
UN COFRE MÁGICO
En su Oda a Nightingale, John Keats habla de los cofres mágicos que contienen los momentos que dan sentido a nuestra vida; esos tesoros están ahí bien guardados, listos para deparar consuelo, o nostalgia. En otro lugar, Keats describe el encantamiento causado por el ser amado como un himno que con el tiempo acaba enmudeciendo, cuyo sonido, sin embargo, uno quisiera que perdurase: “¿Fuiste una visión, o te soñé despierto? / Siga tu música, y yo te seguiré soñando”. Las mismas palabras podrían aplicarse a algunos libros, en especial a aquéllos que una vez nos deslumbraron y a los que a veces volvemos, abriendo sus tapas como si abriésemos un bello recuerdo.
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Es, o así me parece, inevitable evocar estos cofres de Keats cuando uno empieza a pasearse, o a pasmarse, por las páginas de Manuscrito encontrado en Zaragoza, obra cuyo desconocimiento no tiene excusa y de la que disponemos en castellano de dos ediciones igualmente recomendables (Pre-Textos y Valdemar). Por tratarse de un libro que ha tenido una difusión más que azarosa, el Manuscrito es hoy uno de esos raros y sabrosos descubrimientos que todavía podemos hacer en la edad adulta, lo que nos permite casi, puede decirse sin exageración, disfrutar de él como si nos asomáramos por primera vez al placer de la lectura. ¿Cómo es posible que este libro no haya alcanzado la fama universal que sí tienen Las mil y una noches o El Decamerón, con los que está emparentado por muchas razones?
Es, o así me parece, inevitable evocar estos cofres de Keats cuando uno empieza a pasearse, o a pasmarse, por las páginas de Manuscrito encontrado en Zaragoza, obra cuyo desconocimiento no tiene excusa y de la que disponemos en castellano de dos ediciones igualmente recomendables (Pre-Textos y Valdemar). Por tratarse de un libro que ha tenido una difusión más que azarosa, el Manuscrito es hoy uno de esos raros y sabrosos descubrimientos que todavía podemos hacer en la edad adulta, lo que nos permite casi, puede decirse sin exageración, disfrutar de él como si nos asomáramos por primera vez al placer de la lectura. ¿Cómo es posible que este libro no haya alcanzado la fama universal que sí tienen Las mil y una noches o El Decamerón, con los que está emparentado por muchas razones?
Jan Potocki (1761-1815) fue un aristócrata polaco de origen judío nacido en Podolia, hoy Ucrania, y que recibió una excelente formación en la lengua internacional de la nobleza de su época: el francés. Capitán del Ejército polaco, masón, hombre de gran curiosidad y amplia cultura, el conde Potocki tuvo a bien consagrar la mayor parte de su existencia al viaje. Así, ha podido describirse la suya como “la vida errabunda de un cosmopolita ilustrado”. Pero sus viajes, tras abandonar la carrera de las armas, constituyeron para él mucho más que el pasatiempo de un aristócrata ocioso. Profundamente interesado por las entonces nacientes ciencias de la antropología y la etnología, visitó Marruecos, Túnez, Sicilia, España, Turquía, Egipto y Mongolia, familiarizándose en cada uno de esos lugares con las lenguas, costumbres y creencias de sus habitantes. Instalado en París, no tardó en escribir algunos libros de viajes, un Ensayo sobre la historia universal (1789) e incluso una opereta: Los gitanos de Andalucía, que se estrenó en el castillo de Enrique de Prusia en 1794.
Potocki empezó a trabajar en el Manuscrito en 1797, y siguió añadiéndole nuevos capítulos hasta poco antes de su muerte. El autor llegó a ver impresos algunos fragmentos, en 1805 en San Petersburgo, en 1809 en Leipzig y en 1813 en París, pero moriría sin conocer una edición completa de la obra, a la que sucedieron inmediatamente numerosas ediciones espurias, además de escándalos y pleitos judiciales, con lo que el Manuscrito acabó apareciendo al público europeo rodeado de una aureola de fama, misterio y escándalo. A todo esto habría que añadir la censura que en diversas épocas y lugares se cebó sobre el espíritu libre y volteriano de Potocki. Éste, además de lo dicho, fue también un estudioso de la cábala, lo que ha dado pie a que en la estructura laberíntica del Manuscrito se quisieran ver intenciones ocultas, sugerencias inquietantes y turbios enigmas. Esto último puede ser todavía hoy motivo de estudio, pero no suma ni resta nada a las sorprendentes virtudes literarias de la obra, pieza única de un género que empieza y termina con ella, que tiene un pie en la Ilustración y otro en el Romanticismo, pero que pone su horizonte mucho más allá (o más acá), habiéndose constituido en referencia obligada para la novela moderna y en especial para diversos experimentos literarios del siglo pasado. En parte, sin embargo, el descubrimiento de su modernidad, como ha ocurrido otras veces, se debe al cine.
El director polaco Wojciech Jerzy Has, que había estudiado junto a Andrzej Wajda en la Academia de Bellas Artes de Cracovia (donde también estudiaría Roman Polanski) adaptó el Manuscrito en 1965. La banda sonora fue encargada a Krzystof Penderecki, y en el film participaron algunos de los mejores técnicos y artistas del por entonces pujante cine polaco. La película, que estaba basada sólo en una parte del Manuscrito, sufriría diversas mutilaciones antes de que pudiera estrenarse íntegra en 1997, gracias a la intervención de Martin Scorsese y Francis Ford Coppola. Esta copia original de más de tres horas, que estuvo perdida, ha podido verse recientemente en la Filmoteca Nacional.
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La película de Has es sin duda otro cofre mágico que tiene para el público español el atractivo añadido de ser una de las más imaginativas reconstrucciones cinematográficas que se han hecho de nuestro siglo XVIII. Y sin embargo, aunque sólo sea porque está basado en menos de la tercera parte de la novela, el conocimiento del film no da más que una idea palidísima y deficiente de las maravillas que se encuentran en ésta, por mucho que sus más de ochocientas páginas se acaben demasiado pronto.
Lo que Potocki nos cuenta es la historia (o leyenda) de Alfonso van Worden, capitán de la Guardia Valona que debe llegar a Madrid para ponerse al servicio de Felipe V. Retenido en Sierra Morena por circunstancias reales o imaginarias, el capitán encontrará a diversos personajes que le narrarán sus historias y las de otros personajes desconocidos, envolviéndole en una especie de telaraña espacio-temporal sin salida posible. Y es en esa variedad de historias donde se ponen de manifiesto la cultura, la inventiva y la ironía de Potocki, quien termina por ofrecernos una vasta visión del mundo, en la que nada es lo que parece y en la que la vida adopta la forma de un relato universal: todo lo vivo cuenta una historia, parece decirnos el autor; y todos somos parte de la misma historia.
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Inclasificable, el Manuscrito encontrado en Zaragoza está lleno, por supuesto, del Siglo de las Luces, pero también de la penumbra romántica que estaba a la vuelta de la esquina, de lo que Goethe llamaría “sueño y verdad”; y lleno incluso de una fuerza visionaria que traslada el concepto mismo de novela a nuestro presente (¿será la obra de Potocki una de las fuentes de las que habrá que beber en nuestro siglo y en los futuros?). Libro de libros, cargado de aventuras, misterio, erotismo, filosofía, humor, Historia, magia, y quién sabe de qué más, el Manuscrito es de esos fenómenos inagotables que se disfrutan con una sonrisa cómplice, y que restauran nuestra confianza (de la que tan necesitados estamos) en la literatura y en la vida.
Inclasificable, el Manuscrito encontrado en Zaragoza está lleno, por supuesto, del Siglo de las Luces, pero también de la penumbra romántica que estaba a la vuelta de la esquina, de lo que Goethe llamaría “sueño y verdad”; y lleno incluso de una fuerza visionaria que traslada el concepto mismo de novela a nuestro presente (¿será la obra de Potocki una de las fuentes de las que habrá que beber en nuestro siglo y en los futuros?). Libro de libros, cargado de aventuras, misterio, erotismo, filosofía, humor, Historia, magia, y quién sabe de qué más, el Manuscrito es de esos fenómenos inagotables que se disfrutan con una sonrisa cómplice, y que restauran nuestra confianza (de la que tan necesitados estamos) en la literatura y en la vida.