martes, 5 de marzo de 2013

LECTURA POSIBLE / 90


EL LENGUAJE IMAGINARIO DE RAYMOND ROUSSEL

No es corriente que la obra de un autor literario protagonice una exposición museística, y menos aún que dicha exposición sea algo más que una mera reunión de manuscritos, artículos y primeras ediciones. Hace un año pudo verse en el Museo Nacional Reina Sofía una muestra llamada Locus Solus. Impresiones de Raymond Roussel, que la primavera siguiente se presentó también en el Museu Serralves de Oporto. Junto al amplio material literario allí mostrado, y que incluía diversos textos escritos por el propio Roussel y por sus comentaristas, aparecían obras hoy ya clásicas de Marcel Duchamp, Salvador Dalí y Francis Picabia, además de fotografías, instalaciones, vídeos y ready mades de diversos creadores contemporáneos, lo que venía a constituir una colección que ilustraba todo un siglo de la historia del arte y en especial de las vanguardias. Lo insólito de esta exposición no eran las piezas que en ella se exhibían, sino el hecho de que las mismas estuvieran enlazadas entre sí por la inspiración y el impulso de un hombre que nunca realizó ningún tipo de obra plástica y que se dedicó por completo a la literatura.

Roussel nació en París en 1877. A la edad de quince años fue admitido en el Conservatorio de su ciudad para estudiar piano, y al año siguiente la prematura muerte de su padre y una fabulosa herencia le convirtieron en dueño de un destino que siguió, sin cortapisas de ninguna clase, hasta su muerte en Palermo en 1933. Su dedicación de solo un año a la música no implica un menosprecio hacia la misma (en parte, iban a ser musicales los procedimientos que emplearía al escribir su obra), y su abandono de ella es consecuencia más bien de la verdadera pasión que ya sentía por entonces, una pasión literaria que no era producto del conocimiento que unía a su familia con la de Proust, de quien era vecino, sino del mundo de fantasía que despertó en él la lectura de los libros de Julio Verne. A la pasión lectora sucedió enseguida la de la escritura, en principio la de pequeños poemas destinados a acompañar algunas tentativas de composición musical, y más tarde, ya despojado de todo acompañamiento, escribe Mon Âme, extenso poema que el adolescente publicaría en Le Gaulois y al que seguiría poco después La doublure. A la redacción de esta obra juvenil escrita en alejandrinos y que consiste casi exclusivamente en una descripción del carnaval de Niza, está asociado el gran acontecimiento de la vida de Roussel, al que se refirió con estas palabras: “Estaba tocado por la gloria. Todo lo que escribía estaba rodeado de esplendor. Cerraba las cortinas por miedo a que cualquier fisura dejara escapar los rayos luminosos que salían de mi pluma; quería quitar de golpe la pantalla e iluminar el mundo. Dejar circular esos papeles hubiera producido unos rayos de luz que habrían llegado hasta la China, y la multitud enloquecida se habría abalanzado sobre mi casa”.

La sensación de “gloria universal” cesó abruptamente tras el fracaso absoluto del libro, que se publicó en 1897 y que nadie entendió. Roussel, perplejo ante la disparidad existente entre su propia impresión hacia lo que había escrito y la recepción de la obra, cayó en una profunda depresión de la que fue tratado por el famoso psicólogo Pierre Janet. En su libro De la angustia al éxtasis, el doctor describió con detalle el caso de su paciente, al que asignó el nombre de “Martial”. Éste “había conservado el deseo intenso, el deseo loco por recobrar, aunque fuera por cinco minutos, esa sensación”. Y pone estas palabras en boca de Martial: “Nunca he podido volver a experimentar esa sensación de sol moral, la busco y la buscaré siempre. Daría los años que me quedan por revivir esa gloria durante un instante”. La repetición de ese estado de la conciencia que experimentó durante la redacción de La doublure sería el tema único del resto de su vida, y la consecución del mismo llevó a Roussel a practicar una actividad literaria, poética, novelística y teatral, obsesiva, y finalmente al uso de las drogas.

En 1904 aparece La vue, obra en verso dividida en tres partes, siendo cada una de ellas la descripción pormenorizada de un objeto: una fotografía engarzada en el interior de un portaplumas, la etiqueta de una botella de agua mineral y una viñeta en el encabezamiento de una hoja de papel. A diferencia de lo que sucedía en su obra anterior, los centenares de versos que Roussel dedica a estos objetos no describen un acontecimiento físico ni dinámico, sino una imagen fija de reducidas dimensiones y ya preexistente, la cual ha sido producida industrialmente. Más tarde Roussel se liberaría por completo de estas referencias a modelos reales, pasando a ser sus descripciones únicamente producto de la fantasía.

Así sucede en las novelas Impresiones de África (1910) y Locus Solus (1914), que más tarde se convertirían en obras de teatro y a las que obedece la mayor parte de la fama de Roussel. La primera no narra ningún viaje ni describe propiamente ninguna impresión. Trata de la fiesta de coronación de un rey, de la que forman parte diversas ejecuciones de condenados. En dicha fiesta participan unos europeos que tras sufrir un naufragio han sido retenidos por el rey Talou con la esperanza de obtener un rescate. La primera parte del libro describe los distintos episodios de la celebración, cuyo carácter absurdo queda minuciosamente explicado en la segunda. El libro incluye una advertencia del autor, el cual escribe que “los lectores que no estén iniciados en el arte de Raymond Roussel harán bien en leer este libro primero de la página 212 a la 455, y luego de la 1 a la 211”. Es decir, en primer lugar la explicación de los acontecimientos; y sólo después la narración de los mismos.

Locus Solus sigue un procedimiento semejante, aunque esta vez cada episodio va seguido de su correspondiente explicación. Estos episodios están formados por los alucinantes espectáculos que el científico e inventor Martial Canterel ha reunido en su finca a modo de parque de atracciones, y que muestra a un grupo de invitados: un vehículo aéreo que construye un mosaico de dientes; un recipiente con agua que contiene una bailarina, un gato sin pelo y la cabeza deshuesada de Danton; y una jaula de cristal en la que nos encontramos con una serie de cuadros vivientes que representan diversas escenas. Sus protagonistas, como sabremos después, son cadáveres que por medio de ciertas invenciones de Canterel, entre ellas un compuesto químico llamado resurrectina, reviven los momentos cruciales de su vida.

Pero explicar los argumentos de sus obras sirve de poco en el caso de Roussel, cuya excepcional originalidad, y de hecho lo que constituye el principal sentido y la razón de ser de su obra, reside en la técnica, o, por así llamarlo, en el método con que se ha escrito. A este método se refirió el autor en un texto que se publicó póstumamente, Cómo escribí algunos de mis libros (1935). Tal procedimiento consiste en generar dos frases idénticas en todas sus palabras excepto en una (en la práctica, algunas veces la variación consiste en una sola letra). A partir de la variación, se establece un juego de doble sentido con los sustantivos comunes a ambas frases, lo que implica que éstas, pese a su similitud fónetica, acaban por tener significados diferentes. “Una vez que hemos encontrado las dos frases”, escribe Roussel, “hay que escribir un cuento comenzando por la primera y terminando por la segunda”. Dicho de otro modo: gran parte de la obra de Roussel responde a una lógica motriz consistente en llegar, desde una frase dada al azar, a otra fonéticamente semejante y ya establecida desde el inicio.

Un procedimiento diferente, pero que también viene a ser una forma de rima o versificación, es el empleado en Nuevas impresiones de África (1932), donde el texto es ininterrumpidamente dislocado por medio de paréntesis que quedan abiertos de manera indefinida dentro de otros paréntesis, a la manera de cajas japonesas que se suceden una dentro de otra. 

Lo anterior no excluye que pueda apreciarse en estas obras un amplio repertorio de motivos que se repiten cíclicamente: las capacidades todopoderosas de la ciencia, la estrecha relación del microcosmos con el macrocosmos, el éxtasis, el edén, el tesoro por descubrir o el enigma por descifrar, la supervivencia artificial, las máscaras, el fetichismo y el sadomasoquismo, por citar sólo algunos. En última instancia, tales temas, que podrían constituir el verdadero argumento de estos libros, se resumen en tres, que en el fondo vendrían a ser uno solo: la búsqueda de la salvación, la curación y la liberación.

La obra de Roussel fascinó a los surrealistas, y tras caer en un relativo olvido volvió a ser descubierta, y ampliamente estudiada, por autores como Michel Foucault y Alain Robbe-Grillet, habiendo ejercido una importante influencia a mediados del siglo pasado sobre la filosofía estructuralista y sobre ese movimiento renovador de las letras francesas que fue la Nouveau Roman. Hoy la propuesta narrativa de Roussel continúa viva y casi virgen, abierta a infinitas posibilidades que ya supo ver el doctor Janet, quien escribió que “Martial tiene un concepto muy interesante de la belleza literaria. Para él, la obra no puede contener nada real, ninguna observación acerca del mundo o el espíritu, nada excepto combinaciones totalmente imaginarias; las suyas son ya ideas de un mundo extra-humano”. Un mundo que es precursor de realidades hoy cotidianas, como la electrónica, en el que los objetos metafóricos se crean a través de la reverberación semántica de las palabras y en el que la total libertad otorgada a la imaginación termina por componer una eficiente maquinaria lingüística que hace posible en la literatura lo que es imposible en la realidad.

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João Fernandes y François Piron hablan de la exposición Locus Solus. Impresiones de Raymond Roussel (MNCARS, 2012)


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