
Y AHORA EL PAÑUELO
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El día 20 de este mes la prensa informó del asesinato y descuartizamiento de una mujer en Fuengirola, cuyos restos, como ya es costumbre, se buscan actualmente en un vertedero. La mujer, de origen ucraniano y naturalizada española, ejercía la prostitución en la provincia de Málaga, y recientemente, después de ultimar algunos complicados trámites legales, había conseguido reunirse con su hijo de diecisiete años. Convertido ahora en huérfano, se ignora sin embargo cuál es el status del menor, si lo tiene; y diversos expertos discuten sesudamente acerca de sus derechos, si los tiene; y de su futuro, si lo tiene.
Las personas responsables en España de la política de inmigración, ya desde hace al menos quince años, no suelen ocultar sus preferencias ni sus aversiones acerca de las diversas calidades del material genético que manipulan en sus obras de ingeniería social. Ellos diseñan la vida de la gente, sus destinos, sus problemas, sus deseos y sus esperanzas con los mismos criterios con los que se seleccionan los materiales que deberán dar por resultado una hermosa lechuga, o una vaca que dé quince litros de leche en lugar de catorce. En sus operaciones, los expertos manejan (apoyándose para ello en principios que consideran científicos) razones de tipo cultural, racial y religioso. Así, por ejemplo, del material genético procedente de los países de la antigua URSS y de sus aledaños se valora positivamente su buena disposición y su facilidad para aprender un nuevo idioma, así como el hecho nada desdeñable de que sus valores culturales (centrados en el dinero) son los mismos que los nuestros. Los norteafricanos, en cambio, reciben una alta valoración en lo relativo a la dedicación al trabajo, aunque tienen el grave inconveniente de su religión y su moral islámica. Es preferible, sin ninguna duda, el material procedente de los depauperados países de América del Sur, que comparten con nosotros idioma y religión, es decir, que han renunciado ya a toda moral, y que además se prestan mejor que otros a la invisibilidad, exigencia común que nuestra sociedad impone a los recién llegados.
Que una ucraniana pueda acabar descuartizada en un vertedero, como una española cualquiera, y que el hecho sea reseñado por la prensa, no demuestra sino la calidad y el alto nivel de integración de este material genético importado del Este, al contrario de lo que sucede con otros materiales defectuosos (en origen) que deben ser desechados casi en el instante mismo de su llegada, de lo que son prueba elocuente grandes centros de internamiento al aire libre como la llamada Colonia Marconi (también ha sido noticia estos días), que de su pasado industrial conserva sólo el nombre y que ahora es según la policía el “mayor prostíbulo de Europa”. Del presente y el futuro de ese material desechable, en gran parte de origen subsahariano, no se sabe absolutamente nada, ni siquiera si acaba o no en algún vertedero, lo que sin duda es consecuencia de su inadaptación.
Un buen material importado es aquél que trabaja, cuando hay trabajo, sin cuestionar sus condiciones laborales, que paga sus impuestos, que no vota (pues no tiene derecho a hacerlo) y que sobre todo, lo mismo en época de abundancia que de escasez, no tiene la pretensión de mostrarse, y por tanto no circula por nuestras bonitas calles comerciales, no tiene su vivienda (o lo que sea) cerca de la nuestra, no se sienta en los bancos de nuestros escasos parques ni frecuenta nuestros bares, cines o teatros. Que hasta el material importado de mayor calidad caiga enfermo de vez en cuando y que además aspire a que sus hijos reciban alguna educación, en perjuicio, claro está, de nuestra sanidad y nuestro sistema educativo, demuestra que no es posible pedir peras al olmo, y que los procedimientos de importación son mejorables. Los expertos ya están trabajando (con el rigor habitual en ellos) en este necesario mejoramiento, de lo que es testimonio el folleto que el PP ha distribuido hace unos días en Badalona, donde se lee sencillamente que “no queremos rumanos”. Es cierto que de momento la consigna parece algo tímida (¿por qué los rumanos precisamente?, ¿quiere decir eso que sí queremos marroquíes?), pero debemos conceder un mínimo de confianza a los expertos, ya que en esto, como en todo, lo difícil es empezar.
Y en medio de todo eso a una chica de Pozuelo se le ocurre ir al instituto cubierta con un pañuelo, lo que motiva que se la mande a casa y se abra naturalmente un amplio debate mediático que, según ha anunciado el Gobierno, culminará en una ley que regulará el uso de tales prendas en lugares públicos. Es lógico que sea así, pues ni el paro, ni la corrupción política, ni la enseñanza pública, ni los servicios sociales, ni la administración de justicia, ni los fraudes bancarios a Hacienda, ni la destrucción de las cajas de ahorro, ni ninguna otra cosa, en resumen, merece la atención inmediata del Gobierno. Excepto el pañuelo. Resulta curioso que esta modesta prenda que en algunos países islámicos se utiliza hoy para dotar de invisibilidad a las mujeres, sirva aquí justo para lo contrario: para ponerlas en el campo de tiro mediático, e incluso para que la polvorienta y oxidada maquinaria legislativa se ponga en marcha. Miles de mujeres se han hecho así visibles de repente, aunque no tanto como para que nos demos por enterados de que ellas friegan nuestros inodoros y realizan otras tareas propias de su condición, ¿qué necesidad tenemos de saber eso? En sus países de origen la tez blanca es atributo indispensable de la belleza femenina, según dicen ellas. Y además, no ya el pañuelo, sino incluso algo mucho peor: el velo resulta aconsejable cuando se acude a alguna cita amorosa. El pudor de lo que permanece oculto, y su misterio, provoca nuestro escándalo, cosa que no sucede ante la visión de nuestras Colonias Marconis y sus vertederos adyacentes, seguramente porque en ellos no hay ningún misterio. Algunos retroprogres no se andan con rodeos y ya anuncian la total prohibición del dichoso pañuelo y de cualquier otra prenda discriminatoria, ya sea visible o invisible, no por motivos raciales o xenófobos, faltaría más, sino para salvaguardar los derechos de las interesadas (pues ellas, pobrecillas, desconocen sus derechos, y ni siquiera saben si la ropa que llevan la llevan por voluntad propia o no). ¿Prohibirán a continuación el tanga, o por el contrario se lanzarán con toda su furia hacia la discriminatoria minifalda? Como por otra parte la estupidez es previsible, ya podemos permitirnos anunciar que la futura ley antipañuelo será la comidilla de los próximos meses. Y también que el PP, que juzgará la ley “tardía e insuficiente”, no estará de acuerdo.