martes, 8 de abril de 2014

LECTURA POSIBLE / 140

GAZIEL: DE PARÍS A MONASTIR. UNA CRÓNICA ESPAÑOLA DE LA GRAN GUERRA

El 28 de julio próximo se cumplirán cien años del inicio de la Gran Guerra, lo que ha servido de excusa para la edición en España de libros ambientados en aquellos acontecimientos que nunca antes habían sido traducidos, como por ejemplo el clásico antibelicista El miedo, de Gabriel Chevallier (Acantilado) y Guerra, de Ludwig Renn (Fórcola Ediciones). En Francia se ha editado 1914, Le destine du monde, del historiador Max Gallo; y en Inglaterra ha aparecido Catastrophe 1914, Europe goes to war, de Max Hastings, del que ya existe traducción española: 1914, el año de la catástrofe (Crítica). De la avalancha de títulos sobre la Primera Guerra Mundial publicados en estos meses sobresale entre nosotros una rareza, este De París a Monastir, volumen que ha editado Libros del Asteroide, el cual reúne los artículos que el periodista Agustí Calvet (“Gaziel”) escribió entre octubre y noviembre de 1915 y que fueron publicados entonces en La Vanguardia. Este libro es una insólita contribución al entendimiento de aquellos hechos, vistos por un estudiante catalán, ciudadano de un país neutral que se encontró en medio de los mismos casi sin quererlo.

Nacido en San Feliú de Guíxols en 1887, Agustí Calvet fue parte de ese movimiento nacionalista al que se llamó “Noucentisme” y que habría de tener un papel destacado en la renovación de la cultura catalana. Brazo político de esta corriente fue la Lliga Regionalista, en cuya publicación La Veu de Catalunya empezó a colaborar nuestro autor con poco más de veinte años. Más atraído por las letras que por la carrera de Derecho a la que le destinaba su padre, Calvet recibió una beca para ampliar sus estudios en París, en calidad de protegido y discípulo de Enric Prat de la Riba, en cuyo Institut d’Estudis Catalans había trabajado desde 1911.

La orden de movilización dictada por el gobierno francés el 1 de agosto de 1914 sorprende a Calvet en su pensión de la Rue Fustenberg, y desde ese mismo momento empieza a redactar en catalán un diario que no estaba destinado en absoluto a la publicación y que aspiraba a ser, a la vez que un ejercicio literario, una memoria personal de los primeros meses de la guerra. Sin embargo, regresado brevemente a Barcelona a instancias de su padre, estos textos caen en manos del bibliotecario del Ateneu, Miquel dels Sants Oliver, por cuyo intermedio empezarían a publicarse a principios de septiembre en La Vanguardia con el título de Diario de un estudiante en París. Dichos artículos, que han sido recopilados y publicados en forma de libro este año por la editorial Diëresis, aparecieron ya bajo el pseudónimo de Gaziel, que nuestro autor conservaría el resto de su vida.

La publicación por entregas del diario parisino de Gaziel fue todo un éxito. En un intento de explicar las razones del mismo, Dels Sants Oliver escribió que “el clásico corresponsal de guerra ha pasado a la historia. Ha surgido un nuevo tipo de cronista, el cronista espiritual de la guerra, que no actúa tanto sobre sus episodios concretos como sobre la repercusión social del conflicto, es decir, sobre el fondo humano en que se desenvuelve”. El artículo de La Vanguardia en el que Dels Sants Oliver hizo esta observación fue incluido como prólogo a los textos de Gaziel cuando aparecieron en forma de libro, que igualmente fue un éxito, alcanzando varias ediciones hasta 1916.

Concluida la publicación de las anotaciones parisinas en La Vanguardia, el periódico propuso a Gaziel una nueva tarea, esta vez en calidad de corresponsal de guerra. En aquellos meses el interés del frente francés había decaído, y en su lugar los rotativos se concentraban en la delicada situación política y diplomática de Grecia y en la invasión de Serbia por parte del Imperio Austro-Húngaro, al que se había aliado sorpresivamente Bulgaria. Así, el trayecto que se acordó para la corresponsalía de Gaziel incluyó Atenas y Salónica, teniendo por destino el último reducto que les quedaba a los serbios en desbandada: la ciudad de Monastir.

En octubre de 1915 Gaziel vuelve a encontrarse en París, en los inicios de una aventura que a este pacífico hombre de letras, doctor en filosofía, le llevará hasta la degollina que entonces, como tantas veces, se desarrollaba en los Balcanes. Mientras los artículos que redacta en hoteles y barcos se publican en La Vanguardia, nuestro autor realiza su particular viaje de iniciación a la guerra en tres partes: una primera a su paso por Italia y durante su navegación hasta El Pireo, formada por comentarios acerca del modo en que el conflicto afecta a las regiones y las gentes; una segunda ya en Grecia, referida a las cuestiones internas de esa nación que se debatía en una precaria neutralidad y a la que se añade una memorable descripción de la Salónica ocupada por los aliados; y la tercera: crónica emocionante y emocionada del viaje de Salónica a Monastir a través de las heladas cordilleras montañosas de Macedonia.

“Llamémosla inglesa, turca, serbia, italiana u holandesa, la turbamulta de los desheredados permanece siempre la misma, sumergida en la miseria, sujeta a todos los males y arrastrada, sin tener arte ni parte, a sufrir todas las calamidades de la vida”, escribe Gaziel en este viaje por el lado de atrás del decorado de la guerra, viaje novedoso entonces en el que los protagonistas no son los elegantes oficiales de los estados mayores de los ejércitos, sino las masas de hambrientos y desesperados que malviven en la retaguardia. Lo que suministra Gaziel en sus textos, lejos de ser los grandes hechos de la guerra y la descripción de sus héroes, son las miserias de ese lado de atrás del escenario. Por eso mismo, sus crónicas no pueden responder al modelo tradicional que sería propio de un reportero de guerra, y constituyen una narración más bien literaria y objetiva de lo visto y oído, así como de los sentimientos de solidaridad despertados en él. Una narración realista y objetiva, pues, hasta cierto punto, y que apenas disimula ni las simpatías franco-inglesas de su autor ni su desprecio de la guerra.

Sólo en Atenas el cronista observador que es Gaziel deja su sitio al periodista aficionado, y ello para dar un repaso a la política y la diplomacia griegas, divididas entre un rey abiertamente pro-germánico y un personaje público, en ese momento despojado de sus cargos pero que reunía la mayor parte de las simpatías de los griegos y del que muchos esperaban la proclamación de la república: Eleftherios Venizelos. Sucede que Grecia tenía un doble papel estratégico, en primer lugar como puerto indispensable para el control del Mediterráneo oriental, y en segundo, tras la entrada en la guerra de Bulgaria y la reactivación de los conflictos balcánicos, por su carácter de base militar desde la que acceder a Serbia. La fama y el prestigio de Venizelos obedecían a sus luchas con el Imperio Otomano y a la conquista de territorios arrebatados a éste. De hecho era un político de inspiración democrática y burguesa, para cuyos proyectos ulteriores de expansión griega contaba o creía contar con el auxilio de Francia. A tal fin, y también con el propósito de afianzar su posición política, Venizelos había solicitado y obtenido de los aliados la ocupación de Salónica, lo que en la práctica separaba a Grecia en dos territorios irreconciliables y, como llegó a decirse, en “una monarquía gobernada por un presidente de república”. Cuando Gaziel le entrevista, Venizelos ha sido destituido como primer ministro, lo que no impide que siga ostentando una gran influencia política, además de ser en Grecia el hombre de confianza de los aliados. También entrevistó Gaziel a un representante del gobierno provisional que había formado el rey Constantino, a fin de ilustrar a sus lectores con la opinión contraria.

De Atenas, Gaziel pasa a Salónica, lugar en el que se asentaba una antigua comunidad sefardí que en esos meses tenía que convivir con la dudosa marea humana que se había sentido llamada por la ocupación franco-inglesa. Junto a los soldados, y de ellos, espera vivir una masa mestiza de griegos, albaneses, turcos, búlgaros, serbios y macedonios. De manera insospechada, esquivando no se sabe cómo el bloqueo de la flota aliada que se encuentra en el puerto, accede a la ciudad un segundo ejército, el de las “aliadas”, otra mezcolanza internacional, ésta de mujeres, que confiaba en prestar sus servicios a la fuerza militar, contribuyendo a hacer de esta pequeña ciudad portuaria, que más tarde sería arrasada en la II Guerra Mundial, una nueva y pequeña Babilonia. Del desbarajuste y la picaresca resultantes son testimonio algunas de las mejores páginas redactadas por Gaziel en esta crónica de la trastienda de la guerra.

De la abigarrada Salónica el autor nos lleva a las ariscas soledades montañosas, pobladas por manadas de lobos y comitadjis búlgaros, de Macedonia. Este viaje en un estrambótico automóvil, propiedad en otro tiempo de un descendiente de Byron, conduce a nuestro autor al encuentro de los campesinos serbios que han sido desplazados de sus territorios y que ponen toda su esperanza en una salvadora intervención de las tropas aliadas. Ello da pie al autor a narrar una escena apocalíptica en una venta y a describir el desangramiento de Serbia, la cual ha sido olvidada por franceses e ingleses. Y azarosamente nuestro autor consigue llegar al término de su viaje, esa Monastir abandonada a cuyas puertas se encuentra la artillería enemiga.

El libro de Gaziel es sin duda la mayor aportación española a la literatura de la Gran Guerra, y sirve para iluminar abundantes hechos, sobre todo los de Salónica y la frontera serbia en noviembre de 1915, que sin él quedarían en la sombra. Es el libro de un amateur, y en eso reside su singularidad; pero es también el de un narrador que por la fuerza de las circunstancias se convirtió en periodista. Pues el éxito de sus crónicas hizo de él uno de los personajes más influyentes y señalados de la prensa española, representante de la opinión liberal y democrática desde las páginas de La Vanguardia, del que fue director entre 1920 y 1936. A la vuelta del exilio, se instaló en Madrid, donde dirigió la editorial Plus Ultra. La moderna recuperación de su obra ha puesto al conocimiento del lector la colección de artículos que componen sus Cuatro historias de la República, así como el volumen Tot s’ha perdut, que está considerado como uno de los libros más importantes escritos en catalán en el siglo XX. Buena introducción a esa obra que merecía ser rescatada son estos artículos, verdadera narración profundamente humana, a menudo épica, de los desastres y la aflicción de la guerra.

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