sábado, 10 de marzo de 2012

LECTURA POSIBLE / 36


ALFRED DÖBLIN, LITERATURA Y REVOLUCIÓN EN LA TRILOGÍA NOVIEMBRE 1918

Alfred Döblin, como bien saben ya los lectores de su Berlin Alexanderplatz, es uno de los nombres mayores de la novela germana y europea del siglo XX. Al valor de cuya obra hay que sumar el que la novela citada sirviera de inspiración a Rainer Werner Fassbinder para una recreación memorable que figura entre los grandes logros de la producción televisiva del siglo pasado. No es extraño que algunos le crean autor de una sola obra y que su nombre aparezca siempre asociado a esta novela que inauguró un nuevo realismo de naturaleza expresionista; que a su manera, como también hizo Joyce con su Ulises, contribuyó a definir la novela del siglo XX y que tanta influencia ejerció en los pocos años transcurridos desde su publicación (1929) hasta que los bárbaros conquistaron Alemania. El paciente y sufrido lector en castellano ha ido conociendo fragmentariamente la obra de Döblin, como tantas otras, en los últimos treinta años, para ser exactos a partir de 1982, cuando la defenestrada editorial Bruguera lanzó Berlin Alexanderplatz en la excelente traducción de Miguel Sáenz, actualmente disponible en la colección Letras Universales de la editorial Cátedra. En 1989 se publicó Hamlet o el final de la larga noche (Ediciones B), y recientemente hemos conocido su relato Las dos amigas y el envenenamiento (El Acantilado, 2007), que, como gran parte de su obra, debe mucho a los años que Döblin pasó ejerciendo la psiquiatría en el barrio obrero de Alexanderplatz. De él nos llega ahora la primera entrega de la trilogía Noviembre 1918, obra monumental que narra la revolución espartaquista que en esas fechas fue liderada por Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, y cuya edición completa, con traducción de Carlos Fortea, anuncia Edhasa en cuatro volúmenes.
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La trilogía Noviembre 1918 es una de esas aventuras literarias cuya grandeza, apreciable ya al poco de iniciar la lectura, revela a un autor no menos grande, al estilo (sin exagerar) de un Victor Hugo o, por mencionar a otro autor europeo más cercano a nosotros y contemporáneo de Döblin, un Vasili Grossman, narrador también de unos hechos históricos igualmente tocados por la épica, una épica colectiva cuyos héroes, que lo fueron sin darse cuenta, apenas tienen nombre, aunque sí razones, corajes y flaquezas. El conjunto de estos, en la novela de Döblin, viene a ser un completo muestrario de la vida en Alemania al término de la I Guerra Mundial y en época de revolución, muestrario que se nos ofrece a manera de crónica privilegiada, casi periodística (a veces sin casi) en un contexto que ha sido muy estudiado por los libros de Historia, pero que apenas ha tenido cultivadores en la novela. Por la de Döblin transcurren los humillados que han sufrido el dolor de una larga guerra, para quienes el futuro constituye una esperanza y un desafío moral, pero también los conformistas, los arribistas y los malandrines de los que saldrán los traidores de la revolución. En medio de la extensa nómina de personajes ficticios, todos ellos dotados de un aura de realidad, aparecen en algunos pasajes nombres conocidos, como los de Maurice Barrès, el mariscal Foch o Karl Liebknecht, nombres que se integran admirablemente en el flujo continuo, por momentos cinematográfico, de acontecimientos, encuentros y desencuentros, heroísmos y mezquindades individuales del que está compuesto la novela, ese devenir tan emocionante como contradictorio en el que el presente, liberado de golpe de una rutina de siglos, parece improvisarse, decididamente embarcado en el afán de hacerse a sí mismo.

De la breve correría revolucionaria alemana, iniciada en noviembre de 1918 por los marinos amotinados de la flota de Kiel, y que fue finiquitada con violencia en enero del año siguiente por los acuerdos alcanzados entre la socialdemocracia, el dimitido káiser Guillermo II y el ejército, este primer volumen de la serie nos narra los hechos acaecidos en Estrasburgo, capital alsaciana que en virtud de los acuerdos de paz debía pasar a manos de Francia, lo que no impidió que mientras tanto, al socaire de la revolución, se estableciera en ella un efímero soviet de trabajadores y soldados. Döblin describe magistralmente la turbulencia y la confusión del momento, sirviéndose para ello de algunos personajes protagonistas, entre ellos el teniente y filólogo Becker y el dramaturgo Stauffer, y de una multitud de secundarios, abocados unos al exilio ante la inminente llegada de las tropas francesas, prestos otros a saludar esa llegada con entusiasmo, y resueltos, los terceros, a mantener viva la expectativa revolucionaria. El dinamismo del montaje de las sucesivas escenas (por utilizar unos aquí pertinentes términos cinematográficos) nutre a la narración de constantes tensiones que permiten leer el libro como una novela de aventuras, al tiempo que invita a reflexionar acerca del pasado reciente de Europa y de nuestra misma actualidad, por ejemplo en lo concerniente al triste papel histórico desempeñado por la socialdemocracia. Todo ello visto desde la altura de un observador seducido por el vibrante paisaje humano que se le ofrece y que, cual moderno reportero, no duda en bajar a pie de calle para captar conversaciones, gestos, acciones y pensamientos íntimos, revelados sólo en interés del lector.

En un comentario acerca de las técnicas narrativas de Döblin, Walter Muschg, su editor alemán, escribió: “Esa omnisciencia recuerda a Le diable boiteux de Le Sage, la novela aparecida en 1707 del diablo Asmodeo, que muestra a un estudiante los secretos de la ciudad de Madrid, levantando los tejados de los destinos que hierven debajo”. Afirmación que es plenamente aplicable a Burgueses y soldados y a la que podría añadirse que también Goya se sintió atraído por este diablo cojuelo que llevaba por los aires a Don Cleofás en la novela original de Vélez de Guevara, y al que dedicó una de sus célebres pinturas de la Quinta del Sordo. Y no es casual la mención aquí del pintor aragonés, quien dejó testimonio en sus grabados de una muchedumbre humana cuya modernidad está emparentada directamente con los amplios recursos narrativos tan imaginativamente desplegados por Döblin. Que éste fue lo que los manuales llaman un “escritor insobornable” significa en su caso que se abstuvo de seguir las modas del momento, y que concibió cada una de sus obras como si de un banco de pruebas se tratase, pues en cada una era preciso experimentar, inventar, en beneficio del lenguaje literario y de la necesaria inmersión del lector en un escenario determinado, el cual está provisto de su propio dialecto, sus relaciones e intereses, de los cuales puede inferirse un abigarrado conocimiento de la especie humana, con sus glorias y miserias. “Buscó su camino con tozudez y olvido de sí mismo”, escribió el prestigioso crítico Marcel Reich-Ranicki, “como un auténtico demente desbocado entre los escritores de nuestro siglo”.
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Quizá sea esta trilogía, de la que ya disponemos de su primer volumen, el principal acontecimiento editorial español del presente año. Y esto no sólo por el valor literario y a la vez documental de la obra, sino también porque tras su lectura podemos comprender mejor el proceso creativo que conformó esa noble corriente principal que dio lugar a algunos de los mejores productos de la novela moderna, que a John Dos Passos le permitió escribir su Manhattan Transfer y a nuestro Max Aub sus Campos. Y es instructivo que una vez más una iniciativa editorial de tal envergadura corra a cargo de una editorial independiente, pues son éstas, en la delicada coyuntura actual, y mientras oímos las lamentaciones de los grandes grupos editoriales, las que no dejan de demostrar no solamente la viabilidad de esta industria, sino también la conveniencia y hasta la necesidad de que las editoriales se guíen por criterios verdaderamente literarios, ajenos a la tosca y desesperada búsqueda del bestseller que permita cuadrar cuentas a final de año. Razón de más para saludar la aparición de este importante libro que hacía falta y que no hay que dejar pasar.

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