lunes, 10 de diciembre de 2012

DISPARATES / 52

Johann Heinrich Füssli,
La pesadilla
OSCURO ROMANTICISMO

“La luz del día se encontró con el misterio de la niebla y la oscuridad de la noche”. Ocurrió poco después de la Revolución Francesa, cuando los proyectos de la Ilustración se vieron defraudados y anegados en sangre. Goya lo escribió, lo dibujó y lo pintó con otras palabras: “El sueño de la razón produce monstruos”. Aquella visión sombría fue desarrollada con profusión por el Romanticismo, pero no nació de la nada, pues ya existía, de hecho, en la misma Ilustración, en su gusto por una Antigüedad más intuida e idealizada que verdaderamente conocida, en su afición por las leyendas medievales y los terroríficos cuentos de hadas. Cuando Freud, en 1919, escribió Lo siniestro se refirió sobre todo a un autor romántico, E.T.A. Hoffmann, pero olvidó que éste había tomado sus temas de una tradición anterior en la que ocupaba un lugar no pequeño la cultura popular, temas que habían tenido una oscura pervivencia en el siglo de la Razón y que la propia obra del fundador del psicoanálisis contribuiría a revitalizar en las primeras décadas del siglo XX. Pues en efecto el protagonismo adquirido entonces por lo onírico, por lo inconsciente, entroncaba con toda la siniestra cultura anterior, que ahora reaparecía, reforzada, bajo una forma científica, nutriendo de viejos temas a la estética moderna y en especial al surrealismo.

Que no hay que culpar en exclusiva al siglo romántico del gusto occidental por los asuntos lúgubres es algo que ya observó en 1930 Mario Praz, cuando escribió La carne, la muerte y el Diablo en la literatura romántica. El libro rastrea el gusto por la oscuridad de diversos autores, cuya desbocada fantasía no pudo imaginar sin embargo las cámaras de gas que en el momento en que Praz escribía estaban ya a la vuelta de la esquina. De esta lúgubre presencia en la vida y el arte de Europa trata la exposición Schwarze Romantik (Oscuro Romanticismo) que hasta el veinte de enero puede verse en el Städel Museum de Frankfurt.

La exposición ilustra el desenvolvimiento de lo siniestro desde Goya hasta Max Ernst, lo que indica que aun centrándose como su título sugiere en el arte romántico no excluye ni sus antecedentes ni su continuación en el siglo pasado. Además de obras de los artistas mencionados, la muestra incluye pinturas de Heinrich Füssli, Kaspar David Friedrich, Eugène Delacroix, William Blake, Arnold Böcklin y Edvard Munch, junto a esculturas, obras gráficas y material cinematográfico. Éste último, procedente del Deutsches Filmmuseum, presenta extractos de Frankenstein, Drácula y Fausto, filmes producidos en torno a los años ’20 y que vienen a constituir una especie de culminación provisional a todo lo que la novela y la pintura habían ideado previamente en el terreno de las oscuridades del alma humana.

El cuadro de lo lúgubre en Occidente no estaría completo sin la presencia de un arte que sólo virtualmente tiene cabida en la exposición. Se trata de la música que parece sonar en los sombríos lienzos y dibujos y que en el siglo XIX ya dio sus frutos en óperas como Der Vampyr, de Heinrich Marschner y en Undine, de Albert Lortzing. Curiosamente, en las obras de estos hombres fascinados por los horrores sobrenaturales suele ocupar un lugar destacado la mujer, lo que ha dado lugar a la aparición de una categoría, la de lo “siniestro femenino”, que puede seguirse en los cuadros de Heinrich Füssli y que perduraría hasta mediados del siglo XX en la obra pictórica de Alfred Kubin, así como en su novela La otra parte (1909). Esta asociación entre lo siniestro y lo femenino tiene su origen en una equivocada interpretación semántica de la Antigüedad griega, según la cual cada ser humano se dividía a su vez en dos, hombre y mujer, miembros ambos de la dualidad eterna del universo en la que el lado femenino ocuparía el lado izquierdo (o siniestro). En la Edad Media existía la certeza de que las mujeres eran más fácilmente inducidas por el demonio, lo que las convertía potencialmente en brujas y dominadoras de las artes oscuras. De ahí que lo femenino pasara a ser comúnmente aceptado como corruptible (cosa que pervive hoy en ciertas culturas en las que está muy mal visto comer con la mano izquierda). No por casualidad el bohemio Kubin confesó haberse formado como pintor mediante las obras de Goya y Odilon Redon, como tampoco por casualidad ilustró libros de Hoffmann y Poe, entre otros cultivadores de lo siniestro. ¿Y no forma parte acaso de lo “siniestro femenino” el canto final con el que otro autor bohemio culminó su Das Lied von der Erde, que en cierto modo venía a ser la conclusión de toda su obra? Gustav Mahler, en efecto, propuso que Der Abschied (La despedida) fuera interpretada por una contralto, con lo que en la obra se invierten de hecho los papeles asignados por la tradición a la voz humana. La voz aguda masculina canta a la juventud, la ebriedad y el amor, mientras que la grave femenina lo hace a la Naturaleza, la memoria y la muerte. Así la música viene a añadir un capítulo más a este libro ilustrado del oscuro romanticismo, libro en el que el hombre está muy lejos de haber escrito sus últimas páginas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario