martes, 5 de junio de 2012

LECTURA POSIBLE / 61


NARRADORES PORTUGUESES DE HOY

Eduardo Lourenço, un Don Juan de la lectura, según se define a sí mismo, ha escrito que “visto desde fuera (desde donde no se ve), ningún secreto o misterio humano tiene relevancia”. A lo que enseguida añade: “Desde dentro, adquiere la dimensión del mundo”. Lourenço, cuyas obras completas están siendo editadas por la Fundação Gulbenkian, es uno de los mayores especialistas en la obra de Pessoa, en el que ha buscado argumentos para uno de los temas obsesivos de sus ensayos, a saber, los mitos portugueses y su contradictoria relación con la Europa añorada por los intelectuales desde el siglo XVIII. Con razón se considera a este casi nonagenario autor, que ha pasado gran parte de su vida fuera de Portugal y del que es muy poco lo que puede leerse en castellano, como el decano de la crítica literaria de su país, a la que representó hace una década en el Liber barcelonés al frente de la penúltima hornada de novelistas y poetas portugueses.

La asimetría entre España y Portugal no es sólo geográfica, y se fundamenta en un recelo histórico que ha llevado a ambas naciones a vivir de espaldas, quizá porque se parecen demasiado. De la literatura reciente, dejando aparte a los desaparecidos Torga y Saramago, la memoria del lector español conserva los nombres de António Lobo Antunes, eterno candidato al Nobel, y del ahora también desaparecido Antonio Tabucchi, quien si no pudo elegir su lugar de nacimiento sí eligió, en cambio, el de su muerte, ocurrida hace poco más de dos meses en Lisboa, y que además redactó Réquiem, una de sus obras mayores, en portugués. Otra cosa muy diferente ocurre con la novelística más actual, lo que bien puede constatarse si comparamos la Feria del Libro de Lisboa, o la de Oporto, con la que se celebra en Madrid. Si en las primeras abundan las novedades de autores españoles, la asimetría mencionada más arriba queda patente en la madrileña, donde a los autores portugueses es preciso buscarlos con lupa.

Entre los que ven su obra regularmente publicada en España hay dos en los que al interés literario de la misma se suma el hecho de pertenecer a generaciones distintas y representativas, cada una a su manera, de la Portugal moderna. João de Melo nació en 1949 en las Azores. A él se debe una de las aventuras literarias más ambiciosas y sugerentes de las letras portuguesas en los últimos tiempos: la invención de Rozário, aldea imaginaria situada en una isla azoreña que apareció por primera vez en la novela Mi mundo no es de este reino, que en España publicó la orensana Ediciones Linteo en 2007. Las obras de la saga que Melo ha dedicado a Rozário son de un barroquismo desbordante, están emparentadas con el llamado realismo mágico y vienen a ser una especie de transposición a modo de fábula de la historia portuguesa con sus mitos, heroísmos y miserias. Y es que la reflexión sobre el ser y la naturaleza de los portugueses es el tema central que han tratado los autores de su generación, todos ellos marcados por la dictadura, la revolución del 25 de abril y la descolonización. De ésta última trata Autopsia de un mar de ruinas, novela de 1984 que ha sido editada ahora en castellano y que literariamente pertenece a un universo completamente distinto al de la saga épica sobre Rozário. Aquí Melo parece constituirse en heterónimo de sí mismo para narrarnos los horrores de la guerra colonial de manera cruda y directa. Horrores que tienen su contrapunto en las cartas que el soldado envía a su amada: “Y sin embargo, he aquí mis días serenos, parados e iguales: un exilio de hombre en la guerra”. Lirismo que surge como un bálsamo en el tono sombrío y desgarrado de esta importante novela.

No menos importante es la obra de José Luís Peixoto, que obtuvo el Premio José Saramago en 2001 por Nadie nos mira (Hiru, 2000), y del que se han traducido entre otras novelas Cementerio de pianos (El Aleph, 2007) y más recientemente Libro (El Aleph, 2011). Peixoto nació en 1974 en el Alentejo y es de los raros autores actuales que a una voz propia, inconfundible, suman una madurez que ya era notoria en sus obras escritas con poco más de veinte años, y que no ha hecho sino acrecentarse. Cementerio de pianos cuenta la historia real del atleta y carpintero Francisco Lázaro, que falleció tras disputar la maratón de los Juegos Olímpicos de Estocolmo en 1912. El inagotable poder de fabulación de Peixoto convierte al personaje en un símbolo trágico de su país, pero no sólo eso, ya que también lo es de las causas perdidas y de la renovación que, en tanto que propia de todo lo humano, va más allá de la misma muerte. En Libro, su novela más reciente, el autor vuelve a los personajes humildes de la Portugal rústica, esta vez para narrar los años de la emigración. Su protagonista, Ilídio, es un niño al que abandona su madre en la plaza del pueblo poco antes de emigrar a Francia. Aquí, como en la novela citada más arriba, Peixoto logra encarnarse en la piel de sus personajes, en su lenguaje, en sus sueños y en sus ausencias. Ambas novelas dejan traslucir un mundo íntimo que recuerda a Rulfo y a Faulkner, nombres que aquí se evocan justificadamente, sin que eso reste personalidad a la obra de este autor que es de los llamados a perdurar.

A la misma generación pertenece João Tordo, lisboeta que también recibió el premio José Saramago en 2009 por su novela As três vidas y que en los países lusófonos es conocido sobre todo por haber sido coguionista de Amália, la película de Carlos Coelho da Silva sobre la vida de Amália Rodrigues. La última novela de Tordo, Anatomia dos Mártires (Dom Quixote, 2011), es un acercamiento a otra mujer que también forma parte de la mitología portuguesa: Catarina Eufémia, jornalera que fue asesinada por la policía salazarista en 1954, y que se convirtió en símbolo de la resistencia a la dictadura. Del fin de ésta y de la descolonización trata O retorno (Edições Tinta da China, 2011) de Dulce Maria Cardoso, quien pasó su infancia en Angola. El relato se desarrolla en 1975, primero en Luanda y después en Lisboa. Su protagonista, el adolescente Rui, regresa a la metrópoli junto a su familia, como medio millón de portugueses. Huidos del odio y de la guerra, Rui y el resto de retornados son recibidos con desconfianza y hostilidad, lo que dará pie a que la adolescencia se vuelva “una espera asustada de la edad adulta”, espera en la que el protagonista debe “aprender la desesperación y la rabia, reaprender el amor, inventar la esperanza”. O retorno es de las novelas portuguesas de más éxito de los últimos años, y como Anatomia dos Mártires permanece a la espera de su traducción al castellano. Por último, y también pendiente de traducción, puede mencionarse la extraña y perturbadora A casa (Círculo de Leitores, 2008) del pintor y crítico de arte Rocha de Sousa, novela sobre la vejez y la soledad que bien puede ilustrar los variados caminos que recorre la novelística portuguesa contemporánea.

Obviamente, la breve nómina anterior no es exhaustiva ni pretende mostrar la totalidad de la rica narrativa portuguesa de hoy. Y sin embargo, por arbitraria que sea, tal nómina debe incluir los nombres de Lídia Jorge, Pedro Rosa Mendes y Luisa Costa Gomes, sin olvidar un caso aparte, el de Agustina Bessa Luís, autora convertida ella misma en mitología portuguesa y a la que estos días se homenajea por su noventa cumpleaños. Todos ellos, y sus obras, guardan esos secretos y misterios a los que se refiere Eduardo Lourenço, secretos y misterios de un país y una memoria que nos son afines y que constituyen una reflexión nacional, de la que acaso España carece, acerca de un pasado que entre nosotros siempre es presente. Pues Portugal, como España, es país de súbitas euforias y prolongados desengaños. Vistos desde dentro, los autores de la narrativa portuguesa, potenciales miembros de una república ibérica de las letras que por ahora no existe, constituyen un mundo que al lector, también al lector en español, corresponde desvelar.

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