lunes, 26 de mayo de 2014

DISPARATES / 112


FIN DE LAS ELECCIONES EUROPEAS, EMPIEZAN LAS ELECCIONES GENERALES

Por distintas razones, la prensa del orden aparece hoy repleta en toda Europa de las palabras “tsunami”, “seísmo” y otras que hacen alusión a catástrofes naturales. Ello indica que a los poderes dominantes, establecidos desde el inicio de la postguerra, no les ha gustado el resultado de las mismas. Un rápido vistazo a lo que se ha votado en Grecia y España nos indica por qué. Syriza ha recibido el 26% de los votos, lo que convierte a la coalición liderada por Alexis Tsipras en la primera fuerza política del país heleno. En España, si las de ayer hubieran sido unas elecciones generales, habrían dado a la dividida izquierda cuarenta y cuatro escaños, algo inimaginable hace sólo unos meses, y una cantidad que todavía podría aumentar si se le sumaran los votos obtenidos por las fuerzas nacionalistas de izquierda de Cataluña, Galicia y País Vasco. Cierto que éstas últimas juegan en otra liga, pero aun así.

Y pese a todo, en el conjunto del Continente no es posible hablar del triunfo de la izquierda, ni por asomo. En Francia, el Frente Nacional de Marine Le Pen, con una estrategia basada en la actividad política concentrada a nivel local, arrasa a los partidos tradicionales y consigue el 26% de los votos, lo que obligará al primer ministro Manuel Valls a fortalecer todavía más su ala derecha. En Austria, por poner un ejemplo del que los medios de comunicación van a hablar muy poco pero que es sumamente significativo, el FPÖ, partido nostálgico del Tercer Reich, logra el 20,5%. Conviene recordar que el 27 de enero de 2012, cuando la Europa oficial conmemoró el aniversario de la liberación del campo de Auschwitz, este partido organizó en Viena un “contra-acto” alternativo al que fue invitada Marine Le Pen. Mientras tanto, el tercer partido más votado en Grecia ha sido el ultraderechista Amanecer Dorado, con cerca del diez por ciento de los votos. Para seguir con lo mismo, ayer nos enteramos de que en Suiza la justicia ha autorizado el saludo nazi, que estaba prohibido desde 1945, siempre que se haga “no con el fin de propagar la ideología, sino con el de manifestar una convicción personal”.

No es posible adivinar (este es uno de los temas del futuro inmediato) en qué medida preocupa al poder establecido el ascenso generalizado de la extrema derecha, pero al respecto ya hay pistas que se han publicado hoy mismo. Hemos conocido esta mañana la profunda inquietud con que un periódico español ha recibido la irrupción en la escena política de Podemos, “formación que simpatiza con los regímenes marxistas de Cuba y Venezuela”, sin que el mismo medio haya dedicado una sola línea a rasgarse las vestiduras por los éxitos del FN, del FPÖ o de Amanecer Dorado. De hecho, la campaña de las próximas elecciones generales en España ya ha comenzado, lo que augura una guerra mediática que tendrá por objetivo amedrentar a los votantes de esta formación, a fin de hacerles volver al redil del Partido Único o de lo que Pablo Iglesias llama “la casta”. No está de más recordar que hace ya tiempo la campaña fomentada por un solo grupo mediático, el de Cebrián, consiguió aniquilar en unos meses a la Izquierda Unida de Julio Anguita, lo que da una idea aproximada de lo que hoy, con unos medios más poderosos y un control mucho más exhaustivo sobre los mismos, pueden hacer los dos o tres grupos de comunicación dominantes. Este monopolio de la información va a iniciar desde ya mismo una guerra mediática total y despiadada contra un enemigo que, por carecer de medios afines, está condenado al silencio, o casi. El objetivo es doble: aterrorizar a los descarriados que ayer votaron a la izquierda y movilizar a los votantes tradicionales del Partido Único que se abstuvieron o votaron a candidaturas minoritarias y/o pintorescas. Cuántos electores que ayer votaron a Podemos y IU permanecerán fieles en las generales es una de las cuestiones a dilucidar; la otra, cuántos votantes que ayer castigaron al Partido Único recapitularán y volverán a confiar, aunque sea de mala gana, en sus líderes, llevados por el miedo a las hordas marxistas. En este panorama representará un papel protagonista UPyD, cuya líder, ella misma hija legítima del Partido Único, como ha hecho siempre, pondrá sus votos al servicio del mejor postor. Con este horizonte, cabe preguntarse si los dirigentes y los votantes de Podemos son conscientes de dónde se han metido y de lo que se les viene encima.

Decía Stefan Zweig en otro momento grave de la Historia, en 1934, que confiaba “en el desarrollo de una identidad europea supranacional”, tarea para la que no había que perder tiempo, “pues el tiempo corre en nuestra contra”. Esa identidad supranacional, que empezó a hacer aguas con el rechazo a la Constitución europea, entró ayer en su fase terminal. Nunca antes unas elecciones europeas habían dado unos resultados tan antieuropeos, y es de temer que no nos demos cuenta de lo que esto significa. En lo que concierne a España, es obvio que el proyecto nacional al que debe su existencia el Partido Único estaba unido al ideal de Europa. Este proyecto se inició en los años cincuenta, cuando la España de Franco, contra toda lógica y justicia, fue admitida en el club de las naciones civilizadas. Dicho proyecto ha tenido continuidad desde entonces, sin que la muerte del Caudillo le afectara sensiblemente, o mejor dicho: siendo afectado favorablemente, ya que su desaparición era la condición previa para culminar el proceso de adhesión a Europa. A esa tarea, igual que hicieron antes los tecnócratas del Opus Dei, se dedicaron con empeño sus herederos: populares y socialistas, sabedores mejor que nadie de que su suerte política estaba unida al destino de la construcción europea. Liquidada ésta, el Partido Único ya no tiene razón de ser, y su deseable desaparición nos deja una España descabezada y maltrecha, relegada a un papel insignificante en el orden internacional, carente por completo de proyecto y de soberanía.

Ayer la izquierda dividida cosechó los frutos de la indignación, pero ésta última no es un programa político, y mucho menos un programa de gobierno. Dichos programas deberían elaborarse en los meses que quedan hasta las elecciones generales, para lo que será necesario un esfuerzo de dimensiones inéditas en el que deberán participar periodistas, economistas, juristas, intelectuales y ciudadanos. Los tiempos piden respuestas claras a asuntos como Europa, el euro, la OTAN, la banca, la inmigración, los servicios públicos, el pago de la deuda y la papeleta de Cataluña (esa “Catalunya en la Espanha moderna” de la que hablaba Juan Benet), lo que no es poca cosa. Se trata nada menos que de crear un nuevo proyecto nacional que sustituya al ahora agotado. Las tareas de la izquierda son enormes, y la primera de todas consiste en unirse, cosa que ya, de entrada, parece difícil, a la vista de esas esotéricas circunstancias internas, tan conocidas como incomprensibles, de IU. Cuestión no menor es por otra parte la de si esta izquierda podrá llegar adonde ayer no llegó, a saber: a los parados, a los marginados y a los que habitan ese territorio tan extenso como opaco al que sólo tienen acceso el fútbol y Belén Esteban. En todo caso, el éxito o el fracaso de dicho proyecto dependerá de la capacidad de la izquierda para movilizarse, pues a falta de recursos económicos y mediáticos la fuerza de la misma está y sólo puede estar en su poder para presionar en la calle. Para la izquierda, en efecto, los resultados electorales no son más que una consecuencia de lo que ocurra o deje de ocurrir en ésta.

Hoy las consignas de la guerra mediática se están dictando a los directores de los medios de comunicación en los exclusivos despachos donde reside el poder, es decir, en el Banco de Bilbao y en el de Santander, en Endesa, Telefónica, Repsol, Gas Natural y similares. Decíamos más arriba que no sabemos cómo estos poderes, y sus equivalentes en Europa, contemplan el ascenso de la extrema derecha en el Continente y en las Islas Británicas, pero una cosa es cierta: al poder económico nunca le ha resultado difícil entenderse con los fascismos. De ese entendimiento, en el pasado, han resultado catástrofes bien conocidas, muy superiores a las causadas por un simple tsunami o un seísmo.

El nuevo escenario, como ya sucedió una vez, nos pilla a los españoles con el paso cambiado, dirigiendo una tímida mirada hacia la izquierda. Son las cosas inquietantes que tiene la Historia.

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