martes, 15 de noviembre de 2016

DISPARATES / 158

JORGE ALEMÁN Y MARK FISHER: IMAGINANDO EL FIN DEL NEOLIBERALISMO

Cuenta Mark Fisher que tradicionalmente los líderes del laborismo británico se veían obligados a inventarse un pasado obrero. En lugar de ello, el ex primer ministro laborista Gordon Brown declaró en una ocasión ante los magnates de la Confederación de la Industria Británica que él llevaba “los negocios en la sangre”, pues su madre había sido directora de una compañía y en consecuencia en su casa los negocios estaban “en el aire”. Más tarde, la aludida, la señora Jessie Elizabeth Brown, tuvo que reconocer públicamente que nunca había dirigido nada, y que sólo había realizado algunas actividades administrativas ligeras en una pequeña empresa familiar.

Se refirió Goethe alguna vez a una interioridad humana que era universal y a la vez privada y a la que llamó “ciudadela inexpugnable”. Era acaso el lugar que en otro tiempo se solía llamar alma y en el que habitaban un yo exclusivo atravesado por pulsiones que sólo se desvelarían tiempo después, mediante el psicoanálisis, y un común denominador que vendría a ser, si puede decirse así, nuestra esencia antropológica. Lo que caracterizaba principalmente a este lugar íntimo era su naturaleza inexpugnable, la cual podía salvaguardar su integridad frente a los amenazadores poderes de la economía y de los sistemas políticos y sociales. La misma ciudadela que se encontró con las grandes religiones y que pudo sobrevivir a los totalitarismos del siglo XX se halla ahora, en los inicios de la era de Donald Trump y Marine Le Pen, en peligro inminente, acechada como está por una revolución imprevisible que después de modificar las condiciones de vida de las personas muestra también la pretensión, y la capacidad, de alterar aquello que en nosotros es constitutivo de la especie, que es insustituible y que venía siendo el domicilio, entre otras cosas, de nuestra manera de entender la vida, la muerte y el deseo.

El neoliberalismo ha irrumpido en la subjetividad humana para operar en ella una ingeniería que si por una parte obedece a intereses que sólo conocen el corto plazo por otra es, en cambio, de largo alcance. Y no puede ser de otra forma, ya que su acción depredadora persigue a toda costa el beneficio inmediato y, tras poner fecha de caducidad a la civilización humana tal como la conocemos, aspira a fundar una nueva racionalidad, para lo que requiere que la lista de las materias primas explotables y limitadas que ofrece la naturaleza, a las que en su tiempo se sumó la renovable materia humana en tanto que fuerza de trabajo, se amplíe con el potencial consumidor de cada sujeto, potencial convertido también en mercancía y que ya es el único anhelo que el hombre debe tener bajo el capitalismo: ello implica una explotación intensiva de sus deseos, sus aspiraciones secretas, su lenguaje y sus sueños. Sin embargo, como ha podido afirmar Jorge Alemán en su último libro, quedan todavía esferas de la subjetividad a las que la ideología neoliberal no ha tenido acceso, de lo que se deduce que por ahora “el crimen no es perfecto”, y también que la necesaria emancipación del hombre es hoy condición para su supervivencia.

Nacido en Buenos Aires en 1951, Jorge Alemán es madrileño desde 1976. Psicoanalista y poeta, en su ciudad de adopción fundó una revista lacaniana, Serie Psicoanalítica, y en la actualidad es docente del Nuevo Centro de Estudios Psicoanalíticos. Su obra, asociada a la de Slavoj Žižek y Ernesto Laclau, es extensa, e incluye títulos como Lacan en la razón posmoderna (2000), Derivas del discurso capitalista (2003) y Para una izquierda lacaniana (2009), trabajos a los que se añaden diversos libros de poesía en los que, como lacaniano que es, el autor muestra que lo escrito no tiene por qué remitir necesariamente a su significante inmediato, lo que abre un camino a la subjetividad y a su lengua. Pues ahora sabemos que la condición humana está triplemente marcada por la existencia sexual, hablante y mortal. Del sujeto en cuya construcción quiere intervenir el capitalismo, y de las formas de la nueva racionalidad que éste impone, trata en su libro mencionado más arriba, Horizontes neoliberales en la subjetividad, que ha publicado la editorial argentina Grama hace unos meses.

La obra de Alemán se despliega en torno a dos ejes: el de Lacan y el de un cierto postmarxismo, en busca de una complementariedad no siempre fácil entre el sujeto y lo colectivo. Si el psicoanálisis trae “malas noticias” al pensamiento tradicional de la izquierda, en tanto que en el sujeto maniobran pulsiones que chocan con la razón, dicho sujeto no puede simplemente ser ignorado por un pensamiento emancipatorio. Es en esa tensión en la que se localiza la fuerza creativa de la izquierda lacaniana, como explicó nuestro autor en su libro de 2012 Soledad: Común, en el que mostró cómo la subjetividad, la ciudadela invocada por Goethe, más allá de ser un espacio postmoderno y aislado de lo colectivo, podía converger con la política. La comprensión por parte de Alemán de que el hombre no es como querría la izquierda clásica implica una crítica radical del marxismo, el cual no supo reflejar en su pensamiento la importancia de la subjetividad del individuo. Ha sido, en cambio, el capitalismo el que ha comprendido que su fuerza no radicaba solamente en la explotación de la fuerza de trabajo, sino también, paralelamente, en la apropiación de la subjetividad: “El neoliberalismo, que es una mutación del capitalismo, se caracteriza por ser una gran fábrica de subjetividades”. El hombre neoliberal, empresario de sí mismo, endeudado, identificado con el modelo del “triunfador”, lector de libros de autoayuda, no es feliz ni puede serlo, ya que es reo de una lógica en la que una y otra vez se ve superado, incapaz como es de dar la talla. Prueba de esto último son las “irrupciones igualitarias” que periódicamente se producen en defensa de los derechos humanos, los de la mujer y los servicios públicos, “experiencias de lo común”, según las llama Alemán, que en España dieron lugar al 15 M y a la aparición de Podemos.

Dichas experiencias, según nuestro autor, constituyen un “retorno de lo reprimido”, de aquello que el poder dominante creía enterrado, y por tanto de una subjetividad todavía autónoma. Esta reaparición de lo reprimido se produce en un momento de la Historia en que a los viejos y agoreros anuncios de apocalipsis ha sucedido uno del que sabemos que es verdadero, que podrá diferirse indefinidamente, pero que ocurrirá con certeza como ya predijo Lacan al referirse a la consunción a la que se encaminaba el capitalismo. Es este período de consunción en el que el capital adopta un nuevo modelo de acumulación primitiva caracterizado como “expolio y desposesión”, según lo ha definido el antropólogo David Harvey, el que determina nuestro presente.

A ilustrar este mismo presente desde una perspectiva que armoniza con la anterior dedicó el autor británico Mark Fisher su libro Capitalist realism. Is there no alternative?, que apareció en Inglaterra en 2009 y que ha sido traducido este año por la editorial argentina Caja Negra.

Mark Fisher nació en 1968 y estudió filosofía en la Universidad de Hull. Tras pasar unos años en la de Warwick, donde fue miembro fundador de la Cybernetic Culture Research Unit, creó “k-punk”, un blog consagrado a la teoría cultural que acabó por convertirse en una referencia para filósofos y gentes de la cultura popular, especialmente en el campo de la música. Fue uno de los fundadores de la editorial Zero Books, influyente “grupúsculo con un pie dentro y otro fuera de la academia”, y director adjunto de la revista de música de vanguardia The Wire. Ha escrito tres libros: The resistible demise of Michael Jackson, que se publicó en 2009 y del que existe edición en castellano (Jacksonismo. Michael Jackson como síntoma, Caja Negra, 2014); Ghosts of my life: Writings on depression, hauntology and lost futures (2014) y este Realismo capitalista que ahora comentamos. Actualmente Fisher es profesor en el Centre for Cultural Studies de Goldsmith, en la Universidad de Londres.

Ha dicho Slavoj Žižek acerca de este libro que “es simplemente el mejor diagnóstico del dilema que tenemos”. Y también que en él, “a través de ejemplos de la vida cotidiana y la cultura popular, [el autor] nos entrega un despiadado retrato de nuestra miseria ideológica”. El libro viene a ser un muestrario práctico de las consecuencias de esa aludida irrupción del neoliberalismo en la subjetividad, al que Fisher da el nombre de “realismo capitalista”. Este realismo que se expresa mediante la afirmación tatcheriana de que “no hay alternativa” es responsable de que hoy nos resulte más fácil, según palabras de Žižek, “imaginar el total deterioro de la Tierra y de la naturaleza que el derrumbe del capitalismo”, lo que nos ubica en una atemporalidad, un presente continuo en el que “se nos prohíbe el futuro, secuestrando la esperanza e instaurando la imposibilidad de concebir otro escenario cultural y sociopolítico”. Tal abolición de la temporalidad y de la percepción humana “del cambio” ha sido relacionada por otros autores, manifestando así el desespero de los asalariados sometidos a un ciclo sin fin de contratos precarios, o el de los “emprendedores” sojuzgados por la tenaza interminable de la competitividad y la deuda, con la lógica de los campos de concentración, una lógica de la que se han hecho cómplices la socialdemocracia y el neolaborismo.

Guiándose a través de películas, series de televisión y géneros musicales contemporáneos, el autor indaga en la dualidad típica del neoliberalismo entre disciplina y control, entre negatividad y el modo en que la ideología capitalista incorpora plácidamente en su interior al anticapitalismo, y desemboca, al hilo de su propia experiencia como profesor en un instituto, en la problemática relación existente en la actualidad entre educación y salud mental, punto de tensión que muestra los usos de una burocracia en la que el profesorado mismo debe ser parte del régimen de vigilancia que la mercantilización del sistema educativo promueve. La atemporalidad a la que están sometidos los seres humanos en su condición de consumidores y usuarios constituye una inercia de la que está excluida lo nuevo, suscitando así una angustia que deriva en una oscilación bipolar: de la esperanza en un “mesianismo débil”, de que existe algo nuevo por venir, a su caída, y por tanto a la convicción de que no hay nada nuevo que pueda ocurrir nunca más. Culturalmente, esto alimenta la nostalgia y el revival, pero en la medida en que la tradición sólo es tal si aparece contrapuesta a lo nuevo la consecuencia es que el agotamiento de lo nuevo nos priva hasta del pasado: “La tradición pierde sentido una vez que nada la desafía o modifica”. Y Fisher concluye: “Una cultura que sólo se preserva no es cultura en absoluto”.

Mediante el modelado preventivo de los deseos, las aspiraciones y las esperanzas por parte del realismo capitalista se ha colonizado la vida onírica y se ha operado una precorporación de aquellos rasgos subversivos, contestatarios, alternativos o simplemente independientes que llevaban aunque fuera en germen la posibilidad de “otra cosa”. Subsumida ésta por el neoliberalismo, se ha desatado una “plaga de la enfermedad mental que sugiere que el capitalismo es inherentemente disfuncional, y que el coste que pagamos para que parezca funcionar bien es en efecto alto”. Resulta de ello una “hedonia depresiva” que Fisher describe así: “Usualmente la depresión se caracteriza por la anhedonia, mientras que el cuadro al que me refiero no se constituye tanto por la incapacidad para sentir placer como por la incapacidad para hacer cualquier cosa que no sea buscar placer”. Existe un protocolo del entretenimiento que corre parejo al consumo perpetuo y que establece una relación indisoluble entre el sujeto y sus artilugios electrónicos y otros insumos, incluso cuando estos se apagan. La destrucción de la cadena significante que se deriva de ello define al esquizofrénico lacaniano, el cual queda reducido a la experiencia del puro significante material, a una serie de presentes puros en el tiempo sin relación entre sí. Ese vacío existencial es el que determina al sujeto del realismo capitalista.

La revolución neoliberal entra vertiginosamente en conflicto con todo lo humano, incluyendo al pensamiento conservador, aquella “cosmología racional” que pretendía ordenar la relación entre tiempo y espacio y que proclamaba la represión del deseo, la autoridad de la Iglesia, el sacrificio personal y la fidelidad entre padres e hijos, “toda una trama social que el capitalismo, una vez desencadenado, resulta capaz de destruir”, según explica nuestro autor citando a la ensayista Wendy Brown.

En esta época en que los líderes de lo que se autodenomina izquierda se inventan un pasado burgués, Mark Fisher afirma que “la larga y negra noche del fin de la historia debe considerarse una oportunidad inmejorable”, y que “partiendo de una situación en la que nada puede cambiar, todo resulta posible una vez más”. Por su parte, escribe Jorge Alemán que la lógica por una apuesta emancipatoria frente al neoliberalismo constituye un desafío a tres bandas: “En primer lugar, organizarse colectivamente sin sofocar la dimensión singular de la experiencia de cada uno; en segundo, vehiculizar a partir de la experiencia de lo político una transformación del sujeto en relación con lo real del sexo, la muerte y el lenguaje; y, en tercero, una tarea que corresponde a las nuevas experiencias populares de soberanía, las cuales deben aspirar a una nueva Internacional transversal al mundo de las corporaciones neoliberales y sus instituciones sometidas al capital”. Desafíos todos que hoy revisten carácter de urgencia y de cuyo cumplimiento depende el desafío mayor de la invención del futuro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario