miércoles, 11 de mayo de 2011

MÚSICA NOCTURNA / 7


TIEMPO DE CEREZAS

“¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice que no. Pero si se niega, no renuncia: es además un hombre que dice que sí desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes durante toda su vida, juzga de pronto inaceptable una nueva orden. ¿Cuál es el contenido de ese «no»? Significa, por ejemplo, «las cosas han durado demasiado», «hasta ahora, sí; en adelante, no» , «vas demasiado lejos», y también «hay un límite que no pasaréis». En suma, ese «no» afirma la existencia de una frontera. Vuelve a encontrarse la misma idea de límite en ese sentimiento del rebelde de que el otro «exagera», de que no extiende su derecho más allá de una frontera a partir de la cual otro derecho le hace frente y lo limita. Así, el movimiento de rebelión se apoya, al mismo tiempo, en el rechazo categórico de una intrusión juzgada intolerable y en la certidumbre confusa de un buen derecho; más exactamente, en la impresión del rebelde de que «tiene derecho a…». La rebelión va acompañada de la sensación de tener uno mismo, de alguna manera y en alguna parte, razón”.

Albert Camus, El rebelde (Losada, 2009)

Me han venido a la cabeza estas no sé si olvidadas (no debería) palabras de Camus al leer en algún sitio la noticia de los actos que se celebran ahora mismo en conmemoración de la Comuna de París, actos en los que se entonan canciones escritas entonces, que fueron cantadas por el pueblo parisino y que milagrosamente han sobrevivido a las ferocidades que la siguieron, incluso hasta hoy, convertidas, no diré en reliquias, porque se conservan frescas y sorprendentemente vivas, convertidas, pues, en parte de esa cultura popular que es una forma de resistencia contra la incultura dominante. Porque la hegemonía de ésta, no obstante el abrumador poder de los pilares que la sustentan y que abarcan casi todo el sistema educativo y los medios de comunicación, tiene pese a todo sus fisuras, de lo que conviene alegrarse, fisuras que suelen venir por el lado de la memoria y todavía más a menudo por el de la memoria oral, que sobradamente ha demostrado ya su eficacia contra olvidos seculares, miedos y silencios.

La comuna, escrita así, en minúsculas, es en Francia el ayuntamiento, la organización próxima, primaria, inmediata de una comunidad a la que une unos vínculos más profundos que los determinados por la simple geografía. Es el átomo con el que se forma la estructura del Estado, pero también la fuente de la rebelión. En el mismo libro escribió Camus: “La comuna contra el Estado, la sociedad concreta contra la sociedad absolutista, la libertad reflexiva contra la tiranía racional, el individualismo altruísta, en fin, contra la colonización de las masas, son ahora las antinomias que traducen, una vez más, la larga confrontación entre la mesura y la desmesura que anima la historia de Occidente desde el mundo antiguo”. La obsesión por la justicia que alimentó a Camus proviene de ahí y no de las grandes colectividades nacionales y transnacionales, siempre tan abstractas. Proviene de los vecinos que viven en la misma calle, del prójimo cercano, del hombre de la comuna, idea que acaso, como todas las grandes ideas que guían al individuo en su edad adulta, proceda de la infancia y la primera juventud, en el caso de Camus de su barrio de Argel, de la existencia callejera entre los humildes edificios de Belcourt, de sus partidos de fútbol, de la escuela en la que impartía su clase el señor Germain, de la colección de minerales y la lectura de libros de aventuras, del único recuerdo que tenía de su padre, el del horror que le produjo la visión de una ejecución pública. Aquella pequeña patria de la humanidad, inmemorial, sucia y avergonzada de sí misma, estuvo siempre en el centro de su conciencia, alimentando su naturaleza de desterrado y rebelde.

El día en que la comuna se reivindicó, reclamándose como Comuna, debió ser el 18 de marzo de 1871, en París, cuando Thiers ordenó a sus tropas capturar los cañones de Montmartre y Belleville. Cuentan que, advertidos a toque de campana, los habitantes de esos barrios, con las mujeres a la cabeza, acudieron a interponerse entre los sublevados y la Guardia Nacional. Ese día, cuando el general Leconte ordenó a sus hombres disparar contra la muchedumbre, aquellos le apearon del caballo. Era la rebelión, y los parisinos se pusieron a cantar.

De entre los responsables de aquellos Cuarenta Principales de la Comuna parisina el más recordado es sin duda Jean-Baptiste Clément, que había nacido en una buena familia de la que renegó a los catorce años para ganarse la vida como vendedor de vino, jornalero, periodista y quién sabe qué más en Montmartre. A los veinte años ya era conocido como orador y autor de canciones. Este hombre exaltado que solía terminar sus discursos, ante una audiencia republicana, con las palabras “A bas les exploiteurs! A bas les despotes! A bas les frontières! A bas les conquérants! A bas la guerre! Et vive l’Egalité sociale!”, se encontró una tarde de 1867 con Antoine Renard, veterano tenor de la Ópera reconvertido en cantante de music-hall que solía actuar todas las noches en Eldorado, café cantante que se hallaba en el Boulevard de Strasbourg. Y fue éste el que puso música al poema de Clément Le Temps des Cerises (Tiempo de cerezas), que habría de convertirse en el himno de la Comuna y que desde entonces no ha dejado de cantar ningún chansonnier que mereciera tal nombre.

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LE TEMPS DES CERISES

Quand nous en serons au temps des cerises
Et gai rossignol et merle moqueur
Seront tous en fête
Les belles auront la folie en tête
Et les amoureux du soleil au coeur
Quand nous chanterons le temps des cerises
Sifflera bien mieux le merle moqueur

Mais il est bien court le temps des cerises
Où l'on s'en va deux cueillir en rêvant
Des pendants d'oreilles
Cerises d'amour aux robes pareilles
Tombant sous la feuille en gouttes de sang
Mais il est bien court le temps des cerises
Pendants de corail qu'on cueille en rêvant

Quand vous en serez au temps des cerises
Si vous avez peur des chagrins d'amour
Evitez les belles
Moi qui ne crains pas les peines cruelles
Je ne vivrai pas sans souffrir un jour
Quand vous en serez au temps des cerises
Vous aurez aussi des chagrins d'amour

J'aimerai toujours le temps des cerises
C'est de ce temps-là que je garde au coeur
Une plaie ouverte
Et Dame Fortune, en m'étant offerte
Ne saura jamais calmer ma douleur
J'aimerai toujours le temps des cerises
Et le souvenir que je garde au coeur

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TIEMPO DE CEREZAS

Cuando vuelva el tiempo de las cerezas
el ruiseñor alegre y los mirlos burlones
estén todos de fiesta,
las muchachas tendrán pasión en sus cabezas
y los enamorados, sol en el corazón.
Cuando vuelva el tiempo de las cerezas
silbarán mejor los mirlos burlones.

Pero es muy corto el tiempo de las cerezas,
cuando las parejas entre ensueños
van a cortar pendientes para sus orejas.
Cerezas de amor con sus trajes iguales
que ruedan bajo las hojas como gotas de sangre.
Pero es muy corto el tiempo de las cerezas,
pendientes de coral que se cortan soñando.

Cuando estéis en el tiempo de las cerezas,
si acaso teméis las penas de amor,
evitad a las hermosas mujeres.
Yo, que no le temo a las penas crueles,
no viviré ya un día sin sufrir…

Cuando estéis en el tiempo de las cerezas
vosotros también tendréis penas de amor.
Por siempre amaré el tiempo de las cerezas.
De aquel tiempo guardo en el corazón
una herida abierta.
Y aunque se me ofreciera la diosa Fortuna,
jamás podría calmar mi dolor.
Por siempre amaré el tiempo de las cerezas,
y el recuerdo que guardo en el corazón.

Durante el breve tiempo que duró la Comuna, Jean-Baptiste Clément fue elegido delegado del distrito XVIII, miembro de la comisión de servicios públicos y de la de enseñanza y delegado en los talleres de munición. Cuando las fuerzas del gobierno de Thiers, que iniciaron el asalto a la Comuna el 2 de abril, consiguieron derribar una de las puertas de la ciudad (el 21 de mayo) emprendieron una matanza indiscriminada que se prolongó ocho días. Testigos directos afirmaron que tras la toma de París fueron ejecutadas unas 30.000 personas, entre ellas varios centenares de obreras, que fueron fusiladas en el cementerio de Père Lachaise. Clément resistió hasta el último instante en Belleville y consiguió esconderse en la cabaña de un leñador, donde escribió La semaine sanglante (La semana sangrienta). Pero la Comuna había terminado y eso era ya otra historia. De algún modo Clément consiguió escapar a Londres, donde se encontraba cuando fue condenado a muerte en rebeldía. Regresó a Francia en 1880.

1 comentario:

  1. Quizá nada volvió a ser como antes de la comuna, y es posible que haya que seguir diciendo que no de muchos medios posibles. Es delo que se trata ir a alcanzar la utopía. Es lo que subyace en el tiempo de cerezas.

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