miércoles, 28 de marzo de 2012

DISPARATES / 37


50 AÑOS DE RUEDO IBÉRICO

“Radicalmente libre y radicalmente riguroso: nada más pero nada menos”. Con estas palabras se presentó en París en 1965 una revista nacida con la pretensión de aglutinar a los sectores de la izquierda del exilio español. Desde esta fecha, y hasta 1982, Cuadernos de Ruedo Ibérico se constituyó en un referente obligado para el pensamiento y la discusión política, económica, histórica y cultural, referente que no pudo ser ignorado ni siquiera por el régimen franquista, que debería haber servido de inspiración a una prensa democrática y abiertamente transformadora, la cual tendría que haber representado un papel relevante en la transición española y en los años posteriores (cosa que en parte nunca ocurrió) y por cuyas páginas pasó una nómina impresionante de autores que va desde Gabriel Celaya hasta Max Aub, desde José Ángel Valente hasta Juan Goytisolo. Nómina a la que habría que añadir un nutrido grupo de hispanistas que no podían publicar sus obras en la España franquista y que luego desempeñaron un papel más que destacado tras la muerte del dictador: Ian Gibson, Stanley Payne, Gabriel Jackson y Hugh Thomas, por citar sólo a cuatro. Y a los que aún habría que añadir gran cantidad de artistas gráficos, entre ellos Antonio Saura, Juan Genovés y Andrés Vázquez de Sola.

Pero los “Cuadernos” constituyeron sólo la parte más visible de un proyecto editorial que se había emprendido en la capital francesa en 1961 bajo el nombre de Éditions Ruedo Ibérico, creación de cinco exiliados españoles entre los que figuraban Nicolás Sánchez Albornoz y José Martínez, y que durante quince años publicó una serie de obras fundamentales para el conocimiento de la España del siglo XX. Como escribió Juan Goytisolo, estos libros “contribuirían de forma decisiva a la formación de dos generaciones de demócratas: son muchos, en efecto, los españoles que pudieron sobrevivir intelectual y moralmente al muermo reinante gracias a la lectura ávida de las publicaciones de Ruedo Ibérico adquiridas bajo mano en las trastiendas de las librerías de Madrid, Barcelona o Sevilla o en sus viajes en busca de ozono a Perpiñán, Biarritz o París”. Los nombres citados más arriba, y otros muchos que se omiten para no abrumar al lector, deben bastar para dar una idea de la dimensión del proyecto editorial que supuso Ruedo Ibérico, y, de paso, de la importancia y variedad de ese exilio español que, como tantas veces en la historia, tuvo que desarrollarse a duras penas y con frecuencia tan conectado a la vida intelectual francesa como desconectado de la que malamente, víctima de la falta de libertad de expresión, trataba de desenvolverse en España.

Decíamos que la actividad de Ruedo Ibérico no pudo ser ignorada ni siquiera por el régimen franquista, y, en efecto, el capitoste de la historiografía oficial Ricardo de la Cierva dedicó a la misma un artículo aparecido en ABC en 1974 en el que el autor no ocultaba su satisfacción por el cierre provisional de los “Cuadernos”, que, a su juicio, se cimentaban sobre una sola premisa: “la oposición total, obsesiva, al régimen español y al general Franco”, observación en la que no andaba descaminado. Hoy sabemos que el gobierno español de entonces seguía muy de cerca las publicaciones de Ruedo Ibérico, las cuales, una por una, merecieron una puntual recensión en los Boletines de Orientación Bibliográfica del Ministerio de Información y Turismo. Además, al año siguiente del artículo de de la Cierva en ABC, la reaparición de la revista fue saludada con una bomba que explotó causando daños en la librería de la editorial, en la Rue de Latran, acto que motivó una amplia campaña de solidaridad en Francia y en otros lugares de Europa.

Ruedo Ibérico realizó una tarea de valor incalculable: fue la contrainformación al franquismo, “una especie de antiministerio de información y turismo”, según su fundador José Martínez, y a través de sus publicaciones todavía hoy podemos comprender no pocos entresijos de este régimen que se perpetuó durante cuarenta años, por ejemplo el papel desempeñado en el mismo por el Opus Dei, las divisiones internas que pervivieron en él y que se manifestaron abruptamente en los últimos años de vida del dictador, o la variedad y profundidad del propio movimiento antifranquista (sin omitir sus debilidades) y de las propuestas que desde el exilio trataron de transmitirse a una ciudadanía que empezaba a despertar tras una siesta de décadas. A lo que hay que sumar los primeros intentos serios de abordar la guerra civil desde una perspectiva científica, a años luz de la propagandística versión oficial. Por último, a Éditions Ruedo Ibérico debemos las primeras ediciones en español de libros esenciales para el conocimiento de nuestro pasado reciente, libros como El laberinto español de Gerald Brenan o El mito de la cruzada de Franco, de Herbert R. Southworth.

Tristemente, la editorial Ruedo Ibérico no encontró su sitio en la España postfranquista, lo que provocó su desaparición forzosa en 1982. La misma suerte, por cierto, que corrieron otras empresas afines, tales como las editoras de Triunfo y Cuadernos para el Diálogo. Desapariciones que, a la vista del panorama actual que ofrece la prensa española, podrían dar pie a una nostálgica elegía sobre lo que pudo haber sido y no fue. Pero que también nos deberían ilustrar en nuestros empeños presentes y futuros. Pues esa radical lección de rigor y libertad sigue siendo hoy tan necesaria y continúa estando tan vigente como entonces.
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El interesante material gráfico y literario de Éditions Ruedo Ibérico, incluyendo artículos de los “Cuadernos”, vuelve a estár hoy disponible para el público lector.

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