sábado, 11 de julio de 2009

MÚSICA NOCTURNA / 3




JAZZ O NO JAZZ

Los programadores musicales, tanto públicos como privados, no se cansan de repetirlo: es bueno, conveniente y deseable todo lo que se haga en contra de la música. El desaparecido Carlos Castilla del Pino debería volver de donde esté para mirar lo que pasa dentro de esas desquiciadas y patéticas mentes, tan consagradas ellas a rumiar formas de alimentar la banalidad y a frustrar cualquier empeño o proyecto musical, especialmente cuando se trata de los que dan mejores frutos. Nada de esto es nuevo y ya se ha contado otras veces. Pero he aquí que la moda vuelve.
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Hace poco hablábamos aquí mismo de la excelente música que Jesús Torres ha compuesto para el Fausto de Murnau, música que pudo escucharse en un concierto-proyección en el Teatro de la Zarzuela, en el que desde hace una década han venido sucediéndose estos conciertos anuales a expensas del Ministerio de Cultura y la Comunidad de Madrid. En estos años hemos podido disfrutar de films clásicos en pantalla grande y con el aliciente añadido de la música escrita especialmente para la ocasión por compositores españoles. El director José Ramón Encinar, impulsor de estos conciertos y siempre una garantía de algo más que profesionalidad y dignidad artística, declaraba hace unas semanas que se trataba de un proyecto “pionero en Europa”. La idea era buena y tenía éxito; o sea, no podía durar. Y en efecto, en nombre de la famosa crisis, el Ministerio de Cultura, sin duda haciendo honor a su apellido, ha tomado la decisión de retirarse del proyecto. Se trata sin duda de un acto plenamente coherente que podía esperarse de quienes unos meses atrás decidieron por las buenas poner fin a la mejor etapa del Teatro Real, que tan necesitado por cierto estaba de ella, quitándose de en medio a Antonio Moral y Jesús López Cobos, los cuales habían conseguido en los años previos hacer una programación del mayor interés y habían puesto al Real en el mapa de los teatros internacionales de ópera.
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Y ahora, con el verano, llegan (o mejor dicho: llegaban) los festivales de jazz. Que el de San Sebastián tiene un público entendido y fiel es algo que sabe cualquiera que haya pasado alguna noche heroica bajo la lluvia en la Plaza de la Trinidad o, más recientemente, en las terrazas del Kursaal. San Sebastián tenía en esos días cierto ambiente que es particular de las grandes ciudades europeas en pleno festival, un ambiente que armonizaba con el carácter de la ciudad y de sus habitantes y que no era ni el populista ni el elitista de otras ciudades y otros festivales. Teniendo el de San Sebastián ya más de cuarenta años, gozando de un merecido prestigio internacional, y siendo uno de los pocos festivales que de verdad agotaba sus localidades al poco de ponerse a la venta, era obvio que el Heineken Jazzaldia no podía durar, o no podía durar de la misma manera. Y hasta aquí ha llegado. Ya en ediciones anteriores sus programadores nos habían sorprendido con músicas que poco o nada tenían que ver con el jazz, y sí, y mucho, con la musiquilla comercial y el pop descafeinado. Pero este año se han soltado la melena, y para encontrar algo de jazz en el festival de jazz hay que buscar con lupa. ¿De verdad todos estos artistas invitados no tienen otro lugar, por ejemplo otro festival, en el que puedan obsequiar a sus incondicionales con sonsonetes variados? ¿Qué tipo de público se busca ahora?
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Existe una estrategia infalible para expulsar a la gente del mundo de la cultura, y que es aplicable por igual a la literatura y la música: persuadir a los posibles lectores y oyentes de que en realidad los libros y la música de calidad son difíciles, que requieren un esfuerzo suplementario, y que la cultura puede ser fácilmente sustituida por el entretenimiento sin que esta sustitución suponga un menoscabo personal o social. Que semejante argumento es una falacia destinada a vender productos de baja calidad y a suscitar la apatía, la parálisis mental y la más abyecta inercia consumista es bien sabido. No interesan los públicos bien formados e informados, capaces de tener criterios propios y por tanto de seleccionar lo que desean consumir y ejercer la crítica. Interesa el público zombie, obediente comprador hoy de esto y mañana de aquello, sin opinión y fácilmente maleable. Por eso la publicidad del Heineken Jazzaldia afirma sin ningún rubor que en el festival también podrá escucharse jazz “accesible para todos los públicos”. Y es que debe de haber jazz, y música de la llamada culta, y libros, y obras de teatro, y cuadros, y esculturas, y más libros, y más cuadros, y más de todo, que no es accesible para casi nadie. Es lástima que toda esa cultura inaccesible sea precisamente lo mejor que ha producido y que es capaz de producir el hombre. Pero ya se sabe: el poder no quiere que nos hagamos hombres. Hoy, como siempre, le son más rentables los niños a los que se debe proteger, engañar y mimar.

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