sábado, 16 de junio de 2012

DISPARATES / 42


CAÍDA Y PERSISTENCIA DEL RÉGIMEN

Nunca antes, desde que la Asamblea General de las Naciones Unidas reunida en San Francisco en 1946, rechazó el reconocimiento de España estuvo la imagen internacional de nuestro país tan dañada, ni su sistema político tan discutido como ahora. Conviene recordar lo que la ONU declaró entonces para justificar el rechazo de España entre los países civilizados, a lo que el primer ministro británico Winston Churchill se refirió como la Spanish Question: el gobierno español, “habiendo sido fundado con el apoyo de las potencias del Eje, no posee en vista de sus orígenes, su naturaleza, su historial y su íntima asociación con los estados agresores, las condiciones necesarias que permitan su admisión”. Además, el régimen había sido “impuesto por la fuerza”, por lo que “no representa al pueblo español”. Como es bien sabido, en primer lugar el Concordato con el Vaticano, firmado en agosto de 1953, y en segundo el llamado “pacto de Madrid”, acordado un mes más tarde entre los gobiernos de Estados Unidos y España, acabaron finalmente por propiciar el ingreso de ésta última, sin que el régimen cambiara sustancialmente, en la ONU, cosa que ocurrió a finales de 1955. Junto a España, fueron admitidos ese año los estados de Albania, Bulgaria, Camboya y Nepal, entre otros.

¿Qué pasó con aquello de la “íntima asociación de España con los estados agresores”, y con lo de que su gobierno había sido “impuesto por la fuerza” y no representaba “al pueblo español”? Se olvidó en beneficio de otros intereses, pues por entonces la Unión Soviética estaba en pleno auge, y Estados Unidos andaba en busca de aliados, entre los que habría podido figurar el mismo diablo. No obstante lo anterior, las reticencias hacia España continuaron, lo que impidió que fuera admitida en la OTAN, pese a su alianza militar con Estados Unidos, o que formara parte de los países fundadores del Mercado Común Europeo, origen y fundamento de la actual Unión Europea.
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El acto mágico que terminó con todas las dudas acerca de España, tras el fallecimiento de su anciano dictador, fue como es sabido la llamada “transición”, que fue apadrinada por las grandes potencias y que entonces se consideró modélica, e incluso exportable a otros estados que poco más de una década después tendrían su propia “transición”, como sucedió por ejemplo en el caso de Rusia, con el éxito (¿o no?) que todos conocemos. Se creyó entonces que la magia pondría fin a un largo historial de déficit democrático, a una estructura económica endémica basada en una oligarquía financiera, la construcción y el turismo, y que unos simples pactos negociados y firmados de espaldas a los ciudadanos, pero enseguida aclamados por estos, pondrían a España en camino del progreso y de un nuevo proyecto nacional, moderno y democrático.

Hoy, a casi cuarenta años de dichos pactos, tenemos la duda de si acabamos de despertar de un idílico sueño o si por el contrario acabamos de caer en la peor de las pesadillas. Un breve repaso al panorama general parece confirmar ambas cosas: la popularidad de nuestro actual, y también anciano, jefe del Estado (que fue designado por el anterior) ha caído en picado; los partidos a los que corresponde la administración del país, en virtud de aquellos acuerdos, carecen de la más mínima credibilidad entre una amplia mayoría de españoles; el sistema financiero ha entrado en una crisis que está muy lejos de haber dicho la última palabra; el número de parados se acerca a los seis millones, lo que equivale a la cuarta parte de la población activa; los servicios públicos básicos no dejan de ser desmantelados por el propio gobierno, el cual actúa como si fuera el gobierno de ocupación de una potencia extranjera en un país derrotado; y mientras tanto hoy, como hace seis décadas, lo único que parece unir e interesar a los españoles es el fútbol.

En el extranjero, después del éxito mediático internacional obtenido por nuestros indignados, no se entendió cómo en las elecciones generales subsiguientes los españoles concedieron una mayoría absoluta al partido que iba a profundizar y acentuar las causas de la indignación. No entendieron que no existía otra alternativa, pues España carece de soberanía para concebir un proyecto nacional propio. No entendieron que el movimiento de los indignados se nutría sobre todo de quienes, habiendo sido votantes acérrimos del PSOE, se sentían de pronto traicionados por este partido y por su gobierno. Y sobre todo no entendían la inmoralidad y el cinismo de una sociedad que no podía ignorar lo que sucedía con nuestra banca, y que sin embargo lo consentía y aun lo aplaudía, pues se beneficiaba de ello. Europa y el mundo también han despertado y ahora ven a España con otros ojos, de lo que dan fe los editoriales de la prensa internacional, desde París hasta Nueva York y desde Frankfurt hasta Lisboa. Ahora bien, si Europa y el mundo se escandalizaron cuando el gobierno griego falseó sus cuentas, la reacción hacia el gobierno español ha sido más benigna, pues al fin y al cabo éste sólo ha engañado, y engaña, a los españoles, lo que Europa y el mundo se toman a la manera de un chiste. El poder político y financiero que castigó severamente a los partidos dominantes en Grecia ha tenido ahora que dar marcha atrás, ya que en Grecia sí existe una alternativa política, lo que explica la terrorífica campaña internacional desatada estos días y que anuncia las peores calamidades para los griegos si la coalición izquierdista Syriza triunfa en las elecciones de mañana. En España no existe este riesgo.

Y es que por mucho que nuestra banca, nuestras instituciones y nuestros dos partidos hegemónicos susciten ahora las dudas del mundo entero, no parece que los poderes que les apadrinaron durante la “transición” vayan a dejar de hacerlo, aunque sea mirando a otra parte, y esto, como es natural, en provecho propio. Y sin embargo…

Y sin embargo, una victoria de Syriza en las elecciones de mañana traería a nuestras calles Génova y Ferraz otras incertidumbres además de las relacionadas con el euro. Pues en tales calles no ignoran que la persistencia de su administración sobre España depende de dos cosas: de que la situación económica no alcance el rango de catastrófica (lo que en América Latina se llevó por delante a diversos gobiernos del mismo cuño) y de que, a pesar de la tormenta, la confianza de los poderes políticos y financieros internacionales no se traslade a otra parte. ¿Adónde? ¿Qué partidos o movimientos hay en España que pudieran beneficiarse de un colapso económico y de un cambio de humor de las potencias, especialmente de Estados Unidos y Alemania?

Rosa Díez, que es en España la persona mejor situada para liderar a un partido de extrema derecha, hasta ahora se ha abstenido sabiamente de hacerlo porque es más rentable mantener las manos libres para pactar hoy con éste y mañana con aquél. Pero su opción es viable, y puede mantenerse en reserva a fin de presentarse ulteriormente como más convenga, desde el populismo puro y duro hasta el socorrido centro izquierda. Y hablando de manos, ¿no resulta sospechosa la incesante actividad que recientemente despliega la organización Manos Limpias, responsable de diversas querellas que no han respetado ni siquiera a la Casa Real?

En efecto, varias cosas pululan, reptan y serpentean por la derecha, pero ¿y en la izquierda? Aquí es donde no hay nada nuevo, pues Izquierda Unida sigue aquejada de ese particular alzheimer que la corroe y que la condena sin remedio a decir una cosa y hacer la contraria. ¿Puede considerarse alternativa política a una organización que al término de unas elecciones debe consultar a sus bases qué hacer con los votos obtenidos, resultando que se hace una cosa aquí y la opuesta allá?

Los españoles están masivamente indignados, los poderes políticos y económicos que tutelaron a nuestros partidos dominantes están por primera vez recelosos de ellos, las redes sociales hierven, y sin embargo…

Y sin embargo sigue sin vislumbrarse otra opción política más allá del silencio y la resignación. O alternativas peores todavía. Es que la Historia, de la que no nos queremos acordar, nos pesa demasiado. No es extraño que los europeos no nos entiendan. Ellos piensan que los ex votantes del PSOE volverán al redil de rodillas y con las orejas gachas, pidiendo perdón y arrepintiéndose de sus flaquezas, para que el régimen y la estafa continúen. Que pondrán una vela al candidato de turno, designado con el oscurantismo medieval que es propio de nuestra “democracia”, y que murmurarán aquello de “Fulano, que me quede como estoy”. Y tal vez tengan razón.

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