martes, 20 de septiembre de 2016

LECTURA POSIBLE / 220

DAPHNE DU MAURIER: ALGO MÁS QUE REBECA

Si el lector dispone de la nadería de dos millones ochocientas mil libras esterlinas está de suerte. Por tan módica suma, y si le gusta la vida campestre, puede convertirse en el próximo dueño de una parcela de casi cinco kilómetros cuadrados llamada Fernacre que se encuentra en el Cornish Bronn Wennili (el Cerro de las Golondrinas), en Cornualles. La finca dispone de una vivienda de piedra con cinco dormitorios, chimenea, calefacción central y su propia turbina eólica, y en los días de buen tiempo el feliz propietario podrá entregarse a actividades deportivas como la caza del ciervo, la becada y la agachadiza (o gamusino). Muy cerca de Fernacre se halla la fuente del río Fowey, y también la Posada Jamaica en la que se inspiró Daphne du Maurier para escribir la novela del mismo título.

Hoy la Posada Jamaica es un pub cuyos pacíficos clientes, cabe suponer, no se dedican a cometer las fechorías de aquel Joss Merlyn de la novela, quien con sus secuaces asaltaba los barcos encallados en las dunas para asesinar a sus tripulantes y robarles la carga. Si se sigue el curso del Fowey hacia el sur, hasta su desembocadura, se alcanza la península de Gribben Head, en la que se encuentra Menabilly, finca que desde hace siglos perteneció a la muy aristocrática familia de los Rashleigh, prósperos comerciantes ya en la época de Enrique VIII y la reina Elizabeth, entre los cuales hubo militares coloniales en la India y Afganistán y miembros del Parlamento. La mansión perteneciente a esta finca ha sido identificada por algunos como aquélla que aparece en Rebeca, la novela que empieza con las palabras “Anoche soñé que volvía a Manderley”, y hace décadas la popularidad de la novela, y sobre todo de la película, fue causa de que el nombre de manderley sirviera para designar a la típica vivienda de campo inglesa. Abundantes manderleys están hoy disponibles para el viajero como casas de vacaciones en todo el sur de Cornualles. De esta casa contó en una entrevista Flavia Leng, hija de Daphne, que “yo estaba familiarizada con Menabilly antes de que nos mudáramos a ella porque mi madre nos llevaba a mis hermanos y a mí y entrábamos en la finca sin permiso. Vivíamos muy cerca, a unas cuatro millas de distancia, en Fowey. La casa había estado vacía durante veinte años, y se hallaba totalmente cubierta de hiedra y en un terrible estado de descomposición, pero mi madre ya sabía que quería vivir allí algún día”. Daphne alquiló la vivienda, hizo instalar electricidad y agua corriente, reparó las goteras y puso cristales en las ventanas, pero según su hija le costó más expulsar a las ratas, que todavía durante algunos años siguieron correteando por el ático.

Lo cierto es que Daphne du Maurier y su familia vivieron en la casa de Menabilly entre 1943 y 1969, años después de que ella escribiera su novela. Daphne, enamorada desde siempre de Cornualles, este lugar de páramos y acantilados, imaginó enteramente Manderley, tal vez seducida por el misterio de la casa abandonada, y fue sólo más tarde cuando consiguió verdaderamente volver a ella, a esa construcción que por su propia pluma, en parte, se había hecho realidad. Para entonces, en 1940, Manderley ya había sido recreada en Hollywood por medio de maquetas y decorados, habitada por un elenco de actores mayormente inglés y bajo la dirección de otro inglés, el cual debutaba en ese lado del océano. Al productor David O. Selznick los derechos de Rebeca le costaron cincuenta mil dólares, y no era aquélla la primera historia de nuestra autora que Hitchcock llevaba al cine: el año anterior había adaptado la ya citada Posada Jamaica, y a ambas sucedería tiempo después, en 1963, Los pájaros.

Daphne du Maurier fue hija de un actor y productor teatral, a lo que se debe añadir que su madre también era actriz, y que entre el resto de su parentela se contaba un abuelo (George du Maurier) que era escritor y al que debemos la novela Trilby, historia terrorífica que fue precursora de El fantasma de la Ópera, y una tía cuyos hijos inspiraron a J.M. Barrie los personajes de Peter Pan. También una hermana de nuestra autora, Angela, se dedicó a la literatura de manera prolífica aunque con menor éxito. Daphne recibió la educación que correspondía a la hija de una familia acomodada, y a la edad de veinticuatro años, en 1931, ya había publicado su primera novela, El espíritu del amor, a la que sucedieron más de una treintena de libros entre novelas, ensayos y colecciones de relatos. Se casó, al parecer no con mucho entusiasmo, con Frederick Browning, un militar que durante la Segunda Guerra Mundial estuvo destinado en el norte de África y en Italia. En 1993, cuatro años después de la muerte de Daphne, y basándose en algunas cartas personales que habían permanecido desconocidas hasta entonces, la escritora Margaret Forster publicó una biografía en la que se describían las relaciones extramatrimoniales de nuestra autora con la esposa de su editor estadounidense, Ellen Doubleday, y sobre todo con la actriz, cantante y bailarina Gertrude Lawrence. Según su biógrafa, Daphne poseía una compleja sexualidad que alimentó su actividad creativa y que ella ocultó pudorosamente, aunque no siempre, dominada como vivió “por un miedo homofóbico a su verdadera naturaleza”.

Du Maurier no era amiga de la vida social ni de las entrevistas, y a pesar de la más que desahogada economía de su familia siempre se obstinó en escribir y en vivir de su pluma. Esto último no le resultó difícil, pues ya desde la publicación de Rebeca varios de sus libros fueron éxitos de ventas, de los que aún obtuvo renovados beneficios por sus derechos para el cine y la televisión. Además de las adaptaciones ya mencionadas de Hitchcock, títulos como Mi prima Raquel, que dirigió Henry Koster en 1952, y del que el año próximo se estrenará una nueva versión dirigida por Roger Michell, han servido para divulgar su obra, la cual es al parecer una fuente inagotable de historias para las pantallas grande y pequeña, en especial en el ámbito anglosajón. Reciente muestra de ello fue la nueva y sombría adaptación de Posada Jamaica emitida el año pasado por la televisión británica.

A excepción del titulado Los pájaros, sobre el que pesó en su momento la sospecha de plagio, los relatos constituyen la parte peor conocida de la obra de nuestra autora. Su primera colección de cuentos, Come wind, come weather, se publicó en 1940, y a ella le siguieron The apple tree (1952), The breaking point (1959), Not after midnight (1971) y The Rendezvous and other stories (1980). Comparados con sus novelas, cuya variedad de temas oscila entre la narración casi naturalista de Posada Jamaica y el misterio creado en torno a los celos en Rebeca, los relatos de Daphne du Maurier nos muestran el lado más oscuro y siniestro de la autora, el cual, si en algunos casos no carece de humorismo ni de sátira, en otros muchos adopta directamente la forma del terror. Es en estas historias breves donde más se aleja su producción de los modelos de los que se sirvió en el resto de su narrativa: la Jane Eyre de Charlotte Brontë y Cumbres borrascosas, de su hermana Emily. El amor ronda por estas páginas y ciertamente impregna de uno u otro modo la mayoría de las narraciones breves o extensas de du Maurier, pero tales amores son siempre infelices, a menudo a causa de los secretos que guardan sus protagonistas. Así, no es disparatado afirmar que nuestra autora se sirvió con una fruición perversa de los códigos del género romántico para alumbrar una obra que es decididamente antirromántica. Y, en efecto, cuando al lector se le presenta en el inicio de una de estas historias una pareja envidiable, en la flor de la vida y unida por la complicidad y la pasión, no hay duda de que el final se parecerá más a un aquelarre medieval o a un velatorio. El paisaje de Cornualles tiene mucho que ver con esto, y tales degradaciones sentimentales, a menudo de origen freudiano, suceden apoteósicamente sobre todo en los relatos.

Que al menos uno de ellos se había perdido es algo que sus lectores conocían desde que du Maurier escribió en 1977 el texto autobiográfico Growing pains. The shaping of a writer (Los problemas crecen. La formación de una escritora), en el que se hacía mención de uno, titulado El muñeco, que no figuraba en ninguna de sus antologías publicadas. En 2010 la librera de Fowey, el pueblo donde vivió nuestra autora antes de instalarse en Menabilly, encontró dicho relato en un libro de 1937 que recopilaba narraciones de diversos autores que habían sido rechazadas por las revistas para las que se escribieron. A esta paciente librera, Ann Willmore, debemos no sólo la recuperación de El muñeco, sino también la de las otras doce narraciones que figuran en un volumen al que aquél da título, que se publicó en 2011 y que ese mismo año fue felizmente traducido al español por la editorial Fábulas de Albión.

Precisamente a la época en que redactó estos cuentos se refiere du Maurier en el texto autobiográfico citado más arriba. Sus páginas, según la autora, “registran mis pensamientos, impresiones y actos desde que tenía tres años hasta los veinticinco, después de que se publicase mi primera novela”. Y añade: “Por entonces yo no estaba segura de mí misma, era ingenua e inmadura, y los lectores que busquen en este libro pensamientos profundos y sabias palabras se sentirán decepcionados”. Puede, tal vez, que ese libro tardío en el que du Maurier evocaba sus años de formación se nos antoje hoy prescindible, pero el lector de los relatos ahora recuperados no podrá estar más en desacuerdo con la “ingenuidad e inmadurez” de su autora, que cuando los escribió contaba con poco más de veinte años. De hecho, esta póstuma colección de cuentos no tiene nada que envidiar a las que publicó en vida, y hay entre ellos algunos que bien pueden considerarse joyas del relato en lengua inglesa.

Una de estas joyas es la que da título al libro, una sórdida historia de amor con suficiente cantidad de esa energía erótica y perturbadora que es propia de du Maurier, y que aquí se concentra en un triángulo amoroso formado por una joven y atractiva violinista, un hombre carcomido por los celos y un muñeco articulado. Con acierto afirma la escritora Pilar Adón, en el prólogo al volumen que comentamos, que “si algo caracteriza a los personajes de Daphne du Maurier es la obsesión. Su turbulenta personalidad que hace de ellos unos seres sufrientes víctimas de su propia ira y de su frustración, y responsables de actos que, en los momentos previos al delirio, ellos mismos habrían considerado odiosos. Innombrables”. El libro se abre con el cuento Viento del este, el cual anticipa la atmósfera verista y tormentosa que más tarde aparecería en plenitud en Posada Jamaica. Y puede decirse que es ese viento del este que arrebata el sentido a los personajes el que no deja de soplar con fuerza en los sucesivos relatos, incluso cuando la narradora se recrea cómicamente en las adversidades que padecen sus creaciones, humanizadas en las primeras líneas pero sólo para ser caricaturizadas más tarde, insertas como están en un proceso implacable en el que interviene el humor negro que es peculiar de nuestra autora. Sorprende más, si se tiene presente su juventud, la variedad de registros que aparece en estos relatos, y que acredita una maestría del arte narrativo que domina por igual la tragedia, la comedia de costumbres, el drama social y la devastadora ironía. Ésta termina por destruir con toda justicia a la protagonista y narradora del último de los relatos, La lapa, harpía cuya naturaleza despreciable es tan grande como su inconsciencia.

Excepcionalmente, algunas de estas historias son de ambiente urbano, pero en otras reaparecen, como si se tratara de una vuelta a casa, los parajes solitarios de Cornualles, con sus inofensivos caminos, sus piedras y cottages, uno de los cuales se convierte en precursor del Manderley de Rebeca en esa inquietante historia de fantasmas que es El valle feliz, quizá la mejor de las aquí recogidas. Y ya sólo este cuento, que por desgracia Hitchcock no llegó a conocer, explica la fascinación que el director de cine amante de las psicologías desequilibradas y del suspense sintió por la obra de du Maurier, psicologías y suspense que en este relato, como en otros de los aquí contenidos, nos trasladan a un mundo que es el de las fantasías, los sueños y la muerte.

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