jueves, 25 de junio de 2015

LECTURA POSIBLE / 185

KAFKA: TRANSFORMACIÓN O METAMORFOSIS

Acudir en nuestro tiempo a la obra de Kafka supone penetrar en el taller donde el autor reflexionaba, esbozaba y más que eso: donde vivía. Si un contemporáneo suyo, Thomas Mann, deja en el lector una imagen gigantesca y patriarcal de escritor burgués, en el doble sentido de hombre que discurrió acerca de su clase social y de autor en su larga vida de una obra cabalmente concluida, ordenada de arriba abajo, y fácilmente susceptible de convertirse en producto burgués en sí mismo, objeto atractivo y comercializable, fuente de pingües beneficios, nada de esto sucede en cambio con el pequeño Kafka, quien en su corta existencia escribió siempre desde la perspectiva del hijo que era, autor de una escritura inútilmente dirigida a ganarse el respeto del padre, y además una escritura inconclusa, desordenada y en gran parte frustrada que apenas le deparó algún mínimo ingreso. Pues carecía completamente Kafka de una estrategia de escritor profesional, y si escribía era literalmente porque no tenía más remedio, porque tal actividad se le presentaba como una imperiosa necesidad vital. Es a causa de ese carácter de necesidad inacabada, insatisfecha, por lo que la obra de Kafka no puede juzgarse convencionalmente, y por lo que su comprensión requiere, por así decirlo, un manual de instrucciones.

Disponemos, por fortuna, de dicho manual. La edición crítica y canónica de las obras completas de Kafka conocida como Kritische Ausgabe. Schriften, Tagebücher, Briefe fue publicada entre 1992 y 1996, fruto de una prolija investigación en la que se expurgó todo el material añadido o recompuesto por el albacea de Kafka, su amigo Max Brod, y que sirvió para poner en el legado póstumo de nuestro autor –conjunto muy heterogéneo de cuadernos, legajos y hojas sueltas– todo el orden que era posible. Dicha edición fue la empleada hace algunos años por Galaxia Gutenberg en su publicación en castellano de las obras completas de nuestro autor, notable empeño que fue dirigido por Jordi Llovet.

Kafka publicó unas pocas obras en vida que obtuvieron cierto reconocimiento, las cuales fueron reseñadas en la prensa por algunos de los personajes destacados de la literatura alemana: Robert Musil, Kurt Tucholsky, Ernst Weiss. A quien fue su editor le pidió Rainer Maria Rilke: “Por favor, notifíqueme muy en particular todo aquello que vaya apareciendo de Franz Kafka. Puedo asegurar que no soy el peor de sus lectores”. La buena acogida de las obras de Kafka entre sus colegas se extendió sólo relativamente al público lector. Aparecidas en pequeñas tiradas, las ventas estuvieron muy lejos de permitir a su autor vivir de la literatura, lo que le impidió siquiera plantearse la posibilidad de abandonar su trabajo en una compañía de seguros laborales. Por la misma razón no pudo independizarse de su familia, y salvo algunos breves períodos vivió siempre en la casa de sus padres. De todo ello nos ha quedado abundante testimonio en sus diarios y en su correspondencia. De ésta y de aquéllos se desprende que Kafka escribía por lo general sin un plan preciso, por pura necesidad, como se ha dicho, lo que explica la distinta suerte que corrieron sus múltiples anotaciones. Algunas no pasaron de ese estado y carecieron de continuación, y otras fueron reformuladas como fragmentos incluidos en alguna de sus obras publicadas en vida, por lo general escritas en sucesivas noches en vela. Uno de esos relatos es el que hemos conocido tradicionalmente con el nombre de La metamorfosis.

Gregor Samsa, viajante de comercio, se despierta una mañana en su cuarto, en la casa familiar, convertido en un monstruoso insecto. La metamorfosis fue escrita en un período de gran creatividad de nuestro autor, el cual duró unos pocos años y durante el que redactó diversos relatos que, como el que comentamos, llegaron a la imprenta, y otros que a la muerte de Kafka permanecían inéditos y fueron parte del legado que póstumamente, en contra del deseo del autor, editó Max Brod. El pasado año dimos cuenta aquí del centenario de la redacción de El proceso, una de las novelas inconclusas de Kafka, y el próximo noviembre se cumplirán los cien años de la publicación de La metamorfosis, que Kafka había escrito a finales de 1912. Es posible seguir paso a paso la gestación del relato mediante las cartas que el autor escribía a su prometida, Felice Bauer. En ellas se refiere a un cuento “que me ha venido a la mente en la cama, en plena aflicción”, una narración “un poco terrorífica [que] te dará un miedo espeluznante”. En otra carta de esos mismos años Kafka se dirige a Felice explicándole las condiciones que él cree necesarias para su oficio de escritor: “Tengo necesidad de aislamiento, pero no como un ermitaño, algo que no sería suficiente, sino como un muerto. El escribir, en este sentido, es un sueño más profundo, o sea, la muerte, y así como a un muerto no se le podrá sacar de su tumba, a mí tampoco se me podrá arrancar de mi escritorio por la noche”. Estas palabras de un hombre que creía vivir plenamente sólo durante el acto de la escritura, para cuya consumación debía lidiar cotidianamente con infinidad de obstáculos, vienen a ser el tema central del relato.

Como en otras narraciones de Kafka, la inquietante fascinación que experimenta el lector de La metamorfosis es producto de la tensión y el equilibrio entre un acontecimiento fantástico y su contexto, el cual no puede ser más realista ni estar más próximo a lo cotidiano. El bicho –un coleóptero, un sencillo escarabajo– en el que se ha transformado Gregor Samsa sigue pensando como Gregor Samsa, y una vez confirmada la pérdida del lenguaje, o al menos la capacidad de que su lenguaje sea entendido por los humanos, sus reflexiones continúan insertas en la conciencia de un modesto empleado. Su primera preocupación consiste, pues, en que ese día faltará al trabajo. Sucede que el sueldo de Samsa es esencial para la economía doméstica, y no sólo para el sostenimiento de la familia, sino también para la consecución de un proyecto cuyo cumplimiento el empleado confiaba en anunciar más tarde: el pago de los estudios de violín de su hermana, muchacha de diecisiete años que por el momento debe contentarse con cultivar la música como aficionada. Esta hermana, casi una niña que desconoce todavía las reglas del mundo del trabajo y de la economía, es el miembro familiar con el que Samsa ha tenido hasta ahora una relación más estrecha. El cariño y el sentimiento de un deber de protección hacia ella son recíprocos, y en los meses siguientes a la transformación, una vez aceptado el carácter irreversible de la misma, será la hermana la que atienda las ya muy reducidas necesidades del bicho. Ella le pone un plato con comida y se encarga de la limpieza de su cuarto, al cual evitan entrar el padre y la madre. Para estos, la transformación del hijo es una vergüenza familiar, la cual está asociada a la escasez económica y a su inevitable descenso social. Este es el nuevo orden en el que debe convivir la familia, cuyos conflictos se irán agudizando progresivamente hasta alcanzar la forma de una lucha que marca el clímax de la narración y el inicio de la decadencia del bicho, que le conducirá a la muerte.

Dicho clímax tiene lugar cuando la hermana, a fin de facilitar los movimientos del bicho por su cuarto, decide retirar los muebles de éste. Por un momento Samsa aprecia el esfuerzo y la comprensión de su hermana, lo que viene a significar por su parte una claudicación y el reconocimiento de su imposible retorno a la vida humana. En un último gesto de rebeldía contra su nueva naturaleza animal, Samsa empieza por sentirse molesto cuando el armario es empujado fuera de la habitación, pero lo que le llena de rabia es la pérdida de su mueble más querido, y para él, en realidad, indispensable, es decir, el escritorio.

Como sabemos, el espacio físico en el que tienen lugar los hechos es idéntico al real en el que vivían Kafka y su familia. Se trata de un apartamento común en aquel tiempo entre la clase media de Praga, el cual poseía una distribución peculiar. El cuarto de Kafka, en efecto, era de hecho una habitación “de paso”, cuyas tres puertas daban al cuarto de estar, a un pasillo y a la habitación de su hermana. En ese cuarto Kafka escribió gran parte de su obra, y algún otro perteneciente a un apartamento al que se mudó la familia no era muy distinto. Kafka escribió a menudo acerca de las molestias que le ocasionaba semejante espacio, y en alguna ocasión se refirió explícitamente a ellas, como sucede en su texto titulado Barullo. Esto, junto a su trabajo en la oficina y a los viajes que debía hacer con frecuencia –como Samsa– por motivos de trabajo, limitaba e impedía la concentración que requería su escritura, lo que a veces fue origen de disensiones en la casa. A ojos de su familia y de la sociedad burguesa, ya antes de redactar La metamorfosis, Kafka era lo que se llama “un bicho raro”.

A lo anterior se añade el intento de emancipación sexual, y no sólo sexual, implícito en su compromiso con Felice. Esta pretensión no dejaría de tener consecuencias para la familia, la cual contaba naturalmente con el sueldo de Kafka, si bien la anunciada emancipación implicaba otra clase de resistencias, complementarias en el caso del padre y de la madre y especialmente agudas en lo que atañe al primero. Se entiende así que el relato, pese a contener sólo una exigua cantidad de datos autobiográficos, se refiera enteramente a la situación de Kafka en su casa, y de un modo más amplio en la sociedad, en su calidad de bicho raro necesitado de aislarse, y de defender con ahínco su espacio, su tiempo y sus medios de vida.

Expulsado de golpe de la sociedad humana, Samsa realiza con su aislamiento un sueño que no se había atrevido a expresar, quedando así eximido por fin de sus penosos deberes hacia ella, al igual que de su condición de hijo, hermano y de individuo productivo, pero al mismo tiempo se le ha despojado de la libertad. Todo ello es mostrado mediante una prodigiosa gradación dramática que lo es a la vez psicológica, y que desde la retirada del escritorio del cuarto condena a Samsa a una espiral de acontecimientos que sólo puede llevarlo a la extinción. Ésta se produce cuando la familia recompone su economía prescindiendo totalmente del bicho. En efecto: el padre empieza a trabajar como ordenanza en un banco, la madre se dedica a hacer trabajos de costura, y la hermana, contratada como dependienta, emprende el estudio del francés a fin de mejorar su posición en un futuro. Además, ella ya es una mujer y pronto deberá casarse. En realidad todos los miembros de la familia han sufrido su propia transformación, siendo ésta especialmente visible en el caso de la hermana, quien, ingresada ya en el mundo del trabajo y de la economía, olvida cada vez más dispensar sus cuidados al bicho. Sobrante, transformada también su habitación (que ahora es un cuarto trastero), privado de medios de vida propios, la existencia del bicho resulta inviable.

Esta reflexión genial acerca de la soledad, la incomunicación, las relaciones familiares y los deberes del individuo en la sociedad capitalista, habría debido publicarse en un volumen que contendría además los relatos El fogonero (primer capítulo de la novela América) y La condena, y que tendría que titularse Los hijos. Pero este volumen nunca se publicó, y el relato que nos ocupa apareció por separado en la revista Die Weissen Blätter, y luego, a finales de 1915, ya como libro, en la editorial de Kurt Wolff.

Aunque conocido como La metamorfosis –y así ha aparecido en esta reseña– el título original, Die Verwandlung, significa literalmente “la transformación”. Existe en alemán la palabra de origen griego “metamorphose”, con el mismo significado que en castellano, y si el autor no la empleó es seguro que lo hizo por buenas razones. Transformación es palabra coloquial que muy bien puede aludir a los muchos cambios que por voluntad propia o en contra de ella se producen en el curso de una vida humana. Metamorfosis, sin embargo, es concepto que apela inmediatamente a lo divino o a lo semidivino, de lo que son buena muestra Las metamorfosis de Ovidio. Un año después de la muerte de Kafka apareció la primera traducción del relato en la Revista de Occidente, que lo publicó por cierto sin el nombre del traductor, debiéndose a esta edición el título por el que ha sido conocido mayormente. Traducido por José Ortega y Gasset o por su colaborador Fernando Vela, y publicado como La metamorfosis, fue este título el que adoptaron los sucesivos traductores a otras lenguas, con alguna rara excepción. En inglés existe una traducción de los años treinta titulada The transformation, y más modernamente una edición inglesa de diversos relatos kafkianos a cargo de Malcolm Pasley optó por llamar al volumen de ambas maneras: The transformation (Metamorphosis) and other stories (1995). The Metamorphosis es el título de la más reciente traducción en lengua inglesa, debida a Susan Bernofsky (2014). En castellano, además de la traducción de Juan José del Solar para las obras completas mencionadas más arriba, existe otra reciente con el título de La transformación, la aparecida en Cátedra el año pasado. Sin embargo, la última edición en castellano, bellamente ilustrada y publicada hace sólo tres meses por la editorial Nórdica, vuelve al título tradicional de La metamorfosis.

Con un título o con otro, la historia es retrato de Kafka y retrato a la vez del ser humano: un libro que siempre deslumbra, conmueve y provoca reflexión como si el lector lo descubriera por primera vez.

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