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En medio de las encendidas y notorias polémicas del momento, acerca de si a Cristiano Ronaldo le ocupa demasiado tiempo su novia y si las corridas de toros son bienes de interés general, apareció hace unos días en uno de esos suplementos de prensa que sus directores se obstinan en llamar “culturales” un reportaje que amenaza con traer secuelas y que muy apropiadamente se titulaba Nueva polémica literaria: narradores tradicionales contra nocilleros (El Cultural, 12 de marzo). Y es que, seguramente a causa de la crisis, los editores y su entorno ya no saben qué hacer para vender algo. Es muy raro que la literatura llegue a ocupar un lugar destacado en el panorama de nuestros llamados medios de comunicación, y cuando esto ocurre es seguro que el asunto se nos presenta adornado con el atractivo envoltorio de la polémica, cosa a la que somos tan aficionados ya que promete insultos, desaires y porfiados alardes del tamaño de las propias gónadas en comparación con las ajenas. Por desgracia, el reportaje en cuestión no cumple tales promesas, y los vilipendios que los “tradicionales” dedican a los “nocilleros”, y a la inversa, no pasan de algunos leves escarceos, casi gestos amorosos que no creo que entusiasmen a nadie, pues la literatura está muy lejos de despertar la pasión que sí existe naturalmente en los goles, en la sangre y en la política.
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Por si el lector no lo sabe (ya que no todo el mundo puede estar al tanto de las últimas tendencias), “los nocilleros” no es el nombre que se da a alguna remota tribu degustadora de peyote y otras yerbas, ni es tampoco un conjunto de rap ni de ningún otro estilo pop, ni un colectivo de enfermos aquejados de alguna clase de trastorno alimentario, no. Además, tampoco son nuevos. La nocilla aplicada a la novela es un invento que debemos a Agustín Fernández Mallo, autor de Nocilla Dream (Candaya, 2006), obra que ha tenido diversas derivaciones en cuyos títulos aparece siempre la dichosa nocilla y que han sido editadas por Alfaguara. Estas novelas, y las de sus epígonos, se caracterizan por lo que sus autores llaman el zapping, que en este contexto podría entenderse como fragmentación o mutación, además de por las alusiones directas al mundo de la publicidad y la moda, el comic y la televisión. En resumen, se trata de una novelística que incorpora íntegramente la actualidad, tanto en los contenidos como en la forma. A “los tradicionales” (la otra parte de la polémica) ya los conocemos, así que no es necesario presentarlos.
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En el reportaje mencionado más arriba el tradicional Rafael Chirbes alude a Sterne y a Dos Passos para explicar que la fragmentación no es cosa de ahora, y añade que “no hay nada nuevo bajo el sol”. El también tradicional Álvaro Pombo, tan transparente siempre en sus afirmaciones, declara que “no quiero decir que no haya nada nuevo bajo el sol”. José María Guelbenzu (también tradicional) afirma que lo que está en juego es el futuro de la novela, y que “la ansiedad del cambio parece ir por delante del cambio”, poniendo como ejemplo de fragmentación las novelas de Claude Simon. Que “todo está inventado y que no hay nada más” es lo que afirma el tradicional Vicente Molina Foix, quien atribuye la novela nocillera “a inventos publicitarios, propagandísticos incluso, promovidos por los autores y sus círculos mediáticos”. Y, por último, otro tradicional, aunque de la edad de muchos nocilleros, Ricardo Menéndez Salmón, se sorprende de que estos “tengan un discurso teórico sobre su propia obra infinitamente más complejo que la obra en sí”.
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De las interesantes opiniones de los “nocilleros” en el reportaje de marras, me referiré sólo a las del ya citado Fernández Mallo, quien afirma, él también, que “no hay nada nuevo bajo el sol”, pero que el futuro del género (la novela) pasa por un soporte “que albergue texto, música, fotografía y vídeo, y conexión online a la red”. En una entrevista de hace unos años también afirmaba que “el deslumbramiento estético sólo se da ante situaciones y objetos que nos desenfocan la mirada establecida. Entonces es cuando se regenera un género, o lo que es lo mismo, aparece uno nuevo”. Este género nuevo ya tiene incluso nombre: es la docuficción, en la que el autor reelabora sus materiales con productos mentales que, aunque emanen de la realidad, son de “segunda generación”. “Es lo que hacen con sonidos los músicos cercanos al Dj cuando usan el sample”. Si bien de hecho, concluye Fernández Mallo, “la novela es una muestra de mi empanada mental”.
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O sea, que la postmoderna, fragmentaria y mutante novela nocillera no es la realidad misma, sino el producto de la realidad filtrada por la mente del autor. ¡Acabáramos! Semejante hallazgo no se les habría pasado por la cabeza ni a Flaubert ni a Dostoievski aunque le hubieran dado vueltas al asunto durante mil años. Por otra parte, la descripción que hace Fernández Mallo del futuro y prodigioso soporte que albergará la novela coincide exactamente con algo que tampoco es nuevo: un puro y simple blog. De todo esto deduzco que no he entendido nada de la novela nocillera, que por lo visto debe estar por encima de los cortos alcances de un mortal corriente. Y no obstante, como uno ya tiene el hábito de dudar, mientras leía tales cosas no dejaba de preguntarme si realmente habrá algo nuevo bajo el sol. ¿Por qué se promociona a estos autores? ¿Y por qué de esta manera? Quién sabe, al fin y al cabo vivo muy apartado de la actualidad y ni siquiera tengo Twitter. Que algunos editores detestan que haya no ya reflexión o profundidad, sino incluso letras en sus libros es algo bien conocido, pero los de los nocilleros también están llenos de ellas. Por mucho que digan, el acto de la escritura es hoy el mismo de siempre, y el de la lectura. Y además, ¿cómo se puede decir que ahora el mundo se ha vuelto fragmentario? ¿Qué libros han leído los autores jóvenes? ¿Quién les habrá inducido a confundir una novela con un blog? ¿Y con qué interés? Y, casi no me atrevo a preguntarlo: ¿habrán leído algún libro?
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Estos novelistas online o blogueros parecen ser cómplices de las intenciones de ciertas multinacionales que están decididas a vendernos artefactos electrónicos de lectura de libros, ya que de lo que se trata es de "conseguir, en lugar de lectores, clientes", como bien ha escrito Rafael Reig en otro suplemento cultural (ABC, 20 de marzo). Pero he aquí que, hojeando de nuevo el suplemento de los tradicionales y los nocilleros, me encontré con el reclamo publicitario de uno de esos grupos multinacionales (y esto sí es una novedad) que se están haciendo con el control de las editoriales españolas y de los medios de comunicación, a los que algunos por inercia siguen llamando “nuestros”, igual por cierto que cuando hablan de Telefónica o Repsol. Los libros promocionados por la multinacional en cuestión eran dos: Un líder como Jesús, en el que pueden aprenderse “lecciones de liderazgo y resolución de conflictos tomadas del mayor líder de todos los tiempos”; y Trump, los mejores consejos de bienes raíces que he recibido, en cuyas páginas “el magnate estadounidense nos revela los mejores consejos que ha recibido para triunfar en el negocio inmobiliario”. En otros tiempos algún inconsciente habría dicho que tales libros no son más que un timo, pero hasta el más inconsciente se cuidará hoy de hacer tal afirmación, a riesgo de ser tachado de tradicional, de purista y de otras cosas por el estilo. Pues esos libros se venden (sobre todo en su versión electrónica, con su correspondiente galería de fotos y vídeos), alimentan el negocio editorial, y ¿qué autor, por muy tradicional que sea, se atrevería a ir en contra de la industria que vive de él? No sabría explicar muy bien cómo ocurrió, si fui afectado por un destello de fragmentación tradicional o nocillera, de mutación afterpop o de docuficción, pero la verdad es que enseguida lo entendí todo.
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Aquí puedes leer el artículo de Rafael Reig en el ABC de las Artes y las Letras sobre el negocio del libro electrónico.
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Aquí puedes leer el artículo de Rafael Reig en el ABC de las Artes y las Letras sobre el negocio del libro electrónico.
Ramón pués te estás perdiendo lo que llaman "la escritura peligrosa", cuyo adalid parece ser es Tom Spanbauer y otro alumno suyo mas famoso que él que se llama Chuk Palanuik. Debo reconocer que de Spambauer leí hace unos años su novela "El hombre que se enamoró de la luna" y me pareció muy buena. De lo de la escritura peligrosa no sé nada de momento.
ResponderEliminarLuisa
Palahniuk, creo que te refieres a él, me recuerda mucho a Tarantino. Lo que más me llama la atención de ambos es su absoluta falta de cualquier referencia moral. No sé si lo que hacen es puro entretenimiento, lo que no tiene nada que ver con el hecho de que sus obras estén bien construidas (que a veces lo están). Ahora ha salido una nueva de Palahniuk, "Snuff". La leeré cuando termine lo que tengo entre manos, aunque me temo que será un cambio muy brusco (me estoy releyendo "La muerte de Virgilio", nada menos).
ResponderEliminarUn saludo.
Lo de que te lo estabas perdiendo era una broma, yo no pienso leer a Palahniuk y lo de la literatura peligrosa sólo me interesa como comentario, leí la novela de Spambauer por empeño amistoso. Supongo que el libro lo sacarás de la biblioteca.
ResponderEliminar"La muerte de Virgilio" sí es una novela inmensa, en lo que recuerdo de ella la forma en que está escrita tiene que ver con tu forma de escribir, un hilo largo y continuo. Debería volver a leerla pero no tengo espíritu ahora mismo para ello, si sacas algún comentario a lo mejor me animo por lo menos a darle un repaso.
De Hermann Broch te recomiendo un comentario muy lúcido sobre "las razones del abandono de la poesía" de Hoffman y una especie de autobiografía psicológia que no recuerdo el título pero podría mirarlo, muy interesante. Una mente privilegiada aunque su poesía no me llega, supongo que no se puede tener todo.
Luisa
Si vas a Roma saluda a Cayo Obtusus... es un amigo.
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