miércoles, 14 de septiembre de 2011

MÚSICA NOCTURNA / 9



ADOLFO SALAZAR Y LA EDAD DE PLATA (I)

OBRA Y ENTORNO

Alejo Carpentier, en cuya amplia cultura ocupaba un lugar destacado la música, reconoció en un artículo la pérdida que para Latinoamérica supuso la muerte de Adolfo Salazar en 1958. Con él, con Salazar, habría de polemizar el escritor cubano en uno de sus libros más apasionantes y a la vez menos conocidos, El músico que llevo dentro, que venía a ser el compendio de toda una vida vivida entre la literatura y la música, entre el gran escritor que fue y el músico que no llegó a ser. En el momento de su muerte Adolfo Salazar llevaba ya casi dos décadas lejos de su país, y el artículo de Carpentier fue uno de los escasos ecos que ésta despertó en el continente que lo había adoptado. Casi desaparecido en esos últimos años de la escena pública, Adolfo Salazar era un olvidado en México como también lo era desde hacía tiempo en su originaria y desmemoriada España, lo que ha venido a ser por desgracia una constante, a veces irreparable, entre esa comunidad que encarnó lo mejor de la cultura española en las primeras décadas del siglo pasado y que debió continuar su obra, cuando pudo, en el exilio.

Si el madrileño Adolfo Salazar fue alumno de Manuel de Falla y de Maurice Ravel; si entre 1918 y 1936 se encargó de la crítica musical en el diario El Sol y fue el fundador de la Sociedad Nacional de Música, desde la que realizó una importante labor de difusión de la música contemporánea; y si en el exilio fue profesor del Conservatorio Nacional y del Colegio de México, es porque Salazar, como Carpentier, sintió una inclinación por la música que iba más allá de su pasión intelectual, una de esas vocaciones que tienen que ver con la naturaleza y no con la razón, y que en el caso de Salazar pudo plasmarse en la composición de música sinfónica y de cámara, y también de canciones. La dedicación musical de Salazar tenía un doble sentido (triple, si incluimos su actividadd creadora) que hizo de él una rareza en nuestra cultura: por un lado estaba decidido a pensar la música, pero por otro, también, a renovarla. Si hoy le recordamos es por su ingente contribución al estudio de la música en España, de lo que dejó constancia en diversos títulos que conservan plena vigencia: La música moderna (1944), La música en la sociedad europea (1942-1946) y La música en España (1953), obras que constituyen el primer intento sistemático de creación de una verdadera musicología y de una historia de la música en español, ciencias ambas que él elevó a una categoría equiparable a la ya existente en otras lenguas europeas.

La comprensión que Salazar tenía de las estructuras musicales se asienta sobre los tres ámbitos en los que se ha desarrollado la cultura de Occidente: el templo, el teatro y el pueblo. Desde esta perspectiva la historia de la música, la de su evolución y sus logros, es inseparable del contexto social en el que se produce, convirtiéndose en la forma de expresión más genuina de una sociedad, de la manera en que ésta se ve a sí misma, de sus conflictos y de sus aspiraciones. Hay, naturalmente, una fuerte raíz popular en esta visión de la música no sólo como arte sino también como necesidad social, lo que constituye su gran originalidad, y no es extraño que las ideas de Salazar prosperasen en un ambiente musical como el suyo, dominado por la genialidad de Manuel de Falla, y en el que estaba muy presente la poesía, la de la generación del 27 y la de todo ese conglomerado al que José Carlos Mainer llamó con fortuna “La Edad de Plata”. Que dicho período fuera particularmente pujante en la literatura no debe hacernos olvidar que también la música participó de las mismas ansias de modernidad, lo que tendría que haber dado lugar a una renovación del lenguaje musical que se nutriría de las vanguardias europeas, y la cual fue frustrada por la guerra.

El libro Música y cultura en la Edad de Plata, 1915-1939 reúne contribuciones de diversos investigadores, los cuales tomaron parte en el Seminario Internacional Complutense que se celebró hace tres años con motivo del cincuentenario de la muerte de Salazar. La primera sección está dedicada al estudio de los aspectos ideológicos de la Edad de Plata, con especial atención a la llamada “razón poética” que caracterizó el período y en la que desempeñaron un papel fundamental autores como María Zambrano y Gerardo Diego. En la segunda sección se considera la obra de Salazar y de otros intelectuales de su generación que ejercieron la crítica o reflexionaron acerca de la música y de la función de ésta en la sociedad de su tiempo. La creación musical propiamente dicha ocupa la tercera sección.

Hay en este volumen abundantes referencias a ciertos lugares, personas, hechos y experiencias recurrentes que conmovieron a sus protagonistas y que tuvieron un papel principal en el despliegue de la cultura española de la época: la Residencia de Estudiantes, el folclore, la influencia francesa o el cine, por poner unos ejemplos. Y por supuesto la poesía, que se reunió con la música de forma ejemplar en la persona de otro discípulo de Falla: García Lorca. Por sus páginas desfilan Carmen Barradas, Antonio José, Julián Bautista y los hermanos Ernesto y Rodolfo Halffter. Y junto a las historias bien conocidas de los autores que pusieron su nombre a aquella generación, también aparece aquí y allá alguna que otra pequeña historia que sólo estamos empezando a conocer ahora, como es el caso de la de María Teresa Prieto, compositora asturiana, otra transterrada en México que gozó de la protección y la amistad de Carlos Chávez, igual que Salazar; o como la del comandante Gustavo Durán, compositor que puso música a poemas de Alberti, al que la guerra convirtió con sólo treinta años en teniente coronel del XX Cuerpo del Ejército y que más tarde, exiliado en La Habana, se convirtió en amigo íntimo de Ernest Hemingway, quien lo incluyó en Por quién doblan las campanas (de Gustavo Durán existe una moderna biografía a cargo de Javier Juárez: Comandante Durán. Leyenda y tragedia de un intelectual en armas, Debate, 2009).

Entre los perjuicios que la Guerra Civil trajo a España, uno de los mayores es el de la pérdida de una parte no menor de su cultura, una cultura que venía revitalizándose desde unas décadas atrás y que, roto su contacto con el país que le dio origen, sólo pudo dar sus frutos en el exilio. Frutos exóticos a decir verdad que hoy en el mejor de los casos centran la atención de los estudiosos, como sucede con el libro que comentamos, pero que difícilmente podrán ser asimilados por nuestra sociedad actual, para la que esa actividad creativa y crítica resulta ya más que lejana. Lo que no niega, sino todo lo contrario, la utilidad de investigaciones como las presentes, obra de especialistas todos ellos hijos o nietos intelectuales de Adolfo Salazar y de otros que pensaron nuestra música y nuestra cultura. Que la deseada y deseable normalización cultural tras la dictadura no ha tenido lugar lo prueba el hecho lamentable de que gran parte de la música a la que se alude en el libro es totalmente desconocida para nosotros, y está tan ausente de los estudios de grabación como de las salas de concierto. Triste balance, por ahora, para uno de los momentos más brillantes de nuestra historia reciente.

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