domingo, 22 de mayo de 2011

DISPARATES / 20


2011: LA CONQUISTA DEL ESPACIO

El sitio, el lugar, el territorio, no nos engañemos, no es nuestro. Y al decir nuestro me refiero a los bípedos y cuadrúpedos en general, pues otra cosa son las aves, esas alimañas que están dotadas del don sorprendente de volar. Veamos si tengo razón o no: en las comunidades urbanizadas en las que vivimos existe lo que suele llamarse «espacios comunes», por ejemplo un patio, una escalera, o algo por el estilo. Dichos espacios están sometidos a una regulación de la que participan un presidente, un administrador, una así llamada «junta de vecinos» a la que van cuatro, que además son siempre los mismos. Como es natural, esos cuatro están aburridos, desconfían y siempre se quejan del perro de un vecino, el cual (el vecino) no ha ido a la junta, un canalón roto, un interruptor que no funciona, una gotera misteriosa, y así. En general, se diría que lo común es por naturaleza un problema o algo que por definición se problematiza, en contraste con la aparente y secreta armonía que supuestamente reina de puertas adentro, en lo privado. Y no digamos cuando en el espacio común hay una piscina o algún otro complemento deportivo. Entonces, a las reglas habituales, hay que añadir ciertas ordenanzas de seguridad en las que interviene un socorrista y alguna ignota legislación autonómica o mundial de la que sólo está al corriente cierto vecino que es juez o abogado o procurador, en fin, alguien que ha tenido tiempo de familiarizarse con los intrincados misterios de toda comunidad.

Pero sucede que lo privado tampoco es nuestro, o no todo. Ahí están los infernales artefactos repletos de informadores, tertulianos y otra fauna silvestre que nos invaden con sus tonterías, cuando no con sus estupideces, y que en virtud de una malsana costumbre se han constitudo hace tiempo en lo que podríamos llamar «ruido de fondo», ruido con el cual vivimos, y lo que es peor: sin el que no podríamos vivir, pues como es bien sabido resulta facilísimo encender uno de tales artefactos, pero casi imposible apagarlo. Ellos ocupan nuestro territorio privado, al que no llegan el presidente de la comunidad ni el administrador de la misma, ni el socorrista, ni el vecino, ni siquiera el perro. Ni falta que hace: pues el vigilante está en casa.

Al ocupar nuestro espacio, lo usurpan, pero si salimos al exterior la cosa empeora. En tiempos remotos (yo los recuerdo) había en las ciudades lugares comunes en los que retozaban por igual, y gratuitamente, muchachos y muchachas, vecinos, pensionistas y perros. Tal cosa ocurría sin vigilancia ni castigo visible. Los lugares en los que reinaba tal promiscuidad recibían el absurdo nombre de «parques», y su pavimento solía consistir en esa cosa primitiva llamada «tierra», elemento barato que no cotizaba en Bolsa, que no rendía beneficios a nadie y que se resistía obstinadamente a toda forma posible e imposible de especulación. En esos espacios pululaban árboles, triciclos y otros vehículos sin motor, y además fuentes. Obviamente, eran tiempos en que la especie humana no estaba muy civilizada, al contrario que ahora.

Por fortuna hemos evolucionado, y hoy, conscientes como estamos de que lo común es un problema, hemos decidido privatizarlo. Si lo pensáramos bien, nos quedaríamos pasmados ante la asombrosa cantidad de regulaciones, prohibiciones y ordenanzas a que está sometido el espacio público, cualquier espacio, sobre el cual parece haber caído de golpe la culpa de no se sabe qué pecado original, mancha que sólo puede lavarse sometiendo tal espacio a una disciplina feroz, como en los tiempos de los descubrimientos ocurría con los espacios de los paganos, que debían ser sometidos al orden por la violencia, lo que implicaba destruir mezquitas, sinagogas, templos aztecas y otros edificios de herejes, a fin de construir en su lugar, en beneficio del orden y de la verdadera doctrina, hermosas y homologadas catedrales.

Así ocurre hoy. El pagano y miserable metro cúbico de territorio, constituido por estólida tierra, debe ser horadado, perforado y taladrado por toda clase de torturantes e inquisitoriales instrumentos mecánicos, a fin de elevarlo a la venerable condición de «terreno urbanizado», en el cual se insertan tubos, conductos y cañerías, de los cuales se benefician varias compañías telefónicas, eléctricas, internáuticas, del gas y del agua privada o privatizable, por no hablar de los aparcamientos subterráneos y de los vistosos centros comerciales que coronan, con su correspondiente Mcdonald, todo el invento, a la manera de tartas de boda o de modernas catedrales que bendicen la tierra tras su doloroso y necesario martirio. El dinero (que se embolsan ellos) santifica la triste e inútil existencia de este metro cúbico de tierra (que es, o mejor dicho: que era nuestro). El espacio concedido generosamente a las personas en estos nuevos territorios está sometido a estrictas regulaciones que superan con mucho a las de los tradicionales y caducos espacios públicos, con los que nadie hacía negocio. Uno se mueve con precaución sobre baldosas de granito o de ilusorio mármol, atraviesa pérfidos túneles, sombríos pasadizos, inmundas escaleras mecánicas, para desembocar al fin ante un iluminado escaparate, ya que es preciso comprar algo. ¿Cabe concebir mayor progreso para la especie humana?

Pues sí. En estos días ocurre en nuestro país algo que hace sólo dos semanas era del todo inimaginable, a saber: que en las plazas públicas hay gente. Resulta de pronto que lo común no es ya un problema, pues las personas saben organizarse; que el convivir al aire libre es una actividad grata y además gozosa, y que las reglas necesarias para tal conviviencia pueden ser dictadas y asumidas libre y voluntariamente, sin la intervención de entidades abstractas, como presidentes, administradores y socorristas. Ni siquiera había un rey. Confieso que hasta he visto a varios cuadrúpedos confraternizando entre sí, olisqueándose sus partes de la manera más razonable. Estas actividades lúdicas suceden en la superficie, ya que donde antes había un espacio neoliberal hay ahora uno social; son visibles, públicas, pacíficas y notorias, y su ejemplar realización carece totalmente de maquinaria pesada. Pero no es sólo eso, pues tal convivencia no tiene el fin del enriquecimiento, y de hecho no tiene ningún fin, pues consiste nada más que en intercambiar, expresar, escuchar, comprender y crear. Se me antoja que nunca había visto tantos seres humanos como en estos días.

¿Será esto la democracia? La nuestra es una especie bella e inteligente, y promete, aunque tantos años de miseria moral nos habían llevado a dar por seguro justo lo contrario. Veo que hay personas que vienen en tren o en autobús, y la mayoría a pie. Y sonríen. Los que creyeron que ellos y sólo ellos eran la democracia, y que sin su santa figura, sin su vigilancia y su castigo, el mundo se convertiría en un caos, parecen haberse desvanecido estos días en el aire. No los necesitamos. Deben de estar reconcomiéndose en algún oscuro escondite subterráneo, pues sus encanallados cerebros no pueden concebir algo tan nuevo y alegre. Y es que son el pasado, como quizá algunos de ellos hayan llegado a comprender. Cierto es que un pasado que todavía se prolongará, pero no por ello dejará de ser pasado, como es pasado el simpático fantasma que habita una casa que será reformada. Y sin embargo sucede que estas cosas no son precisamente nuevas, pues de la democracia ciudadana ya teníamos noticia por los escritos de Platón y otros sabios semejantes. Por ellos sabíamos (aunque lo habíamos olvidado) que la ciudadanía es un derecho que se ejerce en la plaza. Con este conocimiento, felizmente recobrado, reinstauramos en el espacio su naturaleza pública, confiada y saludable, y somos devueltos a la esperanzada y esperanzadora especie humana. Soñad un momento, sabios, pues nunca unos indignados habían dado tantas lecciones de dignidad.

4 comentarios:

  1. Habrá que disfrutar de el momento presente cuando se ofrece una nueva perspectiva para la justicia social. Es interesante disfrutar del ahora y trabajar para ver hasta donde se puede llegar para trazar una utopía. No esta de mas ver como los de Attac se van adelantando con su propuestas es interesante para buscar un nuevo diseño social.

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  2. Sí, sobre esto último que dices, no hay duda de que Attac es uno de los sitios de referencia. Desde luego no es el ideal para tener una impresión general de lo que está pasando en el momento (para eso hay muchos sitios en las redes sociales), pero sí lo es por la calidad de la reflexión y por la variedad de las propuestas. Dejo aquí el enlace por si acaso, aunque creo que a estas alturas ya lo conoce todo el mundo:
    http://www.attac.es/
    Un saludo.

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  3. ¿Quién hará las leyes que hagan justicia? ¿Quien hará los presupuestos que repartan la riqueza? ¿Quién dictará las normas que protejan a los débiles? ¿Quién hará los presupuestos de mi pueblo? ¿Quién transformará las ideas y los buenos propósitos en propuestas políticas?¿¿PPSOE? ¿IU? ¿UPyD? ¿Un nuevo partido:15M, DRY? ¿Iñaki Gabilondo?...

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  4. Ufff... De verdad espero que este movimiento no acabe convirtiéndose en un nuevo partido. Y lo llamo movimiento porque es eso y en mi opinión no debería pretender ser otra cosa. Un movimiento ciudadano que hace reclamaciones, que por cierto son socialdemócratas, ya que la socialdemocracia en este país ha renunciado hace tiempo a merecer ese nombre. La gente en las plazas sustituye a la socialdemocracia inexistente en las instituciones.

    Tal vez la "revolución" de la que hablan ahora consista en que estos partidos socialistas de España, de Grecia, de Italia, de Portugal, etc., se hagan cargo de una vez de estas reclamaciones ciudadanas, y esto por una razón muy sencilla: por necesidad, es decir, por dos necesidades.

    En primer lugar porque estos países, que son diferentes al norte de Europa, deben tener un futuro, y visto lo visto sólo pueden tenerlo si ponen alguna distancia con respecto al neoliberalismo que viene desde allí.

    Y en segundo lugar en interés de los propios partidos socialistas, que si no espabilan acabarán por perder totalmente a su electorado.

    Yo lo veo así. Lo que no es posible es que en un país en el que hay graves deficiencias sociales y en el que gobierna la "izquierda" se haga lo que ordena el FMI, porque entonces la gente llega a la conclusión de que da lo mismo votar a uno que a otro... o no votar. Y con razón.

    De IU no digo nada porque con la ley electoral que tenemos ya sabemos lo que pasa. Pero también debería aprender de todo esto, al menos en una cosa: ¿se han enterado los de IU de lo que se puede hacer sin medios de comunicación, sólo empleando con inteligencia las redes sociales? Deberían. Pero claro, hay que tener algo que decir, tenerlo claro, y saber decirlo. Cosas que por el momento no ocurren en IU.

    Y Gabilondo... ¡dice lo mismo que yo! Y aquí está la prueba.

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