado de entre los muertos, o, como escribe el autor: “Para decirlo de una vez por todas, Belacqua es un ser humano, muerto y enterrado, y resucitado a la selva, sí, resucitado de verdad a la selva”. Sin embargo, el personaje no se siente vivo, sino más bien cansado, y se pregunta si su “condición de vida no será solamente un sueño, y si su muerte no habrá ocurrido mucho antes de su salida oficial, por así decirlo, del mundo de los vivos”. En efecto, Belacqua alienta, pero su frágil vida no es capaz de proyectar sombra, detalle que Beckett habría tomado de la Divina Comedia y que llegó a tener gran tradición en la literatura romántica. A lo largo de la historia, Beckett se sirve de su personaje para discutir sus dos temas más queridos: el de la naturaleza de la existencia y el estado general (deplorable) de estar en el mundo. Así, la ahora recuperada historia de Echo’s Bones viene a revelarse como un texto central en la estrategia narrativa de Beckett, en su permanente exploración de las fronteras entre la vida y la muerte. Dicha exploración exigía una densidad intertextual y una autoconciencia que, junto a la fragmentación, nuestro autor tomó de Joyce, poderosa influencia de la que el propio autor era consciente y que repetidamente trató de superar mediante la búsqueda de un estilo propio, búsqueda que a él le llevaría a adoptar el francés como lengua de escritura. A ello se refiere aquí vehementemente Lord Gall cuando en su diálogo con Belacqua le insta a “romper el estilo”, y a eso mismo, y a su frustración por no poseer todavía una lengua propia, se refiere Belacqua cuando replica: “¡Mis ideas! Realmente, mi Lord, olvidáis que soy un degenerado de postguerra. Tenemos nuestros defectos, pero las ideas no son uno de ellos”.

A ese intento de evasión del estilo de Joyce que marcó la primera parte de la producción de nuestro autor responde el contenido de Relatos y textos para nada, que Beckett escribió en 1955, habiendo sido entonces publicado por Éditions de Minuit y que ha aparecido ahora entre nosotros (JPM Ediciones, 2015). Como indica su título, este libro escrito en plena madurez se divide en dos partes, dedicada la primera a unos breves relatos cuya temática no se aleja mucho de la que ya presentaban los de la colección More pricks than kicks y una segunda que recoge textos de más difícil clasificación. Los relatos retratan a un ser desamparado y pasivo que deambula por escenarios inhóspitos y cuyas peripecias evocan las penalidades sufridas por el autor durante la Segunda Guerra Mundial. Los Textos para nada, ya célebres y que han disfrutado de diversas traducciones al español, incluyen algunos de los pasajes más inspirados salidos de la pluma de Beckett, autor aquí ya liberado de toda influencia estilística y que gustaba de volar solo, más allá de toda frontera entre los géneros literarios. Volar, y hacerlo libremente, no es concepto gratuito cuando se aplica a estos textos cargados de movilidad y libertad, en los que nada de lo precedente augura o determina su continuación: “He dormido, ha dormido, pero no habrá dormido, o entonces es que duerme, no habrá hecho nada, sólo continuar, haciendo el qué, haciendo lo que hace, sin parar, es decir, no sé, abandonando, habré continuado, abandonando, sin haber tenido nada, sin haber estado”.

“En un momento en que el capitalismo se jacta de haber vencido en todos los frentes, existen múltiples y diversas resistencias de las que el artista es portavoz, dando así valor a los que todavía quieren cambiar el mundo. Ver un espectáculo, admirar las obras de una exposición, son formas de resistencia activa. Resistir es crear”, ha dicho Maguy Marin, coreógrafa responsable del espectáculo de danza May B, que, sobre textos de Beckett, puede verse estos días en el Teatro Argentina de Roma, en el marco del Festival Romaeuropa. Maguy Marin nació en Toulouse de padres españoles que huían del régimen de Franco y ha pertenecido al ballet de Maurice Béjart. Con Beckett se encontró en 1981, y de dicho encuentro surgió esta coreografía que es una reflexión sobre la condición humana, en la que los desvalidos tienen un lugar protagonista, y para la que Marin ha concebido a diez bailarines con el rostro encalado, las ropas pálidas, “con sus miradas fijas en un futuro que casi nunca les pertenece, horda a la deriva abandonada como los personajes de la Balsa de la Medusa de Géricault”.

Hemos sabido que a “el Mandi”, lector e intérprete de Beckett, le queda un año de prisión. El LÉ Samuel Beckett, al parecer, navega todavía hoy hacia el Mediterráneo, donde muchos lo esperan.


martes, 22 de septiembre de 2015

LECTURA POSIBLE / 193

JUAN RULFO, UNA FIESTA LATINOAMERICANA

Cuentan que el cura de Apulco, en el estado de Jalisco, tenía la costumbre de pasar por las casas de la gente y llevarse los libros que encontraba en ellas, con la excusa de comprobar que no estaban prohibidos y que no eran dañinos para la frágil moral de sus feligreses. De este modo el padre Ireneo Monroy llegó a formar una excelente biblioteca, que además de para salvaguardar la moral de su rebaño sirvió para que el futuro autor de Pedro Páramo y El llano en llamas se iniciara en la literatura.

Juan Rulfo, que perdió a sus padres en la infancia, iba a ser más tarde lector de Rilke y de Faulkner, y tras colaborar ocasionalmente en algunas revistas de Guadalajara y de la ciudad de México publicó varios relatos que serían el anticipo de los quince (luego diecisiete) que conformaban el volumen El llano en llamas, que publicó en 1953 Fondo de Cultura Económica, y al que dos años más tarde sucedería la novela Pedro Páramo. El escenario de estas narraciones es siempre el mismo, un territorio árido habitado por míseros campesinos cuyas existencias sin horizonte son producto del fracaso de la revolución mexicana. Muchas de ellas transcurren en la imaginaria aldea de Comala, cuyo referente real era San Gabriel, en Jalisco. Estos cuentos son herencia colectiva de una tradición oral que llegó a Rulfo a través de su tío Celerino, con el que viajó por México, actividad a la que Rulfo fue fiel desde que en 1938 la Secretaría de Gobernación le asignó diversos servicios en regiones remotas y empobrecidas del país. Antes que escritor, pues, Rulfo fue no sólo lector, sino sobre todo oyente, homérico recopilador de historias salidas directamente de la tierra, más o menos como si fueran escorpiones o lagartos, animales literarios que fueron los que convirtieron a Rulfo en cantor de la parte hasta entonces invisibilizada de México y le otorgaron su radical originalidad.

De la publicación de Pedro Páramo se cumplen ahora sesenta años. La otra novela de nuestro autor, El gallo de oro, fue redactada poco tiempo más tarde, si bien sólo se publicó en 1980, seis años antes de su muerte. Pedro Páramo narra la aventura de Juan Preciado, quien regresa a Comala para cumplir la promesa que hizo a su madre en su lecho de muerte. El protagonista deberá encontrar a Pedro Páramo, su padre y en otro tiempo todopoderoso cacique del pueblo, para exigirle lo que le corresponde como heredero. Ahora bien, a la llegada del héroe a Comala se observa que ya no queda nadie, estando poblada solamente por fantasmas. Se trata de unos fantasmas que poseen vida propia y que vagan entre las ruinas relatando los hechos de su vida y de su muerte. Algunos, los menos, como vamos sabiendo, perecieron de muerte natural; otros, como el hermano del protagonista, a causa de un accidente. La mayor parte, sin embargo, falleció de manera violenta, casi siempre durante la revolución, o al término de la misma. Esta pervivencia de los ausentes tiene sus raíces en la fiesta nacional del día de difuntos, el 2 de noviembre, cuando ellos vuelven fugazmente a la vida y son recibidos por sus parientes, quienes a tan fin se disfrazan y confeccionan variados dulces. En realidad, el relato viene a invertir el orden natural de la fiesta, ya que aquí es Juan Preciado el que efímeramente se traslada al reino de los muertos, siendo acogido por lo que queda de ellos: “sus voces y murmullos”.

Subsiste hoy en México y en el extranjero el encendido debate acerca de esta obra, que unos querrían ver adscrita al llamado “realismo mágico” y otros a “lo real maravilloso”, tendencias consideradas divergentes por eruditos que finalmente acaban siempre por convenir que Rulfo no practicó ni una cosa ni la otra. En verdad Pedro Páramo tiene sus fuentes en unos orígenes humildes que a la vez no pueden ser más nobles, y que no son otros que los de la misma literatura, es decir, en la tradición oral de la que también se nutrió Homero y en la que no caben las categorías excluyentes de lo real y lo fantástico, pues el marco de referencia viene a ser el de las leyendas en las que se mezclan los vivos con los difuntos, los mortales con los dioses.

La escritura de Rulfo nos revela la temporalidad de la existencia humana y el modo en que ésta, del brazo de la memoria, conduce al lugar físico y terrenal, pero también simbólico, en el que los hombres nacieron, o mejor: al lugar donde antes no existían.

El cumpleaños de Pedro Páramo se está celebrando por todo lo alto en Latinoamérica. Como homenaje, la Fundación Juan Rulfo y la editorial RM han publicado estos días el volumen Pedro Páramo, sesenta años, que incluye dieciocho contribuciones críticas firmadas por autores como Jorge Aguilar, José Luis Bobadilla, Jorge Zepeda o José Carlos González Boixo, el editor de la obra de Rulfo en España. Uno de ellos, el profesor irlandés Dylan Brenan, sugiere que cada nuevo lector “debería poder entrar caminando en Comala tan ingenuamente como Preciado”. Otros textos subrayan “la materialidad sonora de la escritura” de Rulfo, la recurrente violencia verbal de los personajes o la ausencia, entre estos, de indígenas, ello a pesar de que Rulfo dedicó la mayor parte de su vida al Instituto Nacional Indigenista, donde editó una importante colección de antropología antigua y contemporánea. El libro incluye un póster con las portadas de las más de cincuenta traducciones de Pedro Páramo, y en conjunto es una plural y estimulante reflexión acerca de la creatividad de nuestro autor, la cual contiene claves que aquí se señalan oportunamente y otras que acaso, todavía hoy, se nos escapan. Al mismo tiempo, y como ejemplo tomado al azar, puede mencionarse aquí la quinta edición del Festival Visiones de México en Colombia, el cual se celebra en el Centro Cultural Gabriel García Márquez que FCE posee en Bogotá y que está dedicando diversas actividades a la obra del escritor jalisciense.

Por otra parte, los actos dedicados a Pedro Páramo coinciden en Estados Unidos con la celebración del Mes del Patrimonio Hispánico, que desde el 15 de septiembre y hasta el 15 de octubre está desplegando una abundante actividad en todo el país, incluyendo conciertos, exposiciones y festivales gastronómicos. La riqueza cultural hispana ha llegado también a la Biblioteca del Congreso, en cuyo sitio web se ha creado una sección gestionada por el Archive of Hispanic Literature on Tape (AHLOT), y que reúne más de setecientos registros digitalizados con las voces de gran cantidad de autores, desde Gabriela Mistral hasta Juan Ramón Jiménez, pasando naturalmente por Juan Rulfo, de quien puede escucharse un fragmento de Pedro Páramo grabado en octubre de 1960 en la Universidad Nacional Autónoma de México.

El huérfano Juan Rulfo que creó a este otro huérfano protagonista de su novela inauguró hace ahora sesenta años un camino de aprendizaje que está muy lejos de agotarse. La indagación personal y literaria del autor ha dado lugar a al menos cuatro versiones cinematográficas y a diversos congresos internacionales, el último de los cuales tuvo lugar en la University College de Cork, en Irlanda, hace unos años; y también a una ópera que sobre Pedro Páramo está escribiendo el compositor Stephen McNeff y de la que algunos pasajes se estrenaron el año pasado en el Milton Court Studio Theatre de Londres. Juan Preciado sigue hoy persiguiendo la herencia de su padre, el cual a su vez busca en otros cuerpos “el puñadito de carne” que una vez fue Susana San Juan, “una mujer que no era de este mundo”. La herencia recibida no puede ser otra que la multiplicidad de voces y murmullos que asaltan al héroe en su recorrido por esa ruinosa y áspera Comala que nunca estuvo tan habitada como ahora.

martes, 15 de septiembre de 2015

DISPARATES / 139

JUAN ANDRADE Y EMMANUEL RODRÍGUEZ: DESMONTANDO EL MITO DE LA TRANSICIÓN

El panorama político español, con su ya célebre “ventana de oportunidades”, ha dado lugar a unas renovadas expectativas de cambio, ampliamente justificadas por el agotamiento de un modelo que se originó en la transición y que hoy se manifiesta en forma de una crisis de representatividad que afecta por igual a los partidos en los que se sustenta y al propio Estado. Las perspectivas nacidas en los últimos años, al calor del 15 M, se estarían expresando ahora mismo, según algunos, en lo que se considera una “segunda transición”, y, según otros, en la materialización hasta ahora aplazada de una “ruptura democrática”. Con independencia de la mayor o menor viabilidad de dichas aspiraciones, teniendo en cuenta otros factores de la realidad española e internacional, hay que convenir que el cambio, alguna forma de cambio, tímidamente, ha empezado a abrirse camino en la sociedad, y un ámbito en el que el mismo ha encontrado un lugar para manifestarse es el de la revisión de nuestra historia reciente, una revisión que está libre del carácter propagandístico y coyuntural que tuvo hasta hace poco la visión canónica y oficialista de la transición y que corre a cargo de investigadores que no vivieron los hechos (no habían nacido), lo que les permite asomarse a su objeto de estudio con una saludable distancia crítica. Es el caso de Juan Andrade Blanco, autor de El PCE y el PSOE en (la) transición. La evolución ideológica de la izquierda durante el proceso de cambio político (Siglo XXI, 2012), y de Emmanuel Rodríguez López, al que se debe un reciente ensayo de título provocador: Por qué fracasó la democracia en España. La transición y el régimen del 78 (Traficantes de sueños, 2015).

Juan Andrade es profesor de la Universidad de Extremadura, y ha dedicado su atención al estudio de los medios de comunicación en las sociedades contemporáneas y a los movimientos sociales del tardofranquismo. Su tesis sobre la deriva ideológica de la izquierda en la transición, defendida en 2010, fue saludada por el historiador catalán Josep Fontana como “un libro que representará una aportación fundamental a una mejor comprensión del proceso de la transición”, habiéndose convertido, en efecto, desde su publicación en tema de debate y en referencia para otros historiadores.

El libro se abre con un capítulo dedicado a fijar en lo posible el término que constituye su argumento central: el de ideología. Concepto líquido donde los haya y de difícil definición en estos tiempos, y que sin embargo desempeñó un papel crucial en aquella izquierda de los últimos años del franquismo y en los primeros tras la muerte del dictador. Sucede que la ideología fue un elemento que sirvió para dar cohesión a los militantes de los partidos de izquierda en el adverso contexto de la clandestinidad, a la vez que aparecía en su imaginario colectivo como un vago proyecto en el que se mezclaban las tareas más inmediatas del antifranquismo con las de la construcción de una sociedad socialista. Caracterizada en general por su pobreza teórica, al contrario de lo que sucedía por ejemplo en Italia, la ideología comunista española no iba más allá de un cuerpo doctrinario arraigado en los símbolos heredados de la Guerra Civil, lo que en gran parte implicaba una dependencia de la URSS que si no facilitó la creatividad y el intercambio de ideas dentro del Partido sí mostró su longeva eficacia como signo identitario. Todo ello iba a ser cuestionado, y finalmente desechado, tras la muerte del Caudillo y el inicio de la llamada “reforma política”.

A su regreso a España, Santiago Carrillo y el resto de la dirección del Partido en el exilio tuvieron que enfrentarse a dos arduos problemas. Por una parte el de encajar en (y a ser posible liderar) el proceso de cambio, y por otra el de mantener la propia autoridad sobre una militancia que estaba conformada por unos criterios y unas experiencias diferentes de los del exilio. Carrillo se presentó en Madrid con una estrategia: la ruptura democrática con el franquismo, y con un instrumento táctico: la alianza de los trabajadores y la cultura. Ésta última debía sustituir a la ya inservible alianza de los trabajadores y los campesinos, y pretendía integrar en el Partido a los nuevos sectores profesionales que se habían creado en España con el auge económico de los años precedentes y la relativa generalización de los estudios universitarios. Las maniobras que protagonizaban entretanto los supervivientes políticos del régimen, con Suárez a la cabeza, y que, secundadas por la embajada de Estados Unidos, preveían una reforma pactada en la que Felipe González debería ocupar un lugar principal, dieron pronto al traste con el proyecto de ruptura democrática, razón por la cual Carrillo se centró en su segundo objetivo: el de su propia permanencia. El Partido Comunista (o más bien su máximo dirigente) abandonó el leninismo, para abrazar a continuación ese magma de ideas imprecisas que Manuel Sacristán llamó “insulsa utopía” y que fue el eurocomunismo. Éste, según la tesis del libro que comentamos, allanó el camino para la Constitución y los Pactos de la Moncloa, y, pese al discurso oficial, mostró cómo el Partido, “ante la imposibilidad de abrir en esos momentos un verdadero proceso de transformación socialista, decidió integrarse plenamente en las dinámicas políticas de los sistemas liberales”. La moderación de las nuevas tesis del Partido permitieron que éste, aunque ya en calidad de comparsa, participara del proceso de reforma, y sirvió sobre todo para que su líder fuera aceptado como actor político por sus adversarios (salvo el ejército). La misma moderación ocasionó en el PCE una crisis interna de la que nunca se recuperó.

Si la trayectoria ideológica y política del PCE en la transición estuvo sometida al personalismo de su líder, lo mismo, de forma incluso más acusada, sucedió en el PSOE. Su máximo dirigente, Felipe González, hacía poco que se había hecho con el mando dentro de su partido, para lo que fue necesario desembarazarse de la vieja y anquilosada dirección en el exilio. El PSOE carecía de arraigo en el interior, y a fin de ganarse la estima de los sectores antifranquistas adoptó un lenguaje revolucionario y se definió como marxista. Por poco tiempo. Reacio a secundar cualquiera de las iniciativas del PCE, González adoptó su propio camino, el cual le llevó a negociar directamente con el sector del régimen que se había persuadido de que algo tenía que cambiar para que todo siguiera igual. Consciente la militancia de su propia debilidad y de que sólo González poseía los contactos, el discurso y el encanto personal para conducir al Partido hasta el gobierno, aceptó el abandono del marxismo como sacrificio forzoso para que González siguiera en el timón: había que “ser socialistas antes que marxistas”, como dijo en una de sus frases históricas González ante los delegados de un congreso de su partido. Para entonces el giro ideológico de las dos principales fuerzas de la izquierda española estaba consumado.

El libro de Emmanuel Rodríguez tiene un objetivo más amplio, pues quiere ser un retrato de todos los actores políticos y sociales de la transición. Es por ello uno de los primeros en los que el autor se ha permitido abordar el conjunto del proceso desde una perspectiva crítica, una visión novedosa que quizá tenga hoy valor generacional y que, igual que el libro de Andrade, del que éste es complementario, podría convertirse en referente para futuros investigadores. Rodríguez es profesor en la Universidad Complutense y miembro de la llamada Fundación de los Comunes, heterogénea agrupación de movimientos sociales que se creó en 2011.

El libro es producto de un doble impulso, según explica Rodríguez en su introducción: el primero, que data de unos quince años atrás, se inscribe en la redacción de una tesis doctoral referida a la historia del movimiento obrero; y el segundo, más reciente, es consecuencia del período abierto tras el 15 M. Escribe Rodríguez: “Desde entonces la urgencia por pensar el cambio político se ha combinado con la necesidad de revisar el origen de la transición, en tanto momento fundacional y marca genética de la actual democracia”. Sugiere el autor que si el régimen franquista fue capaz de idear un proyecto de reforma pactada y “no traumática”, destinado a perpetuar el poder de sus beneficiarios, el antifranquismo, por el contrario, y muy en particular en lo que concierne a las izquierdas, resultó incompetente para ofrecer un proyecto alternativo. Como hace Andrade en su libro, también Rodríguez señala la abismal disparidad entre las reivindicaciones populares del momento, sostenidas por amplios sectores de la población, y los mediocres logros alcanzados. “El resultado fue un régimen de nuevo cuño, la democracia liberal, que si bien satisfacía algunas de las nuevas demandas, las encuadraba en un marco político que apuntalaba y reproducía los intereses de las viejas y nuevas oligarquías. En esto consistió el fracaso de la democracia en la transición española”.

En contra de la consabida “correlación de debilidades” de los protagonistas de la transición, el libro señala algunos datos que parecen apuntar que otra transición fue posible. De ellos pueden mencionarse aquí dos: en primer lugar el relativo a la pujanza y solidez que en un año tan significativo como 1976 tuvo el movimiento obrero. Éste, formado por una red a veces casi espontánea de comisiones obreras que se creaban en los propios centros de trabajo, constituyó a su manera, característicamente democrática y asamblearia, una forma de empoderamiento que no dejó de tener su peso en las empresas y que por medio de la movilización consiguió a menudo sus objetivos, entre ellos el no menor de hundir definitivamente el sindicato vertical. En efecto, los datos suministrados por Rodríguez muestran cómo los salarios aumentaron de manera notable en los años últimos del franquismo y primeros de la transición, lo que fue respondido desde las altas esferas del poder político y económico con un incremento galopante de la inflación. A ello cabe añadir que si en un principio las demandas sindicales se centraban en un aumento de los salarios, con el tiempo fueron añadiéndose otras reivindicaciones ya no sólo de carácter sindical, sino también político. El mismo hecho de que las comisiones obreras no fueran todavía un sindicato centralizado y homogéneo, y mucho menos institucionalizado, favoreció el recurso de la huelga frente a la negociación, como demuestra la creciente radicalización en esos años de sindicatos como USO o la misma UGT, centrales sindicales minoritarias y amenazadas de marginalización por la masiva conflictividad obrera. Una conflictividad que tenía su correlato en la Universidad, virtualmente fuera en esos años del control gubernativo.

El otro aspecto a considerar es el referido al resultado de las primeras elecciones generales, las del 15 de junio de 1977. Si en ellas el reformismo franquista (UCD) obtuvo el 34% de los votos, el PSOE alcanzó casi el 30%; el PCE un 10%; y el PSP, el partido de Enrique Tierno Galván, el 4,5%. Mientras tanto, Alianza Popular, el partido de la derecha creado por Manuel Fraga tras ser “arrinconado” por el que lideraba Adolfo Suárez, se quedó en un escueto 8%. Conviene recordar que a esas elecciones se presentó el PSOE como partido marxista y con un lenguaje radical que diferiría mucho del empleado cuando accedió al gobierno cinco años más tarde. Igualmente debe tenerse en cuenta que las Cortes formadas tras esos comicios tenían el encargo de redactar la Constitución, a pesar de que, por las circunstancias peculiares de la época, no hubieran recibido el título de constituyentes. Tras analizar estos datos Rodríguez se pregunta: “¿Era tan irreal la ruptura?”

Los libros comentados aquí sitúan el debate y la memoria sobre la transición española en un contexto del que no se puede prescindir. Ambos cuestionan con rigor la verdad oficial y la inevitabilidad de la transición política en la forma en la que tuvo lugar. Pero ambos, como ha observado Josep Fontana, van más allá, “porque el fracaso experimentado por lo que queda de las viejas izquierdas debería inducirlas a una muy seria reflexión acerca de lo que ha significado, al cabo de treinta y cinco años, el desarme político, moral e intelectual que aceptaron en la transición como un recurso para adaptarse a las condiciones vigentes, con el objetivo de disfrutar de las ventajas que proporcionaba el acceso al poder”. Una reflexión que tampoco deberían echar en saco roto otras formaciones originadas en el naufragio de la izquierda que, en unas circunstancias muy diferentes de las tratadas aquí, vuelven ahora a encarnar gran parte de las ilusiones y las aspiraciones sociales.

jueves, 10 de septiembre de 2015

LECTURA POSIBLE / 192

LA VIRTUD DE CHECCHINA, DE MATILDE SERAO: BREVE HISTORIA DE UNA MUJER ROMANA

“El amor es un gran tormento”, afirma Checchina repitiendo las palabras de su atolondrada amiga, Isolina, que ahora ha vuelto a cambiar de amante y, como de costumbre, ha ido a visitarla para pedirle dinero. Sucede que para una mujer de la pequeña burguesía romana, casada, allá por 1884, el amor es caro. Sin duda por eso Checchina, que es joven y está de buen ver, no ha tenido todavía un amante, y todo lo relacionado con esta tormentosa materia le resulta extraño, inimaginable. Checchina es en realidad una inocente que vive tiranizada por su marido, el médico, y por su criada, una beata que cuando no está entre los fogones se pasa la vida yendo de rosarios a misas. A todo lo cual hay que añadir que en casa del médico el dinero escasea. ¿Puede concebirse un entorno menos propicio para la realización de los amores de esta Madame Bovary romana? La historia es de Matilde Serao, se titula La virtud de Checchina y ha sido publicada entre nosotros por la editorial Ardicia.

Muy poco es lo que el lector en castellano tiene a su disposición de la extensa obra de esta mujer que fue sobre todo periodista, pero que supo dejar su huella en diversas obras cuyo tono cabe situar en un naturalismo de raíz verista muy propio de la literatura italiana de aquel final de siglo. Aparte del relato que comentamos, que en sus condensadas noventa páginas nos deja un retrato fiel e irónico de la clase media de su tiempo, el catálogo en español de las obras de Serao se reduce a un título: Flor de pasión, que tradujo don Ramón María del Valle-Inclán y que, tras haber sido reeditado en 1994 por Lípari Ediciones, hoy se encuentra descatalogado.

Matilde Serao nació en Patras, Grecia, hija de un abogado napolitano de ideas liberales que, opuesto al régimen borbónico, optó por el exilio. Tras la caída de los Borbones, los Serao regresaron a Nápoles, donde nuestra autora se crió. Allí se convirtió en maestra y trabajó como telegrafista. La vida de Matilde Serao, sin embargo, iba a transcurrir casi íntegramente en el ámbito de la prensa, siendo en primer lugar redactora del Corriere del Mattino, y más tarde, ya en Roma, del Corriere di Roma e Il Mattino, publicaciones que fundó junto a su marido, el también periodista Edoardo Scarfoglio. Todavía, tras separarse de su marido, muestra autora fundó un nuevo periódico, Il Giorno, que dirigió hasta su muerte en 1927.

Dice Natalia Ginzburg en el posfacio de la edición que comentamos que “en la escritura de Matilde Serao suelen destacarse la sobreabundancia, la exuberancia y la efusión”, cosas todas ellas que están ausentes de este relato en el que no pasa casi nada, que está construido de manera minimalista y que tal vez por eso cautivó al gran maestro de la escritura entre líneas, Henry James, quien se refirió a La virtud de Checchina como “un precioso ejemplo de las posibilidades del arte cuando se ejercita en libertad”. Una libertad, debe entenderse, conquistada más allá de las escuelas y las modas, y dirigida al examen crítico de unas pocas acciones, las cuales reflejan, en su concisión, la totalidad de un mundo complejo, repleto de contradicciones.

Checchina lleva su vida completamente gris al ritmo que le marcan el avariento marido y la criada: su mundo no da para más. Ni siquiera, al contrario que Madame Bovary, de la que viene a ser una especie de hija frustrada, alimenta su fantasía erótica con el romanticismo de la literatura de folletín, que tantos estragos hizo en la época entre criadas y damas decentes de provincias. Ella y su marido han pasado el verano en Frascati, como corresponde a su condición de familia romana pequeñoburguesa con alguna vaga aspiración. Allí veraneaba también el marqués d’Aragona, joven apuesto al que se veía cabalgar junto a alguna amazona principesca. Lesionado un día al apearse de su caballo, y atendido por el marido de Checchina, el marqués se cruza tres veces con ésta, obsequiándola siempre con una reverencia. Concluido el verano, y de regreso en Roma, el médico anuncia a su esposa que ha invitado al marqués a cenar, momento en el que se inicia el trastorno de Checchina. No es un trastorno sentimental, sino uno referido a las formas, a la etiqueta y, en último extremo, al dinero: ¿qué va a dar de cenar a ese joven y apuesto señor que frecuenta los lujosos salones y posiblemente las alcobas de todas las princesas de Roma y que encima es marqués? La angustia de Checchina, descrita en estos términos, no es todavía, ni posiblemente será nunca, una angustia amorosa, sino solamente, por la plena conciencia de su baja condición, por las miserias de su existencia, por su nulo conocimiento del mundo, el producto de su asumida inferioridad, y ello en su doble naturaleza de miembro de una clase humilde y de mujer.

Tras la cena, y convenientemente adormilado el marido, el bello marqués formula a Checchina una proposición directa, pues según parece así eran las cosas en esos tiempos, cuando el cortejo no era tan complicado ni ponía en peligro tantas convenciones sociales como ahora: “Ven el miércoles de cuatro a seis”. Cosa que dice con toda formalidad, como lo diría un notario, lo que no impide que sus palabras casi equivalgan a una orden. Y a lo que la inexperta y en ese momento aturullada Checchina responde: “No, el miércoles no”. Pequeña objeción para la que el marqués ya tiene preparada la respuesta: “Entonces el viernes a la misma hora”.

Y es a partir de aquí cuando se inician los verdaderos tormentos de nuestra heroína, quien descubre cuántas cosas son necesarias para el amor: en primer lugar un vestido de cachemira y un abrigo de piel, a lo que por lo menos habría que añadir una capotita de terciopelo. ¿Y por qué no unos zapatos de tacón alto y un manguito? Tardará todavía un poco la pobre Checchina en ponerse en marcha, y mientras tanto aparecerán en su camino dos nuevos hitos que terminarán de alterar el poco juicio que le queda: el preceptivo ramo de flores y la no menos preceptiva y apasionada, urgentísima, carta. El día señalado todo parece salir mal: llueve, y el médico y presunto cornudo se ha llevado el único paraguas. La criada está más vigilante que nunca, y también parecen estarlo los transeúntes, el conocido con el que accidentalmente se cruza la heroína, y luego, para terminar de arreglarlo, el portero de la casa de él, hombre rudo y mal encarado. ¿Franqueará Checchina el umbral?

No es lugar una reseña para resolver ese misterio, el cual corresponde desvelar al curioso lector. A éste, acaso, le corresponda también resolver la delicada cuestión de si el final del relato, cualquiera que sea, es o no es el final de la historia. Pues la autora nos deja en la duda, ignorantes de la continuación de esta pequeña batalla épica de una sencilla romana con las fuerzas brutales de la economía y de la moral. ¿Habrá cargos de conciencia, tragedias y arrepentimientos? ¿O terminará todo con un cobarde regreso a la mediocridad del hogar? Estas consideraciones quedan fuera del esquema propuesto por Matilde Serao, para quien el suyo no es más que un relato que se sirve por igual de la comedia y de la compasión. Lo que no es poco.

Habló Virginia Wolf, como es sabido, de “la habitación propia”, concepto en sí mismo que representa un estadio de la conciencia femenina muy superior a cualquier concepto que puedan manejar el cerebro y el corazón de nuestra protagonista. En un episodio magistral de este relato que lo es también en su conjunto la autora nos muestra, sin abandonar su tono irónico, la tragedia de esta mujer que ni siquiera dispone de un florero propio donde poner las flores que le ha enviado su amante, flores que mediante las argucias de su criada acabarán en el altar de la Inmaculada de Sant’Andrea delle Fratte, y que, tras ser arrancadas de sus manos, Checchina ve partir de la manera que parten las ilusiones y los sueños. Y es que Checchina, por no tener nada propio, no es nadie. A ello alude su descocada amiga Isolina en una de sus visitas, cuando le informa de que no duda en ir al encuentro de su amante cada vez que dispone de “media hora de libertad”. Media hora que le sale cara, pero que contiene de manera simbólica, a pesar de la sordidez y los peligros que entraña, toda una vida propia que Checchina ha empezado a considerar ahora en forma de quimera y que le falta.

El admirable relato de Matilde Serao ilustra un momento del despertar de la conciencia feminista poco y mal conocido, por situarse geográficamente en un terreno que en lo concerniente a esto llevaba retraso con respecto al norte europeo: ese paraje meridional y católico, el nuestro, repleto de interiores oscuros en los que mujeres monjiles, añorantes del amor, zurcen en silencio la ropa del marido, bordan iniciales y suspiran. A tal quebrantamiento de las pulsiones que animan y empujan al ser hacia la vida no son ajenos los eternos prejuicios, los miedos y las sumisiones de la discretamente encantadora clase media, tan dada ella a la emulación y al ensueño. Todo esto narrado con buen conocimiento del asunto por una mujer italiana que fue pionera en introducirse en el mundo de los hombres, y que supo ver y tratar con elegancia el estado de las contemporáneas que dejaba atrás.

martes, 1 de septiembre de 2015

DISPARATES / 138

ALISON BECHDEL: UNA FAMILIA TRAGICÓMICA Y UN ESCÁNDALO AMERICANO

La prensa anglosajona viene informando estos días de una controversia surgida en la Universidad de Duke, en Carolina del Norte, donde algunos alumnos han mostrado su rechazo a la novela Fun Home, obra autobiográfica de Alison Bechdel y lectura recomendada para el verano por los docentes de esta prestigiosa universidad privada. La novela, según estos alumnos, parece ser “insensible hacia los valores conservadores”.

La polémica, que no parecía en un principio destinada a trascender el ámbito universitario, y que ha sido aireada en forma de escándalo por la prensa, fue originada por unos artículos aparecidos en la revista de la propia Universidad, The Cronicle. Un alumno de primer año escribió allí que “leer este libro me obliga a cuestionar mis convicciones morales, personales y cristianas”, palabras a las que replicó una estudiante con el argumento de que “la lectura de este libro te permitirá abrir la mente a una nueva perspectiva y a considerar una forma de vida y de pensamiento con los que no estás familiarizado”. Para muchos, “las representaciones visuales explícitas de la sexualidad son contrarias a la moral”, por lo que califican el libro de pornográfico. En declaraciones a The Cronicle, la profesora Sherry Zhang, que es miembro del comité de selección de lecturas de la Universidad de Duke, afirmó que nunca pensó que el libro pudiera ser materia de controversia, y que no tiene la intención de retirarlo de la lista de lecturas recomendadas. Incluida en esta lista no sólo por su calidad, Fun Home sirve también de demostración, según ella, “de cómo la universidad puede ser un espacio en el que se trate de temas sociales como la orientación sexual”. Y añadió: “Leer el libro o no leerlo es decisión del estudiante. Sólo quiero animarlos a explicar por qué lo leyeron o no”.

Después de que el asunto fuera tratado por diversos periódicos estadounidenses, con el Washington Post a la cabeza, y de que se hiciera eco del mismo The Guardian en Reino Unido, la revista universitaria de Duke publicó la semana pasada un editorial en el que se procuraba relativizar la polémica, arguyendo que “con casi mil setecientos nuevos alumnos cada año, es inevitable que algunos reaccionen de manera distinta a como lo hicieron sus predecesores”. Y el mismo editorial añade que “sería útil para la comunidad de Duke y para el resto del mundo situar el debate en su contexto, teniendo en cuenta que Fun Home fue acogida con entusiasmo por la mayoría de los alumnos”. Parece ser, en efecto, que gran parte de los que se han manifestado contrarios a la novela de Bechdel son estudiantes ingresados este mismo año. La semana pasada la propia autora de la novela dio una conferencia en la institución, la cual tuvo lugar con el aforo completo y fue celebrada por el colectivo de gays, lesbianas y transexuales de Duke como un triunfo de “la creatividad y de la libertad de expresión”.

Alison Bechdel nació en Pensilvania en 1960. Su padre era profesor, coleccionista de antigüedades y director de una funeraria, la cual se encontraba en un edificio al que sus hijos llamaban “Fun Home” (La Casa de la Alegría). De su madre, profesora de literatura inglesa, heredó Alison un gusto por la literatura que se manifestó tempranamente, y el cual se vinculó con su afición a las historietas, hacia las que se sintió atraída porque eran “cosas de chicos”. Mientras estudiaba en un instituto de Ohio, donde obtendría el título de Bachelor of Arts, envió una carta a sus padres confesando su homosexualidad. A su vez su madre le confesó entonces que el padre de Alison era homosexual, y que a pesar de su respetable fachada había mantenido en el pasado relaciones con adolescentes. Cuatro meses después, hallándose en pleno proceso de divorcio, el padre de Alison fue arrollado por un camión, acontecimiento que fue interpretado por la hija como un suicidio, consecuencia del conflicto entre su realidad y sus apariencias.

A inicios de los años ochenta, Bechdel empezó a publicar en la revista Womanews una tira cómica titulada Dykes to watch out for, serie de historietas que más tarde serían recopiladas por Firebrand Books, editorial de Míchigan especializada en libros de temática feminista y gay. Estas obras primerizas prefiguran ya lo que sería el universo creativo de Bechdel, dotado de una fuerte carga política y de un cierto carácter autobiográfico, todo ello alrededor de las cuestiones sociales referidas al colectivo de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales. También entre 1988 y 1990 Bechdel publicó la tira cómica Servants to the Cause, cuyo éxito la animó a crear su primera novela gráfica, Fun Home, que recibió diversos premios y fue designada en Estados Unidos como la mejor novela gráfica de 2006. A ésta sucedió en 2012 una segunda, Are You My Mother?, obra también autobiográfica en la que la autora se interrogaba acerca de la relación con su madre y que estaba concebida en torno a las más avanzadas teorías del desarrollo infantil. De ambas existe edición en castellano.

Además, Bechdel es conferenciante y colaboradora de diversos programas de televisión. Ha impartido cursos acerca del cómic en la Universidad de Chicago y participado en diversos documentales. Si bien, sin proponérselo, Bechdel se ha convertido en Estados Unidos en una de las representantes del colectivo LGBT, ella no se considera a sí misma como una activista política, ni cree que sus historietas puedan herir la sensibilidad de sus lectores. Ello no ha impedido que a lo largo de su carrera haya tropezado frecuentemente con los intentos de censurar su obra. Provisionalmente Fun Home fue retirada del catálogo de algunas bibliotecas públicas a causa de las quejas de sus usuarios, y en 2008 una plataforma denominada “No More Pornography” realizó una amplia campaña de recogida de firmas para solicitar la prohibición de Fun Home en la Universidad de Utah. En 2013, en Charleston, la misma obra recibió críticas del líder de “Palmetto Family”, una agrupación religiosa de Carolina del Sur, quien consideró que el libro “no era apto como lectura universitaria”. Con motivo de dicha controversia, Bechdel afirmó en una entrevista que “Fun Home, por el contrario, es especialmente apropiado para estudiantes universitarios de primer año, ya que se ocupa de cuestiones referidas a la identidad, como la de ‘¿quién soy yo y cómo encajo entre los otros?’… La novela tiene secretos familiares y los saca a la luz del día… La mayoría de las familias tiene secretos de uno u otro tipo, y creo que empezamos a sentir curiosidad acerca de ellos cuando llegamos a la edad adulta y tratamos de averiguar quiénes somos nosotros mismos en relación a nuestros padres… El libro ayudará a los estudiantes a comprender que no son únicos, que nuestra experiencia es compartida por millones”.

Fun Home relata una densa y compleja relación familiar. La autora evoca aquí sus primeros recuerdos infantiles y los de su primera juventud, siempre desde la perspectiva tragicómica que anuncia el subtítulo de la obra, lo que incluye dosis no pequeñas de mordacidad y de humor negro. La audacia del tema que Bechdel nos propone corre aquí paralela a la manera en que se expone la narración, la cual no obedece a un orden cronológico ni a ninguna otra clase de linealidad objetiva. Se trata de una reflexión que se ilustra con escenas tomadas de la vida doméstica, cuya refinada arquitectura ha dado pie a algunos críticos a vincular la obra a la de autores como Proust, Scott Fitzgerald o Nabokov. Fun Home es de hecho una obra literaria de primer orden, la cual se ha adaptado de un modo tan eficaz como natural a su formato gráfico. Éste es deudor del estilo de dibujantes ya clásicos como Charles Addams, de la que la autora fue alumna, e incluye gran variedad de representaciones de documentos de carácter legal, textos epistolares, citas literarias y fragmentos del propio diario de la autora, materiales que sirven de indagación a fin de ilustrar los secretos y la desintegración de la familia protagonista.

En 2013 se estrenó en Broadway la adaptación de Fun Home como espectáculo musical, que fue muy bien recibido por la crítica y llegó a ser finalista del Premio Pulitzer. El personaje de Bechdel era allí interpretado por tres actrices, cada una de las cuales encarnaba uno de los períodos de la vida de la autora. En su creación tomaron parte Lisa Kron, encargada de la dramaturgia, la compositora Jeanine Tesori y el director Sam Gold. Con motivo de la reposición de la obra, hace unos meses, Bechdel afirmó que había “una diferencia entre la representación y mi vida, pero se trata de una frontera muy extraña y permeable”. El pasado abril todo el equipo de la producción acompañó a Bechdel a Charleston para protestar por el recorte de fondos para la Universidad.

Fun Home es hoy una obra de referencia en la literatura sobre los roles de género y sobre el modo en que estos se entienden en nuestra sociedad, sobre los códigos estrictos que se les atribuyen en algunos lugares de Estados Unidos y sobre la manera en que tales códigos fuerzan a las personas, en su existencia cotidiana, a vivir dolorosamente una doble vida. Pero es además un honesto libro de memorias admirablemente narrado con imágenes, una novela atípica que ha vendido en Estados Unidos más de un cuarto de millón de ejemplares y cuya accidentada trayectoria, en estos últimos años, ilustra a la perfección la buena salud de un pensamiento conservador y negativo, sustentado en el auge actual de las barreras de protección que, ya sean físicas o imaginarias, se erigen frente a personas e ideas, tomadas unas y otras como amenazas ante las que es necesario replegarse. Ninguno, en efecto, de los estudiantes de Duke que rechazaron el libro se había tomado la molestia de leerlo. Es que, como decía una de las alumnas de aquella Universidad, no querían abrir la mente a una nueva perspectiva ni considerar otras formas de vida y de pensamiento.