martes, 7 de agosto de 2012

LECTURA POSIBLE / 70


Una portada del San Francisco Examiner,
periódico propiedad de William
Randolph Hearst (1912)
HENRY JAMES, LA PRENSA Y LA LIBRE OPINIÓN

Henry James había pasado seis años en Europa cuando, a finales de octubre de 1881, llegó a Boston para visitar a sus padres y a su hermana Alice. En los meses siguientes, James pasará una temporada en casa de un amigo, en Nueva York, y hará una excursión en tren que le llevará hasta la capital del país, en la que curiosamente no había estado antes. Washington, y en especial el Capitolio, causaron en el escritor impresiones contradictorias. En principio la ciudad se le antojó deprimente y repulsiva, y concretamente el edificio principal de la Administración de Estados Unidos pareció encarnar durante algún tiempo los sentimientos encontrados que James tenía hacia su país natal. Más tarde escribiría acerca del carácter democrático de aquel blanco edificio neocolonial que no carecía de cierta grandeza; que, a diferencia de los aristocráticos palacios europeos, no daba la impresión de querer imponerse al visitante por medio de una especie de majestad administrativa y en el que en lugar de guardias con uniformes vistosos y criados con librea había (en todos los rincones) escupideras. La idea de poder que se advertía allí no resultaba amenazadora, o apenas, y en cambio se caracterizaba por una ingenua y casi candorosa vulgaridad. James se lamentó sin embargo de que la nueva, floreciente y democrática nación hubiera elegido para la sede de su gobierno y de su soberanía una arquitectura colonial que no sólo evocaba, sino que además mostraba una no disimulada nostalgia, de la rancia, corrupta y clasista Europa. Aparte de eso, en su diario y su correspondencia de esos meses James mostró su inquietud acerca del surgimiento en Estados Unidos de una oligarquía adinerada: “Para lo que no estaba preparado era para el considerable sentimiento aristocrático que repta bajo esta sencillez republicana”.

En la época de que hablamos Henry James ya era un escritor de cierta fama, alcanzada sobre todo por obras como Daisy Miller y Los europeos. Lo mejor de su producción, sin embargo, estaba por llegar, y de hecho estos años son de dudas y oscilaciones en la mente del autor neoyorkino. Dudas acerca de su propio estilo literario, que había empezado siendo realista por influencia de Balzac y en el que entonces empezaba a forjarse una nueva visión del mundo más psicológica e interiorizada, que exigiría nuevos procedimientos narrativos y que acabaría por hacer de él uno de los fundadores de la novela moderna. Pero también, y principalmente, dudas acerca de sí mismo, que se centraban en la cuestión de dónde establecerse. James, en efecto, se sentía atraído por la decadente Europa, tenía la sospecha de que el Viejo Continente le proporcionaría las experiencias que su obra literaria requería, y en algunos momentos de desánimo, durante el viaje por Estados Unidos que comentábamos más arriba, le asaltaba la convicción de que en su joven y pujante patria “no tenía nada que hacer”. Producto de las anotaciones hechas durante ese viaje es un relato que no alcanza las cien páginas y que pese a su brevedad y a la aparente modestia de sus intenciones anuncia ya el giro posterior de su obra.

El punto de vista, título del mismo, se publicó en 1882 en la Century Magazine. Pocas veces tan exiguas páginas habrán sido tan decisivas en la trayectoria de un escritor, ni habrán tenido consecuencias tan duraderas en la historia de la literatura. El librito, por lo demás, no responde a ningún modelo conocido, y ni siquiera llega a constituir un relato, siendo más bien el esbozo de una obra futura. Ésta vendría a ser nada menos que la totalidad de lo que a James le quedaba por escribir. Entre nosotros ha sido publicado por La Compañía (2010). La narración, por así llamarla, está redactada en forma epistolar y empieza a bordo del barco que lleva a Aurora Church a América. Aurora, que se ha educado en Francia, va a conocer por primera vez su país en compañía de su madre. La joven está en edad de casarse, lo que le resulta imposible en Europa ya que carece de dote. En la democrática América espera no tropezar con semejante impedimento, pero la verdad es que Aurora no tiene ninguna prisa por casarse (apenas hace caso a los dos pretendientes con los que se encuentra en el barco) y más bien se siente atraída por la perspectiva de vivir unos meses “a la americana”, es decir, más libremente que en Europa, aunque deba estar bajo la tutela de su madre, quien opina con razón que la muchacha es demasiado americana para los europeos y demasiado europea para los americanos. De este modo expresaba James sus dudas acerca de su propia situación personal. Lo que parece que va ser un relato de tipo romántico no exento de humorismo se convierte de pronto en algo totalmente distinto, y las otras cartas que componen la obra son mayormente de personajes que poco o nada tienen que ver con la historia de Aurora. La narración, una vez abortada, se convierte en una polémica acerca de las distintas identidades de Europa y Estados Unidos.

Uno de los asuntos debatidos por los personajes es la diferente naturaleza de la prensa a uno y otro lado del océano, tema que por otra parte volvería a aparecer de manera recurrente en la obra futura de James, por ejemplo en su relato Los diarios. Es en el contexto de esta confrontación entre lo europeo y lo americano donde James fustiga a la prensa de su país, una prensa que ha creado la ilusión de que cualquier lector de periódicos puede formarse libremente un criterio propio sobre literalmente cualquier asunto. La libertad periodística daría pie a una sociedad de lectores bien informados y capaces de formar libremente su propia opinión. La realidad era algo diferente, y de hecho el acaparamiento de la propiedad de los periódicos por dos o tres magnates acarreaba lo contrario: la opinión desaparecía por completo, siendo sustituida por un extenso repertorio de ideas fijas, en su mayor parte tan pueriles como infundadas, que debían mantener al lector en la más profunda ignorancia acerca de los temas sobre los que se creía con derecho a opinar. “En América no hay conversación”, nos dice un personaje, lo que trae a nuestra memoria una frase escrita por Arthur Schnitzler en la misma época tras su accidental (e indignada) lectura de un catecismo cristiano: “Todo dogma de fe me impone rechazo, es más, me parece inopinable en el pleno sentido de la palabra”. En realidad, viene a decirnos James, lo que venden los periódicos es la falsa creencia de que el lector sabe algo, lo que puede servir para inflar un poco su ego, y para fortalecer una línea que no es de opinión, sino de dogma, y que ya ha sido prefigurada de antemano. La prensa no vende noticias, sino autoestima.

Junto a los graves temas de actualidad política y económica, nos advierte otro personaje, un francés, nos enteramos de golpe de que “Miss Susan Green tiene la nariz más larga del Oeste de Nueva York”. Y añade: “Los entretenimientos, las personalidades, las recriminaciones, son como otros tantos disparos de revólver. Encabezamientos de quince centímetros de alto, corresponsalías desde lugares ignotos, parrafitos sobre nada en absoluto: el menú de la cena del vecino, todos los chismes de la política local. Las desdichas conyugales del señor y la señora Equis (dan los nombres), con todos los detalles, no en seis líneas, sino con todos los hechos (o las ficciones), las cartas, las fechas, los lugares, los horarios”. Otro divertido personaje, la cincuentona señorita Sturdy, protesta: “A veces, es verdad, no pienso nada en absoluto. Aquí, eso no les gusta: quieren que una tenga impresiones. Que les guste que esas impresiones sean favorables me parece natural. Pero hay cosas sobre las cuales no tengo el menor deseo de expresar una opinión. El privilegio de la indiferencia es el más preciado que poseemos, y sostengo que reconocemos a las personas inteligentes por el uso que hacen de él. La vida está llena de basura, y aquí tenemos nuestra ración de ella”.

No sabemos qué fue de Aurora Church, pero parece que una vez concluido el período que su madre le había concedido para vivir “a la americana”, ambas se planteaban la posibilidad de ir a buscar novio al Oeste, es decir, al salvaje Oeste. Por lo demás, de aquel breve viaje de Henry James, y de las anotaciones que hizo durante el mismo, quedan en el relato variadas y jugosas observaciones acerca de los trenes americanos, la vida en sociedad y los modos peculiares adoptados en América por el cortejo amoroso. Tampoco es desdeñable la atención prestada por el autor a la condición femenina, y en especial a todas esas jovencitas de las clases altas que se beneficiaban de una esmerada educación que después les sería totalmente inútil, ya que el único horizonte que se les ofrecía en la vida era el de una buena boda. Las críticas a la cultura americana no sentaron bien a los lectores, y el librito fue muy mal recibido. Tras la muerte de su madre, James pasaría poco tiempo en Estados Unidos, y a finales de mayo se encontraba ya en Londres. “Mi elección es el Viejo Mundo. Mi elección, mi necesidad, mi vida”. Y aunque volvería a América en algunas ocasiones, lo haría ya sólo como turista. Finalmente, adoptó la nacionalidad británica en 1915, un año antes de su muerte.

Hoy las reflexiones de James acerca de la prensa de su tiempo han adquirido un nuevo valor: el de aquello que sólo unos pocos tuvieron la lucidez de apreciar cuando el carácter de dicha prensa empezaba a manifestarse, un carácter que hoy, más de cien años después, es ya universal. Pues la banalidad y la ética (o la ausencia de la misma) ya no son sólo problemas de los periódicos americanos, por mucho que ellos lleven la voz cantante y muy a menudo no leamos sino traducciones de lo que se escribe en los mismos. Frente a la mezcla de ficción, dogmatismo y bobería con que a diario nos castiga la prensa, tal vez vuelva a ser saludable el punto de vista manifestado en su carta por la señorita Sturdy: la indiferencia.

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