viernes, 16 de marzo de 2012

LECTURA POSIBLE / 40


ERNST JÜNGER, EL REBELDE

Hay autores cuya biografía se adapta como un guante a su época y a las exigencias de la misma. Estuvieron siempre donde debían estar, pensaron como había que pensar y escribieron, en consecuencia, lo que les correspondía escribir, siempre en los límites de lo correcto y de lo fácilmente asimilable. Sus libros se prestan a la perfección a ser envueltos en un bonito papel de regalo, pues hay unanimidad hacia ellos y no molestan a nadie. Entre los autores actuales el caso más significativo de todo lo anterior es posiblemente Mario Vargas Llosa, que fue hace décadas (quién puede negarlo) un magnífico escritor. El ejemplo más extremo de lo contrario en el siglo XX es sin duda el de Ernst Jünger.
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Apenas ahora hemos empezado a entender un poco la ideología de este hombre que en su juventud se sintió fascinado por la guerra, que militó en movimientos nacionalistas y ultraconservadores, que se negó a ser compañero de viaje del nacional-socialismo y que a la vez participó como oficial en la ocupación alemana de París, lo que no le impidió ser uno de los implicados en el atentado contra Hitler de 1944, y que finalmente acabó aficionándose al LSD y a otras sustancias psicodélicas, de lo que dejó constancia en Acercamientos. Drogas y ebriedad, libro en su momento escandaloso, como todos los suyos. Ni siquiera su participación, ya octogenario, en los festejos de la reconciliación franco-alemana de 1984, a los que fue invitado por François Mitterrand, sirvió para hacer de él un personaje del todo presentable, y todavía hoy la sola mención de su nombre en los círculos literarios suscita encendidas controversias. Él es la encarnación de una vieja herida europea que todavía no se ha cerrado.
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Pero quizá lo más extraordinario es que si por una parte nadie se pone de acuerdo acerca de la persona, existe por otra un amplio consenso en lo referido a la obra, de forma que la suya se considera una de las más originales e influyentes del siglo pasado. Bien es cierto que la trayectoria del personaje no ha ayudado desgraciadamente a una mayor difusión de su legado literario (en España sus obras no se reeditan desde hace tiempo), pero también es verdad que la peliaguda “cuestión Jünger” sigue estando entre nosotros de actualidad, amenazando con ponerle de moda en el momento más insospechado. Buena prueba de esto último es la reciente aparición de El hombre de la luna, colección de ensayos acerca de Jünger que fueron escritos por Hans Blumenberg y que el año pasado publicó la editorial Pre-Textos. Pero, dejando a un lado al hombre, la lectura de su obra puede suponer hoy una verdadera revelación, como apreciará el lector que se atreva, por ejemplo, con estas Abejas de cristal.
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El argumento es muy sencillo y se resuelve en unas pocas escenas. En la primera, el capitán Richard, ex oficial de la caballería ligera y ex inspector de tanques, ahora un hombre de vida oscura, empobrecido y sin empleo, busca un trabajo con la ayuda de uno de sus antiguos camaradas, el cual le aconseja presentarse a un magnate de los negocios, Zapparoni. Éste ha hecho fortuna con la fabricación de gran variedad de robots, algunos concebidos como utensilios domésticos, otros como simples objetos de ocio (entre estos últimos figuran los actores de sus films, pues Zapparoni también posee una productora de cine). En la segunda escena, el capitán mantiene una conversación con el propio Zapparoni, el cual le interroga arteramente para al final dejarle a solas en su inmenso jardín, donde tiene lugar la tercera y última escena. Aquí el capitán no tarda en percatarse de que todo lo que le rodea es producto de la industria de Zapparoni, incluyendo las abejas, las cuales están construidas en un material transparente semejante al cristal. El capitán comprende que ha sido abandonado allí para ser puesto a prueba, y que sus reacciones ante los diferentes estímulos que se le presentan están siendo observadas, seguramente con algún dispositivo de visión a distancia. Una última aparición de Zapparoni (al estilo del jurado de un televisivo Gran Hermano) tiene lugar para informar al capitán de que no ha superado la prueba satisfactoriamente.
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En la narración del capitán se insertan un par de episodios del pasado. En el primero se nos muestra la decadencia a la que habían llegado el propio capitán y sus camaradas después de que la caballería fuera sustituida por carros blindados. La segunda se remonta más atrás, hasta un episodio de la infancia en el que el capitán aprendió “el concepto de la autoridad, el de la admiración hacia un jefe por el que uno daría el pellejo”. Este relato, lleno de crueldad y violencia, le sirve al capitán para ilustrar “la perfidia de mi mala estrella”, y también para algo más, pues como todo rito de paso lo que conlleva es una muerte, en este caso la del niño que él mismo fue, y el nacimiento de un adulto que, equivocadamente, creyó poder regir su vida con los valores asumidos entonces.
Este mundo cerrado, este universo opresivo y autosuficiente se despliega a lo largo de poco más de doscientas páginas. El estilo corresponde a lo que cabe esperar de un informe, cuya frialdad y precisión entomológica hacen pensar en Kafka y en el surrealismo. Todo ello permite interpretar la narración como una parábola o una alegoría de enorme riqueza simbólica.
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El libro fue escrito en 1957, cuando el inconformista Jünger trataba de adaptarse a un mundo que, como él bien sabía, ya no era el suyo. Lo primero que sorprende en esta novela es su inquietante atmósfera, que parece apropiada para un relato de ciencia ficción, cosa que sin embargo no es en absoluto. Lo inquietante en ella es que la sociedad que describe se asemeja mucho a nuestro mundo actual. Se trata de una sociedad obsesionada por la seguridad, deshumanizada, competitiva, violenta, gobernada por todopoderosos magnates. En ella la verdadera vida ha sido sustituida por una emulación virtual en la que tanto hombres como animales han sido reducidos a la condición de robots. Al acabar la narración propiamente dicha, nos enteramos de que lo que hemos leído es una conferencia pronunciada por el capitán Richard y que ha sido transcrita con fidelidad por un personaje anónimo. Así sabemos que la conferencia se ha pronunciado en el marco de un Seminario de Historia. En este marco, el relato cobra un valor diferente, convirtiéndose en una narración de carácter autobiográfico y con intención edificante, “un trozo de historia visto a través de un temperamento”, según afirma el transcriptor anónimo. Se sugiere que el capitán Richard es un “espíritu que ha fracasado en la acción”, y que por eso vive ahora de hacer el relato de su vida, es decir, de la sucesión de sus fracasos. El mayor de estos es el siguiente: por mucho tiempo del que dispusiera, incluso en la eternidad, jamás podría compensar lo que había omitido hacer “aquí y ahora”. La historia que compone el cuerpo de la novela pertenece en realidad a un pasado que, como tal, carece del candente interés de lo actual (una materia acerca de la que es posible informarse en archivos y bibliotecas) y que sin embargo conserva su vigencia, pues los conflictos que se palpan en ella no se han resuelto aún.
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Jünger nos plantea en esta novela la dudosa utilidad de la tecnología, cuyo automatismo ubicuo y alienante invade todos los territorios de la vida humana, desde la guerra hasta el ocio. El poder de esta tecnología es tanto más alarmante cuanto que se nos dice que “los niños viven inmersos” en el mundo fantástico de Zapparoni, del que está excluido por definición todo valor ético. La humanidad en parte ya automatizada lo estará totalmente en la próxima generación, sometida como está a la amoral industria y a la tecnología, las cuales se revelan como meras formas de dominación, pero de una dominación superior a todas las conocidas hasta ahora. Pues en efecto el progreso tecnológico no nos hará mejores, ni más libres ni más justos. Más bien al contrario, como demuestra la historia de las guerras, en las que los soldados y los animales (protagonistas de las guerras desde los tiempos homéricos) han sido reemplazados por artefactos mortíferos que pueden dirigirse igualmente sobre ejércitos o sobre civiles.
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En esta novela el molesto Jünger habla a la humanidad de hoy con una clarividencia profética que es imposible encontrar en ningún autor vivo. Y lo hace con humildad, eligiendo para representarse a sí mismo a un fracasado que ha sido excluido de toda acción y que por ello narra, lo que supone toda una visión llena de pesimismo del oficio de escritor: este, en efecto, narra porque ya no puede vivir. Y tampoco al escritor se le concede el privilegio de ofrecer a la humanidad una solución salvadora, pues su función consiste solamente en la mera exposición de los hechos. Mérito exclusivo de él es haber advertido del peligro de la técnica cuando el mundo sabía muy poco de robots y de universos virtuales. En esos universos andamos inmersos nosotros, como los niños de Abejas de cristal.

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